Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 17 de mayo de 2009

Señor, te reconocemos y te alabamos: Dios uno y Trino, como dice el canto que hemos interpretado. Después de haber adorado y reconocido que eres un solo Dios en Tres Personas, iguales y distintas, me permito dirigirme a mi Hermano Jesús. No quiero olvidar a Dios Papá y a Dios Amigo, pero, celebrando el aniversario de los Votos de Marisa, es justo que me dirija a Aquél que nos alienta a que le llamemos Esposo de Marisa. Mientras Te sostenía, llevándoTe en procesión, estaba seguro de que a mi lado en adoración estaban la Madre, San José y todo el Paraíso, pero, una vez más, eras Tú el que me sostenías a mi. En aquellos momentos, delante de mi mente, han pasado, aunque velozmente, estos 38 años que hemos vivido juntos.

Sí, Jesús, puedo afirmar delante de mis amigos, hermanos y hermanas, que hemos embellecido todos estos años con mucho amor y mucho sufrimiento. Crecía el amor, pero crecía también el sufrimiento, y ha habido un impulso, sobre todo en este último período, en el que puedo exclamar: "¿Jesús, cómo hemos podido amarTe tanto y sufrir tanto por Ti?". La única respuesta es: que nos has llenado el corazón de amor, hemos tenido la Eucaristía, la fuente del amor, de la que nos hemos saciado a manos llenas. Lo he dicho muchas veces, Jesús, que si no hubiese celebrado la Misa, y Marisa no hubiese tomado la Eucaristía, ¡cuántas veces nos habríamos derrumbado! Pero Tú, mientras nos estábamos derrumbando, o bien nos has levantado a tiempo o bien nos has querido hacer probar la amargura de la derrota y la prueba del abandono como lo has vivido en Getsemaní. Y 38 años, Jesús, son toda una vida, Tu vida, encerrada en este largo trayecto que hemos recorrido, tu esposa, y yo, tu hermano.

Tu conoces, Jesús, las noches insomnes, en las que he velado junto a Marisella y he experimentado lo que tu has vivido en Getsemaní, en el Sanedrín, en el pretorio de Pilato, a lo largo del recorrido hacia el Calvario y en el mismo Calvario. Yo no veía el rostro de mi hermana Marisa, sino el de mi hermano Jesús y no sentía sus palabras, sino las tuyas. Creo poder decir, Jesús, que Tu esposa Marisa es la persona que en toda la Historia de la Iglesia se te ha asemejado más, es la que ha compartido más Tus sufrimientos, es la que ha bebido más frecuentemente el cáliz amargo del dolor y que ha derramado más sangre, porque es la que Te ha amado más. Jesús, Tu estás contento cuando Te hablo de Tu esposa. Todo esposo cuando oye los elogios dirigidos a la esposa es feliz, se alegra y Tu, en este momento, Te estás alegrando, eres feliz, porque piensas en la belleza del alma de Tu esposa que yo, después de Ti, conozco mejor que todos los hombres. En este momento nuestro corazón gime por culpa de los que gobiernan la Iglesia y piensan solo en el poder, en el dinero y en los placeres desordenados. Estos hombres nos han condenado injustamente a mi y a Marisa, pero condenándonos a nosotros, Te han condenado sobre todo a Ti. Estos hombres han pensado en librarse de nosotros dos para alcanzar su meta, pero llegará el momento en el que Tu mano poderosa los desalojará de sus tronos y aquella visión que Marisa ha visto muchas veces, se convertirá en realidad. Marisa ha visto muchas veces a estos personajes enseñando los dientes, estar rabiosos y pronunciar palabras blasfemas.

Tu has permitido que Satanás nos tentase y nos pusiera duras pruebas, por otra parte también has permitido que te tentara a Ti y a la Madre de la Eucaristía. Era repugnante aquel ser diabólico que, hace pocos días, ha aprovechado cobardemente las condiciones de cansancio y enfermedad de Marisa para engañarla, pero este engaño ha durado poco, porque ha sido descubierto y la verdad se ha convertido en palpitante realidad.

El demonio nos ha acorralado, nos ha herido, nos ha hecho sufrir, y ahora estamos aquí delante de Ti, Jesús, mostrándote nuestras heridas, sobre todo las de Marisella, porque ella ha sido vapuleada violenta y ferozmente hasta el punto de que en su cuerpo han sido visibles contusiones, señales y arañazos. Pero todo esto ya pertenece al pasado, hemos conseguido vencer al demonio y a los hombres que se le asemejan. Ahora, Señor, Hermano mío, Dios mío, ¿qué puedo pedir? Lo han dicho de manera afectuosa y respetuosa los que me han precedido durante esta adoración eucarística; Tu los has escuchado, y ciertamente con la cabeza has dado señas de un "Sí".

Yo sé que en el Paraíso está todo preparado para acoger a Marisella: además los ángeles y los santos han aprendido un nuevo canto con el que la acogerán. Jesús, solo Tú conoces este día, todas las otras fechas han sido canceladas, pero hay todavía una que continúa brillando.

Te acuerdas, Jesús, cuándo Marisa ha visto dos fechas escritas con letras de oro, la del triunfo de la Eucaristía: el 10 de junio de 2000 y la otra: el 9 de marzo de 2005, cuando has permitido que, en lugar de estar presente en el lugar taumatúrgico conmigo celebrando el aniversario de mi ordenación sacerdotal, se ha visto obligada a ser hospitalizada, donde ha pasado, y Tu lo sabes muy bien, días y noches tremendas. Ahora, Jesús, creo que ya ha llegado el momento de considerar la última fecha que se refiere a Tu esposa y mi hermana, por la que, a invitación vuestra, estamos rezando desde hace tiempo y que en este momento, con esta oración mía, confío al Corazón materno de la Madre de la Eucaristía, de su madre terrena, la abuela Yolanda, de mi amadísimo San José y de todos los demás santos y ángeles para que unan las manos en un acto supremo de amor. Deseo, Dios mío, que sonriendo digas: "Pronto vendré a buscar a mi esposa para llevarla al Paraíso para que goce, por toda la eternidad". Termino esta oración espontánea, invitando a todos los presentes a repetir conmigo: "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén"

+ Claudio Gatti

Obispo ordenado por Dios

Obispo de la Eucaristía