Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 3 Diciembre 2006

I Lectura Jer 33,14-16, Salmo 24, II Lectura 1Ts 3,12-4,2, Evangelio Lc 21,25-28.34-36

El período de Adviento, que empieza hoy y se concluirá el día de Navidad, es un periodo que reclama y resume el largo periodo de espera iniciada con los patriarcas, proseguida con los profetas y vivida de manera íntima y particular por los justos del Antiguo Testamento. A pesar del paso de los siglos, esta esperanza, esta certeza de la venida del Mesías, a veces se ha desvanecido, incluso se ha muerto y a veces ha estallado en toda su potencia, pero en el momento establecido por Dios, llegó Aquél que fue anunciado y profetizado por los patriarcas y profetas. El Cristo, Señor de la historia, divide las épocas históricas, haciéndonos contar los siglos antes y después de su venida. Para contar los siglos nos referimos a un pesebre y a una joven virgen que, delante de los hombres, no gozaba de estima ni reputación porque no ocupaba un lugar relevante en la sociedad. Sin embargo aquel niño necesitado de atención, cuidado y afecto, como todos los niños, a través y por medio de la humanidad, escondía la divinidad.

Llegamos así al punto central: Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Las acciones que realiza Cristo pueden ser consideradas desde el lado de la naturaleza humana y desde el lado de la naturaleza divina; naturaleza humana y naturaleza divina que, unidas las dos, son expresadas a través de una palabra de origen griego: “teándrica”. De hecho en Cristo está presente una realidad teándrica: Teos, que significa Dios y aner, andros, que significa hombre. Este es el motivo por el que podemos decir con exactitud, respectivamente histórica y teológica, que Cristo ha nacido y nace. Desde el punto de vista humano hay límites, que son el espacio y el tiempo, con los cuales tenemos que lidiar y con los que el mismo Cristo, como hombre, ha tenido que lidiar, pero como Dios para Él solo existe el presente. De hecho no hay sucesión temporal porque ésta ya significa una dependencia, un límite y como decimos que la Misa es hacer presente, a través del poder del Espíritu Santo, lo que ha ocurrido, incluso el nacimiento, el misterio de la encarnación, entra en la misma categoría teológica. Cristo nace siempre, Cristo muere siempre, Cristo resucita siempre. Por eso podemos decir que, así como frente la Eucaristía revivimos y estamos presente de manera real al sacrificio de Cristo, igualmente en el nacimiento revivimos el misterio de la encarnación y de la venida al mundo de Cristo. Esto sucede de manera misteriosa, tanto que nuestra razón no siempre puede sostenerlo e incluso nos hace vacilar, pero la realidad es esta. Cuando la Virgen dice que Cristo nace, no se equivoca de tiempo, sino que dice exactamente lo que me he esforzado en haceros comprender y espero haberlo logrado. Por lo tanto es correcto decir “nació”, porque Cristo es hombre, pero también es correcto decir que “nace”, porque es Dios. Nosotros mismos podemos y debemos vivir esta espera, siendo hombres, como fue vivida por los que nos han precedido. Aquí, entonces, debemos vivir la espera del Mesías y cualquier otra realidad que se acerque al concepto de la venida de Cristo y del día de Cristo, con la misma fe de Abraham, los justos y todos los que creían ciegamente en la venida del Mesías, vivieron de manera que esta espera condicionase y empujase a cada uno a un compromiso particular. Estamos llamados a vivir la espera de Navidad y también la espera del día de Dios, del mismo modo indicado por Pablo a los habitantes de Tesalónica. Pablo dice: “El Señor os haga crecer y abundar en el amor mutuo”. También esta expresión, refiriéndome sobre todo a los últimos años, la habéis oído muchas veces, en las cartas de Dios: “Amaos unos a otros, amaos recíprocamente”. Esta invitación a amarse unos a otros y a amar a todos se ha repetido continuamente, porque el amor no tiene barreras, no tiene límites. Afirmar que se ama solo a algunas personas significa no saber amar, porque amar significa vivir la experiencia de Dios y vivir como Dios. Es imposible pensar que Dios ame solamente a algunas personas o a algunas categorías o solamente a los bautizados o a los cristianos. Dios ama a todos, porque está en su naturaleza dar a todos su amor.

Pablo nos enseña que humildad es sinceridad: “El Señor os haga crecer y sobreabundar en el amor entre vosotros y hacia todos, como sobreabunda el nuestro por vosotros”. Pablo se pone como ejemplo para los fieles a los cuales se dirige, porque es apóstol, fundador de la iglesia, porque es el que ha estado llamado directamente por Cristo. Como Pablo, tenemos que tener siempre la humildad de decir con sinceridad lo que somos. Si yo os amo, no puedo, por falsa humildad, oscurecer o hacer desaparecer el amor que tengo hacia vosotros; si en consciencia os amo más de lo que vosotros mismos podéis amar, es correcto que yo me proponga, como se ha propuesto Pablo, como modelo a seguir en el amor. Ésta es la grandeza del cristianismo: atribuirlo todo a Dios, reconocer que los dones y los beneficios vienen de Dios, pero igualmente ponerse en la posición de decir: “Yo soy lo que soy por la gracia de Dios, amo porque Dios me ha dado la gracia de amar, soy fuerte porque Dios me ha dado la fuerza, soy sincero porque Dios me ha dado el don de la sinceridad”. Este crecimiento espiritual debe llevarnos para hacer nuestro corazón firme e irreprensible. El verdadero cristiano es el que sabe dominar la situación, que sabe ser fuerte. De hecho en algunos pasajes del Antiguo Testamento Dios es llamado con una expresión militar, el Dios de los ejércitos, para indicar que es omnipotente y concede su fuerza en las proporciones que él juzga oportunas a todos los que siguen su voluntad, que respetan sus leyes, que practican sus consejos. Podemos ser firmes e irreprensibles solo por la gracia de Dios, pero Pablo dice que tenemos que serlo ante Dios, no delante de los hombres. Sin embargo sucede que somos sensibles a los juicios de los hombres, nos exaltamos cuando nos alaban, nos derrumbamos cuando nos desprecian, pero esto no tiene que ocurrir, porque los juicios humanos la mayoría de las veces contrastan con los juicios de Dios, que son los únicos que tienen que ser aceptados y respetados. Si Dios dice que una persona es su amigo, es su fiel, si una persona goza de la gracia de Dios y Dios mismo dice que es santo, los hombres no tienen ningún derecho de denigrar e ironizar; el que lo hace se pone en una posición de tremenda responsabilidad porque se pone contra Dios y cada vez que el hombre se pone contra Dios se vuelve un demonio. Los primeros que fueron contra Dios y no aceptaron su ser divino, ni sus decisiones ni sus órdenes, fueron los demonios y los hombres pueden volverse tales, no en la naturaleza, sino en el modo de ser. Todo esto debe mantenerse actualizado hasta el momento de la venida del Señor.

Yo, en este momento, pienso en dos venidas. También la Virgen dijo que tratemos de preparar la canastilla, en el sentido de hacer obrar buenas, oraciones, adoraciones, florilegios, ayunos y penitencias, el que lo pueda hacer, pero este compromiso continuo nos tiene que llevar a esperar el nacimiento en la noche de Navidad y a esperar la venida cuando el poder de Dios se manifieste en nuestro favor. No sé cómo, no sé cuándo, pero sé con certeza que esto sucederá y se manifestará justamente abatiendo a los soberbios y enalteciendo a los humildes, que llegarán a las alturas vertiginosas que ningún otro, independientemente de Dios, ha podido alcanzar.

Hay que agradar a Dios y no a los hombres: esto es otro compromiso que tenemos que tomar, pero a menudo, por desgracia, para agradar a Dios es inevitable que no agrademos a los hombres. La elección está ya en el Evangelio: o Dios o el dinero, no hay alternativas. Si amamos a Dios tenemos que aceptar y estar dispuestos también a rechazar las opiniones y los juicios negativos de los hombres, pero si estamos con los hombres, entonces lloramos por nuestra realidad, nuestra situación, porque no hay salvación. Tenemos que estar con Dios y los hombres que están con Dios estarán con nosotros. No nos asombremos si los hombres que no están con Dios están contra nosotros, es una realidad fisiológica, es una realidad segura. No podemos asombrarnos si somos condenados por quien no está con Dios, porque es normal, es evidente que sea así, sería extraño lo contrario. Tratad de actuar siempre así para distinguiros, aún más, pero no para hacer actos de soberbia, de presunción o de orgullo. Hay que destacar siempre ante Dios, es este el pensamiento recurrente de Pablo. Mirad qué diferente es este estilo, que es sugerido por la Palabra de Dios, de aquel de tantas personas que se sienten poderosas, como dijo ayer la Virgen, y tratan de afirmar frente al otro su propia superioridad. Esto es mezquindad, pero por desgracia esto ocurre incluso en la Iglesia y en los escalones más altos de la jerarquía. Estas personas son dignas de compasión y basta, por tanto no tenemos que seguirlas en absoluto.

Sabéis qué normas os han sido dadas por parte del Señor Jesucristo, ninguno de vosotros puede decir que no sabe qué debe hacer para convertirse en santo y ser un cristiano auténtico. Habéis recibido ciertamente enseñanzas que no han recibido otras comunidades, habéis vivido experiencias que no han sido vividas por miembros de otras comunidades así que apelo a vuestra responsabilidad, para que verdaderamente se pueda activar en vosotros la decisión de seguir a Cristo con corazón firme e irreprensible, de esperar su venida y gozar en el momento en el que Cristo se hace presente realmente en la Eucaristía. Sabed que en aquel momento nosotros vivimos la Navidad y la Pascua. Sea alabado Jesucristo.