Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 22 febrero 2009

VII Domingo del Tiempo Ordinario

I Lectura: Is 43,18-19.21-22.24-25; Salmo 40; II Lectura: 2Cor 1,18-22; Evangelio Mc 2,1-12

Hoy os invito a deteneros de manera particular en la primera lectura sacado del libro del profeta Isaías y después comentaremos también la lectura del Evangelio. Por lo que se refiere a la segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los Corintios, os remito a todo lo que he explicado durante los encuentros bíblicos. Empecemos con Isaías.

Así dice el Señor,

"No os acordéis de antaño,

de lo pasado no os cuidéis!

Mirad, yo voy a hacer una cosa nueva;

ya despunta, ¿no lo notáis?

Sí, en el desierto abriré un camino,

y ríos en la tierra seca.

El pueblo que yo he formado celebrará mi gloria.

Mas tú, Jacob, no me has invocado;

tú, Israel, no te has inquietado por mí.

ni me has saciado con la grasa de tus sacrificios;

Sólo con tus pecados me has oprimido,

me has agobiado con tus iniquidades.

Soy yo, soy yo, quien tengo que borrar tus faltas por amor de mí

y no acordarme de tus pecados".

Para comprender bien esta lectura os haré un resumen y una comparación de lo que está escrito antes de este fragmento. Se pueden poner una frente a la otra, las dos grandes intervenciones realizadas por Dios. La primera hace referencia a la salida de Egipto del pueblo hebreo y, para realizar eso, Moisés, en nombre de Dios y por intervención de Dios, tuvo que efectuar una serie de milagros. La segunda gran intervención de Dios es el retorno de Babilonia, de aquella parte del pueblo obligada al exilio y deportada de Jerusalén a Babilonia. Dios dice que esta segunda intervención es más grande, poderosa e impresionante que la primera, cuando obró aquella serie de milagros para que el pueblo hebreo saliera de Egipto. Si tenéis presente esto comprenderéis también la exhortación del Señor: "No os acordéis de antaño", es decir ya no penséis más en lo que ocurrió hace tanto tiempo, aunque forme parte de mis intervenciones, porque tenéis que poner vuestra atención en algo más grande que estoy realizando, siempre a vuestro favor. No penséis en el pasado y mirad lo que está sucediendo, que es mucho más grande y mucho más importante. También la frase: "Sí, en el desierto abriré un camino, y ríos en la tierra seca", indica que, durante el periodo de transición del pueblo hebreo de Egipto a la tierra de Israel, han habido varias intervenciones de Dios, como la llegada del maná o como el episodio de la roca, de la cual salió el agua después de que Moisés, por orden de Dios, golpease sobre ella con su bastón. Estas dos grandes intervenciones de Dios palidecen respecto a sus otras grandes intervenciones. Por lo que, tal como os asombra que el desierto cambie radicalmente su composición, igualmente tendríais que sorprenderos si veis otra gran intervención mía.

Es trabajo del Obispo que preside la Santa Misa aplicar la Palabra de Dios a las situaciones y a las circunstancias que la comunidad que guía está viviendo o tendrá que vivir. Veréis que cuanto os diré ahora, teniendo presente este fragmento como punto de partida, se ajusta perfectamente con nuestra situación. Dios se dirige también a nosotros y lo hace invitándonos a no pensar más en lo que ha ocurrido en el pasado, aunque sea grande; en nuestro caso específico las intervenciones de Dios son, por ejemplo, las apariciones. Todo lo que ha ocurrido aquí, en el lugar taumatúrgico, los mismos milagros eucarísticos, insuperables en un cierto sentido, son superables por otras tantas intervenciones de Dios. Sabemos que ha sido proclamado el triunfo de la Eucaristía, pero es una victoria que todavía no ha sido extendida completamente por toda la Iglesia. Existe la victoria, Dios nos lo ha comunicado, pero tiene que entrar a formar parte de la Iglesia, incluso en sus rincones más lejanos, en las comunidades más distantes, en los grupos más pequeños. Por tanto, respecto al primer tiempo, el segundo tiempo, que hace referencia al triunfo de la Eucaristía, será algo grande, mejor dicho, mucho más grande. Recordaréis haberme oído esta afirmación: el tercer milenio será un milenio exclusivamente y específicamente eucarístico. Con esto quiero decir que la Eucaristía entrará en las familias, en las comunidades, en las parroquias, en las diócesis y en toda la Iglesia que, enriqueciéndose con esta fuerte y firme presencia de Dios, traerá beneficios también para el mundo entero. Nosotros estamos preocupados, nos preguntamos qué nos reserva el futuro, cómo será el futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos. Es un futuro que Dios está preparando, pero nosotros tenemos que ser, como los centinelas, vigilantes y despiertos, dispuestos a tomar la acción de Dios en el mundo y en la Iglesia, acción que está bloqueada por el pecado. "Mas tú, Jacob, no me has invocado; tú, Israel, no te has inquietado por mí ni me has saciado con la grasa de tus sacrificios; Sólo con tus pecados me has oprimido, me has agobiado con tus iniquidades". Lo absurdo es que justamente mientras Dios se prepara para realizar sus más grandes y estremecedoras intervenciones en la historia de la Iglesia, todavía hay hombres que, en lugar de ser honestos, buenos y sencillos, se oponen a Él con el pecado. En un cierto sentido podemos afirmar que bloquean las intervenciones de Dios, que habrían sido más rápidas si el hombre hubiese secundado Su acción con honestidad, amor y con la gracia. Por eso las intervenciones negativas del hombre pueden retrasar la acción de Dios, pero no la pueden bloquear. Y mirad la respuesta que encontráis en las últimas palabras del fragmento que se ha leído: "Soy yo, soy yo, quien tengo que borrar tus faltas por amor de mí y no acordarme de tus pecados". Esa es la conversión, que es una acción directa de Dios. Por lo tanto, cuando el Señor dice "por amor de mi", quiere decir que Dios se ama a sí mismo y, amándose a sí mismo, ama a Sus criaturas y quiere que sean semejantes a Él. Creo que, si queremos, podemos formar parte de aquella porción de Iglesia que se empeña en vivir según las enseñanzas del Evangelio, que espera confiada que Dios intervenga, preparándose con una vida planteada sobre el amor y entrelazada por la gracia de Dios. Sólo entonces podremos decir que estamos entre los que, sin mérito, colaboran con Dios en la obra más grande que podía ser cumplida, es decir, la de regenerar la Iglesia, de cambiarla, de transformarla para que pueda ser un faro luminoso, una guía segura en un mundo oscurecido por el mal y lleno de egoísmo. Si alguien tuviese todavía alguna duda, con la explicación del fragmento del Evangelio se puede despejar.

"Entró Jesús de nuevo en Cafarnaún después de algunos días, y se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que ni a la puerta cabían; y él les dirigía la palabra. Le trajeron entre cuatro un paralítico. Como había tanta gente, no podían presentárselo. Entonces levantaron la techumbre donde él estaba, hicieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Jesús, al ver su fe, dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Algunos de los maestros de la ley se dijeron: "¿Cómo habla así éste? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?". Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: "¿Por qué pensáis así? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados son perdonados, o decirle: Levántate, carga con tu camilla y anda? Pues para que veáis que el hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, dijo al paralítico: ¡Tú, levántate, carga con tu camilla y vete a tu casa!". El paralítico se levantó, cargó inmediatamente con la camilla y salió a la vista de todos. Todos se quedaron sobrecogidos y glorificaron a Dios, diciendo: "Jamás hemos visto cosa igual".

Venían muchísimas personas a ver a Jesús y el evangelista Marcos, incluso sin estar presente, es muy diligente al referir los hechos de manera precisa y nítida. Una multitud de personas se acerca donde está Jesús para recibir la sanación y Él está tan prisionero de la multitud que el pobre paralítico no habría podido nunca llegar ante el Señor, si los que lo transportaban no hubiesen pensado en abrir un hueco en el techo de la estancia donde se encontraba para bajarlo desde lo alto. Imaginad la escena: Jesús está en la casa y ve descender delante de sí a este paralítico sostenido por algunas cuerdas y tendido en una litera. Lo que dice Jesús sorprende aún más. Hay una condición que se indica: "Al ver su fe", porque Jesús lee en los corazones y sabe que el paralítico y los que lo habían traído, tenían fe en Él, es decir, estaban en posición de aceptar todo lo que Jesús les hubiera dicho. Jesús los desarma a todos, sobre todo a los escribas, que tuvieron reacciones bastante negativas, porque ve al paralítico y no le dice: "Levántate y anda", sino "Te son perdonados los pecados". Pensad en lo que la gente pudo haber pensado. Ésta es una grandísima enseñanza y Jesús de este modo nos hace comprender que para el hombre, la muerte espiritual es mucho más dañina y peligrosa que la muerte física, la enfermedad espiritual es mucho más grave que la enfermedad física, el mal espiritual es mucho más grave que el mal físico que pueda estar presente en los cuerpos humanos. Eh ahí porque desbarata, eh ahí su gran habilidad. Con una simple frase nos hace abrir los ojos, pensar con Su mente, razonar con Su inteligencia, comprometernos con Su voluntad.

Si queremos ser colaboradores de Dios en su obra de transformar y convertir a las personas y hacer renacer a la Iglesia, tenemos que comprometernos y ser fieles a Él, tenemos que empeñarnos en vivir en gracia, en obrar con la gracia, y ser sarmiento vivo y fértil de todo el organismo. Esto es importante y esta gran verdad del Señor suscita, en los mal pensados, un comportamiento negativo: antes y ahora, es lo mismo. Después de dos mil años no ha cambiado nada: los escribas, que son los doctores de la ley y los maestros de Israel, en lugar de reflexionar, criticaron; hoy en la Iglesia ocurre exactamente lo mismo. Entonces eran los escribas de Israel, hoy son los sacerdotes de la Iglesia los que no comprenden la verdad, los que no quieren ver la realidad con los ojos de Dios. Ante las obras de Dios, de Su acción y de Sus intervenciones, se escandalizan y se ponen en una posición de afrenta, de lucha, de repulsión y de condena. A estos mal pensados del primer tiempo Jesús les hizo un razonamiento brillante: "¿Os escandalizáis porque he dicho esto? ¿Es más fácil decir levántate y anda o decir te son perdonados los pecados? Pues bien, yo tengo el poder de perdonar los pecados, tengo poder de hacer milagros por mi poder y por mi virtud, y por tanto lo realizo ante vosotros". Yo deseo que entre aquellos que han dicho "Nunca hemos visto nada igual" haya al menos algunos de estos doctores de Israel. Deseo que ante las intervenciones de Dios ya realizadas y las que tendrá que realizar aún, haya en la jerarquía del clero una adhesión masiva a Dios que la realiza. Deseo que los hombres de la Iglesia reconozcan la obra de Dios y, por tanto, colaboren con Él con espíritu de auténtico servicio y no sean invadidos por la envidia, por los celos, por el miedo o por el interés. Y si Dios coloca en un lugar alto a aquél que Él mismo ha ordenado, ¿quiénes sois vosotros para oponeros a Su voluntad? Han dicho: "Nunca hemos visto nada". Esperemos que hoy muchos puedan llegar a hacer esta afirmación. Si Dios todavía no interviene y no realiza lo que ha prometido es para que pueda aumentar el número de los que están en posición de reconocer y ser agradecidos a Dios por sus intervenciones. Por el momento tenemos sólo que pensar en nosotros mismos. Por tanto empecemos a interrogar nuestra conciencia para preguntarnos qué hemos dado a Dios después de todo lo que Él nos ha dado a nosotros. Responded a esta pregunta inmediatamente, en el silencio de la Misa, en los momentos de recogimiento después de haber recibido la Comunión y deseo que todos, sin excluir a nadie, podáis llegar a repetir: "Nunca hemos visto nada igual".