Eucharist Miracle Eucharist Miracles

15 de enero de 2004

Un milagro eucarístico en el lugar taumatúrgico ha hecho posible la presencia simultánea de sangre divina y de sangre humana en una hostia, acontecimiento que nunca ha ocurrido en la historia de la Iglesia.

Por la tarde del 15 de enero de 2004 ocurrió un extraordinario milagro eucarístico. En el pasado, muchas veces, la Eucaristía, traída al lugar taumatúrgico por Jesús, Nuestra Señora, los ángeles y los santos, era colocada sobre las flores o en los vasos sagrados en el altar, pero esta vez Nuestra Señora ha colocado una hostia en la frente ensangrentada de Marisa.

Durante la mañana se había producido la enésima emanación de sangre de los estigmas de las manos, de la frente y del costado de la vidente, de manera abundante y extremadamente dolorosa. Por la tarde S. E. Mons. Claudio Gatti fue informado de que Marisa estaba cantando en su habitación y su canto alcanzaba tonos tan elevados, que ningún cantante habría podido llegar. El Obispo llamó a la puerta, pero no recibiendo respuesta, se dio cuenta enseguida que Marisa estaba en éxtasis y estaba cantando con la Virgen. Terminado el canto, la Madre de la Eucaristía dijo a Marisa que ningún santo o místico había sufrido lo que está sufriendo ella y esto hace que, para Dios, sea la estigmatizada más grande y más importante. A continuación la Virgen colocó una hostia en la frente de Marisa, que se quedó perfectamente adherida, porque había emanado nueva sangre.

Sobre esta sangre humana, el Señor ha querido colocarse a Sí Mismo. Puesto que en la Eucaristía está realmente presente Jesús en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, este milagro eucarístico ha hecho posible la simultánea presencia de sangre divina y de sangre humana en una hostia, acontecimiento que nunca antes ha ocurrido en la historia de la Iglesia. El Señor, uniendo su sangre a la de una criatura suya, ha querido evidenciar la unión indisoluble, místicamente profunda, que existe entre Él, víctima divina y Marisa, víctima humana. Solamente la sangre divina salva, convierte y redime a los hombres, pero el Señor llama para Sí a algunas almas para unirlas a su pasión: esto es un gran acto de amor y de estima hacia sus hijos, porque nada puede añadirse al poder de su Redención y a los infinitos méritos de su pasión. También, el Señor, nos pide ayuda a nosotros, no a través de la inmolación total, sino de un testimonio fiel y generoso.

En las primeras horas del sábado 17 de enero, la hostia, que hasta aquel momento había permanecido perfectamente adherida en la frente, de repente se desprendió. Sobre ella estaban visibles los pequeños grumos de sangre de Marisa. Veinticuatro horas más tarde, mientras el Obispo estaba secando la sangre que había surgido nuevamente de las manos, de la frente y del costado de la vidente, apareció Nuestra Señora y dijo: "Hijos míos, salió también la sangre de Jesús de la hostia que yo traje el jueves". De hecho en ella era visible de forma más relevante la sangre de Cristo junto con la de Marisa. Por otra parte la hostia emanaba el intenso perfume que caracteriza a todos los milagros eucarísticos ocurridos en el lugar taumatúrgico.

Este milagro eucarístico, del cual nosotros somos testigos, es un estímulo a hacernos responsables y conscientes y a vivir las intervenciones de Dios de modo consecuente. Cada intervención de Dios trae beneficios espirituales enormes en toda la Tierra, por lo que hoy podemos decir es que el mundo es mejor y que la Iglesia es más santa.

El milagro eucarístico del 11 de junio de 2000 es el sello que Dios ha puesto sobre el episcopado dado a nuestro Obispo y a todos los milagros eucarísticos ocurridos en el lugar taumatúrgico. Del mismo modo, este milagro puede ser considerado el sello de la unión de la pasión de Cristo y de la vivida las veinticuatro horas ininterrumpidamente, de nuestra hermana Marisa que, puede afirmar, como dijo S. Pablo: "Me alegro por los sufrimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que le falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1, 24).