Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 16 julio 2008


María, te pido que nos ayudes, ayúdame, pero sobre todo ayuda a Marisa. Yo me inclino ante Tu Voluntad, quieres que ella, en este último tramo de camino, continúe su misión y su sufrimiento. Tú sabes que yo te había pedido que el último tramo de camino fuese, sin embargo, diverso. Pero yo soy una criatura, Tú mi Dios, y yo me inclino. Sin embargo, Dios mío, no vayas más allá de los límites que Tú mismo has indicado. No permitas a los hombres que sobrepasen, con su insensibilidad, con su egoísmo, aquellos límites que Tú no te permites sobrepasar porque, cuando dijiste que los dolores provocados a Marisa por esas patadas habrían sido superiores a los de la Pasión, Dios mío, éste es el límite que los hombres han sobrepasado y al que Tú nunca habrías querido que llegase. Tú lo puedes todo, si quieres, Tú lo puedes todo, si Tu voluntad lo permite y yo, nosotros que te amamos, te decimos: ten piedad de esta hija, déjala vivir más serenamente. ¿Viste ayer, durante el paseo, que habría debido ser de evasión, de recuperación, de distracción, cuántas veces se desmayó? Estuvo siempre mal y yo escuché salir de su boca continuamente este lamento y esta petición: “Señor, ven pronto a llevarme, ¡no puedo más!”. A Ti, que eres nuestro Papá, te pregunto: “¿Son estas las vacaciones que tú habías pensado, organizado, decidido para nosotros?” Oh, lo sé bien, no son éstas, son los hombres los que han arruinado Tus planes, y una vez más hemos sido víctimas, es absurdo admitirlo, es tremendo admitirlo, pero Ratzinger, Ruini y Bertone me han hecho sufrir más que las personas que has puesto a mi lado dentro de casa, y no temo mencionar los nombres: Laura, Don Ernesto, Elena y Titti. He llamado al primer trío basura y, al segundo, el cuadrilátero de la muerte porque, si no hubieras estado Tú, ¿cuántas veces, por su culpa, Marisella habría alzado el vuelo hacia el cielo, con su gran felicidad y alegría, pero con mi gran tristeza y sufrimiento. Porque no es esto, y Tú eres quien lo dijo primero, ésta no es la forma en que debe partir de la Tierra hacia el cielo. Dios mío, quédate cerca de nosotros, en este momento nos sentimos niños perdidos, confundidos y cansados. Somos como los caminantes que han sido sorprendidos por la tempestad en un bosque y ya no saben dónde está el principio y el final de aquel bosque y los árboles que representan las preocupaciones, los dolores y los sufrimientos, cubren la luz que viene de lo alto. Tú mandas tu luz, pero no la recibimos, porque es tanto el sufrimiento que nos impide darnos cuenta. Dios mío, sé bien que, en este momento, el Paraíso está en adoración delante de Ti, que se apropia de estas palabras que salen de un corazón atribulado y probado y antes que nadie está aquella que nos has dado como Madre, que está llorando por nosotros y, al lado de ella, la abuela Yolanda. ¿Es posible, Dios mío, que ellos tengan que llorar continuamente y nosotros sufrir? Me has hecho ver un anticipo del Paraíso, hace pocos días. Sé, y lo has prometido, que aquél será el lugar definitivo de la felicidad eterna de Marisa y, cuando tú lo decidas, me llevarás también a mí al Paraíso. Debo, y esta es Tu voluntad, realizar una misión que es inferior sólo a la de Tu Hijo. Él fundó e instituyó la Iglesia, a mí el trabajo de limpiar esta Iglesia que existe, pero que está sucia. Pero hacen falta energías, colaboradores, fuerzas, entusiasmo, valor, empuje, perseverancia y amor. Quizás, la única cosa que hay en nuestro corazón es el amor, de lo demás ya no hay nada. Es verdad, lo has dicho, arrastraremos estas pobres carnes miserables sin que de la boca salga una amarga palabra de rebelión. Esto es cierto en el terreno moral y psicológico, en el terreno material y físico. Has visto, Dios mío, que me arrastro, que ya no tengo ni siquiera la fuerza de estar de pie durante la Santa Misa. Dame la fuerza, haz que Marisa esté mejor, no puedo seguir así.