Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 8 octubre 2009

Dos meses después de la partida de Marisa

De vez en cuando me veis, de vez en cuando desaparezco. Mi deseo es el de estar siempre aquí junto a vosotros, pero tenemos que abandonarnos a Dios.

Os invito nuevamente a reflexionar con amor y atención sobre el acontecimiento que hoy vivimos: el segundo mes de la partida de nuestra hermana Marisella hacia el Paraíso.

En nuestro corazón afloran diferentes sentimientos, casi contrastantes: alegría y dolor, sufrimiento y consolación que no se contraponen, pero se funden y se unen los unos con los otros. Vosotros recordaréis que Nuestra Señora muchas veces dijo a Marisa: "Te haré feliz en el Paraíso, sólo en el Paraíso". Ahora nosotros tenemos que gozar y aunque una parte de nuestro corazón gima, la otra tiene que alegrarse, porque nuestra hermana está finalmente en la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Qué sentimientos son convenientes sentir en referencia a esta hermana? La alegría, queridos míos, porque finalmente está delante de Dios, goza y es feliz. Durante estos dos meses, al menos para los que la han amado fuertemente (y espero que todos vosotros os sintáis en esta condición), el sufrimiento por el alejamiento físico, pero no espiritual, ha sido muy fuerte, estremecedor. En otras palabras, lo puedo decir por mí, pero es válido también para cada uno de vosotros, cuantos más días pasan, las semanas y los meses lo notan mucho los mayores y también los pequeños

Un sobrinito de Marisa, hace pocos días, me preguntó: "Si escribo una carta, la ato a un globo y luego lo dejo volar hacia el cielo, la tía me responderá?" Oh, sí, nuestra hermana responde a todos, está al lado de cada uno de nosotros. Por lo que a mi respecta, su cercanía no es solo espiritual, sino también física. Hace algunos días, para darnos consuelo y ayuda, nuestra casa se llenó de aquel perfume intenso que algunos de vosotros ya han notado otras veces.

Como un simple ejemplo podemos decir que para Marisa el "Ascensor" es y será siempre en función Cielo y Tierra, Tierra y Cielo. Está más aquí en la Tierra que en el Cielo. Esto me lo ha dicho muchas veces: "Cuando vuele al Paraíso, me quedaré cerca de vosotros, sobre todo de ti. Estaré cerca también de los niños, de nuestros niños de la comunidad, de los niños de todo el mundo". De hecho, Marisa siempre ha amado de manera intensa y particular a los niños: los ha protegido, salvado, ayudado y curado. Ha rezado y sufrido por los niños, pero lo ha hecho también por los adultos.

En estos últimos tiempos mi pensamiento se está deteniendo en el ejemplo de esta persona excepcional, la cual ha sido indicada por Dios como la más santa después de Nuestra Señora y San José. ¡Mirad quien hemos tenido con nosotros! Y sin embargo nuestra hermana Marisa, que en santidad precede, podemos decir que a casi todo el Paraíso, ha vivido en el ocultamiento y en la humildad más profunda.

Era una persona sencilla como una niña. No se ha vanagloriado nunca, más bien casi se avergonzaba, de los grandes dones místicos que la Santísima Trinidad le había otorgado. Creo poder afirmar, sin temor, que en la oración a María, Madre de la Eucaristía, dictada por Jesús, está recogida la síntesis de la vida espiritual de Marisa:

"Ayúdanos a ser humildes y sencillos,

ayúdanos a amar a todos los hombres,

ayúdanos a vivir en gracia

para estar siempre dispuestos a recibir

a Jesús en nuestro corazón".

Mirad, ella ha realizado todo eso de la mejor de las maneras, al máximo de sus posibilidades y potencialidades. Su humildad y su sencillez estaban a la vista de todos.

El que ha tenido ocasión de conocerla o de estar a su lado en algunas circunstancias, esto lo tiene bien claro. Lo que admiraba en ella, es que vivía de manera sencilla y ordinaria la grandeza de sus experiencias sobrenaturales de las que nunca se ha vanagloriado, mas bien al contrario, las más de las veces se avergonzaba y se sentía incómoda. De hecho, tenía dificultad para hablar de los extraordinarios dones que el Señor le había concedido.

Ser humilde, vosotros lo sabéis, no significa negar los dones recibidos o desacreditar su grandeza, sino atribuir a Dios el mérito y tener, por tanto, hacia el Señor un amor cada vez más profundo y un reconocimiento cada vez más fuerte.

Amar a todos los hombres. Esta es la característica de la vida espiritual y física de Marisa. Ha amado a todos, también a los que la han perseguido, condenado, hecho sufrir voluntariamente y que la han juzgado con expresiones vulgares y gravosas. Ha amado a los que la amaban, pero no ha diferenciado entre primeros y segundos. Esta es la grandeza de su santidad. Yo a veces le preguntaba: "¿Pero cómo lo haces para amar también a los que nos hacen sufrir?" Y ella me respondía: "Es Jesús el que me da la fuerza, es Jesús el que me da la gracia".

Jesús, su Esposo. Tengo delante de mi, nítidas imágenes de los frecuentes encuentros entre Marisa y su Esposo. Su rostro se transformaba, porque podemos decir que todo el amor que tenía se le salía del corazón hasta el rostro que se volvía de una luminosidad impresionante. Su sonrisa se abría de manera hermosa y maravillosa, empezaban así los coloquios con el distintivo de la simplicidad, de la sinceridad y de la humildad que es la característica de los grandes santos.

¡Amar ha sido su razón de vida! En su lápida encontraréis escrito: "Amor por Dios". El verdadero amor es el amor de Cristo y se nutre de sufrimiento. Cristo nos ha demostrado que nos ama, no con las palabras, no con las enseñanzas, no con los milagros (es Dios, no sorprende que los haya hecho), pero nos ha hecho tocar con la mano su amor a través de su sufrimiento. ¿Qué le ha dicho a Tomás, que era incrédulo? "¡Toca mis heridas; pon la mano en mi costado!" o también: "¡Mirad lo que Yo he hecho por vosotros, cuánto He sufrido por vosotros!". Marisa compartía con su Esposo también los sufrimientos de la pasión, que a veces, y vosotros sois testigos, se manifestaba a través de la efusión de sangre de los estigmas. En estas situaciones de atroz sufrimientos su rostro era dulce, tenía una expresión beata y, no me equivoco al afirmarlo, casi gozaba en ¡sufrir por Dios! Ella sabía de hecho, que del sufrimiento de la pasión que compartía con su Esposo, muchas almas se habrían convertido, que la Iglesia habría recibido nuevas energías espirituales y por tanto era sufrimiento que extraía el bien para llegar a Dios.

Vivir en gracia. Esto nos tiene que recordar la enseñanza repetida tantas veces por la Madre de la Eucaristía: casi en cada carta de Dios la Madre de la Eucaristía nos ha dicho: "Vivid en gracia", "Acercaos a mi Hijo en gracia". Muchas veces Marisa se acercaba y aceptaba el sufrimiento para reparar las ofensas y los sacrilegios en lo referente a la Eucaristía, cometidos justamente por quien consagraban la Eucaristía -y esto es lo absurdo- de quien tenía que hacer amar la Eucaristía.

Humildad, sencillez, amor hacia todos los hombres; vivir y recibir a Jesús en gracia: ¡eh ahí la espiritualidad de nuestra hermana Marisa! Todo esto lo ha vivido hasta el último instante de su vida y aunque cuando estaba en el hospital, no podía recibir la comunión todos los días; pero yo estoy seguro de que Nuestra Señora, como otras veces, le ha llevado siempre la Eucaristía. A Dios nada le es imposible, por tanto ha sido el sustento de la gracia eucarística la que la ha acompañado hasta el final.

También el epílogo de su vida terrena ha sido, se puede decir, semejante al de Cristo. Queridos míos, ¿quién estaba en el Gólgota a los pies de la cruz? ¿Los que habían sido curados? ¿Los que habían recibido milagros? ¿Estaban las personas a las que había hablado o enseñado? No, a los pies de la cruz estaban la Madre, la Madre de la Eucaristía, Juan y pocas mujeres pías. Lo mismo ha ocurrido para Marisa. En el momento en el que ha reclinado la cabeza y ha volado al Paraíso, estaban la Virgen, la Abuela Yolanda, es decir, su madre terrena, y las personas que la asistían: Titti y otras personas que formaban parte de la asistencia médica y que podían representar muy bien a las pías mujeres.

Estoy todavía a la espera de saber algunas particularidades que tengo en el corazón… creo que alguna otra persona estuvo a su lado en el momento de su partida, pero de esto hablaré a continuación.

Me gustaría que permaneciese en vuestro corazón el hábito de dedicar el ocho de cada mes a los recuerdos, a los ejemplos, a las experiencias, a las enseñanzas que hemos tenido de Marisa. De este modo podremos revivir lo que de grande y de hermoso ha hecho, empeñándonos a caminar hacia las maravillosas grandezas espirituales que ha alcanzado. Terminado el primer año de su partida, podremos proseguir ulteriormente celebrando esta conmemoración; a pesar de que a veces el cansancio, la amargura, la desilusión o el sufrimiento nos aflijan, levantemos la mirada al Cielo y después de haber saludado a Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, a la Madre, saludemos también a nuestra hermana que está a nuestro lado.

Cada noche, cuando voy a dormir, el último beso se lo mando a Marisa. Por la mañana, al despertarme, el primer beso se lo doy a ella, porque es mi hermana. Alguno podrá pensar: ¿Y qué piensa Jesús?". Jesús está contento, es feliz de esto. Es una manifestación de amor, de respeto, de reconocimiento y de gratitud en lo que se refiere a aquella que, desde los primeros años de su existencia, Cristo ha escogido como esposa suya.

En fin, queridos míos, os invito a escuchar atentamente el testimonio de Maria Teresa; os lo contará al final de la S. Misa, porque es mi deseo que este milagro pueda servir, al tiempo oportuno, para la causa de beatificación.

Nosotros sabemos que Marisa será declarada Santa por la Iglesia y junto a ella será declarada Santa también la abuela Yolanda, pero tenemos que dar nuestro contributo, por tanto os pido todavía un poco de empeño: venid aquí para la novena, al menos el que pueda. Durante estos nueve días alternaréis oraciones, sacrificios y florilegios; lo ofreceréis todo a Dios pidiendo la gracia de la curación del Obispo, por intercesión de nuestra hermana.

Sé que os estoy pidiendo mucho, pero el que pueda que venga, de tal manera que esté siempre al menos un representante de la comunidad. Preparémonos bien para la celebración del 24 y 25 de octubre próximo. Me gustaría hacer una fiesta grande y hermosa, una celebración sentida y vivida intensamente.

Queridos míos, ahora sumerjámonos en el misterio eucarístico y así, cuando recibamos a Jesús en nuestro corazón, la unión con nuestra hermana será más fuerte, más bella y más actual.

Sea alabado Jesucristo.