Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 29 enero 2006

I Lectura: Dt 18,15-20; Salmo 94; II Lectura: 1Cor 7,32-35; Evangelio: Mc 1,21-28

Hoy tomaré las ideas de las lecturas, para exponeros un argumento nuevo, del cual no os he hablado nunca.

El Apóstol Pablo, en su segunda lectura, sacada de la lectura a los Corintios, me ofrece un motivo de reflexión: “Yo os quisiera libre de preocupaciones” (1Cor 7,32); es claramente un condicional, San Pablo sabe bien que tanto los que se dedican al Señor como lo que se casan tienen preocupaciones ya que forman parte de la vida. Nosotros deseamos a los que queremos que vivan serenos y tranquilos, sin preocupaciones, pero somos los primeros en saber que esto, mientras estemos en la Tierra, es imposible.

De hecho, la preocupación es inherente a la misma naturaleza humana, porque cayó tras el pecado y aparece en la historia como enferma y débil. Las enfermedades, sean las que sean, y la muerte son consecuencia del pecado y, tarde o temprano, preocupan a todos. El Señor en Su bondad y en Su misericordia ha venido a hacer frente a estas inquietudes nuestras, que conciernen a la enfermedad y a la muerte, precisamente para ayudarnos a vivir del mejor modo, a superar los motivos de aprensión y tener la fuerza de llegar al encuentro final con Él de la manera más oportuna.

Os he dicho que os hablaría de un argumento del cual, al menos en mi memoria, no he tratado nunca. Tengo la intención de hacerlo hoy, hablándoos de la Unción de los Enfermos, ya que ayer impartí este sacramento a Marisa: fue la misma Virgen la que lo recomendó, ya que las condiciones de salud de nuestra hermana se agravaron de improviso.

Sé lo que pensáis en vuestro corazón y ahora podríais agitaros. Algunos ya lo sabían pero es justo que hoy lo sepan todos. Formamos parte de la misma comunidad y cuando alguno de nosotros se encuentra en tales situaciones está bien que toda la comunidad lo sepa, para acompañar con la oración, para mostrar afecto y comprensión.

Comprensión: es esta la palabra exacta que debo atribuir a Jesús. ¿Cuál ha sido la actitud de Jesús hacia el enfermo? Si abrís el Evangelio y pasáis las hojas incluso rápidamente, os encontraréis muchas veces con los grandiosos milagros realizados por el Señor. Cierto, como dice el Evangelista Juan, los milagros son signos que Él es Dios, porque solo Dios puede resucitar a los muertos, solo Él puede sanar personas que tienen enfermedades incurables y todo esto Jesús lo ha realizado. Sin embargo, es también verdad que el Señor intervino a favor de los enfermos curando a muchos impulsado simplemente por Su amor, por la misericordia y por la compasión: Él se conmovió hasta las lágrimas ante la tumba de su amigo Lázaro y durante el cortejo fúnebre del joven hijo de la viuda de Naim.

El Señor por tanto ha querido que este amor suyo, esta delicadeza suya y la preocupación hacia los enfermos, permaneciese en la Iglesia, entre los que él llamaría para ser sus ministros. Instituyó el sacramento de la Unción de los Enfermos, para que se continuase teniendo una actitud respetuosa y afectuosa hacia el enfermo. Marcos el evangelista hace una breve, casi apresurada mención de este sacramento, pero quien habla extensamente es el apóstol Santiago. Tenemos que tener presente que la enseñanza de un apóstol en la Sagrada Escritura forma parte de la revelación y por tanto tiene que ser aceptado y creído con fe. ¿Por qué este sacramento? ¿Cuáles son sus efectos? La Unción de los Enfermos genera gracia, la gracia de estar unidos al Señor; genera fuerza, la fuerza de ser capaces de soportar las enfermedades y el sufrimiento. El sufrimiento da miedo, el Señor lo ha probado, lo ha experimentado, por esto se ha puesto al lado del enfermo, para vencer el miedo de quien está sufriendo; así ha instituido un sacramento que da fuerza, equilibrio, calma y serenidad.

He usado la expresión: “Unción de los Enfermos” que hoy es la recurrente en los textos del catecismo, pero rechazamos la otra expresión "Extremaunción", que puede generar miedo y desesperación. Cada sacramento es un signo del amor misericordioso de Cristo, por tanto tiene que ser amado porque fue instituido y querido por Jesús. Todos los sacramentos son efecto y consecuencia de la muerte y de la pasión de Jesús; pasan a través de Su costado, salen de Su costado. La Unción de los Enfermos tiene que ser aceptada bajo esta luz y no vivida solo en función de la muerte; a veces la Unción de los Enfermos tiene la capacidad, por voluntad de Dios, de restituir la vida.

Ayer Marisa se estaba muriendo y hoy habéis oído que la Madre de la Eucaristía, en la carta de Dios, ha dicho que había superado aquel momento crítico; Dios ha querido esto, se ha servido de esto. No creo que haya permitido todo esto para que os hablase a vosotros, pero ciertamente esta experiencia ha sido para mí un impulso a haceros conocer y aceptar, en la luz de la redención y de la resurrección, el sacramento de la Unción de los Enfermos.

Para nosotros, de hecho, la última palabra que hay que atribuir al hombre no es “ha muerto”, sino “ha resucitado”. La muerte es una realidad inapelable, que todo hombre encuentra y experimenta, pero no es la última, lo es la resurrección es el triunfo de la redención que se realizará en la resurrección de la carne.

Entonces empecemos a ver este sacramento de manera diferente, con ojos diferentes, ya que no está destinado únicamente a quien está a punto de morir. Probablemente nadie lo ha hecho nunca pero es suficiente tener un estado de salud precaria, que preocupa, como por ejemplo someterse a una operación arriesgada, para recibir la Unción de los Enfermos.

Cuando se llega a una edad avanzada se puede recibir este sacramento, tanto es así que estoy pensando en darlo incluso públicamente, siempre si vosotros lo deseáis, a las personas ancianas, que tienen una salud precaria, justamente para hacer comprender lo importante que es y lo hermoso que es vivir bajo otra luz. Es un consuelo, una ayuda, es el Señor que se acerca, se inclina hacia quien sufre.

Por tanto insertemos en nuestra catequesis, en nuestra laboriosidad, en nuestra programación, también este sacramento, que podrá ser dado públicamente aquí y dar a todos aquellos que tienen una edad para la que se supone que están más cerca de su muerte.

Ahora me gustaría daros una última y clara indicación. Nosotros rezamos por muchas intenciones, algunas son sugeridas por la Virgen, otras por las necesidades de la vida, pero sería hermoso, sería una manifestación de amor y de caridad si, durante un día, dirigiésemos, por un breve instante, un pensamiento y formulásemos una oración para todos los que en la jornada serán llamado por el Señor a presentarse a Su tribunal.

Cada día mueren millares y millares de personas, ¿no es este un hermoso acto de caridad? Yo no pido una larga oración, son suficientes un Padre Nuestro, un Gloria al Padre y una Ave María con una jaculatoria final. Quién sabe si muchos de ellos se convertirán, gracias a nuestras oraciones, así cuando llegue nuestro turno, y deseo que todos vayamos al paraíso, serán los primeros en acogernos.

Recordad que ésta es una de las enseñanzas de la Virgen: Dios, incluso después de la muerte, da todavía una ocasión de salvación a todos los hombres. ¡Pensad qué bueno es Dios! Si alguno muere y durante su vida terrena no se ha arrepentido, no sabemos si luego se ha salvado, porque antes de presentarse al tribunal divino, el Señor concede todavía a todos una ocasión para salvarse y arrepentirse. Éste es el amor de Dios y Su misericordia, éste es el efecto de la gran Redención. Entonces es en aquel instante en el que muchos se juegan la eternidad, así una breve y pequeña oración nuestra es el bien más grande, es el regalo más grande para empujar y animar hacia la salvación eterna a las almas que no conocemos y que por nuestras oraciones encontraremos un mañana en la alegría eterna del Paraíso.

Pensad en estas cosas, vivid en la serenidad y tanto como sea posible en la paz. Sea gloria eterna a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo.