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Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 11 de marzo de 2007

"Como la cierva anhela el agua de la fuente, así mi alma Te anhela a Ti, Dios mío, Uno y Trino".

Dios Padre, papá nuestro, Dios Hijo, hermano nuestro, Dios Espíritu Santo, fiel amigo nuestro y dulce huésped del alma, oh Dios Uno y Trino, finalmente estás delante de mí: Uno en la naturaleza, Trino en las personas, igual en la Divinidad.

Esta noche nos has querido hacer un regalo a nosotros dos, al Obispo y a la Víctima, según Tu lógica. Nos has hecho vivir, pero de manera más trágica, más intensa y más íntima que las otras veces, la dolorosa experiencia del Getsemaní: sufrimiento físico y sufrimiento moral, unidos en un abrazo. Implorábamos Tu presencia, Tu ayuda y Tu aliento y Tú, Dios mío, aunque estabas a nuestro lado, quisiste que no sintiéramos Tu presencia. Fue una experiencia muy dura y aquellos momentos fueron larguísimos; nos aferrábamos a la oración, gemíamos y las horas transcurrían a la espera de una aclaración. Nuestra oración fue continua e incesante, nunca desesperada, sino siempre confiada. Tú has permitido también que nuestro corazón, nuestra mente y nuestra alma fueran atormentados por las dudas, por las incertidumbres y de los labios salían incesantes las palabras: "¿Dios mío, por qué nos has abandonado?". Marisa y yo sentimos así durante largo tiempo la clara sensación del abandono. Sin embargo Tú estabas allí, no sólo a nuestro lado, sino que nos abrazabas y más tarde nos hiciste comprender verdades que hoy, por primera vez, damos a toda la Iglesia: Tú, Dios del Cielo y de la Tierra, Tú Omnipotente e Omnisciente, Tú, al que nada ni nadie puede resistirse, quisiste compartir y sentir el sufrimiento. Hablaste a mi corazón y me revelaste que cuando Tu Hijo gemía bajo los golpes de la flagelación, cuando las espinas entraban en sus ojos, en el cerebro y atormentaban su cabeza y los clavos penetraban en su carne inmaculada y virgen, Tú, Dios mío, sufrías por Tu Hijo.

Tú eres el Dios de la Tierra y, como Tu Hijo, Dios Hijo, se había impuesto voluntariamente el sufrimiento del abandono, Tú, Dios Padre, te impusiste el sufrimiento de un padre que ve gemir y sufrir a su hijo. Y cuando nos ves a nosotros, Tus dos hijitos, que sufren y gimen, Tú estás siempre allí, aunque la mayoría de las veces no lo percibimos. Del mismo modo en que has querido vivir el sufrimiento de la pasión y de la muerte de Tu Hijo, así participas en los dolores de los dos corderos que se inmolan por el renacimiento de la Iglesia.

Oh Dios Papá, Tú nos ha revelado: "Yo, Dios, si quiero sufro, lo he querido y también esta noche estaba allí sufriendo por vosotros. En el Gólgota, en el momento de la muerte de mi Hijo, yo estaba allí, en Getsemaní, nadie ha dicho nunca, ni nunca ha escrito y mucho menos ha pensado que Dios pudiese sufrir, pero Dios lo puede todo y, si quiere, también puede sufrir".

Dios mío, en el Gólgota estabas al lado de Tu Hijo en la Cruz y a sus pies gemían María, Juan y José, mi amado José, que todavía no Te veía, porque el Paraíso no estaba abierto. Cuando Tu Hijo dijo: "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu" e inclinando la cabeza, expiró, la Redención se convirtió en una realidad completa. En aquél momento José Te vio y fue con Tu Hijo a sacar a las almas que cantaban el Hosanna y esperaban el momento de la Redención para subir al Paraíso. Así es, todo lo que he contado ha ocurrido esta noche

Oh Dios Uno y Trino, la carne es débil, el espíritu es fuerte. Durante la procesión he sentido, querido Jesús, que el ostensorio era muy pesado mientras lo sostenía y caminaba con mucho cansancio, pero también he sentido a alguien que me sostenía a mí y eras tú, Madre de la Eucaristía que, como otras veces, me has sostenido y has traído junto a mí a Jesús Eucaristía.

Oh Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. Tus designios son difíciles e incomprensibles, pero Marisa y yo en este momento renovamos el "Sí" de Lourdes y decimos juntos: "Que se haga, oh Dios, Tu voluntad", a pesar de todos los miedos, las incertidumbres y las dificultades. No rechaces nuestros miedos y nuestras debilidades, forman parte de nuestro ser humano; te las ofrecemos para que Tú puedas ayudarnos con fuerza, ánimo, generosidad y auténtico espíritu de sacrificio.

Qué dulce es, Dios mío, hablarte y dirigirte el corazón y la mente con todo nuestro ser. Estás allí a pocos metros y en este momento percibo Tu emoción y junto a Ti está el Paraíso; la Madre de la Eucaristía arrodillada ante la Trinidad, con la cabeza inclinada, rezando por estos dos pobres hijos que has querido que sean las víctimas inocentes, para que la Iglesia pueda renacer.

El corazón está emocionado y de los ojos asoman lágrimas, pero lo que cuenta es que Tu amor esté siempre con nosotros. Quédate a nuestro lado, tenemos necesidad de Ti, sostennos, abrázanos y, tal como has hecho tantas veces, acarícianos a cada uno de nosotros, para que podamos sentir el calor de Tu amor, la dulzura de Tu afecto y la infinita alegría de descubrir cada vez más que somos Tus hijos, que abrazan a su padre y a su madre a la espera de aquellos días que Tú has prometido y que serán luminosos, radiantes y esplendorosos.

A Ti alabanza, gloria y honor. Amén.

+ Claudio Gatti

Obispo ordenado por Dios

Obispo de la Eucaristía