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Texto de la Adoración Eucarística del 25 octubre 2015

Fiesta de la Madre de la Eucaristía

Las apariciones de la Madre de la Eucaristía han abierto una ventana hacia el Paraíso. Una Madre atenta, solícita y partícipe de la vida de sus hijos se ha dado a conocer a la humanidad a través de la relación con una sencilla criatura; nuestra hermana Marisa ha dirigido siempre sus ojos, su corazón y todo su ser hacia aquella criatura celestial que venía a su encuentro, la acunaba, la confortaba y la guiaba por el camino que el Señor había escogido para ella.


Así describe Marisa a la Virgen:

“La Virgen está de pie, tiene los brazos abiertos y gesticula un poquito cuando habla. Se arrodilla profundamente en adoración cuando está Jesús o la Santísima Trinidad. Cada vez que la veo es cada vez más hermosa. Se apoya en una blanca nube, blanquísima. Es muy joven, por lo que mis ojos pueden ver, parece de 18-20 años. Es alta alrededor de 165-168 cms.; el rostro es armonioso, ovalado, del color natural de su país; tiene las mejillas rosadas; los labios son normales, muy bonitos y rosados. Cuando sonríe es todavía más hermosa porque se le forman dos hoyuelos en las mejillas. Los ojos se iluminan y son de color entre azul y negro, muy grandes y profundos. La nariz está en armonía con el rostro, para mí es preciosa. Tiene las pestañas oscuras, como las cejas. Veo el rosto y el cuello de la Virgen, pero no las orejas. También veo que el pelo es largo y oscuro, un poco en la cabeza y un poco en los lados. Tiene las manos libres y los brazos extendidos hacia el cielo cuando habla de su Hijo Jesús y extendidos a mí cuando habla con nosotros, los hombres. No tiene nunca las manos juntas, sino cruzadas sobre el corazón cuando dice el “Padre nuestro”, el “Gloria al Padre” y el “Magnificat”. Inclina la cabeza en señal de reverencia, cuando recita el “Gloria al Padre”. Por orden de Dios Padre recita también el “Ave María” con nosotros. Cuando da el mensaje, la Virgen me mira. Cuando viene con la Eucaristía lleva un velo blanco en la cabeza y un manto azul que sale de la espalda hasta apoyarse en las nubes. Lleva el vestido blanco marfil que le cae suelto hasta las nubes. Cuando viene sin Eucaristía no lleva el velo blanco, tiene el manto que sale de la cabeza hasta llegar a las nubes. La Virgen es de una belleza y dulzura que no se pueden describir”.

Nosotros los miembros de esta comunidad no hemos visto nunca a la Madre de la Eucaristía, pero de ella hemos conocido la infinita dulzura, hemos gozado de su compañía, hemos sentido su perfume, hemos sido caldeados y alentados por su amor materno, inmersos en una atmósfera sobrenatural indescriptible, muy lejana a cualquier experiencia terrena.

Muchos de nosotros éramos poco más que adolescentes cuando empezamos a conocer a la Madre de la Eucaristía y todavía hoy recordamos el silencio y el recogimiento que descendía entre nosotros cuando nos reuníamos entorno al Obispo Claudio y Marisa, para esperar la venida de la Madre celeste.


CANTO: VEN MARIA


También hoy queremos imaginar a la Madre de la Eucaristía en medio de nosotros, arrodillada en profunda adoración delante de su Hijo Jesús. Al lado de ella vemos a nuestros padres espirituales que han caminado siempre a su lado, finalmente alegres y que siguen presentes en nuestras vidas.

En el centro de todos nosotros brilla él, Jesús Eucaristía, que es nuestra fuerza cuando nos sentimos débiles, nuestra luz cuando no sabemos dónde ir, nuestro refugio cuando nos sentimos cansados, nuestra esperanza para el futuro.

La presencia real de Cristo es una presencia fértil. Cada vez que nos paramos a adorar a la Eucaristía, el Señor pone en nuestro corazón haces de luz que hacen aumentar la belleza del alma y nos transforman para hacernos cada vez más semejantes a él.

Nuestro Obispo nos repetía a menudo:

“Jesús tiene sed de nosotros, cada uno de nosotros tiene que estar lleno de Cristo. Yo no me cansaré nunca de espolearos a una vida fuerte, unida a Cristo. Sólo a través de la Eucaristía podemos estar unidos a Cristo, cuanto más nos alimentamos de la Eucaristía más crece nuestra capacidad de amar y de ir al encuentro de los demás. El amor es un don, amamos si Dios pone su amor dentro de nosotros”.

Por eso el título más hermoso y completo, con el que a la Virgen le gusta particularmente ser invocada, es “Madre de la Eucaristía”, esto nos permite comprender cuán grande es su deseo de llevarnos a Su Hijo. El primero en llamarla con este título fue el propio Jesús, el día de su circuncisión, como leemos en el libro que cuenta la vida de la Virgen: “Yo soy Dios, tú eres la Madre de Dios. Yo soy el pan de la vida; yo soy el pan vivo bajado del cielo; yo soy la Eucaristía; tú eres la Madre de la Eucaristía”.


CANTO: TE AMO SEñOR


Las cartas de Dios que hemos recibido son un don inmenso para todos los hombres, son una ayuda para caminar hacia la santidad, constituyen la espiritualidad por excelencia que brota del amor de Dios. Para sintetizar estos conceptos son suficientes dos frases: “Conoced a Jesús Palabra. Amad a Jesús Eucaristía”. Es éste el camino más seguro para llegar al Paraíso.

Las cartas de Dios han dado grandes frutos espirituales: conversiones, familias reunidas, nacimiento de vocaciones sacerdotales, recuperación de almas consagradas en crisis, nuevo empuje del compromiso sacerdotal y sobre todo muchos jóvenes han redescubierto la belleza de la vida de gracia.

Las cartas de Dios se han divulgado prodigiosamente, hasta el punto que se han formado numerosos grupos de oración dedicados a la Madre de la Eucaristía. La Virgen ha triunfado como “Madre de la Eucaristía”: es conocida, amada y venerada en todo el mundo, incluso entre personas de religiones diferentes de la católica.

Esto no se habría podido realizar sólo con los medios humanos a nuestra disposición, de hecho en uno de los últimos encuentros bíblicos Mons. Claudio Gattti nos confió que, milagrosamente, el Señor le había enviado en bilocación a él y a la vidente a cada rincón de la Tierra para hacer conocer a la Madre de la Eucaristía.

El Señor ha mandado a la Madre de la Eucaristía al mundo porque nos ama con un amor infinito y le gustaría salvar a todos los hombres para acogerlos en su abrazo y en la alegría de la vida eterna.

Si cada hombre se abriese al amor de Dios descubriría una alegría inmensa, se sentiría más fuertes porque estaría sujeto y sería ayudado por la gracia divina y podría decir como S. Pablo:” Cuando soy débil, es cuando soy fuerte” (2 Cor, 10).

Cuando Dios está entre los hombres entonces reinan la caridad, la paz, la esperanza, la unión, el compartir, es decir, en una sola palabra, reina el amor.


CANTO: HIJOS DEL AMOR