Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 25 octubre 2009


Fiesta de la Madre de la Eucaristía

Mi querido Dios, tú sabes que, inicialmente, había pensado en callar en esta ocasión porque, para mí, habría sido más fácil hacer hablar al corazón en el secreto y en el silencio también por no arriesgarme a estar abrumado por la emoción, como le ha pasado a alguno. Pero he sentido en mi corazón un estímulo a hablar y me he acordado de los momentos en los que, para empezar la jornada, Marisa y yo recitábamos nuestras oraciones que confiábamos a Tu divina protección. Reconozco que, a veces, estas oraciones eran quizás un poco largas pero a las que a menudo asistía todo el Paraíso. Tú Padre, Tú Hijo, Tú Espíritu Santo, circundado de la Madre de la Eucaristía, de los ángeles y de los santos, estabas allí escuchando las palabras del Obispo que Tu, Dios mío, has ordenado; y Marisa, para bromear, a menudo levantaba la mano y me hacía ver el índice y el medio, que estrechaba a modo de tijeras, para decirme que no me alargara demasiado. Estoy convencido que ahora, sin embargo, me está diciendo que hable porque puede interpretar los pensamientos de Dios y los sentimientos que nosotros sentimos.

Al inicio de la procesión eucarística ha sido entonado el canto que Tú, Jesús, dirigido a Marisa, has definido como “nuestro canto”; yo he visto la escena del esposo que, saltando feliz, vestido de rojo, va al encuentro de la esposa y he visto también la emoción de la esposa.

Me permito, y no lo tomen a mal aquellos que me han precedido, hacer una pequeña corrección. Nosotros no estamos celebrando el matrimonio místico de Marisa, pero lo estamos conmemorando ahora, lo estamos recordando a nosotros y a todo el mundo.. lo estamos haciendo revivir a aquellos, y nosotros entre ellos, que no pudieron estar presentes, porque el matrimonio místico ha ocurrido en el Paraíso cuando ´tu, Marisa, has volado finalmente, has deshecho los lazos terrenos y has cerrado los ojos a las realidades del mundo abriéndolos a las celestes y te has encontrado finalmente entre los brazos de tu Esposo que te ha acogido, junto al Padre y al Espíritu Santo, entre la sonrisa complacida de la Madre celeste, de madre terrena y de todo el Paraíso.

Dios mío no quiero en absoluto faltarte al respeto pero me tienes que permitir de desviar mi discurso hacia Marisa, mi hermana y Tu hija.

Querida Marisella, hoy, probablemente por primera vez y desearía que fuera la primera de una larga serie, has podido participar a todo el desarrollo de la procesión. Cuando vivías en la Tierra, de hecho, estabas bloqueada por tus dolencias y a menudo imposibilitada para bajar en medio de los miembros de la comunidad. Alguna vez Dios te ha permitido de manera extraordinaria, a través de la bilocación, estar presente pero hoy estás presente de manera ordinara como criatura del Cielo. Y estabas allí, al lado de tu esposo, llevado solemnemente en procesión e entronizado porque deseamos llevar a todo el mundo a Cristo, el Hijo de Dios, el Mesías, el Cabeza y fundador de la Iglesia y deseamos también darlo a conocer y amar por todo el mundo. Hemos hecho todo esto con esta intención. Después ha empezado esta conmovedora adoración eucarística. No es difícil, Dios mío, imaginar donde se encuentra Marisella: está aquí, está a mi lado. Pero, del mismo modo en el que Marisa veía comportarse a la Madre de la Eucaristía, recogida en adoración delante de su Hijo, finalmente también Marisella ahora está prostrada de rodilla delante de Ti y esta es otra alegría que está probando. A Marisella le gustaba mucho ponerse de rodillas y adorarte pero, por desgracia, sus condiciones físicas no se lo han podido permitir nunca. Tú, Dios mío, nos has enseñado, a través de la Madre de la Eucaristía, que no es tan importante estar en pie, de rodillas, o sentados, sino que lo que cuenta es llegar a Ti y, sobre todo, recibirte en el corazón en gracia, con Tu gracia. Y eh ahí la gran enseñanza que se desprende de la vida de Marisa. Ella, a pesar de que vivía en un mundo sucio y destruido por el mal, no se ha contagiado nunca ni mínimamente de todo eso, sino que ha irradiado luz y esplendor alrededor suyo y ha transformado el fango en tierra fértil, la maldad en amor y el egoísmo en generosidad. Eso es lo que ha hecho nuestra querida hermana, la cual, en este momento, se está girando hacia mí y me está pidiendo que no hable más de ella sino de Jesús. Y yo, sin embargo, con tu permiso, Señor, hablo de ti, Marisella, porque tengo permiso de Dios y también tú decías siempre que a él no se le puede decir que no. Aunque yo no quiero decir que no a Dios en absoluto y esta oración, esta incesante oración tuya, que compartes con abuela Yolanda, con la Madre de la Eucaristía, con San José y con todos los demás santos y ángeles del Paraíso, está dirigida a Ti, Dios mío, para que aceleres finalmente los tiempos para que la Iglesia pueda renacer. Dios mío, basta con los pastores indignos, basta con los mercenarios, dale a Tu Iglesia pastores santos, generosos, altruistas, dispuestos y preparados incluso desde un punto de visto cultural y teológico. Dale personas que sepan amar, que viven en el amor porque el amor es gracia, es presencia de Dios, porque significa estar a brazados a Dios: esto es el amor. ¿Cómo se ve el amor entre dos cónyuges? ¿No transparenta quizás de las actitudes afectuosas que se intercambian? Pues bien, ¿cómo se ve el amor con respecto a Dios? De las actitudes afectuosas que la criatura humana dirige al Padre y viceversa. Has visto, Dios mío, cuántas palabras salen de mis labios porque tengo tantas cosas que decirte y las guardaba en mi corazón, son reflexiones que he madurado en estas semanas, en estos meses, pero no quiero aburrir más a mis hermanos y hermanas, lo que quiero gritarles es exactamente esto: queremos amarte a Ti, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, realmente presente en la Eucaristía y, para amarte, estar dispuestos a cualquier cosa, como decía el pequeño Domingo Savio: “La muerte, pero no el pecado”. El pecado lo queremos combatir aunque quizás es presuntuoso. El pecado lo queremos destruir pero, por desgracia, esto Dios mío, nos has enseñado que no podrá ocurrir nunca porque siempre habrá alguno, como ha ocurrido entre los ángeles, que te traicionará. Y así ocurrirá igualmente entre los hombres, algunos de los cuales continúan traicionándote, porque presos del deseo espasmódico de tener riqueza, poder y cargos, sin preocuparse de nadie y arrastrando, como ha hecho Lucifer, un tercio de los ángeles al infierno. Estos arrastran, por desgracia, con sus actitudes y el mal ejemplo a tantas personas hacia el infierno, palabra oprobiosa que quisiera casi erradicar e nuestro vocabulario y sustituirla con otra palabra. Paraíso, porque diciendo Paraíso es como si hubiese una llamarada de luz que se desprende, es como tener una valiosa alfombra que nos eleva a Ti, es como ver un jardín lleno de flores de todos los colores pero, sobre todo, de perfumes que son tu morada terrena. Dios mío, hablemos de aquella morada que nosotros quisiéramos prepararte y en la que cada flor, cada brizna de hierba, cada trozo de tierra es un alma buena, generosa y que te ama

Ahora, Dios mío, asístenos en esta Santa Misa, danos la paz, la fuerza, el valor y el amor; danos de nuevo a Tu Filo en la Santa Comunión para que podamos, a través de la Eucaristía, asemejarnos cada vez más a ti y ser nosotros, como Él, Hijo amado, abrazado, deseado y protegido por el Padre.

Gracias, Dios mío, por haberme escuchado y perdóname si he hecho que, una vez más, hayas tenido paciencia hacia mi que, con todas mis debilidades quiero ser sacerdote y víctima porque eso, ahora, se ha convertido en realidad pero, una realidad, Dios mí, que espero que acaba de manera que yo pueda reemprender únicamente mi papel de sacerdote para beneficio de las alma y para el renacimiento de la Iglesia. Y ahora, Dios mío, Gloria a Ti, Dios Uno y Trino, Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo. Permitidme dar un beso a mi hermana y en este está encerrado el beso de toda la comunidad, y hoy he hecho un pequeño abuso litúrgico, como te he besado cuando te he cogido del trono. Pero el beso no era sólo mío sino de todas las almas que te aman que te quieren seguir y que desean vivir unidas a Ti porque solo de esta manera podremos decir que el Paraíso se anticipa en la Tierra. Me gustaría que una hermosa sonrisa nacieses y saliese del corazón de todos, que sea expresión del hecho de que estamos contentos de estar en tu presencia.

Gracias, Dios mío, porque nos amas, gracias, Dios Mío, porque nos has redimido, gracias, Dios mío, porque nos has dado la Eucaristía.