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Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 8 noviembre 2009

10° aniversario del matrimonio de dos jóvenes de la comunidad

Cartas de referencia: San Pablo (Rm 15,1b-3a.5-7.13); Evangelio (Jn 15,9-17)

Me dirijo a los esposos, porque hoy es su aniversario, pero al mismo tiempo tengo presente también a toda la comunidad, de haber sido de otro modo habríamos hecho una ceremonia privada, más íntima; sin embargo, tanto ellos como yo, estamos contentos de celebrarlo delante de todos, porque todas las personas casadas pueden encontrar hoy un impulso para mejorar también su propio matrimonio.

Hoy tenemos que contar con la emoción. Después de diez años es una gran alegría daros la bienvenida de mi parte, de la comunidad y de todos los que os aman en esta misma Basílica (como ha sido definida por la Madre de la Eucaristía) donde vuestro matrimonio fue bendecido por Dios y os habéis convertido en marido y mujer delante de Él y de la Iglesia.

Os acordaréis, queridos Angelo y Selenia, que yo entonces os hice un pronóstico que fue escuchado, por quien no está dentro de la espiritualidad de nuestro movimiento, con una cierta sorpresa. Lo habitual es considerar el día del matrimonio el día más hermoso de la vida pero, como de costumbre, una de nuestras características es ir un poco en contracorriente. De hecho os deseé que el día de vuestro matrimonio pudiese ser el día más feo de vuestra vida. Debo constatar que, en la perspectiva con que fue hecho este pronóstico, vosotros lo habéis cumplido. Para nosotros el amor se ha de considerar en crecimiento, dirían los latinos in fieri o bien in divenire, es decir tiene que aumentar continuamente.

Puedo testificar, junto a los que han estado a vuestro lado en estos años, que vuestro amor realmente ha crecido, no es el de hace diez años. Es un amor más grande porque ha sido probado, ha sido alegre y ha sufrido: es un amor total.

Cuando os casasteis las fórmulas eran ligeramente diferentes respecto a las que se recitan hoy. La fórmula de hoy es más hermosa: "Te acojo como mi esposa", "Te acojo como mi esposo".

Las palabras "Te acojo" significan que el uno ha querido todo lo de la otra y viceversa; lo ha aceptado todo y no ha rechazado nada. Es una aceptación total, que hace referencia a las características físicas y espirituales. Las físicas pueden ser corregidas a lo largo del camino: cuando salen las canas se pueden camuflar, si hay algún kilo de más hay que hacer algún esfuerzo; las características espirituales tienen que ser pulidas a lo largo de estos años de matrimonio.

Hoy, después de diez años, vosotros consideráis el mundo, la Iglesia y la sociedad de una manera completamente diferente a la de antes, pero que es la justa. El amor desarrolla también las cualidades mentales, porque el amor es un impulso a mejorar, a darse cuenta de lo que sucede y un impulso a comprender al otro. Todo este esfuerzo y este compromiso comportan un perfeccionamiento de las capacidades intelectuales, pero sobre todo el amor comporta un crecimiento en mayor medida de las cualidades estrictamente espirituales.

El símbolo del matrimonio es el anillo y tiene una forma esférica; si el amor es como un anillo, vosotros idealmente llenáis el vacío del anillo con todas las cualidades espirituales. Si se ama, si se es honesto y generoso, si se reza en unión y si se es obediente. La condición es siempre la misma. No puede ser verdad al contrario: es el amor el que caracteriza, declara y testifica la presencia de todas las demás virtudes.

Creciendo en el amor, se crece en toda virtud.

Al que me pregunta: "¿Cómo hago para vencer el orgullo y la soberbia? ¿Cómo lo hago para frenar la impureza?", la respuesta que doy a mi interlocutor puede ponerle, por añadidura, en un compromiso, hasta el punto de hacerle pensar: "¿Qué me está diciendo Don Claudio?". La respuesta es una sola: "¡Ama!". Es San Agustín el que nos lo recuerda: "Ama y haz lo que quieras", pero lo que quieras según la ley del amor y de la caridad. Es ésto lo que os deseo hoy.

Hoy serán bendecidos de nuevo vuestros anillos. Imaginad que, incluso siendo materialmente los mismos, son más grandes, por tanto dentro tendréis que poner más gracias y todas las demás virtudes. La capacidad de guardar el amor, es decir, la caridad, es garantía del mismo Dios.

Con el paso de los años el anillo se convertirá cada vez en más grande porque es el amor que, alimentado por las virtudes, por la gracia de Dios y por la caridad, crece cada vez más. Es el amor el que lo recubre, abraza y acaricia todo.

No es fácil conservar íntegro el anillo. Donde hay objetos preciosos, los ladrones van y tratan de robarlos. Tenéis que estar atentos porque, son muchos los ladrones que podrían privaros de vuestro anillo. Imaginad cuando os presentéis delante de Dios, en el Paraíso, y le enseñéis un anillo grandísimo. Dios dirá: "Ven, no hay necesidad de nada más. No hay necesidad de examen, ni os pediré si habéis observado los Mandamientos. Veo un anillo tan grande y es más que suficiente para tener la alegría de una entrada inmediata". Lo que os deseo, en perspectiva, es que entréis inmediatamente en el Paraíso de la Visión Beatífica.

Con este deseo de un próximo anillo grandísimo, os dejo en vuestra intimidad, con la oración personal en la cual hoy tenemos presente también a la tía Marisa, que hoy es la celebración del tercer mes de su subida al Cielo y de su entrada en el Paraíso. Ella, desposada místicamente con Jesús, quién sabe qué gran anillo nos enseña hoy; en este anillo está presente vuestra familia y también todos nosotros.

Todo sea para la gloria de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo, para vuestra alegría que deseamos pueda ser siempre completa, total y maravillosa.

Mis queridos hijos, que Dios os bendiga. Junto a la bendición de Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, junto a la bendición de la Madre de la Eucaristía, de San José, de tía Marisa y de abuela Yolanda, está también la de vuestro Obispo que os ama con un gran amor, total y que en estos días ha rezado mucho por vosotros, por vuestra familia, por el presente y por el futuro.

Hoy hemos tratado de escoger las lecturas en sintonía con la celebración que estamos haciendo en este momento.

Es nuestro amigo Pablo el que nos introduce en el gran misterio de la Redención, con un discurso que aparentemente puede parecer difícil de comprender, pero que sin embargo es de una sencillez impresionante. Pablo quiere subrayar la enorme diferencia existente entre el sacrificio que hacía cada año el sumo sacerdote en el templo, y la matanza y ofrenda a Dios de la sangre de los animales, con el sacrificio de Cristo. El sacerdote que ofrecía los animales hacía un rito simbólico, de expiación y de purificación. Pero no era una celebración que pudiese borrar el pecado, porque el pecado sólo puede ser eliminado con una acción de Dios. La ofensa a Dios, perpetrada por nuestros progenitores tiene una gravedad infinita por lo que, para poderla reparar, es necesaria una Víctima infinita, es decir Dios mismo. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad se ofrece, se encarna y se inmola para que los hombres sean redimidos. Si no hubiese habido Redención, hoy, desde el punto de vista espiritual, nos encontraríamos en la misma situación que los Hebreos de entonces, a los que Pablo escribía la carta. Esta Redención es tan completa y eficaz que nos sitúa en la posición de ver a Cristo como aquél que da la salvación.

"Aparecerá una segunda vez, sin pecado, para dar la salvación a los que lo esperan" (Hebreos 9,28): la Redención no implica solamente salvación, sino que también implica comunión y unión con Dios, por tanto Cristo se manifestará y aparecerá. Justamente a través de su sacrificio dejando a los hombres en condiciones de llegar al último estado de la meta de la Redención.

La Redención también contempla la posibilidad de ver a Dios. En esto hay un maravilloso amor por parte de Cristo, del Padre y del Espíritu Santo. De hecho, habría sido suficiente que los hombres, una vez redimidos, vivieran en un estado de alegría y de felicidad después de su muerte, pero no sería tan grande como la que Cristo ha querido que gozásemos y participásemos. Dios no estaba obligado a abrir el Paraíso y dejar entrar a todas las personas redimidas. No contento, o no satisfecho con esto, Cristo ha hecho que la vida del hombre, en las diferentes metas de su existencia, fuese siempre acompañada de Su presencia a través de los sacramentos. Los sacramentos, de hecho, dan su bienvenida con el S. Bautismo y el último saludo con la Unción de los Enfermos. Durante toda la vida nos acompañan la S. Comunión, la S. Confesión y el Matrimonio, también éste fruto de la Redención.

Los que han recibido el sacramento del matrimonio, se encuentran en una situación diferente y también mejor respecto a la del matrimonio de San José y de la Virgen. Ellos no han podido recibir el sacramento, porque entonces la Redención no se había realizado. Por desgracia el hombre, que hoy podría recibir un gran don, a menudo lo rechaza.

Eso no se refiere a vosotros. Nosotros estamos aquí alrededor de vosotros para desearos que este matrimonio, fundado sobre la Redención, fundado sobre la gracia, os acompañe durante toda la vida.

¿Qué hace falta hacer para la realización plena del matrimonio? Una vez más es Pablo el que nos responde: "No buscar lo que nos agrada a nosotros mismos" (Rm 15, 1b) En esto, ya hay un claro impulso dado al amor: el que se agrada a sí mismo es un egoísta; en cambio el que se complace del bien del otro, del progreso espiritual del otro, está en condición idónea de vivir el matrimonio como Cristo ha querido. En el sacramento del Matrimonio, de hecho, la aspiración más grande de la mujer respecto del marido y la aspiración más grande del marido respecto de la mujer es agradar al propio cónyuge, es agradar al otro. De nuevo vuelve la parábola maravillosa del amor.

"Cada uno de nosotros debe procurar de agradar a su prójimo para su bien, para edificarlo" (Rm 15, 2). ¿A quién se tiene que dirigir vuestro ejemplo de una vida correcta, de una vida generosa, sustancialmente cristiana? En el cuidado el uno del otro y en el cuidado de los hijos, fruto de vuestro amor. Agradar significa dar el máximo, para que el marido en la mujer y la mujer en el marido no encuentren ningún obstáculo en la vida espiritual. En caso de que hubiese un obstáculo, entonces habría impedimentos. Pero Pablo excluye esto.

Cristo, en cada instante de su vida, ha querido hacer todas las cosas, siempre en función y a beneficio de las almas. Para realizar un proyecto semejante hace falta fuerza y generosidad, es necesario superar, a veces, también el sufrimiento y afrontar sacrificios. Éstos se pueden afrontar con la virtud de la perseverancia. Dios es todo, en Él está presente todo, toda virtud y hasta el infinito. Pablo en este caso nos lo presenta bajo el aspecto del Dios de la Perseverancia y de la Consolación. Perseverancia en cuanto os da las ayudas necesarias para garantizar que podáis hacer el bien. Consolación porque en un mundo donde a menudo las ideas, los valores o las metas son diferentes de las de Cristo, se encuentra por desgracia en una situación de contraste y de lucha. Lo que Pablo desea, y que yo manifiesto a las familias, es que Dios os conceda a cada uno de vosotros que tengáis los mismos sentimientos de Jesucristo. La palabra "Sentimiento" no se tiene que entenderse como emoción, sino como compromiso donde puede haber una lucha. Por tanto, tener los mismos sentimientos de Cristo significa tratar de comportarse como Él.

Si un marido o una esposa se preguntaran: "Si Cristo estuviese presente en mi lugar, ¿Qué haría?". Escogería la cosa más hermosa, la más grande, la mejor, haría aquello en lo que se ve que el amor está presente en grado sumo.

Todo esto tiene una conclusión: llegar a alabar a Dios con una sola alma y darle gloria con una sola voz.

Dad gracias a Dios porque os ha dado un don, os ha hecho la gracia de hacer que os encontréis, os ha puesto el uno al lado de la otra y esto es algo grande y hermoso que garantiza también vuestra vida espiritual.

Dios no os escogió hace once o doce años, cuando os prometisteis o hace diez años cuando os casasteis, sino que os escogió antes de que nacierais. Os ha amado y tenido presentes antes de que nacierais. Sabía, porque Dios lo sabe todo, cuál sería vuestra vida y qué ayudas, gracias y auxilios, os habría dado Él; se ha preocupado de esto desde el principio.

Recordad: Dios es siempre puntual, cuando llega quiere decir que es el momento oportuno. No llega por casualidad, sino que es un momento preparado, un momento querido, decidido por Él antes de vuestra existencia.

Del Dios de la Perseverancia y de la Consolación llegamos al Dios de la Esperanza. Hemos concluido el año de la Esperanza, la Esperanza es certeza. Lo que se os ha dicho es certeza.

¡Que Dios os llene de toda alegría! Esto no significa no encontrar también sufrimiento, pero Dios os dará la ayuda, la fuerza y la gracia para no sucumbir. Os dará todo lo que os hace falta para estar siempre dispuestos el uno hacia la otra.

Según la mentalidad del mundo, cuando hay problemas sucede que uno culpa al otro. ¿Cuál es la manera de actuar según Cristo? Cuando surgen problemas uno tiene que estar al lado del otro, porque de este modo os podéis abandonar ciertamente en la certeza, garantizada por la presencia del Espíritu Santo en vuestra alma. El Espíritu Santo es gracia, el Espíritu Santo es amor, el Espíritu Santo es luz.

Del Evangelio de Juan (15, 9-17) tomaremos pocas expresiones, pero según yo, las más significativas y las más oportunas para vosotros.

Ahora es Jesús el que habla y le dice a la una y al otro: "Como el Padre me ha amado, también yo os amo a vosotros". (Jn 15, 9) por lo tanto os ha hecho destinatarios de su amor infinito, de su amor divino. ¿Qué es lo que os desea?: "Permaneced en este amor" (Jn 15, 10). Porque es el amor que os da la garantía y que os tiene unidos. En el mundo, por desgracia, las crisis matrimoniales, las separaciones y los divorcios aumentan. Los hombres no permanecen en el amor de Cristo. En el momento en el que están con Cristo y están con su amor, entonces la pareja cristiana tiene una fuerza y un valor que sorprende incluso a los otros que ven como actúan, se asombran y se preguntan: "Pero ¿cómo lo hacen estos para quererse tanto? ¿Cómo lo hacen para no traicionarse?". Hoy la traición es una experiencia frecuente y dolorosa, pero yo estoy seguro de que nuestras parejas, los jóvenes que han seguido la formación en este lugar, ni siquiera piensan en la traición, porque el amor es tan grande que hace ver a la persona amada con los ojos profundos del amor, por tanto le hace descubrir lo hermoso, lo grande y maravilloso que anida en el corazón del otro.

¿Cómo se hace para permanecer en el amor? Es Jesús una vez más el que nos responde: "Observad los Mandamientos" (Mt 19, 17 - Jn 14, 21) pero, de manera particular, observad mi mandamiento: "¡Ama a tu mujer! ¡Ama a tu marido!". Es éste el significado del matrimonio cristiano y es éste el deseo: permanecer en el amor de Dios y en gracia de Dios, garantiza el permanecer en el amor recíproco.

Si una pareja de jóvenes, de adultos o de ancianos, me tuviese que preguntar: "¿Qué tengo que hacer para ser fiel a mi mujer, ser fiel a mi marido?", le respondería: ámalo con todo el corazón, ámalo como a ti mismo, ámalo como deberías amar a Dios. Éste es el mandamiento que tenéis que observar.

Hemos empezado haciéndoos notar como en el amor todo está comprendido, terminamos estas reflexiones confirmando el mismo concepto: "Ubi carithas et amor, ibi Deus est" - "Donde hay caridad y amor allí está Dios".

Como os dije hace diez años, saliendo juntos de la Basílica cogidos del brazo para recibir las felicitaciones de vuestros seres queridos, amigos y parientes, sabed que estáis acompañados y abrigados por el amor de Dios; hoy volviendo a recorrer materialmente el mismo trayecto, os vuelvo a decir: "Que esto ya lo habéis hecho, hacedlo, pues, durante toda la vida", porque el matrimonio resiste mientras en el matrimonio está presente Dios. "Ubi carithas et amor, ibi Deus est"