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Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 19 marzo 2009

San José

I Lectura: 2 Sam 7, 4-5.12-14.16; Salmo 88; II Lectura: Rm 4, 13.16-18.22; Evangelio: Mt 1, 16.18-21.24./P>

Hoy a los tres títulos de San José, que repetimos cuando decimos la jaculatoria dirigida al Esposo de María, añadimos un cuarto. Creo que tiene derecho, ya que es bien sabido el amor que siento hacia este Santo.

El título es: “Hombre del dolor”. No sabemos mucho de la vida de San José, hemos sabido algo leyendo la vida de la Virgen y poquísimo del Evangelio, entrar en el alma de este gran Santo, el más grande inmediatamente después de la Virgen, creo que no lo ha logrado nunca nadie. Hombre del dolor porque es el padre, aunque putativo, del Redentor, el esposo de la Corredentora y no podía no estar unido al Hijo y a la Esposa también en el dolor y en el sufrimiento.

Hablando del dolor y del sufrimiento nos centramos en lo poco que sabemos, la famosa duda de la que hemos escuchado hoy el relato. Creo que si nos ponemos en situación de escucha, si le pedimos luz al Espíritu Santo, podemos también levantar un poco el velo que concierne a la vida interior de este gran Santo.

Como dice la Virgen en el libro de su vida, San José se casó alrededor de los 33 años, que por aquel tiempo era ya una edad avanzada, diferente de hoy. Él tuvo que luchar, cansarse, sufrir porque cuando se hacen los votos, se hace compromiso con Dios, se prepara de manera atenta, escrupulosa y también durante largo tiempo. Durante la juventud y en edad adulta, José sabiendo, como todo buen judío, que la bendición de Dios más grande se tiene en el matrimonio y en los hijos, debe haber mirado a su alrededor y María aún no estaba allí. Éste fue ya un gran sufrimiento, creó tensión aguda incluso del hecho que ha encontrado muchachas, incluso buenas, entre él y cada una de estas había una diferencia espiritual enorme y cuando se percibe no se puede estar a gusto. Sin embargo, al encontrar a la Virgen su corazón exultó.

Estaban casados desde hacía poco tiempo, no vivían todavía juntos, según el uso judío, cuando su esposa expresa el deseo de hacer un largo viaje y solo María sabía que estaba en cinta por obra del Espíritu Santo porque no había todavía signos incipientes de la maternidad. Este viaje provocó por parte de los parientes, amigos y conocidos, una serie de críticas y duros juicios que hicieron sufrir al esposo y a la esposa. José acompañó a María, la dejó con Isabel y volvió solo: por tanto de nuevo soledad y sufrimiento. Cuando fue a buscarla y se la lleva finalmente a Nazaret, poco después llega el gran sufrimiento. Se ha insistido demasiado, según yo, sobre el aspecto jurídico del famoso libelo de repudio pero nadie conoce en profundidad el gran dolor de José. Él estaba seguro, segurísimo de la santidad de su esposa pero veía algo que lo dejaba sin respiración, un drama para él. Se preguntaba incesantemente: “Si es Santa, y yo estoy seguro de ello, ¿cómo es madre, ya que no hemos tenido, ni tendremos nunca, porque hemos ofrecido nuestra pureza a Dios, ningún encuentro ni contacto sexual?”. Este es el gran sufrimiento, no pensaba en sí mismo sino en su esposa, en la santidad porque la santidad de la Virgen, la grandeza de esta joven, no podía sino aparecer e imponerse. Por tanto también esto fue para él un enorme sufrimiento. Después de nuevo la gran aventura del viaje a Belén: llevar a una mujer, ahora al final de su gestación, utilizando un burro, el medio de locomoción de la época. No había albergues y si hubiera habido no habrían podido permitirse el lujo de pagarlos; y también un alimento bastante pobre porque no podían permitirse más y el gran sufrimiento de José era el de no poder dar a su mujer, a la que amaba, todo lo que habría querido. El ansia de encontrar una casa que los acogiese. ¿Qué creéis, qué aceptó de buena gana la decisión de refugiarse en una gruta? Hoy es dulce el pensamiento y el recuerdo, pero ¿cuánto ha sufrido José? Ciertamente en aquellos momentos se sintió un fracasado: “No he podido darle a mi esposa ni siquiera la posibilidad de un techo por pequeño y modesto que sea”. La alegría del nacimiento y luego esa fuga. También aquí entramos en el alma de José. Pensad que tampoco él tuvo las mismas reacciones que habríamos podido tener nosotros pensando: “Es Dios, el Mesías, porqué se evade respecto a la fuga, porqué no se defiende, ¡es Omnipotente! ¿Es necesario que los tres nos embarquemos en este viaje largo, agotador, incierto y peligroso, cuando él podría haberse puesto en una situación de seguridad y tranquilidad con un chasquido de dedos?”. Dios creó el mundo y todos sus elementos pero algunos no son agradables. El Ghibli, la tormenta en el desierto, no es agradable y también allí José hacía de escudo con su cuerpo para defender al pequeño. Después el regreso a Nazaret. También allí habrían podido transcurrir años tranquilos, serenos, alegres pero entró la enfermedad: 8 años. Según nos dijo la Virgen, incluso en conversaciones privadas, José experimentó un dolor tremendo, sufrió mucho. Tenía cerca a Dios. Llega la muerte. Nadie ha pensado que para José habría sido mejor vivir que morir porque viviendo habría tenía a Jesús y a la Virgen a su lado. Cuando murió no fue enseguida al Paraíso sino al limbo donde Jesús luego iría a recogerlo, y allí no hay contacto con Dios, no hay visión de Jesús, por tanto su situación empeoró. ¿Quién ha pensado en eso alguna vez? En todo caso, podría prolongar su vida y morir poco antes de que comenzara la vida pública; en cambio, José murió cuando Jesús tenía 18 años y solo después de otros 15 empezó su vida pública. Sabemos con certeza que José también estuvo cerca de la cruz. La virgen ha dicho muchas veces que cuando viene a la Tierra sufre como sufrimos nosotros, eso significa que José bajo la cruz sufría y su sufrimiento estaba orientado hacia su Hijo, aquél al que amaba como a un hijo, y sufría por su esposa que, incluso demostrando fuerza y valor, estaba lacerada por el dolor. ¿No es justo entonces llamarlo el hombre del dolor, el hombre del sufrimiento?

Nunca nadie ha presentado la figura de José de esta manera. ¿Por qué esta tarde? Creo que porque lo hemos madurado también nosotros, Marisa y yo, encontrando mucho sufrimiento, de manera particular la pasada noche que no dudo en definirla infernal. No podéis comprender el sufrimiento de José, nosotros no lo podemos entender pero no podéis ni siquiera comprender el sufrimiento del obispo y de la vidente la pasada noche. Nos parecía que teníamos que luchar con Dios, como José bajo la cruz que, presenciando aquel terrible espectáculo, debió pensar que las pocas gotas de sangre del día de la circuncisión habrían sido suficientes. Todo el sufrimiento de José, padre del Redentor y esposo de la corredentora, es por los hombres, por todos nosotros. La noche pasada, a diferencia de las otras noches transcurridas en el dolor, no hemos sentido ni ayuda ni presencia; ¿no es Getsemaní esto? Y sin embargo, estaban todos presentes, las mismas personas que estaban en el calvario, más alguna otra como la abuela Yolanda.

Ha habido noches tremendas en los últimos días, pero sabíamos que estaban con nosotros, porque Marisa los veía, estaban presentes la Virgen, San José, la abuela Yolanda, Fatina, mi sobrino Esteban y otras personas, y lloraban todos. No solo eso, Marisa ha visto también a todas estas personas ir delante de Dios y, en nombre de todos, hablaba la Virgen y pedía a Dios por estos dos hijos suyos que desde hacía tanto tiempo estaban sufriendo y sufriendo mucho. Sin embargo, la noche pasada creíamos que enloqueceríamos porque nos hemos sentido solos y abandonados. La Virgen se ha manifestado por un momento y ha dicho una cosa tremenda, que este sufrimiento era para la Iglesia. ¿No somos las personas que más han dado a la Iglesia? Hemos dado la vida, renunciando a todo, honores, amistades, parientes, éxitos, creo poder decir que somos las personas que hemos dado más. La noche pasada Dios nos ha hecho subir al calvario para esta Iglesia que va cada día empeorando y vosotros los sabéis. Entonces comprendéis lo que ha dicho José: “Os he visto y me he preguntado: en el lugar del obispo y de la vidente, qué habría hecho yo?”. La respuesta es simple y después la ha dado: habría hecho lo que ha hecho. Él tiene una ventaja sobre nosotros, nuestro calvario es mucho más largo, el suyo fue más breve, duro, tremendo pero, ciertamente, más breve. José ha dado su contribución para la Redención de los hombres, la Iglesia nace del costado traspasado de Cristo y mientras se ha alimentado por la sangre y el cuerpo de Cristo ha ido bien. Cuando los hombres han alejado de la Iglesia a la Eucaristía, ha empezado a debilitarse, no se derrumbará ni será destruida porque existe la palabra de Cristo: "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella", pero esta pobre Iglesia la han ocupado, maltratado, humillado, ensuciado y ofendido. Hoy se impone más que nunca vuestra contribución para que Dios pronto decida hacer lo que debe. Si amáis a Marisa, y no creo que hayáis permanecido indiferentes a sus lágrimas, a su súplica, a su petición, no os dejéis caer por falsos e inútiles escrúpulos. Quiere irse, está cansada, está exhausta, si la amáis no podéis sino pedir a Dios que se la lleve consigo y un mañana me daréis testimonio de que yo lo he pedido públicamente muchas veces. José ha muerto y se ha ido al limbo pero no gozaba; sin embargo, nuestra hermana morirá y se irá al Paraíso a gozar; por qué encadenarla todavía a esta Tierra, que cada día le es cada vez más extraña; no se encuentra bien en el mundo porque sabe muchas más cosas que nosotros. Un mundo sucio, ensuciado por los hombres.

Benedicto XVI, citando a San Pablo a los Gálatas, ha dicho que en la Iglesia nos devoramos. Nos devoramos porque no hay amor, hay deseo de carrera, de dinero y deseos de experimentar los placeres sexuales en todos los sentidos. El Papa está ahora en Camerún y los periódicos italianos han informado de una investigación sobre los actuales obispos de Camerún, 25 más o menos, dirigidos por un cardenal, cuyo nombre no recuerdo. Según la investigación de periodistas cameruneses han llegado a la conclusión de que pocos obispos llevan una vida acorde con el Evangelio, la mayoría se dedica a los negocios, prueba de lo cual es que la catedral de la capital de Camerún no se terminó porque desaparecieron decenas de miles de euros. Estamos en África. Cabe añadir, según las noticias recogidas por estos diarios, que la mayoría de los obispos ni siquiera respetan el voto de castidad, tienen relaciones sexuales con regularidad e incluso algunos hijos naturales. He aquí pues al obispo y a la vidente, que sufrieron el martirio por esta Iglesia donde hay un millón de enfermos de sida. No recuerdo cuánta es la población total. En África, 25 millones de personas ya han muerto de sida y hay 20 millones de enfermos. Cuando hoy leo las controversias, las críticas al Papa, al mismo tiempo se me aparece una probable solución a ese problema del que, por el momento, no puedo hablar. Si el Señor me dice que es correcto, tendremos que escribir nuevamente a los obispos y cardenales y proponer esta solución. Por ahora pido oración y luz del Espíritu Santo.

Uno de los tres títulos clásicos de José es Protector de la Iglesia y ciertamente él también, recordando la Iglesia fundada por su Hijo, no puede dejar de sufrir. Entonces ahora me dirijo a Dios y le pregunto hasta cuándo pedirá sufrimiento, martirio a los hijos que más lo aman. Cuando San José dijo hoy “Mis dos hijitos han sufrido y sufrirán de nuevo” me quedé conmocionado porque todavía vivir un período así es absurdo. Si os escandalizáis cuando os digo que en esos momentos la muerte es verdaderamente una liberación, sois falsos, hipócritas e insensibles.

Tengo miedo, y conmigo Marisa, de nuestro futuro inmediato, por eso la Misa que voy a celebrar la ofrezco a Dios por una sola intención. Le pediré que siga orando por la Iglesia, pero no es esa la intención con la que hoy celebro y ofrezco esta Misa a Dios. Se lo prometí a Marisa, os lo digo a vosotros, celebro esta Misa, se la ofrezco a Dios para que pronto haga resonar su voz y diga a Marisa: "Ven hija mía, ven en la alegría de tu Padre" y debéis ayudarme y debéis uniros con esta única intención. Estoy seguro de que la Virgen y San José están de nuestra parte. Creo poder decir, y lo digo con una sonrisa, que todos, menos Dios, están de nuestro lado; veamos si somos capaces de traerlo también a él. Es una Papá, él ve las cosas mejor que todos nosotros, y a menudo, últimamente, me ha repetido una frase que me ha puesto también una cierta amargura y agitación: “Yo soy Dios y sé lo que hago”. Por lo menos ayúdanos a comprender, no nos dejes en silencio, en aflicción, tenemos una inteligencia. “los que lloran un día reirán”. ¿Qué día? Esperemos que pronto. Las risas de Marisa las podrá retomar en el Paraíso, no en la Tierra. Después esperemos que podamos volver a estar serenos y alegres. El sufrimiento purifica y comprendemos quién es verdaderamente intencional, quién es fiel y quién entre vosotros, no digo presentes sino los que frecuentan este lugar, es un oportunista; entre nosotros hay oportunistas. Líbranos de estos oportunistas y esperemos que, finalmente, Dios haga resonar Su voz.

Repitamos cada día, cada hora del día, y si amáis a Marisa tenéis que hacerlo y ella os lo agradecerá como yo os lo agradeceré, esta invocación: "Dios mío, envía a la Madre de la Eucaristía pronto y toda la corte celestial para llevarse esta alma que ya, desde hace demasiadas décadas, se consume sin llegar jamás a una conclusión de su martirio y de su existencia”.

Alabado sea Jesucristo.