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Esperando al Niño Dios

Novena de Navidad 1998: a cargo de S.E. Mons. Claudio Gatti

INTRODUCCION

"…He venido para la clausura de la novena y he oído todas las palabras que ha dicho el sacerdote. El os ha hecho conocer y amar más a María, a José y al pequeño Jesús, y ha hecho sobresalir a Isabel y Zacarías, los personajes que en estos días aparecen más en el recuento evangélico. La Madre os da las gracias por lo que habéis hecho durante esta santa novena: oraciones, sacrificios, florilegios y ayunos…" (Carta de Dios 23 diciembre 1998).

La novena de la Santa navidad, como preparación al nacimiento de Jesús, se detiene sobre protagonistas de la narración evangélica de manera clara, precisa y detallada. Tenemos que vivir este momento de gracia, no como simples espectadores ante una secuencia cinematográfica, sino como personas que viven los acontecimientos que son descritos.

A través del conocimiento de la narración evangélica podemos crecer en el amor a Jesús Eucaristía y a María, Madre de la Eucaristía.

Esta novena ha sido predicada por Don Claudio Gatti como preparación a la Navidad de 1998. Los jóvenes de la comunidad la han grabado, trascrito, revisado y adaptado a la versión escrita.

Este notable trabajo ha sido arreglado por nuestros jóvenes con amor, sacrificio y entusiasmo, porque son conscientes de que la novena puede hacer un gran bien espiritual y acercar al Niño Dios a muchos hermanos y hermanas (n.d.r.)

PRIMER DIA

"Yo soy el que soy". Esta es la definición que Dios ha dado de Sí Mismo.

Desde la eternidad, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, Dios uno y Trino, ha estado solo. Esta afirmación hace vacilar la razón humana, porque para ella es incomprensible que un ser no haya tenido un principio. Todos los seres tienen un principio, Dios no. Desde la eternidad Dios existe y se ha dado gloria. Dios no tiene necesidad de las criaturas, su felicidad prescinde de ellas, y sin embargo, ya que es amor, ha querido intervenir y crear antes a los ángeles y después el universo y a los hombres. Éstos han pecado y Dios ha intervenido una vez más para salvarlos.

En la mente de Dios, el plan de salvación ha estado siempre claro, nítido, perfecto, conocido en detalle desde la eternidad. Pero cuando este plan ha sido comunicado al hombre, no tenía rasgos nítidos, pero se han desvelado con el tiempo y poco a poco se han vuelto cada vez más precisos y comprensibles.

¿Qué motivo ha empujado a Dios a la creación? El amor. Pero el hombre creado por Dios y dotado con dones naturales, preternaturales y sobrenaturales se ha vuelto contra su creador, ha pecado de orgullo y se ha alejado de Él.

El mismo amor que ha empujado a Dios a crear, lo ha empujado en el mismo momento, en el que el hombre ha pecado, a anunciar el plan de salvación. Dios, de hecho, afirma en el libro del Génesis: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza mientras tu le acechas el calcañar" (Gen. 3, 15), según la promesa divina. Toda la estirpe de Abraham, se convirtió en la portadora del plan de salvación, porque esta promesa hacía referencia a las 12 tribus de Israel que han tenido origen en los 12 hijos de Jacob. El plan de salvación se ha perfilado posteriormente cuando Dios ha anunciado que el Mesías nacería de un descendiente de la tribu de Judá. Dios puso su mirada sobre el hijo más pequeño de Jesse: David. Cristo, ya sea bajo el aspecto legal, porque según la ley su padre es José, ya sea bajo lo natural, porque nació de María, es de descendencia davídica, puesto que tanto María como José son descendientes del Santo Rey. Dios se ha servido de los profetas no sólo para revelarnos de qué estirpe habría descendido el Mesías, sino también para darnos connotaciones precisas en lo que se refiere a la figura de Cristo.

En Isaías, el Mesías es presentado como el siervo de Yaveh, es decir aquel a quien de corazón y de modo particular se le da el culto, aquel que toma sobre sí los pecados y se expone al sufrimiento para quitar los pecados del mundo y derrotar el mal. El Mesías tendrá un destino desventurado: será muerto por el pueblo de Israel, el mismo pueblo escogido por Dios y del cual el Mesías ha sido engendrado. Isaías evidencia, por otra parte, la naturaleza divina del Mesías: no es un hombre como los otros, sino que es un hombre partícipe de la naturaleza divina y Ezequiel añade que manifestará esta naturaleza suya a través de un poder divino.

Leyendo la Biblia nos damos cuenta que el plan de salvación a medida que se acercaba el tiempo de la realización, está descrito por Dios detalladamente. El profeta Daniel, referente al reino mesiánico, dice que será universal, superará los estrechos confines del pueblo hebraico, abarcará todo el mundo y tendrá una característica puramente espiritual.

¿Por qué Dios ha mandado al Mesías? Él ha dicho: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya". La primera Eva es portadora del pecado, la segunda Eva, María, es portadora de la gracia, en cuanto a la tarea del Mesías es la remisión de los pecados.

Nosotros ¿de qué parte de este plan nos colocamos? ¿De parte de los que han matado al Mesías? Cristo muere cada vez que el hombre peca y se vuelve contra él. O por el contrario estamos en la situación del buen ladrón que, consciente de sus pecados suplica al crucificado: "Señor, acuérdate de mi cuando entres en tu reino" (Lc 23, 42).

Pero existe una tercera posibilidad, la de Juan, que confiadamente reclina la cabeza en el pecho del Señor. Aunque hayamos sido como Pedro, que ha negado a Cristo, tenemos que llegar a ser como Juan, el que ha visto, creído (Jn 20, 8) y amado.

Junto a Juan, ya que hemos visto y creído en los milagros eucarísticos, tenemos que aprender a amar y a hacer del amor nuestro estilo, la meta y el objetivo de toda nuestra vida.

SEGUNDO DIA

En el capítulo 16 de San Mateo, Jesús pregunta a sus discípulos: "Vosotros ¿quién decís que soy yo?". Pedro, iluminado por Dios, responde, en nombre de todos: "Tu eres Cristo, el Hijo de Dios vivo". Esto significa que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se ha encarnado y es verdadero Dios y verdadero hombre. En el Antiguo Testamento se habla de "una virgen que se convertirá en madre del Emmanuel, que significa Dios con nosotros" (Is. 7, 14). El Señor, para encarnarse, ha elegido la vía ordinaria: ha tenido padres, uno legal, José, para que pudiera vivir el curso normal de todo ser humano y la otra, María, "que lo ha concebido y dado a luz" (Lc 1, 16). Los Evangelios no proporcionan mucha información ni del uno, ni del otro, pero la revelación privada nos cuenta lo que no está contenido en la pública, dándonos la posibilidad de conocer mejor estos dos personajes que en los planes de Dios ocupan un lugar relevante.

La genealogía de la que se habla en el primer capítulo de San Mateo, termina de este modo: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado el Cristo" (Mt 1, 16).

De la revelación privada sabemos que José ha sido preparado por Dios para convertirse en el esposo de María, viviendo un estilo de vida en contraste con la mentalidad y la cultura de su tiempo. De hecho, en el tiempo de José, no se comprendía que un hombre casado pudiera ser casto. Dios, que en sus designios prepara a los que escoge, formó a José para vivir de manera casta y haciendo voto de castidad. El Señor se ha manifestado a José sea de modo ordinario, sugiriéndole buenos propósitos, buen entendimiento, buenos pensamientos, o sea de modo extraordinario a través de visiones y sueños. José se encontró con María cuando todavía era joven. Por desgracia la tradición lo representa siempre muy viejo. Esto ha ocurrido porque pintores y escultores han sido influenciados por los evangelios apócrifos que cuentan hechos que se refieren al Señor, algunos de los cuales han pasado realmente, otros no. Estos libros no son inspirados por Dios y por tanto no son inmunes de errores.

En uno de estos libros se cuenta que, en el momento en que la joven María tenía que tomar marido, el sacerdote Zacarías ha convocado una reunión a la que han sido invitados a participar los descendientes masculinos de estirpe davídica. Habiendo ido muchos hombres, el sacerdote dijo que aquel al que el Señor habría hecho florecer el bastón se convertiría en el esposo de María. A José, que según los libros apócrifos, tenía 90 años y un hijo de 40, le ha florecido el bastón, así se ha convertido en el esposo de María. Esto nos cuentan los libros apócrifos, pero la verdad es otra. José es un hombre de alrededor de 30 años, guapo, joven, robusto, atrayente, hacia el cual se han dirigido las miradas de muchas jovencillas enamoradas y al mismo tiempo es un hombre humilde y sencillo. José ha vivido su juventud alrededor de Jerusalén.

Entre las informaciones sacadas de los Evangelios apócrifos están los nombres de los ancianos padres de María, Joaquín y Ana, nombres que Nuestra Señora ha confirmado en la vida que Ella misma ha dictado a Marisa. Sus padres murieron cuando la hija tenía cuatro o cinco años y María ha sido confiada a la profetisa Ana, al sacerdote Zacarías y al viejo Simeón.

María ha transcurrido los años de su infancia y adolescencia en el Templo, aprendiendo el arte del bordado. Cantaba a Dios salmos e himnos; de hecho tenía una voz maravillosa, como testifica Marisa que la ha oído cantar.

También María en aquellos años fue preparada para la misión que Dios ha querido confiarle durante largos coloquios.

María y José han hecho el voto de castidad, pero Dios mismo ha puesto en el corazón de estos jóvenes el amor. Los dos se han encontrado en el Templo, se han gustado, han sentido una atracción mutua, los ojos del uno se han detenido en los ojos del otro. El corazón de María latía velozmente al ver a este joven puro y hermoso y que sabía que Dios quería que se convirtiese en su esposo.

María y José se casaron en Jerusalén. Después, puesto que poseían una casita modesta en Nazaret, se trasladaron a aquel barrio de pastores y de campesinos, cerrado y circundado de silencio, porque los caminos que comunicaban con Jerusalén y las principales ciudades de Judea, Galilea y de Samaria con el oriente, estaban bastante distantes y por tanto las caravanas que transportaban las noticias, evitaban el pequeño pueblo. Sin embargo a ese pueblecillo llegó la noticia más importante de la historia del mundo.

María y José, dice el evangelista Mateo, se casaron. El noviazgo hebraico era diferente del noviazgo tal como lo entendemos nosotros. Los novios eran considerados por la ley, marido y mujer, tanto es así que si la mujer durante el noviazgo hubiese tenido una relación con otro hombre era considerada adúltera y lapidada y si el hombre hubiese muerto, por la ley del levirato, el hermano habría tenido que casarse con esta joven viuda y los hijos nacidos del matrimonio habrían sido considerados hijos del difunto.

Por tanto, según la ley eran considerados marido y mujer, aunque en el primer año de matrimonio los dos novios no vivían juntos. Esto ocurría tanto por un motivo económico como psicológico, porque durante este tiempo se pagaba la dote y para que las esposas, que eran poco más que niñas, pudiesen madurar y prepararse al papel de esposas y posibles madres.

José conoció la pureza de María, sus virtudes, su íntima unión con Dios; María ha apreciado la profundidad espiritual de José, cada uno de los dos se ha dado cuenta de la grandeza espiritual del otro.

María tenía 14-15 años, José poco más de 30 años. Se amaban, dialogaban, oraban juntos, cantaban juntos, alababan juntos a Dios.

Cada vez que cantaban los Salmos o leían los fragmentos de los profetas que hablaban del Mesías, María sentía un sobresalto en el corazón y José sentía un calor particular aunque todavía no sabía que aquella con la que se había casado sería la Madre de Dios.

María y José se prepararon viviendo en el ocultamiento y en el silencio total al acontecimiento más importante de toda la historia del mundo.

Ciertamente Dios, cuando veía estas dos criaturas orar e intercambiarse afectuosidad, sonreía y se complacía. En el libro del Génesis está escrito que Dios cuando creó el sol, la tierra, el cielo, el mar, los pájaros, las bestias vio que había hecho una cosa buena; esta expresión muestra el agrado de Dios. Y si a Dios le ha complacido todo esto, cuanto más le ha complacido estas dos obras maestras que estaban bajo sus ojos. Dios Hijo miraba a su Madre y a su padre putativo y los amaba inmensamente.

TERCER DIA

Para comprender mejor el fragmento del evangelista Lucas que cuenta la anunciación del arcángel Gabriel a María, hace falta hacer unas premisas. La primera se refiere a la indicación del período en el que ocurrió. Seguramente ocurrió en el período estival, ya que Jesús nació en primavera. La segunda premisa consiste en recordar que si Dios indica el tiempo en el que realiza sus designios, no siempre precisa el día y el mes.

María sabía que tendría que ser la Madre de Dios y probablemente conocía incluso el año en el que lo sería, pero seguramente no conocía ni el día ni el mes. Lucas nos cuenta que, al sexto mes de embarazo de Isabel, el ángel Gabriel fue mandado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen, desposada con un hombre de la casa de David, llamado José" (Lc 1, 26). El ángel, que ya se había manifestado otras veces a María, sabía que se encontraba ante la obra maestra de Dios, de aquella que "es la llena de gracia". El Ángel ha proseguido "el Señor es contigo" porque el Señor dio a María, además de la plenitud de la gracia, todos los dones naturales, preternaturales y sobrenaturales. "Con estas palabras ella se conturbó" (Lc 1, 29). La turbación puede ser explicada así: la Virgen está en oración, consciente de convertirse en la Madre de Dios, del hombre del sufrimiento, de aquél que habría sido muerto y que con su muerte habría redimido a los hombres y borrado el pecado, pero al saludo del ángel, María ha sentido una profunda emoción. La emoción de María ha sido una emoción de sufrimiento. María se estremece porque a la alegría de ser madre, se une el sufrimiento de saber que su Hijo será calumniado, ofendido y muerto. María se ha preguntado si este saludo venía de Dios. En este caso ella estaba a punto de convertirse en madre, pero la espada, como le será anunciado por el viejo Simeón, le traspasará el alma" (Lc 2, 35). Por este motivo, el ángel le ha dicho "No temas", que no tiene el mismo significado del "no temas" que ha dirigido a Zacarías (Lc 1, 13). Éste ha tenido miedo al estar ante un ser sobrenatural, la Virgen, en cambio es una madre que ha empezado a sufrir, incluso antes que en su seno estuviese presente el Hijo de Dios y ahora es asaltada por el sufrimiento de manera intensa y cruel. El ángel ha consolado a María como el ángel en Getsemaní consolará a Jesús, porque se sentirá solo, aplastado, abandonado del Padre. María, la corredentora, no habiendo podido compartir esta noticia con nadie, ni siquiera con su amado esposo, se ha abandonado totalmente a Dios. Cuando el ángel ha dicho a María "Concebirás un hijo" la Virgen ha preguntado "¿Cómo es posible?" no conozco varón (Lc 1, 34), es decir "Puesto que soy casta, virgen y quiero permanecer como tal no queriendo tener relaciones humanas". Esta pregunta, la Virgen la ha hecho por nosotros, no para sí, como Marisa que sabe muchas cosas del futuro de la Iglesia y muchas veces hace preguntas a la Virgen con referencia a este futuro para nosotros, para que también nosotros podamos estar informados sobre todo lo que acontecerá. De hecho, ¿cómo habríamos conocido el misterio de la Encarnación que hace que una virgen se convierta en madre, si este acontecimiento no hubiese sido explicado por Dios mismo?.

La naturaleza tiene sus reglas dictadas por Dios. Dios es autor de la naturaleza, es creador, y tal como ha establecido las reglas también puede derogarlas y abolirlas. La Virgen ya sabía que su prima Isabel, la que todos llamaban estéril, esperaba un hijo. María, a menudo, estaba en éxtasis, en contemplación y en conversación íntima con Dios. Si Dios se comunica con personas simples como Marisa, cuanto más se ha comunicado con María. María ha hablado con las Tres Divinas Personas, del Hijo y del Bautista, un niño al que ha amado particularmente, porque tenía que ser el precursor del "su Jesús". La grandeza, la unicidad y los dones maravillosos de esta mujer han sido ignorados por el mundo que no ha conocido esta obra maestra de Dios, que ha vivido en el ocultamiento, en la humildad y en el silencio y que solo ahora empieza a ser conocida. Ante María tendríamos que permanecer en contemplación para ver la riqueza, la plenitud de gracia. El ángel, en pie, ha anunciado el mensaje de Dios y la Virgen de rodillas ha escuchado. Pero en el momento en el que ella dice: "He aquí la esclava de Señor, hágase en mi según has dicho" (Lc 1, 38) el Verbo se ha hecho carne y el ángel se ha puesto de rodillas porque estaba delante de Dios. El ángel ha sido el primer ser, la primera criatura que ha adorado a Dios en el seno de María, primer tabernáculo eucarístico, y después de haberlo adorado "la dejó" (Lc 1, 38). El ángel se alejó de María, pero nosotros nos acercamos y en el seno de María adoramos a Jesús presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad.

CUARTO DIA

José y María eran felices, serenos y alegres. Eran pobres y ricos: pobres de bienes materiales, ricos de los espirituales. Viven en Nazaret desde hace poco tiempo, cuando, en el día de la anunciación, María ha tenido la confirmación de que Isabel, que todos creían estéril, había concebido un hijo hacía seis meses.

A los dos jóvenes tan felices, tan unidos, la única alegría que les faltaba era la prole. La Virgen sabía que, permaneciendo virgen, sería madre, sabía que habría tenido la alegría de la maternidad. El gran José, en cambio, había ofrecido a Dios su castidad y era consciente que nunca se convertiría en padre. He ahí porque, entre los dos, en este momento el que más sufre es justamente José que ha renunciado voluntariamente a lo que en la mentalidad hebraica es considerado un don de Dios: la paternidad. De hecho, para los hebreos no tener hijos era una vergüenza, porque significaba que no gozaban de la bendición de Dios.

En Ain-Karim, cerca de Jerusalén, a 150 kilómetros de Nazaret, vivían Isabel y Zacarías, descendientes de Aarón, hermano de Moisés y primer sumo sacerdote. No tenían prole.

Isabel era estéril y ambos eran avanzados en edad (Lc 1, 7). Durante toda su vida habían orado continuamente e incesantemente para tener un hijo. José había renunciado voluntariamente a la paternidad, Zacarías e Isabel, en cambio, han orado, hecho ayunos y sacrificios para tener un hijo. Han pedido una intervención milagrosa y el Señor ha intervenido y ha escuchado su oración.

Zacarías ha vivido el anuncio del ángel de manera completamente diferente respecto a la Virgen. María tenía familiaridad con los ángeles. Zacarías estaba aterrorizado por las manifestaciones sobrenaturales y cuando ha visto al ángel ha tenido realmente miedo; esto era un comportamiento común para los hebreos ante lo sobrenatural. Zacarías estaba cumpliendo un oficio que los sacerdotes cumplían una sola vez en su vida: el de quemar incienso antes del sacrificio cruento de los animales. El Señor ha intervenido justamente durante este rito que era el momento más solemne de la vida sacerdotal. Gabriel ha exhortado a Zacarías que no temiera porque su oración había sido escuchada y se convertiría en padre. Por desgracia éste no creyó y por esto se quedó "mudo". Cuando ha salido de lugar sagrado, las personas presentes han comprendido que había vivido una experiencia grandísima. El Evangelio no va más allá, pero nosotros sabemos por la revelación privada que Zacarías, emocionado, confuso, turbado, se ha ido a casa con su mujer que ya se había enterado de la noticia, aunque de manera confusa. Isabel cuando vio a su marido quiso saber detalladamente lo ocurrido y Zacarías, primero con gestos y luego por escrito, ha contado a su mujer su extraordinaria experiencia. Isabel ha creído inmediatamente en la intervención de Dios y ha recibido ayudas sobrenaturales más fuertes y eficaces. Isabel, orante y humilde, ha vivido en el total ocultamiento, porque esta maternidad había producido alboroto. Isabel no pudo compartir con los otros la alegría de la maternidad, porque tenía miedo de ver en sus rostros la sonrisa irónica y por tanto se ha visto obligada "a permanecer escondida durante cinco meses" (Lc 1, 24).

Juan será grande, no habrá otro nacido de mujer más grande que él, pero la madre es igualmente grande, porque ha anticipado en sí el sufrimiento del hijo. Juan se topará con una fuerte oposición, será perseguido por los doctores de la ley, por los sacerdotes, por el rey Herodes que ordenará que le corten la cabeza. Isabel ha encontrado desconfianza e ironía por parte de los amigos y parientes, pero el Señor la estaba preparando para otro don: una jovencita de 14 años iría a verla pronto para ponerse a su servicio: María de Nazaret.

QUINTO DIA

Un lector poco atento a la lectura del Evangelio podría pensar que después de la anunciación del ángel Gabriel a María, todo había vuelto a la normalidad, pero no es así, porque lo invisible se ha convertido en visible.

El ángel se ha alejado de María y ha vuelto al Padre, justo como hace la Virgen cuando al terminar la aparición dice: "Ahora vuelvo al Padre". El ángel, en el momento de la anunciación y la Madre de la Eucaristía en el momento de la aparición son los mensajeros de Dios y es por tanto justo que, una vez terminado su trabajo, tengan que volver a Aquel que los ha enviado. El ángel Gabriel ha vuelto a Dios, no para contar lo que ha ocurrido, porque a Dios nada le es desconocido, sino simplemente porque es justo que los que reciben un encargo del Señor, una vez cumplido, vuelvan a Él para honrarlo y adorarlo. Todo parte de Dios y todo vuelve a Dios. En el momento mismo en el que el ángel Gabriel ha vuelto a Dios, una miriada de ángeles han entrado en la Tierra. Los ángeles del Paraíso ven, gozan, ensalzan y adoran a Dios, y desde el momento en que Dios se ha hecho presente, como hombre, en el seno de María, han circundado este tabernáculo humano y han continuado desarrollando el mismo trabajo de alabanza que desarrollaban en el paraíso. Los ángeles han ensalzado y adorado al Niño Dios postrados en adoración delante de Él.

Podemos hacer un paralelo entre la encarnación y los milagros eucarísticos, de los cuales hemos sido testigos. Cuando se ha verificado un milagro eucarístico, el acontecimiento no se ha acabado con el exclusivo beneficio de las personas que veían y adoraban la Eucaristía, sino que ha dispensado abundantes gracias a toda la Iglesia. A consecuencia de ello, cuando Jesús Eucaristía se ha hecho presente de manera milagrosa y extraordinaria, ha enriquecido espiritualmente a todos los hombres, incluso a los que no estaban en conocimiento de ello.

Nadie estaba en conocimiento de la encarnación, ni los poderosos ni los humildes. Ni siquiera el padre putativo, el esposo de María, sabía que el Hijo de Dios se había encarnado en el seno purísimo de su mujer, sin embargo toda la creación, que traía sobre si el peso del pecado, ha sentido que la liberación estaba a punto de empezar y el mal estaba a punto de ser derrotado. Como consecuencia, la encarnación ha traído beneficios a todos los pueblos, a todos los hombres, incluso a los más distantes y que vivían en países todavía desconocidos, como Australia y América. La encarnación es una poderosa acción de Dios y como tal ha derramado una cantidad enorme, inmensa de beneficios espirituales.

La primera acción que ha hecho María después que el Hijo de Dios se ha encarnado en su seno, ha sido adorar a Dios que estaba presente en ella. En su oración se han recogido todas las oraciones de los justos del Antiguo Testamento que han esperado el Mesías; todos los sufrimientos de los profetas, de los enviados de Dios, que han sufrido incomprensiones y sufrimientos por parte de los propios hermanos. María en aquel momento era como un cáliz que acogía al Hijo de Dios y como una patena sobre la cual se depositaban las oraciones de toda la humanidad. María representaba a todos los hombres, era el ser humano más agradable a Dios y unía consigo a Dios y las oraciones de todos los hombres. María por tanto se ha recogido en profunda oración y de su corazón ha salido un grito de agradecimiento y de aceptación de los designios de Dios.

¿Era justo que María no dijese nada a José? No, según la lógica humana, sí, según la voluntad de Dios. También José tenía que colaborar a los designios de salvación y contribuir a la redención, no porque Dios tuviera necesidad de ello, sino porque José era un alma elegida, era un justo, era un criatura amada particularmente por Dios, era uno que ha vivido en la unión, en el abandono más total a Dios; por esto el Señor ha querido que el esposo de María y padre putativo de Jesús ofreciese su aportación de sufrimiento.

Cuando esta pareja afortunada se unía en la oración de los salmos, en la lectura de las profecías mesiánicas, del corazón de la Madre de Dios emanaba un fuego de amor hacia el Mesías y José veía a María arrebatada en éxtasis, que tenía una mirada y una actitud celestial, pero él no preguntaba nunca nada.

María, como dice Lucas, lo guardaba todo en su corazón y refería a su amado esposo sólo lo que Dios quería. El primer tabernáculo eucarístico ha vivido durante algunos meses en el más completo silencio y ha conservado celosamente este gran secreto. Dios une, es fuente de amor, y los dos esposos han estado siempre muy unidos; han formado verdaderamente un solo corazón y una sola alma.

También nosotros podemos unirnos a María en la espera del nacimiento de su Hijo. La Virgen nos invita a recitar esta jaculatoria: "Niño Jesús, Dios de amor, ven a nacer en mi corazón" y nos ha dicho: "Esperad al Niño Jesús que viene una vez más a vosotros, acogedlo en vuestro corazón, acunadlo, procurad que sienta vuestro amor por Él, por toda la Iglesia".

SEXTO DIA

Narremos ahora la visita de María a Isabel. La Virgen está en cinta del Mesías, por obra del Espíritu Santo, y su prima Isabel está en cinta del precursor del Mesías por una milagrosa intervención del Señor "porque Isabel era estéril y ambos (los cónyuges) eran de edad avanzada" (Lc. 1,7).

La relación entre el Mesías y su precursor ha sido una relación íntima y particular. El precursor, en los designios divinos, tenía que ser santificado en el seno de su madre, a través de una intervención de Dios. Aunque un simple acto de voluntad de Dios podía ser suficiente para santificar a Juan, sin embargo en los planes divinos estaba establecido que fuese el Mesías, con su presencia, el que santificara al precursor. María, por inspiración divina, ha comprendido que tenía que ir a casa de su anciana prima para cumplir la voluntad de Dios. Puesto que ha sido siempre dócil y obediente a la divina voluntad, ha manifestado una vez más su docilidad a Dios. Está casada desde hace pocos meses, se ha trasladado a Nazaret desde hace poco tiempo, pero está dispuesta a afrontar un nuevo e incómodo viaje, peligroso e incierto. José no ha obstaculizado el deseo que su joven esposa le ha manifestado. No conocía todavía la obra del Espíritu Santo en el seno de María y pensaba que la decisión de ir a Ain Karim, que distaba 150 kilómetros de Nazaret, era un acto dictado por el amor, por el espíritu de servicio y del afecto particular de su esposa hacia una mujer no tan joven. José se sintió feliz de unirse a este acto de amor y decidió partir con María. A causa de este viaje, la Virgen ha sufrido críticas severas por parte de amigos y parientes que han presionado a José para impedirlo. En esta oposición tenemos que reconocer también una maquinación diabólica. El demonio es inteligente y puede comprender mejor que los hombres los designios de Dios y por tanto hace todo lo posible para oponerse. Pero la docilidad, la dulzura y la firmeza de María han sido verdaderamente un baluarte contra los que se han hecho añicos todas las oposiciones puestas por parte de parientes y amigos.

La joven pareja ha partido. Para hacer un viaje tan largo, en aquellos tiempos, hacían falta cerca de seis o siete días. Durante este largo viaje los jóvenes esposos han orado muchísimo y cantado para hacerse compañía y permanecer despiertos. La bellísima voz de la joven esposa se entrelazaba con la poderosa de su esposo y los dos alababan a Dios. Su canto era maravilloso y resonaba por los caminos, a menudo desiertos. También los ángeles se han unido a los dos esposos y han cantado, dando ininterrumpidamente gloria a Dios Hijo, presente en el seno de María.

Este viaje ha sido la primear procesión eucarística: Jesús no estaba expuesto en un ostensorio, pero estaba presente en el seno virginal de la Madre de la Eucaristía. José no sabía que con ellos estaba el Hijo de Dios, pero sentía algo en su corazón, una alegría indecible, incomprensible, y de la presencia real y divina recibía fuerza, valor y apoyo.

Durante el camino los cónyuges han hablado seguramente del Mesías. José era uno de los pocos hebreos que conservaba inalterado el concepto espiritual del Mesías y oraba ininterrumpidamente para que aquel que tenía que librar al pueblo de los pecados viniese cuanto antes. Esta situación nos hace conocer a un José más simpático, real, vivo, espontáneo y a la vez también fuerte. Ha sido un viaje lleno de incomodidades porque no había albergues o restaurantes. Han comido pan, probablemente algún dátil, han bebido agua, nada de carne o pescado, porque no era posible llevar consigo estas provisiones. A pesar de esto eran felices, porque estaban haciendo la voluntad de Dios.

Cuando los dos esposos han llegado a Ain karim y han entrado en la casa de Zacarías, Isabel ha salido a su encuentro y ha exclamado: "Bendita eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Y como es que la madre de mi Señor viene a mi?" (Lc 1, 42-43). Esto, Isabel, no lo ha dicho delante de todos, porque "el gran misterio" no puede y no tiene que ser todavía manifestado. Aparte de María, por el momento, sólo a Isabel se le ha dado a conocer que el Mesías se ha encarnado en su seno; José todavía no se ha enterado.

Ciertamente en casa de Zacarías estaban también otras personas con las cuales, según la costumbre hebraica, María y José se intercambiaron los saludos. La joven pareja se ha alegrado con los ancianos parientes, Isabel y Zacarías, del inminente nacimiento de su hijo. Después con discreción y reserva, María e Isabel se han apartado a otra habitación y se han hecho confidencias recíprocamente.

SEPTIMO DIA

El coloquio entre las dos mujeres ha ocurrido de manera reservada, porque si alguno hubiese oído lo que Isabel ha pronunciado ciertamente habría comprendido que en el seno de María estaba presente el Mesías. En los designios de Dios este misterio tenía que ser todavía guardado y revelado solo a la que ha elegido como madre del precursor del Mesías. Ciertamente el tema entre las dos mujeres no se ha terminado con la exclamación de Isabel y la respuesta de María que ha cantado el himno al amor: el Magnificat, porque ellas han empezado una conversación que se ha alargado durante los tres meses en los que María ha permanecido al "servicio" de la anciana prima.

José, por motivos de trabajo, ha tenido que dejar a su joven esposa y volver a Nazaret. Podemos imaginar el sufrimiento del uno y de la otra, pero ambos han aceptado de buen grado lo que Dios ha pedido. María y José, en la manifestación de los afectos, se han comportado como una pareja común. La esposa desde el umbral de la casa ha seguido con la mirada la figura de su marido, hasta que ha desaparecido. El marido cada poco se ha dado la vuelta y ha saludado. Con sufrimiento en el corazón y derramando, probablemente, alguna lágrima, signo de un amor fuerte y sincero, José ha vuelto a Nazaret. Antes de irse ha pedido a Zacarías la bendición, porque el sacerdote es un intermediario entre Dios y los hombres y una de las tareas del sacerdote es bendecir. José se ha inclinado humildemente delante del representante de Dios que ha invocado la bendición divina sobre este joven que volvía a su pueblo.

María e Isabel han hablado entre ellas de sus propios hijos. María ha mostrado un amor particular hacia el niño todavía en el seno de su prima y lo ha manifestado en todos los modos asistiendo a la madre y acariciándole el vientre, gesto que intercambiaba Isabel con ella. Han orado muchísimo juntas por sus propios hijos y por su misión. Eran oraciones maternas, afectuosas; las dos eran como dos lámparas que ardían delante de Dios.

María ha cumplido su servicio con humildad, no ha pretendido un papel importante, no ha reivindicado una posición privilegiada porque era Madre de Dios, sino que ha reservado para sí misma el trabajo de sierva de Dios y de su prima Isabel. Ya que se ha definido sierva de Dios se ha sentido también sierva del prójimo. Al nacimiento de Juan Bautista, la casa de Zacarías, que permanecía siempre envuelta de silencio, en la discreción y en la reserva, se llenó de confusión porque parientes, amigos y conocidos, peleaban por ocupar "los primeros lugares". María se ha quedado atrás, pero sabía perfectamente que este niño tenía que ser llamado Juan, mientras los parientes "querían llamarlo con el nombre de su padre, Zacarías" (Lc 1,59)

María no ha intervenido en las disputas ni en las discusiones, ha vivido su papel en la humildad y esto nos tiene que servir de profunda enseñanza. Ella ha estado presente en el nacimiento de Juan Bautista. Juan Bautista ha sido santificado, en él la culpa del pecado ha sido borrada por la presencia y por la acción divina del Hijo de Dios, presente en el seno de María. Este niño ha nacido ya redimido, en cuanto que a él le han sido aplicados por anticipado los méritos de la redención. Isabel, como madre, ha abrazado y besado la primera a Juan, en esto María ha evidenciado una vez más su humildad; no ha pretendido anteponerse y solo después de Isabel ha demostrado su afecto hacia este niño.

María, finalizado su servicio, ha esperado el regreso de José. Antes de partir para Nazaret ha pedido también ella la bendición al sacerdote Zacarías. En María era notable el sufrimiento por la separación de este niño que ha amado de manera particular. La Virgen ha estrechado por última vez sobre su corazón al precursor de su Hijo, lo ha besado, acariciado y, como hará con su Jesús, lo ha levantado hacia Dios Padre.

OCTAVO DIA

La joven pareja, una vez han regresado de Ain-Karim, ha reemprendido su vida ordinaria en Nazaret.

José compartía con su amada esposa la jornada. Juntos oraban, recitaban salmos e himnos, leían la Palabra de Dios. Pasaban los meses y José se daba cuenta que su amada esposa comenzaba a dar signos de una maternidad incipiente. Él se ha sentido destrozado entre el amor a su esposa y el respeto a la ley. José ha recibido los dones de Dios por lo cual puede comprender donde está el bien y el mal. Era consciente que María era un tesoro de gracias y estaba seguro que no había cometido un pecado de adulterio, pero no conseguía darse una explicación. Ha constatado un acontecimiento para él inexplicable, pero no ha querido acusar a su esposa de adulterio; pero existía una ley que era respetada. Estaba seguro de no ser el padre del niño, pero también estaba seguro que tenía una mujer santa; por esto trató de ponerla al amparo de juicios negativos y pesados y decidió repudiarla; no para lavarse las manos, sino por una gran acto de respeto hacia María.

José ante este hecho no ha agredido a su esposa, no ha hecho preguntas, no ha pedido explicaciones, sino que ha orado y sufrido. Su alma estaba desgarrada, sus ojos veían algo inexplicable, pero su corazón le indicaba que tenia que continuar respetando a su amada esposa. Todo esto hacía estar mal a José. Este atroz sufrimiento ha sido querido por Dios, para que san José pudiese contribuir a la obra de salvación. Ha sido un modo hermosísimo, grandísimo con el que el Hijo de Dios, hijo natural de María, ha pedido a su padre legal que colaborara, que contribuyera, aunque inconsciente, a la obra de salvación. José sabía perfectamente que tenía que venir el Mesías, pero no sabía que su esposa era la madre del Mesías ni que él se convertiría en el padre legal del Mesías. He ahí porque, a mi parecer, no se tendría que hablar tanto de la duda de san José, sino del sufrimiento y del desgarro de esta gran santo que ha sido comprendido por María que se ha dado cuenta que su amado esposa estaba sufriendo muchísimo. Estas dos criaturas que se amaban profundamente, han continuado orando juntos, se miraban a los ojos y sufrían.

José, ha obtenido de Dios dones particulares. También él ha tenido comunicación con Dios a través de aquellas experiencias que los evangelistas han llamado sueños, pero que en realidad eran visiones interiores, a través de las cuales Dios comunicaba Su voluntad a aquel que había elegido como esposo de la Madre de su divino Hijo. Se le ha aparecido en sueños un ángel del Señor y le ha dicho: "José, hijo de David, no temas en tomar contigo a María, tu esposa, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tu lo llamarás Jesús: él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1, 20-21). El ángel ha repetido a José lo que había dicho a Zacarías y a María: "No temas". José ha sabido que el Señor le había dado como esposa a una mujer excepcional que se había convertido en Madre de Dios y no se ha sentido digno ni capaz de la tarea encomendada. Ha pensado que no era capaz y se ha preguntado: "¿Quién soy yo para que el ojo de Dios se haya posado sobre mi persona?". Pero cuando el Señor llama, da las ayudas necesarias a las personas llamadas para desempeñar la misión confiada. También a nosotros el Señor nos ha dirigido muchas veces la exhortación "No temas pequeño rebaño, porque yo he vencido al mundo, no temas pequeño rebaño, porque yo he derrotado el mal, porque yo he dado los sacramentos, mi gracia, sobretodo he dado la Eucaristía, no temas, pequeño rebaño, porque llegará el triunfo de la Eucaristía, de la verdad y tu triunfo".

Respondamos como José y abandonémonos a Dios; ésta es la única respuesta. Dios se sirve, este es su estilo, de las personas humildes para confundir a los soberbios. Jesús ha amado el ocultamiento, ha nacido y ha resucitado en el silencio. Cuando nos sentimos abatidos, aplastados, cansados y sentimos que no podemos más, elevemos los ojos al Cielo y digamos el Padre Nuestro. Esta oración nos dará aquella paz que deseamos, aquella tranquilidad que invocamos y aquella serenidad que tiene que empujarnos a trabajar con más empeño y más valor.

NOVENO DIA

Los dos esposos que no han perdido nunca la confianza en el Señor ni han pecado contra la virtud del abandono, han encontrado una completa y serena armonía.

Transcurrían días muy hermosos, que permitían ver a una mujer feliz que era grande para dar a luz a un hijo y a un hombre que mostraba cotidianamente alegría, porque a él el Señor le ha reservado la gran tarea de ser el padre putativo del Mesías. Los dos jóvenes esposos oraban mucho y hablaban continuamente del Mesías, aunque san José no conocía exactamente cuando nacería Jesús. No era curioso, no quería hacer preguntas indiscretas, le era suficiente saber que María se convertiría en madre del Mesías. Solo ella conocía el momento del nacimiento del Hijo de Dios.

En los dos esposos la alegría aumentaba cada día que pasaba, porque estaban siempre unidos al Señor. La misma alegría tendría que estar presente en nosotros cada día cuando recibimos la Eucaristía o cuando nos acercamos al tabernáculo para manifestar nuestra fe en la presencia real de Jesús.

Este joven hombre mientras trabajaba distante de la mujer y del hijo de Dios que estaba en su seno, ha tenido siempre el pensamiento fijo hacia ellos y cada vez que salía de casa y cada vez que volvía, se postraba en adoración delante de María porque sabía que en su seno estaba Dios. Ha guardado celosamente este secreto, porque no era todavía el momento de la manifestación pública. María sabía que el niño nacería en Belén. José, en cambio, pensaba que el niño nacería en Nazaret y preparó la cuna para el pequeño Jesús, que por desgracia no utilizaría.

De hecho, como ha sido profetizado por Miqueas, el niño Dios tenía que nacer en Belén. Esta profecía se ha realizado gracias el edicto del emperador Augusto. Éste era un emperador orgulloso y un óptimo administrador y quería saber cuantos súbditos tenía. El edicto ha involucrado también al reino de Israel, cuyo rey no gozaba de autonomía completa, porque era como un vasallo al servicio del emperador. Por tanto, todos tenían que ir a inscribirse al pueblo de origen, como prescribía el edicto imperial.

María y José eran de descendencia davídica y tenían que ir a Belén, cuna de la casa de David. La obligación se refería sólo al cabeza de familia, no a la esposa, y José se sentía nuevamente desgarrado entre el sufrimiento del alejamiento de su esposa y el riesgo de afrontar un fatigoso viaje, tanto más porque María estaba cercana al parto. Dios ha intervenido de nuevo y ha inspirado a José que llevase consigo a su esposa. María era feliz de acompañar a José, porque veía que los designios de Dios se estaban realizando.

En cambio, los parientes han manifestado de nuevo una fuerte oposición contra José. Lo han acusado de ser un marido insensible e irresponsable. Los dos cónyuges, como era su estilo, han callado, orado y han partido. Esta vez el viaje era diferente de aquel que habían hecho cuando habían ido a casa de Zacarías e Isabel. Los dos esposos sabían quien estaba con ellos, han conversado, dialogado y se han abandonado a los designios del Padre. María ha dialogado también con su hijo y José no ha participado en estos diálogos entre madre e hijo.

El viaje ha durado cinco o seis días. Fue muy diferente de los actuales peregrinajes en los que tendrían que haber momentos de oración y que sin embargo se transforman a menudo en ocasiones de diversión y de evasión. El período en el que ha ocurrido el viaje no ha sido el invernal, como muchos piensan, sino el primaveral, período más favorable para hacer desplazar a millones de personas.

Los dos esposos han llegado a Belén. Hace falta desmentir otra leyenda en la que se dice que María y José llamaban a las puertas y pedían hospitalidad en diversas casas. Las casas hebraicas estaban formadas ordinariamente por una única habitación que de día era el comedor y cocina y de noche se transformaba en habitación para dormir. En la misma estancia por tanto era un conglomerado en el que había hombres y mujeres que dormían juntos estirados sobre simples estoras. José, tan delicado y atento, no podía escoger esta solución que impedía la reserva. El evangelio no dice nada referente a esto, sino solo que "no tenían sitio en el alojamiento" (cfr. Lc 2, 7) que no era un albergue de 5 estrellas, sino un recinto con un pórtico que se extendía por los cuatro lados y en cuyo centro se hacinaban los animales; bajo el pórtico dormían las personas en la mayor promiscuidad.

Belén no tenía montañas, como muchos piensan, sino sencillamente altiplanos donde había grutas, que eran usadas para acoger a pastores y animales. Encontrada una gruta libre, aunque sucia, el joven esposo la ha limpiado y dejado el lugar lo más digno posible para acoger a la Madre de Dios. Los dos esposos se han puesto en profunda oración y José, siempre inspirado por Dios, ha comprendido que tenía que alejarse momentáneamente de su esposa y hacerse a un lado. Éste era uno de esos momentos que él conocía bien y en los cuales se retiraba siempre, porque sabía que María conversaba con Dios. Este momento particular de fuerte e íntima unión con Dios ha introducido el acontecimiento más esperado de la historia. Durante nueve meses, María, ha llevado en su seno al Niño Dios que, en el momento del nacimiento, ha entrado en el mundo y dividido la historia en dos partes: Antiguo y Nuevo Testamento. María describe así el nacimiento de su Hijo: "Como un rayo de luz pasa a través de un cristal purísimo sin romperlo, así mi Hijo ha pasado a través de mi seno virginal".

CONCLUSION

El fragmento de Isaías (Is 9, 1-3; 5-6) tiene un claro significado mesiánico. Isaías hace referencia a la realidad histórica que se refiere al pueblo hebraico, o mejor dicho a la tribu de Judá, oprimida por el peligro de invasión por un pueblo enemigo. Los enemigos son poderosos y el pequeño reino de Judea no puede hacer frente a este peligro; se siente ya oprimido y vencido y Dios manda al profeta Isaías a animar a este pueblo.

Se tiene que partir de este acontecimiento histórico para llegar al acontecimiento que ha dividido toda la historia en dos partes: Antiguo y Nuevo Testamente. Tal como el pueblo se encuentra sumergido en la preocupación y en la angustia y se salva del peligro inminente del enemigo, así el hombre se encuentra sumergido en el pecado que es derrotado por la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Dice san Pablo en la carta a los Filipenses: "… Cristo Jesús, siendo de naturaleza divina, no consideró un codiciable tesoro su semejanza con Dios, sino que se despojó a sí mismo tomando la condición de siervo haciéndose semejante a los hombres…" (Fil 2, 6-7). De hecho Jesús ha renunciado voluntariamente a sus atributos divinos y ha aparecido semejante a los hombres, excepto en el pecado.

Así el Dios niño nace por nosotros. Es un pequeño ser humano, una criatura aparentemente débil pero, sobre cuyas espaldas, como dice Isaías, está el emblema de la soberanía. Él es el consejero admirable, el Dios poderoso, el Padre para siempre, el príncipe de la paz. Todos estos atributos pertenecen a la naturaleza divina de Aquél que a través de su sufrimiento y su muerte nos hace a todos hijos de Dios.

Evidenciamos ahora la gran generosidad de María. Solo en un primer momento reserva las propias atenciones para el hijo recién nacido y lo acoge con un tierno abrazo. En un segundo momento ofrece a Jesús a los sencillos pastores y este ofrecimiento continúa en el tiempo y se renueva cada vez que es celebrada la santa Misa. Es María quien ofrece el cuerpo y la sangre de su Hijo para alimentar el alma y fermentar el interior de las personas. Este pan y vino eucarísticos son la carne y la sangre de María.

María es la raíz de la Eucaristía, no puede haber nacimiento de Cristo sin la presencia de María, no puede haber Eucaristía sin la Madre de la Eucaristía. María, de hecho, forma un binomio indivisible con su Hijo, no se puede amar a María excluyendo a Jesús ni amar a Jesús prescindiendo de María. Como la Eucaristía transformada en forma de concha ha derramado sangre, que ha guardado y protegido, como perla preciosa, así María, con su sí ha dado su seno para custodiar y proteger al Niño Dios, aceptando totalmente la voluntad de Dios Padre.