Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 4 junio 2006

Domingo de Pentecostés - Misa del día (Año B)
I lectura: Hch 2,1-11; Salmo 103; II lectura: Gal 5,16-25; Evangelio: Jn 15,26-27; 16,12-15

En toda la Historia de la Iglesia, entre pasado, presente y futuro, hay un hilo conductor que está salvaguardado atentamente por el mismo Dios y es Su presencia. Esta verdad, con la Encarnación, gracias a la acción del Espíritu Santo, se ha vuelto cada vez más clara y profundizada empezando por los apóstoles hasta sus sucesores.

Todo esto está presente en la llamada colecta, la oración al comienzo de la celebración de la S. Misa: “Continúa hoy, en la comunidad de los creyentes, las maravillas que hiciste al comienzo de la predicación del Evangelio”. Aunque han pasado cerca de dos mil años entre la gran intervención de Dios, que hemos leído hoy en los Hechos de los Apóstoles y el gran milagro del 11 de junio del 2000, el protagonista es siempre Dios que, con su acción divina, obra maravillas.

Hoy celebramos dos grandes milagros realizados por Dios: el prodigio de hablar y comprender las lenguas por parte de los apóstoles y sobre todo por parte de Pedro y el milagro ocurrido en mis manos durante la S. Misa en la fiesta de Pentecostés, cuando acababa de recitar la fórmula de consagración del pan.

Tenemos que recordar este milagro y ser agradecidos a Dios Espíritu Santo, porque con Su efusión transforma el pan y el vino en la presencia real de Cristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. De hecho se atribuye a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad la intervención taumatúrgica que va contra las leyes de la naturaleza: Dios ha establecido estas leyes y solo Él las puede derogar. Ante un fenómeno que va contra las leyes de la naturaleza, tenemos que inclinarnos y reconocer la presencia de Dios. Recordad que se ha dicho muchas veces, es un grave y craso error teológico atribuir al demonio una obra de Dios.

Por desgracia, esto se dijo para tratar de oscurecer el gran milagro del 11 de junio del 2000, pero pertenece solo a Dios. Hoy disfrutamos de todo esto, también porque nos damos cuenta de que Dios no se ha jubilado, no se ha olvidado de la Iglesia. Jesús no se convierte en un emérito, el Espíritu Santo no se retira al Paraíso dejándonos solos a los hombres la responsabilidad de la guía y de la enseñanza evangélica, porque si fuese así, queridos míos, la Iglesia ya sería un recuerdo perteneciente al pasado. Si la Iglesia, a pesar de los errores de los hombres y de los pastores, todavía existe y está presente, se debe exclusivamente a la presencia de Dios.

Pues bien, vemos el primer milagro, la primera gran intervención de Dios. Cuando el Señor llama a alguien a que cumpla una determinada misión, da también la posibilidad de realizar lo que Él pide.

Si recordáis, en los últimos versículos del Evangelio de Mateo están presentes las últimas recomendaciones de Jesús a los Apóstoles: “Id y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). Aquí está delineada de manera maravillosa la universalidad de la Iglesia, donde incluso habiendo diversidad de lenguas, de naciones, de culturas y de pueblos, están unidas gracias a la acción de Dios.

Nosotros damos por descontado, leyendo los Hechos de los Apóstoles, que los apóstoles han predicado el Evangelio en cada rincón del mundo entonces conocido. ¿Pero como se hacían comprender por los habitantes de Mesopotamia, de España, de Grecia, de Roma y de los habitantes de Oriente? ¿Quizás todos estos pueblos hablaban una sola lengua? ¿Creéis que los apóstoles fueron a la escuela a aprender idiomas? No tuvieron nunca esta posibilidad. Recordad pues quiénes eran los apóstoles: personas sencillas, del pueblo, dedicadas al trabajo y que fueron llamadas por Jesús a convertirse en pastores y apóstoles. Solo Pablo tenía una buena cultura, pero los demás tenían una modesta, por tanto ¿cómo hicieron para predicar, anunciar y enseñar?

La explicación está presente en el fragmento de los Hechos de los apóstoles que se ha leído hoy: el don de lenguas. “Había en Jerusalén judíos piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al oír el ruido, la multitud se reunió y se quedó estupefacta, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Fuera de sí todos por aquella maravilla, decían: «¿No son galileos todos los que hablan? Pues, ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra lengua materna? Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de Libia y de Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las grandezas de Dios». Todos fuera de sí y desconcertados, se decían unos a otros: «¿Qué significa esto?». (Hch 2, 5-12).

¡Cuánta maravilla suscitó este milagro! El día de Pentecostés los apóstoles recibieron de Dios el don de hablar y comprender todas las lenguas, al menos las de los pueblos que evangelizarían. Todo esto también está respaldado por la autoridad de varios padres de la Iglesia y en particular por Santo Tomás de Aquino, el más gran teólogo de toda la historia de la Iglesia. Sobre esto hay un acuerdo bastante abierto y preciso. Poned atención: hay una diferencia entre este don y el llamado “hablar en lenguas”; éste último se manifiesta, bajo la inmediata acción del Espíritu Santo, cuando se elevan a Dios cantos y oraciones con palabras incomprensibles para los presentes. Por tanto, el don de “hablar en lenguas” no es dado por Dios en función de los demás y por tanto este último es incoherente respecto a la orden de Cristo de anunciar a todos los pueblos el S. Evangelio. En el día de Pentecostés en cambio las personas presentes testifican que se han beneficiado del don de lenguas: “Todos fuera de sí y desconcertados, se decían unos a otros: «¿Qué significa esto?» se quedan perplejos en cuanto que, cada uno incluso hablando diversas lenguas, escucha y comprender a los apóstoles hablar y predicar en su propia lengua. ¿Pero por qué sorprenderse? A Dios nada le es imposible. ¿Por qué ponerse a la defensiva y buscar explicaciones que reducen y restan valor a las obras de Dios? En cambio se deben acoger y aceptar en todo su fulgor.

Después de todo, yo mismo he estado involucrado en experiencias similares, pero no entro en detalles para no poner a nadie en aprietos. He encontrado personas de diferentes nacionalidades que charlaban en su lengua mientras yo les escuchaba en italiano y cuando yo me dirigía a ellos en italiano, cada uno ellos comprendía perfectamente mis palabras en su lengua. Entonces ¿por qué sorprenderse? Sabéis que la bilocación es otra acción milagrosa de Dios que todavía hoy existe y de la que también ha hablado a menudo la Virgen: mis dos queridos hijos irán a África, Asia, América latina, etc… Tampoco en estas ocasiones para asistir a las personas o anunciar la Palabra de Dios no hubo intérpretes.

No quiero ir más allá de la autoridad de los padres de la Iglesia y del gran teólogo Tomás de Aquino, pero creo poder afirmar que Pedro, en el día de Pentecostés, recibió el don de lenguas un “peldaño” por encima de los apóstoles. De hecho, en este caso él se expresó en su lengua, hablando con autoridad y fuerza a las personas de diferentes nacionalidades presentes en Jerusalén y cada uno al mismo tiempo comprendió el discurso de Pedro. En esto veo realizada la otra promesa de Cristo, cuando dio a Pedro el mandato supremo: “Apacienta a mis ovejas”. Apacentar significa instruir, hablar, dirigirse a las personas. Jesús lo dijo, las ovejas oyen la voz del pastor: “Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y ofrezco la vida por mis ovejas. Y tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ellas tengo que apacentarlas; Escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10, 14-16). Por eso Pedro, Cabeza de la Iglesia, fundamento de la unidad de la Iglesia, empieza a ejercer su papel de Cabeza del Colegio apostólico, Cabeza de toda la Iglesia, de un modo todavía más grande y más extraordinario que los mismos apóstoles.

Ahora es legítimo preguntarse si lo que el Espíritu Santo ha realizado al inicio de la Historia de la Iglesia se pueda repetir incluso después de veinte siglos. En parte ya se ha verificado, como os he explicado, pero quiero ser todavía más audaz: creo que se repetirá también el gran portento, cuando personas que hablaban lenguas diferentes comprendieron al mismo tiempo las frases de Pedro. Todo depende exclusivamente de Dios, no depende de nosotros. Dios lo ha hecho y lo puede volver a hacer, lo ha hecho y puede no volverlo a hacer. Entonces ¿por qué decirlo? Para que tengáis la exacta comprensión de la palabra y de la acción de Dios y podáis comprender mejor los hechos portentosos del pasado y, si fuera necesario, estar preparados para los del futuro. Tenemos que estar preparados para comprender las grandes obras de Dios.

Os pongo un ejemplo, vosotros jóvenes estáis realizando la misión que Dios os ha confiado, o sea ir a hablar con los sacerdotes. ¿Cómo es posible que vosotros, jóvenes y objetivamente menos preparados sobre argumentos teológicos, hayáis hablado con más sabiduría e inteligencia que los mismos sacerdotes, hasta el punto de ponerlos en aprietos? Todo esto ha ocurrido porque el Espíritu Santo os ha ayudado e iluminado.

Cuando os lleven a las sinagogas o ante los magistrado y autoridades, no os preocupéis de cómo habéis de hablar o qué habéis de decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquél momento lo que debéis decir” (Lc 12, 11-12). Lo habéis experimentado, pero probablemente no lo hayáis comprendido plenamente, porque es algo tan grande y portentoso que es fácil preguntarse “¿Cómo es posible que el Señor se sirva de mí para hacer estas grandes cosas?” ¿Y por qué no? El Señor confunde a los soberbios para ayudar a los humildes, difunde la verdad para contrastar, combatir y vencer la mentira. ¿Cuántas mentiras, cuántas afirmaciones heréticas, cuántas maldades y calumnias habéis escuchado? Y sin embargo habéis tenido la fuerza y la luz para responder. Recordad el texto de la oración de la colecta de hoy: “Continúa hoy, en la comunidad de los creyentes, los prodigios que has realizado en los comienzos de la predicación el Evangelio”, efectivamente también hoy es realidad.

En el pasado eran los apóstoles los que tenían que hablar y convertir a la gente de la religión judía o del paganismo al cristianismo y hoy se trata todavía de convertir, no a los fieles, sino por desgracia a los pastores. El Señor está realizando y os está asistiendo en esta misión hacia los sacerdotes: también éstos tienen un alma y son amado por Dios.

Concluyo recordando el gran milagro eucarístico que, como también vosotros jóvenes habéis descubierto, pone en tal dificultad a algunos sacerdotes que dicen cosas heréticas y ridículas.

Ved, también en este caso hay una similitud con el milagro ocurrido en el día de Pentecostés. De hecho, algunos, ante el asombro de comprender el lenguaje de los apóstoles en su propia lengua, afirmaban que estaban borrachos.

Mirad, todo se repite. Es una calumnia grave, un pecado y una ofensa sobre todo a Dios más que a los apóstoles. Están los estúpidos, los ignorantes, los enemigos de Dios que creen ridiculizar estos portentos y sin embargo se exponen solo a dar malísimas y pésimas impresiones y un mañana a ser severamente juzgados y condenados por Dios. Para estos no hay salvación. No hay salvación para quien ofende la Eucaristía y para quien atribuye al demonio lo que es de Dios. Vosotros jóvenes ante estos hacéis bien en levantaros y replicar que no sois vosotros los que estáis fuera de la Iglesia, sino más bien el que ofende a Dios, el que profana la Eucaristía y peca gravemente contra el Espíritu Santo que ha realizado este milagro.

El milagro del 11 de junio suscita en mi algo particular, lo siento mío. A veces estoy tentado de guardar esta experiencia en mi corazón, de abrazarla y tenerla solo para mí, pero luego comprendo sin embargo que Dios lo ha realizado para los demás. Soy feliz por tanto de compartir con todos vosotros aquellas emociones y manifestaciones de fe y de amor que viví cuando empecé a ver brotar la sangre de la Eucaristía acabada de consagrar. Podrán pasar decenios, pero ciertamente recordaré siempre con claridad y precisión particularidades de lo que viví aquel día. También vosotros sois llamados a ser testigos, sobre todo los que estaban presentes, pero también quien ha escuchado mi relato; todos vosotros habéis gustado la belleza y la grandeza de este gran milagro.

Todos debéis ser los testigos, pero sobre todo aquellos que defienden y anuncian a los demás estas grandes intervenciones de Dios. Recordad la oración eucarística: “Padre verdaderamente Santo, fuente de toda santidad, santifica estos dones con la efusión de Tu Espíritu, para que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo nuestro Señor”. No se puede separar Dios Espíritu Santo de la Eucaristía porque la actualización y la presencia del sacrificio de Cristo se perpetúa en la Iglesia a través de la acción y el poder del Espíritu Santo. No tenemos que olvidar esta verdad de fe.

Es verdad, dirigimos nuestra atención y nuestra oración mayormente a Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad. Después en los últimos años hemos aprendido a conocer también a Dios Padre que se nos ha manifestado, nos ha permitido hablar y dirigirnos a él como “Dios Papá”. Sin embargo Dios Espíritu Santo, por nuestra culpa y responsabilidad, no es suficientemente honrado. Está un poco descuidado: la oración, el amor, la fe en Dios Espíritu Santo no es adecuado como debería ser. Es verdad que Dios es uno y Trino, pero no podemos descuidar a ninguna de las personas divinas, porque es el mismo Dios que debe ser el objetivo del culto, del amor y de la fe.

Dios Espíritu Santo tiene como peculiaridad de la acción los milagros y sobre todo el gran milagro eucarístico que os he recordado, pero las otras personas de la Trinidad no son ajenas a él, por lo que nunca podemos desunir a las Tres divinas Personas, sino que debemos dirigirnos a los Tres al mismo tiempo, porque Dios es uno, es fuente de verdad y es fuente a amor.

Que el Espíritu Santo nos ayude también a nosotros a comprender todo lo que tiene que ser practicado y difundido, nos ayude a realizar los compromisos del bautismo y que hemos repetido el día de la Confirmación. Todos los días debemos renovar continuamente nuestro compromiso que no debe practicarse solo unos días, sino que debe abarcar todos los días del año.

Nosotros sin la acción del Espíritu Santo, como sin la Eucaristía y sin el amor de Dios Padre, no podemos vivir. Tenemos necesidad de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo. Tratemos entonces de añadir a nuestra oración un himno de agradecimiento y de alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Sea alabado Jesucristo