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Carta mandada el 13 de mayo de 2008 por el Obispo Claudio Gatti al Papa Benedicto XVI

Beatísimo Padre,

después de tres años me dirijo de nuevo a V.S. para pedirle humildemente y confiadamente que dedique un poco de su precioso tiempo para volver a examinar mi caso a fin de que sea readmitido en el Clero, porque ésta es la voluntad de Dios.

Sobre mi dimisión del estado clerical existe sólo una comunicación enviada por el card. Ruini, con carta certificada, fechada el 5 de Noviembre del 2002, prot. N. 1466/02.

Éste es el texto de la carta que me envió el card. Ruini que no tiene ningún valor jurídico: El 18 de octubre del 2002 el Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al Cardenal Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, ha dispuesto su inmediata dimisión del estado clerical "ex officio et in poenam, cum disponsatione ab omnibus oneribus e sacris Ordinibus manantibus. La decisión pontificia se ha de considerar inapelable".

El 16 de Noviembre me entregaron la susodicha carta y me fue suficiente leer el nombre del remitente para comprender inmediatamente cuál era su contenido. De hecho, durante diversos años Jesús y la Virgen, como lo documentan muchas cartas de Dios ya publicadas, me habían preparado para recibir y soportar la injusta condena que han definido como: "último golpe de Satanás".

Satanás lucha contra la Iglesia y persigue personalmente o por medio de sus afiliados a los que han recibido de Dios importantes misiones que desempeñar.

Con la carta cerrada en la mano, fui inmediatamente delante del Crucifijo, me arrodillé y pedí a mi Señor la fuerza y la gracia de soportar el golpe diabólico que en los planes divinos representaba mi muerte moral. Después abrí el sobre y mientras leía su contenido "mi alma estaba triste hasta el punto de morir" (Mt. 26,38) Saboreé, en efecto, algunas gotas del cáliz que Jesús bebió en Getsemaní.

Terminada la lectura de la carta, murmuré: "Gracias, Dios mío, porque me has considerado digno de sufrir por el triunfo de la Eucaristía en el mundo y por el renacimiento de la Iglesia. Nadie me puede separar de tu amor ni me puede privar del carácter sacerdotal. Cuando, a mi muerte, me presente delante de Ti, te mostraré que está mojado de mi sangre".

Pronunciada esta oración, sentí que mi corazón se inundaba de paz y de serenidad, tanto es así que todas las personas vinieron para confortarme, como hizo el ángel con Jesús (Lc. 22,43) comprendieron que fueron precedidas por el Señor.

De todas formas no puedo pensar en modo alguno que dos Papas: Juan Pablo II y Benedicto XVI hayan faltado gravemente a la caridad, ofendido la verdad y transgredido el C.I.C.; para mi es absurdo.

Ciertamente otros, aunque no me toca a mi indicarle sus nombres, si bien los conozco, han organizado el complot diabólico para reducirme al estado laical, porque según ellos, mi presencia en el Clero era desagradable e inoportuna ya que podía obstaculizar sus planes e impedirles que alcanzaran los miserables fines y los bajos intereses que estaban persiguiendo desde hacía tiempo y de los cuales estaba enterado por revelación sobrenatural.

Santidad, comparto plenamente cuanto escribió, pocos días antes de ser elegido Papa, comentando la novena estación del Vía Crucis, celebrada en el Coliseo, a la cual se unió por última vez Juan Pablo II: "¿No deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!".

De todos modos todo lo que han construido aquellos señores con la mentira y con el engaño se derrumba ante la fuerza de la verdad.

Todos saben que la dimisión del estado clerical puede ocurrir ex officio, es decir, sin el consentimiento del interesado, pero no puede ser establecida por ley particular (can. 1317) y, ya que es una pena perpetua, ni siquiera por decreto (can. 1342§2). Tiene que ser declarada sólo por vía judicial por un tribunal de tres o cinco jueces (can. 1425).

Se puede fácilmente comprobar que ningún tribunal eclesiástico ha examinado mi caso y mucho menos que haya emitido un juicio de condena en lo que a mi respecta.

El card. Ruini ha escrito que mi dimisión del estado clerical ha sido dispuesta y firmada por Juan Pablo II. ¿Quién posee el decreto pontificio? ¿Por qué no se me ha enseñado nunca, a pesar de haberlo pedido muchas veces? ¿Por qué el card. Ruini no ha incluido en su comunicación, al menos una fotocopia compulsada del decreto?

La única respuesta inteligente es: porque no existe ningún documento firmado por Juan Pablo II.

Por otra parte también el card. Ruini me ha comunicado que la dimisión del estado clerical me ha sido inflingida "in poenam".

El C.I.C. establece que tal pena puede ser inflingida sólo si el clérigo ha cometido uno de los delitos indicados en los cann. 1364, 1367, 1370§1, 1387, 1394§1, 1395.

¿Cuál de estos delitos he cometido? ¿Cómo es que el card. Ruini no me atribuye que haya cometido ni siquiera uno?

También la respuesta a estas preguntas es simple: no he cometido ningún delito y nadie puede probar lo contrario. Por consiguiente puedo gritar delante de toda la Iglesia que soy inocente y que por lo que respecta a mi persona se ha cometido un verdadero abuso de poder.

Mi inocencia es proclamada sobre todo por Dios que ha obrado en mis manos el más grande, importante y sorprendente milagro eucarístico de los 185 ocurridos en el lugar taumatúrgico.

El día 11 de Junio del 2000, fiesta de Pentecostés, acababa de recitar la fórmula de consagración del pan, cuando de la hostia comenzó a salir la sangre y a difundirse por buena parte de su superficie. Para mi el tiempo se detuvo y me quedé inmóvil prolongadamente sobre la hostia, apoyado en el altar, fijo en la sangre divina, mientras los numerosos presentes lloraban por la emoción y oraban con profundo recogimiento.

Incluyo con la presente la documentación fotográfica del susodicho milagro eucarístico.

Si los hombres no toman medidas para reparar la grave injusticia cometida respecto a mi persona, intervendrá de nuevo Dios para restablecer la verdad y demostrará una vez más que "los últimos serán los primeros". (Mc 10,31)

Santidad, usted tiene el poder de atar y desatar, por lo que la solución positiva de esta dolorosa historia está en sus manos.

Mientras me inclino a besar el anillo del Pescador, invoco sobre mi y sobre cuantos aman a Jesús Eucaristía y a la Madre de la Eucaristía su apostólica bendición.


Claudio Gatti

Ordenado Obispo Por Dios

Roma, 13 mayo 2008


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