Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 9 marzo 2009

46° aniversario de la ordenación sacerdotal de Mons. Claudio Gatti

“Hay un tiempo para hablar y un tiempo para callar”, así está escrito en Qohélet, uno de los libros del Antiguo Testamento. Esta tarde, antes de la Santa Misa, será el tiempo para hablar, durante la celebración eucarística, en cambio, será el tiempo de callar. Son raras, se pueden contar con los dedos de una mano, las veces que no he expuesto la homilía durante las fiesta. La expresión: “hay un tiempo para callar”, nosotros los modificamos con: “hay un tiempo para orar”. Esta tarde el tiempo que, ordinariamente, empleamos para la homilía y para la oración de los fieles, será sustituido por el silencio. No habrá homilía, no se harán las oraciones en voz alta pronunciadas por los fieles. Todos tendréis la posibilidad de dirigiros a Dios, directamente, en el silencio de vuestro corazón y también yo me uniré a esta oración coral e individual. No recéis por las demás intenciones, rezad por las que os ha indicado, recientemente, la Virgen: rezad por el obispo de la Eucaristía y por la víctima de la Eucaristía. Creedme, pensaba que, esta tarde vendrían más personas. Era una ocasión para demostrar verdaderamente la adhesión al Obispo y a la Vidente. Noto que se viene para pedir y no se da, es triste constatar que las personas a menudo se limitan a amar con las palabras. Ciertamente no me dirijo a vosotros que estáis aquí presentes, pero es triste constatar esto. La iglesia tendría que estar llena esta tarde.

El domingo pasado os hablé de las pruebas de Dios. Él no se ha limitado a pedir un acto de fe solo a Abraham. Os he explicado que, en la historia de la Iglesia, hay muchos Abraham a los que Dios se ha dirigido y, según los casos, ha pedido una confianza total y un completo abandono de sus amigos. Dios quiere esto: una confianza total, completa diría, casi sobrehumana, irracional, de modo que incluso la inteligencia se encuentra en dificultad ante todo esto.

No os preocupéis, no es para vosotros pero quienes viven esta experiencia tienen una profunda laceración, están enfermos física, psicológica, moral y espiritualmente. Tenemos una idea equivocada de Dios. Él puede cambiar sus programas como quiera y cuando quiera, sin tener que pedir autorización a nadie. Por ejemplo, puede revelarte que un determinado día estarás bien, pero luego, aquel día, en cambio estarás mal y tú tienes que tener la misma fe en Dios. No es una persona cualquiera, ¡es Dios! Y, a parte del amor infinito, tiene también omnisciencia infinita, Él sabe el motivo de todo esto. No puedes pelear con Dios y decirle: “¿Por qué has cambiado las cosas?”. Entonces tienes que reprimir la rebelión natural, casi resentimiento, que tienes dentro de ti. A Dios no se le puede decir: “Pero tú me había dicho…”, porque él te puede responder: “Pero yo soy Dios y tú ¿quién eres para decirme esto a Mí?”. Dios no lo dice de manera pesada, pisoteándote, sino que te lo dice con amor, pero siempre está el hecho de que continúas sin entender nada.

¿Qué año estamos celebrando? El año de la fe y entonces no tiene que ser solo un discurso abstracto, hay que concretizarlo, porque ésta es la concreción.

Hoy es el día exacto en que se cumple el aniversario de mi ordenación sacerdotal. El 9 de marzo de 1963, unos minutos antes de recibir la ordenación, se me unieron la Virgen y Marisa y se formó por primera vez esta unión, que luego se materializó más tarde. Pensad en qué lentos son los designios de Dios, nada menos que siete años después. Es un día hermoso, al menos para mí y para Marisa. ¿Qué pensaríais si yo os dijese que hoy es el día más duro, más sufrido y más triste de todos? Desde hace mucho tiempo este es el día en el que más se desgarra el alma. Quizá sea el día más duro de todos los aproximadamente treinta y ocho años que hemos vivido. Dios me prometió una cosa, pero ante mis ojos hay otra.

Desde esta noche Marisa ha empezado a estar muy mal y cuando, esta mañana, ha venido Dios, creo haber demostrado una fe total y un abandono total en Él. Por enésima vez he afirmado, explícitamente, que todo depende solo de Él, solo Él puede cambiar nuestra situación, la de Marisa y la mía.

Mientras Marisa esté en la Tierra continuará estando mal, yo estaré mal, el que vive en esta casa estará y también vosotros estaréis mal, sufriremos todos. Dios nos ha dicho que todo cambiará cuando se lleve a Marisa al Paraíso y que yo seré el primero en conocer el día.

Otras veces se nos había dicho que la partida de Marisa estaba cerca pero después los planes de Dios se cambiaron. Habría querido insistir para saber enseguida el día, puesto que había sido pospuesto varias veces. Pero ¿se puede decir esto a Dios? Cuando Él se digna hablar con nosotros, aunque dentro tengamos un tumulto, tempestad, tenemos que pensar siempre con quien estamos hablando y entonces ¿cómo se ejercita la virtud de la fe? La fe no se ejercita con los hombres, sino con Dios.

La fe total, el abandono completo es solo hacia Dios. Si él indica algo imposible, tú lo debes creer igualmente. Cualquier cosa que él pida, tienes que estar preparado y dispuesto a decir que sí, aunque llores por dentro, estés oprimido y aplastado por el miedo, aunque el cansancio te destruya. El buen cristiano no es el que participa en la Santa Misa sereno y pacífico y después vuelve a casa, sino que es el que toma la cruz y le sigue, como ha dicho Cristo: “Si alguien quiere venir detrás de mí, se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). Éste es el auténtico discípulo: todo esto se ha olvidado en la Iglesia, sin embargo el Señor continúa llamando a víctimas y no tengo incertezas al afirmar que la víctima a la que Dios ha pedido más es justamente nuestra hermana Marisa: le ha pedido todo y al contrario de todo, no le ha ahorrado nada.

Hoy tenía que ser un bonito día, pero desde la una de esta noche, un sufrimiento devastador y atroz ha sido derramado sobre ella. Esta mañana ha venido Dios y nos ha dicho: “Yo estoy siempre con vosotros, Jesús está siempre con vosotros, el Espíritu Santo está siempre con vosotros, la Virgen, San José, la abuela Yolanda, todo el Paraíso está siempre con vosotros”, pero yo veía a un alma que gemía y estaba destrozada por el dolor. Oh Señor, ¿pero en qué modo están con nosotros?

Queridos míos, la Iglesia tiene necesidad de estas víctimas y también de sacerdotes y de obispos. El Papa necesita víctimas, no se puede hacer solo, ni siquiera con un séquito de secretarios expertos y competentes. El trabajo del Papa es espiritual: con las charlas, con los discursos, con las homilías que otros han preparado, no gobiernas la Iglesia o una diócesis. La Iglesia se gobierna subiendo a la cruz con Cristo y, bajo la cruz de Cristo, estaba María. Cada sacerdote que celebra tiene que tener una víctima cerca, para que los beneficios de la Santa Misa lleguen al corazón de todos, esto es el cristianismo. Este es el año de la fe, ¿qué creíais? Es fácil creer que Dios cambia las tornas, caramba, ¿qué tipo de fe es esta? La fe es cuando Dios te dice una cosa y hace otra. Ésta es la verdadera fe, es decir, cuando continuas creyendo, continuas aceptando e inclinando la cabeza. Ésta es la fe, ¡la Iglesia renace así!

Entonces ahora comprendéis porque la Virgen dijo ayer a Marisa: “Mañana no bajarás”, pero la frase tremenda es: “El quince descenderás, si Dios querrá”. Humanamente hablando, Marisa se está apagando y creo que éste es el último año en el que podremos festejarlo juntos. Eh ahí la fe, lo festejaremos juntos, pero como Dios quiera.

Teníamos muchas ganas del encuentro de esta mañana con Dios, pero tuvimos que interrumpir la conversación porque Marisa estaba muy enferma. Sin embargo, por lo general, el dolor no se experimenta durante el éxtasis, no obstante María sufría y Dios ha dicho: “Hijo mío, tengo que dejarlo, porque tu hermana se siente mal”. Marisa y yo deseábamos fuertemente poder vivir esta mañana, ella y yo, solos, la Santa Misa con ocasión de mi aniversario sacerdotal: lo habíamos preparado todo, pero se ha echado en la cama y, gracias a Dios, se ha dormido. ¿Y nuestra Santa Misa? Ha sido celebrada con la víctima presente pero no consciente, y sin embargo la Virgen nos había dicho que preparáramos la fiesta.

¿Pensabais que esta tarde vendría aquí sonriendo? Pero se ha estrechado el corazón cuando he visto que erais pocos. No me refiero a vosotros que estáis aquí presentes, sino a los otros que no están aquí presentes hoy. No es una cosa personal, el que no ha venido no ha respondido a la llamada de Dios, a la invitación de la Virgen. ¿Estáis cansados del trabajo? Pero el Obispo y la Vidente se quedan despiertos por noches enteras, sin embargo estamos siempre presentes. El domingo por la mañana yo estoy aquí, el viernes lo mismo, aunque no haya dormido ni siquiera una hora; entonces puedo decir con Pablo: “Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo”. ¿Veis cuántas cosas hay que corregir? Si yo tuviera que escuchar, en este momento, mi impulso, subiría a casa porque están trabajando y se fatigan para buscar una vena donde suministrar un calmante. Mi lugar está junto a mi hermana que sufre, y sin embargo estoy aquí en medio de vosotros y me gustaría que comprendierais la profundidad de lo que digo. No lo digo para pavonearme, sino para animaros: si yo lo he hecho, ¿por qué no lo hacéis también vosotros? Esta tarde me costó vestirme y me hice violencia, pero tenía que hacerlo, ante todo por respeto a Dios. He sido ordenado Obispo y es justo que, en las grandes solemnidades, lleve los hábitos más elegantes. Como nos ha revelado la Virgen, lo mismo sucede en el Paraíso: en las grandes solemnidades Dios quiere que los santos se vistan de manera más elegante.

Mientras me ponía el anillo, me abrochaba los botones y me preparaba, creedme, me decía a mí mismo: “¿Pero quién me manda hacerlo, por qué tengo que hacerlo?” y la respuesta era: “Por amor de Dios y de las almas” vosotros ¿no tenéis que amar a Dios a las almas? Con palabras no, hacen falta los hechos, yendo incluso en contra de uno mismo, de las comodidades y las certezas. La santidad es algo exigente, pero os puedo asegurar que, si uno pone todo el empeño en ello, llega a la santidad sin siquiera darse cuenta, porque uno trata de hacerlo todo de la mejor manera. Y cuando llega Dios y dice: “Tú eres santo”, también aquí se requiere un acto de fe.

Hoy el Obispo y la Víctima son como María bajo la cruz. Durante el sufrimiento de Su Hijo y hasta su muerte, la famosa espada del dolor le ha traspasado el alma: hoy esta espada se ha clavado también en nuestro corazón y, creedme, ¡es tremendo!

Por esto he hablado ahora, pero durante la Misa os pido que pongáis de lado cualquier otra intención y que recéis exclusivamente por el Obispo y la Vidente. Os pido solo esto, es el regalo que os pido y que deseo que hagáis toda la semana, hasta el domingo. Todas las oraciones, los florilegios, el vía crucis, el rosario, la Santa Misa e incluso el ayuno, que todo sea haga para el Obispo y la Vidente y por sus intenciones. Os lo agradezco por anticipado y os digo: Amad verdaderamente a Dios con los hechos no con las palabras, amad verdaderamente a Cristo, pagando en persona y no recitando fórmulas, amad al Espíritu Santo tratando de cultivar los dones que él os ha hecho. Amad a la Madre de la Eucaristía, escuchad sus palabras y ponedlas en práctica, no la hagáis llorar. Amad a San José, el hombre del abandono total y no os acordéis de él solo en la ocasión en la que coméis buñuelos de San José. Amad a la abuela Yolanda y poned en práctica sus palabras: “No hagáis sufrir a mis dos hijos, Marisa y el Obispo.”

Sea alabado Jesucristo.