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Novena a la Inmaculada Concepción

Texto realizado por S.E. Mons. Claudio Gatti

Esta novena ha sido compuesta por el Obispo Claudio Gatti, para la preparación de la fiesta de la Inmaculada Concepción del año 2000, con un carácter de estudio, de reflexión y de oración. Por tal motivo, nuestro Obispo nos ha guiado en la lectura del capítulo VIII de la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, que explica la figura y la misión de la Virgen. De este modo, el Obispo ha querido que al conocimiento de la Palabra y de las cartas de Dios, se pudiese añadir un conocimiento, al menos parcial, de los documentos principales de la Iglesia.

PRIMER DIA

“Queriendo Dios, infinitamente sabio y misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiésemos la adopción de hijos. El cual, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María. Este misterio divino de la salvación nos es revelado y se continúa en la Iglesia, que fue fundada por el Señor como cuerpo suyo, y en la que los fieles, unidos a Cristo Cabeza y en comunión con todos sus santos, deben venerar también la memoria «en primer lugar de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo. Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo”.

Éste es el dogma de la Inmaculada Concepción. No existe todavía el de corredentora, pero espero que sea instituido por ser la última gema a poner en la corona que, idealmente, está en la cabeza de la Virgen. María es presentada como la primera redimida, a ella le han sido aplicados los méritos de la pasión, muerte y resurrección de Cristo antes de que éstos se realizasen en el Hijo. Dios no tiene límites y aplica anticipadamente lo que cronológicamente viene después, siendo él el dueño de todo y el dueño del tiempo; eso indica que él tiene plena y total libertad. Creo, y deseo, que ningún teólogo haya dicho que ya que el Hijo todavía no había muerto y resucitado, Dios no podía aplicar a la Madre lo que el Hijo realizaría después. Dios lo puede todo, como nos ha repetido a menudo la Virgen. El hombre no puede aplicar antes lo que se realiza después, pero Dios, lo sabemos, no es limitado en nada; de hecho el tiempo existe para nosotros que estamos sujetos a sus leyes, pero Dios está fuera de él.

“Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a El con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo”.

Estos conceptos son expresados al inicio de nuestras letanías donde está indicada la relación particular y específica de la Virgen con cada una de las Tres Personas de la Santísima Trinidad porque, siendo llena de gracia, su semejanza con Dios, única e irrepetible, la coloca en una situación en la que vive una relación íntima, particular con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Ninguna criatura humana antes, durante o después de la Virgen puede decir que sea hija como lo ha sido ella, en el sentido de que ninguna ha originado en sí una extraordinaria semejanza espiritual con Dios. Ninguna criatura puede decir que es Madre de Dios como ella que ha dado la vida, la sangre y la carne al Hijo de Dios que se ha convertido también, en el tiempo, Hijo suyo; nadie puede reivindicar una pertenencia tan fuerte y total con el Espíritu Santo, dador de todos los dones y de todas las gracias, como la ha tenido ella que ha sido enriquecida por la tercera persona de la Santísima Trinidad; nosotros la recordamos en nuestras letanías como la que ha tenido dones sobrenaturales, preternaturales y naturales.

“… con el don de una gracia tan extraordinaria aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas”.

La Virgen, incluso siendo una criatura humana, es inmensamente superior como dignidad y semejanza a los ángeles que son espíritus puros. En pocas palabras, la gracia presente y acumulada en María es inmensamente superior a la gracia que está presente en los ángeles y la presente en los hombres. Si tuviéramos que compararlo y cuantificarlo, podríamos decir que si sumamos toda la gracia santificante que ha habido, hay y habrá en todas las personas, es inferior a la gracia presente en Maria; y esto vale también para los ángeles. Para haceros entender lo que Dios ha hecho por esta criatura, tenemos que pensar que todas las cualidades en Maria están presentes de manera inmensa, pero no infinita, porque este adjetivo es sólo de Dios. Nos encontramos ante alguien que verdaderamente nos deslumbra por su grandeza y por su inmensidad. De la Virgen nosotros no podemos decir demasiado con sólo la razón, porque esta cantidad enorme de gracia, de dones, de carismas y de favores que ha recibido de Dios supera de tal manera nuestra capacidad de comprensión que no somos capaces de expresar en palabras lo que verdaderamente es María.

“Pero a la vez está unida, en la estirpe de Adán, con todos los hombres que necesitan de la salvación; y no sólo eso, «sino que es verdadera madre de los miembros (de Cristo)..., por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza»

Se Reafirma la figura de Cristo, que reúne en sí todos los poderes y de la que se derivan todos los poderes. Recordemos cuando, el 20 de junio de 1999, el Señor ordenó al Obispo y en el mensaje la Virgen dijo: “En nombre de Dios te comunico que has recibido todos los poderes”. ¿De quién ha recibido todos los poderes? De Dios se reciben los poderes, no de los hombres; por tanto, si Dios confía una misión que cumplir, los demás deberían colaborar y no oponerse a ella. Si Dios llama a alguien para ejercer con autoridad un papel en la Iglesia, éste lo tiene que desempeñar y los demás tienen que estar subordinados a él, porque Dios es superior a cualquier persona. Incluso la Virgen últimamente, está repitiendo estos conceptos para que nosotros podamos entenderlos. Pero la base de todo lo que la Virgen nos dice está en la escritura y en la enseñanza de la Iglesia.

“Por ese motivo es también proclamada como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad”.

Ningún modelo es tan alto y tan perfecto como María.

“Y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera, como a madre amantísima, con afecto de piedad filial. Por eso, el sagrado Concilio, al exponer la doctrina sobre la Iglesia, en la que el divino Redentor obra la salvación, se propone explicar cuidadosamente tanto la función de la Santísima Virgen en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico cuanto los deberes de los hombres redimidos para con la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, especialmente de los fieles.” El primer deber es el de amarla, de escucharla, de dejarse guiar por ella; y ¿esto se hace? No. Se va contra los decretos conciliares.

“El Concilio no tiene la intención de proponer una doctrina completa sobre María ni resolver las cuestiones que aún no ha dilucidado plenamente la investigación de los teólogos”

Por mucho que nosotros queramos decir, no podemos completar del todo nuestro conocimiento sobre la Madre de Dios. Y recordemos, y esto es para nosotros motivo de consolación, que la Virgen ha dicho muchas veces, que aquí se ha explicado y anunciado mucho más de lo que han explicado los teólogos. Esto es así porque hay la intervención de Dios. Dios puede dar una luz particular a alguien para que pueda explicar a sus hermanos como están las cosas verdaderamente.


SEGUNDO DIA

“Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Tradición venerable…”. La tradición es el conjunto de las enseñanzas que la Iglesia ha recibido y guarda, comprende lo que ha sido dicho por los padres de la Iglesia, por los doctores de la Iglesia, por los grandes exegetas y que sirve para catequizar al hombre.

“…Manifiestan de un modo cada vez más claro la función de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y vienen como a ponerla delante de los ojos. En efecto, los libros del Antiguo Testamento narran la historia de la salvación, en la que paso a paso se prepara la venida de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y tal como se interpretan a la luz de una revelación ulterior y plena, evidencian poco a poco, de una forma cada vez más clara, la figura de la mujer…”.

Mujer es un término de extremo respeto que Cristo utiliza cuando se dirige a su Madre en dos momentos considerablemente significativos de su vida. El primero coincide con el inicio de la manifestación de los signos, los milagros, porque en Juan los milagros son signos de la divinidad de Cristo. Con ocasión de las bodas de Caná, de hecho, Jesús se dirige a su Madre llamándola “Mujer”. Y en el momento todavía más dramático, más crucial de su vida, mientras está en la cruz y está a punto de morir, se dirige a María llamándola una vez más “Mujer”. Se puede decir, con respeto a todas las mujeres, que María es la mujer por excelencia. Si queremos utilizar un término más sencillo: es la más mujer de todas, es la que ha llevado al máximo la realidad femenina y todo lo que forma parte del mundo femenino: emociones, sentimientos, afectos, virtudes, gracia, sacrificio, inmolación; si pensamos en una cualidad femenina y nos referimos a la Virgen esta realidad se multiplica por un potencial inmenso. “… la Madre del Redentor. Bajo esta luz aparece ya proféticamente bosquejada en la promesa de victoria sobre la serpiente hecha a los primeros padres caídos en pecado” Esto lo volveremos a ver claramente el 8 de diciembre cuando hablaremos de la lucha entre Cristo que es el fruto de esta mujer y la serpiente que, con su rabia, tratará de arrojarse contra el talón de la mujer, sin conseguirlo. Esto indica que la lucha entre el mal y el bien ve, aunque subordinada a Cristo, a la Virgen que lucha y vence. En el canto Christus Vincit, Christus Regnat, Christus Imperat, deberíamos añadir siempre con el pensamiento a aquella que más ha trabajado, sufrido y rezado por esta victoria. “Asimismo, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel. Ella sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan y reciben de Él la salvación. Finalmente, con ella misma, Hija excelsa de Sión, tras la prolongada espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva economía, al tomar de ella la naturaleza humana el Hijo de Dios, a fin de librar al hombre del pecado mediante los misterios de su humanidad”.

La síntesis de todo lo que se ha dicho hasta ahora es que María está presente de una manera especial en la mente de Dios desde la eternidad en relación con el plan de la salvación; la salvación viene a los hombres a través de Cristo y María. Es un binomio indisoluble. Aquel que intentara deshacer este binomio se encontraría ciertamente en la situación de debilitar o no sentir realizado este plan de salvación. No se puede prescindir, por lo que se refiere a la salvación, de la presencia de María. He ahí porque san Bernardo decía: “De Maria nunquam satis”, que significa: “De María no se dirá nunca bastante”. Ir a ella significa no detenerse, sino ser acompañado por la Cabeza invisible de la Iglesia, Aquél que ha venido al mundo a salvar el mundo. Él, como hijo, precede a la Madre; porque siendo hijo es causa eficiente de la santidad de la Madre.


TECER DIA

Nos damos cuenta que leer este documento conciliar, y exactamente el capítulo que está dedicado a la Virgen, para nosotros no será difícil porque muchos de los conceptos ahora, después de haberlos repetido, los hemos adoptado y se han convertido en parte de nuestra vida. Cuando una experiencia o una relación es vivida intensamente, hablar del uno o del otro no es difícil. Cuando tenemos que hablar de hechos, de acontecimientos o de experiencias que están fuera de nuestra vida, no conseguimos ser claros ni hacernos entender por los demás. Cierto que las expresiones y los contenidos que están en este documento son teológicamente elevados, pero podremos entenderlos porque nuestra preparación nos da garantías para poder leer, escuchar y comprender el contenido de estas páginas tan ricas y maravillosas.

“Pero el Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida”.

Este es un discurso y una comparación que para nosotros es muy familiar: Eva da la vida y la muerte; la nueva Eva, María, da solamente la vida. Es la relación entre la antigua y la nueva Eva, entre el antiguo y el nuevo Adán que en toda la tradición está ampliamente presente y por lo tanto no nos debe extrañar que el Concilio Vaticano II haya recurrido a esta imagen, en esta comparación.

“Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas y por haber sido adornada por Dios con los dones dignos de un oficio tan grande”.

La palabra dones nos hace pensar inmediatamente en la invocación de nuestras letanías. Estamos en la posición de ser rastrillos que tiran y lo arrastran todo conservando la palabra de Dios, las cartas de Dios, las enseñanzas de la Iglesia, de los padres y de los santos y todo contribuye a tener una formación más profunda.

“Por lo que nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como «llena de gracia»

Sabemos el significado de esta plenitud, es decir, una gracia tan abundante que supera todas las gracias particulares de todos los santos, de todos los tiempos, de todos los ángeles si pudiesen ser sumadas. María sola tiene más gracia que todas las criaturas espirituales y no espirituales, que todos los ángeles, que todos los santos y que todos los hombres de todos los tiempos. Éste es el significado de llena de gracia. Dios ha dado a María toda la cantidad de gracia que podía ser dada a una criatura; no podía dar más porque si lo hubiese hecho ya no nos habríamos encontrado ante una criatura, sino ante Dios.

“… a la vez que ella responde al mensajero celestial: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra»

La Virgen quiso que la fiesta de la Madre de la Eucaristía fuese celebrada, hasta que no se instituyese un día particular, el día de la Anunciación, porque en este día se contempla y se admira la plenitud de gracia. Es por esta plenitud de gracia que María ha sido escogida y preparada para convertirse en Madre de la Eucaristía.

“Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo…”

María se ha consagrado totalmente a Dios. Recordemos que esto ha sido confirmado con ocasión de la fiesta de la presentación al templo de María; esta fiesta celebra la plena, total, inteligente y consciente consagración que María ha hecho de sí misma a Dios; consagración que además está presente desde la concepción de María. Cuando Dios infunde el alma en María, Ella es inmediatamente consciente de sus cualidades, de sus atributos, por tanto es inteligente y consciente, ya lo conoce exactamente todo y desde el primer instante de su vida María se consagra a Dios. La consagración es el primer acto libre e inteligente que María hace. Nosotros antes de hacer un acto de este tipo tenemos que crecer y hacer una serie interminable de acciones de otro tipo; el primer acto de María, en cambio, como persona humana, ha sido consagrarse a Dios, para colaborar con el Hijo de Dios e Hijo suyo en la obra de la Redención. Como el Hijo es todo de Dios y Él mismo es Dios y pertenece al Padre, igualmente María es toda de Dios y pertenece completamente al Padre.

“Como dice San Ireneo, «obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano». Por eso no pocos Padres antiguos afirman gustosamente con él en su predicación que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado por la virgen María mediante su fe…»

La comparación que se renueva y que se repite: el amor y el egoísmo, el pecado y la gracia, la obediencia y la desobediencia

“… y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes», afirmando aún con mayor frecuencia que «la muerte vino por Eva, la vida por María»

Recordemos la definición que Jesús dio de Dios: Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, Dios de vivientes. Dios es el Padre de los vivientes, María es la Madre de los vivientes. De la escritura viene la primera afirmación, Dios de los vivientes, de la tradición viene la segunda, Madre de los vivientes. Por tanto siendo Madre de los vivientes, como una madre padece y sufre al traer un hijo al mundo, también ella ha sufrido durante su vida terrena. Añadimos, a la luz de la revelación privada, que respetamos y que muchos otros por desgracia todavía rechazan, que María continuando su oficio de Madre, continúa también su labor de sufrimiento. Cristo es la Cabeza que sufre, María es la Madre y sufre. María ha sufrido la pasión de su hijo mientras el hijo estaba sujeto a la pasión y ha sufrido a continuación los estigmas después de la muerte y resurrección de su hijo. Este sufrimiento en María está presente también cuando entra a formar parte de la dimensión del cuerpo místico, cuando de la felicidad del Paraíso pasa a la infelicidad de la Tierra para estar entre nosotros. Cada aparición que realiza María en cualquier lugar, en cualquier rincón de la Tierra, es siempre para ella fuente de sufrimiento. Para la Virgen sería mejor permanecer en el Paraíso, pero es Madre y, con tal de salvar a sus hijos, viene a la Tierra aunque tenga que sufrir.


CUARTO DIA

“Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para visitar a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor saltó de gozo en el seno de su madre..”.

La primera acción de María hacia los demás es una experiencia dictada por la caridad, que no se extingue solamente al suscitar el amor en las personas, sino que prosigue en el compromiso de llevar a las almas hacia el amor más alto y totalitario de Dios. Este episodio de la visita es motivo de santificación del pequeño que todavía estaba en el seno de Isabel; el Señor lo ha querido poner al inicio del Evangelio para hacernos comprender una verdad que por desgracia hoy en día se descuida: el hombre encuentra a Dios y es santificado por Él sólo si él está unido a María, sólo si acepta en su vida a María porque esta presencia hace eficaz y presente la de Dios, inmensamente e infinitamente más importante. María es la ocasión, el medio y el instrumento del cual el hombre no puede prescindir si quiere verdaderamente tener con Dios una relación fuerte y extremadamente rica en amor. Por otra parte basta que nos refiramos a la vida de los santos para darnos cuenta de que no ha habido ningún santo que no haya amado profundamente a María. Aquellos movimientos que no alimentan un verdadero y profundo amor hacia María, a pesar de la excelente organización y las numerosas adhesiones, no son capaces de llevar a las personas a la santidad. Querer prescindir de María y querer llevar exclusivamente todo el tema sobre Cristo, va contra la voluntad de Dios. Sin María no hay santidad. Una comunidad que ama a María es una comunidad que ama a Cristo; una comunidad que no ama a María difícilmente ama a Cristo.

“… y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal”.

Es la confirmación de todo lo que la misma Virgen dice referente al nacimiento virginal de Cristo. Ella ha descrito el nacimiento de Cristo como un rayo de sol que pasa a través de un cristal purísimo sin romperlo. Esta integridad virginal de María se hace posible porque Dios, y Cristo es Dios, no ha manchado ni mínimamente su virginidad física, sino que ha pasado a través del vientre de María. Y el Niño Jesús, salido del vientre de María, se ha apoyado entre sus brazos. En nuestra experiencia ha ocurrido algo semejante cuando la Eucaristía se ha apoyado, aunque de manera invisible, en las manos de Marisa. El mismo Cristo, que se pone en los brazos de la Madre, y en los de Marisa, se apoya en nuestras manos cuando comulgamos. Cuando se recibe la Santa Comunión no es importante el modo con el que se toma a Jesús Eucaristía, pero sí el gesto de recibir a Jesús Eucaristía con la mano, es un gesto que debería evocar el de María que acoge al Niño Jesús en sus manos. Qué hermoso es ese gesto: las manos puestas de tal manera que formen un tronito de amor sobre el cual Jesús se puede apoyar. Recibimos a Jesús Eucaristía tratando de tener en nuestro corazón una parte del amor que María tenía y ha tenido hacia su Hijo cuando lo abrazaba, protegiéndolo y resguardándolo del frío. Jesús era impotente y débil; incluso siendo Dios no utilizo su omnipotencia divina y se dejó proteger por su Madre. La Eucaristía, cuando está en nuestras manos, cuando está dentro de nosotros, se deja proteger por nosotros. Es en la Eucaristía que se capta a la vez la aparente debilidad de Dios y Su omnipotencia divina. Debilidad aparente porque Su voluntad se entrega a nosotros y omnipotencia divina porque entrando en nosotros nos transforma de tibios a fervorosos, de débiles a fuertes, de egoístas a generosos. Aquel Cristo que está en nuestras manos en primer lugar se puso en las manos de su Madre. Nació y se puso allí, en Belén, ciudad del pan; el pan Eucarístico es Cristo, la Madre de la Eucaristía es la Virgen.


QUINTO DIA

Proseguimos en la lectura y en la asimilación de estas grandes e importantes enseñanzas de la Iglesia reunida en Concilio y que todavía no son familiares y conocidas por los fieles. Por esta falta de conocimiento con referencia a la Virgen nace el comportamiento de alejamiento, de indiferencia y alguna vez incluso de hostilidad. El Concilio examina la relación que hay entre la Virgen y la Iglesia. No se puede pensar que la Iglesia una, santa, católica y apostólica no tenga en su interior a María, en un lugar particular y privilegiado, subordinado solamente a Cristo. Decir Cristo significa admitir de manera clara y precisa también la presencia de su Madre. Atribuir y tributar a María el culto y el amor es un comportamiento de adhesión filial que significa ante todo reconocer en ella lo que Dios ha realizado. Los hombres no son capaces de apreciar esta obra maestra, y diciendo hombres queremos decir también eclesiásticos, sacerdotes y obispos, que tienen casi vergüenza de mostrar amor a aquella que Dios ha hecho superior incluso a los ángeles siendo inferior por gracia sólo a Él; a aquella que ha encerrado en sí todos los tesoros naturales, preternaturales y sobrenaturales que el Padre podía dar a una criatura Suya.

“Uno solo es nuestro Mediador según las palabra del Apóstol: «Porque uno es Dios, y uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos»

Cada hombre postula necesariamente una madre, he ahí porque dónde está Jesús está María; donde está la Eucaristía está presente la Madre de la Eucaristía. No se puede pensar de otra manera, es un binomio inseparable. No es verdad que dando demasiado a uno se olvida al otro, porque dando a uno se llega al otro; quien quiere llegar a Cristo tiene que pasar por el camino que se llama María, es la más segura, la que garantiza en mayor medida el viaje de quien quiere ir al encuentro de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo.

“La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder”.

Estas son las palabras de la Iglesia, esta es la enseñanza de la Iglesia; por desgracia a veces nos desviamos de ella y se enseña de manera diferente. Pero a nosotros no nos interesa lo que dicen los hombres, ni siquiera los grandes teólogos, incluso si se consideran eruditos de una mariología elevada, a nosotros nos interesa lo que enseña la Iglesia y por esto los documentos oficiales de la Iglesia son aceptados por nosotros y respetados, porque en ellos se manifiesta la presencia, la ciencia y la omnisciencia de Dios.

“Todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder”

Es voluntad clara de Dios que María sea acogida por todos los que son hijos de la Iglesia; María tiene que ser tratada como Madre de la Iglesia. Y es allí, a los pies de la cruz, donde es oficialmente ratificada y reconocida por el mismo Dios esta maternidad que se extiende a cada hombre y que pone de manifiesto la grandeza de esta mujer.

“La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor…”

Es el único caso en el que el hijo precede en el tiempo, y podemos decir desde la eternidad, a la madre; un hijo que ha amado con un amor inmenso e infinito a la que después lo engendraría con el tiempo. Esta carga de amor infinito ha significado que María pudiese ser la toda santa, la toda hermosa, la toda inmaculada.

“Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia”.

Refiriéndonos a una de las expresiones más famosas de san Bernardo, si queremos llegar a Cristo tenemos que pasar por María. Y no sólo llegamos a Cristo, sino que lo conocemos, porque lo que es María es Cristo. María es aquella que ha dado la sangre y el cuerpo a la segunda persona de la Santísima Trinidad y esto la convierte en mediadora. Cristo es mediador, en cuando Dios y en cuanto hombre; María es mediadora en cuanto Madre de Dios y Madre nuestra. Y nosotros, a causa de nuestra debilidad y de nuestras imperfecciones, tenemos necesidad de sentir a la Madre. Es con la madre con la que se tiene confianza, es con ella que se tienen las confidencias, es con la madre con la que no se siente vergüenza. Con Dios tenemos que ponernos en condiciones de adoración, de aceptación de su divinidad y de postración, pero con la Madre es todo más fácil: hablar, hacerse entender y comprender. Esto lo hemos aprendido también de las experiencias de Marisa: incluso teniendo una enorme familiaridad con Jesús, cuando lo ve pregunta enseguida: “¿Dónde está la Virgen?”. Marisa siente con esta relación filial que puede ser cumplida y satisfecha solamente por una presencia materna. Tenemos que ser agradecidos a Dios porque nos ha dado una Madre tan grande, santa y pura. A veces los hijos descuidan a sus propias madres y se acuerdan de ellas cuando están lejos o, peor aún, cuando están en el Cielo, entre los brazos del Padre. Esperemos que no nos comportemos como aquellos hijos hacia Maria. María está viva, por tanto tratemos de incrementar esta relación y vivirla de día en día de manera cada vez más fuerte y más intensa.


SEXTO DIA

“Esta maternidad de María en la economía de gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna”. Detengámonos un instante a meditar y a reflexionar sobre el significado teológico de intercesión.

La intercesión de María es tan potente que a veces ha hecho que Dios cambiase sus planes de salvación. No es difícil hacer esta afirmación porque el Evangelio mismo nos da la confirmación de cuanto acabamos de decir; baste pensar que en las bodas de Caná, cuando la Virgen pide a su Hijo que intervenga con un milagro, Jesús inicialmente responde: “Mi hora aún no ha llegado”. Gracias a la intercesión de María las intervenciones de Dios, que se manifiestan a través de los milagros, los signos de la divinidad de Cristo, son acelerados y empezados antes del tiempo previsto. Como en Caná, así sucede para los Apóstoles en el Cenáculo. La poderosa oración de María aceleró la venida del Espíritu Santo en el Día de Pentecostés como afirma también el Para Pío XII. Los apóstoles estaban reunidos en oración pero no alcanzaban el poder de intercesión como el que Ella sola era capaz de conseguir del Padre. Esta intercesión que se manifiesta de manera tan fuerte y sorprendente no ha cesado, sino que continúa todavía hoy. La coronación de María como Reina del Cielo y de la Tierra se lee de este modo: Dios pone, por su voluntad, su propia omnipotencia en las manos de María. He ahí porque los santos que han tenido una particular atracción, sintonía y unión con la Virgen nos dicen que si queremos obtener con seguridad alguna cosa de Jesús tenemos que pasar a través de su Madre. Ésta es la intercesión. Nos tenemos que sentir estimulados por esta presentación teológica, que encuentra una base en la escritura y en la enseñanza de la Iglesia, para invitarnos a pedir a María que interceda ante Dios para acelerar los planes de salvación. María lo consiguió en Caná a favor de los esposos, en el Cenáculo a favor de los Apóstoles y hoy, esperamos, que para nosotros apostolitos. Jesús mismo nos ha invitado a dirigirnos a María: “Rezad a la Virgen”. Rezar a la Virgen porque el Hijo no dirá que no a su Madre. La intercesión de María es una realidad perenne que por desgracia ha sido olvidada y que nosotros tratamos, agarrándonos a la palabra de Dios y a la enseñanza de la Iglesia, que vuelva a ser viva, eficaz y operante en la Iglesia, porque nosotros estamos en la Iglesia y estamos con la Iglesia.


SEPTIMO DIA

En estos días hemos estado en compañía de la Virgen, nos hemos encontrado delante del Señor en el momento de la Eucaristía. En aquel momento, nos hemos encontrado también con María, Madre de la Eucaristía porque donde está Jesús Eucaristía, está también Su Madre. Podemos así superar aquellas barreras de espacio y de tiempo que caracterizan las relaciones humanas, pero que en la realidad sobrenatural no tienen valor y no pueden tener distantes a los que verdaderamente se aman. La divina maternidad de María, que es una verdad de fe que tiene que ser absolutamente creída, es la base en torno a la cual giran todos los privilegios marianos. La Inmaculada Concepción es un privilegio qu e Dios ha dado a María en cuanto que fue escogida desde la eternidad para ser Su Madre. Este privilegio es otra verdad, como dice Pío IX en la bula “Inneffabilis Deus”, con la que se aprueba el dogma de la Inmaculada Concepción; los que no creen en esta verdad se ponen automáticamente fuera de la Iglesia. Al igual que las grandes obras maestras humana a veces no son comprendidas de los que las admiran porque son tan altas que se escapan a la comprensión humana, del mismo modo, si nos ponemos ante esta obra maestra de Dios que es María, no podemos comprender la grandeza, porque está inmensamente por encima de nuestras posibilidades de comprensión. Sólo Dios puede, delante de María, gozar de esta obra maestra, porque Él sabe lo que le ha dado; sólo él que es omnisciente, omnisapiente e omnipotente puede gozar de esta grandeza. María es comprendida sólo por Dios y es objeto de complacencia por parte Suya. Al inicio de la sagrada escritura cada día de la creación termina con la expresión: “Y vio Dios que esto era bueno”. En la lengua italiana, el adjetivo calificativo tiene el grado positivo, el grado comparativo y el grado superlativo; así podemos decir que una cosa es buena, más buena o superior. Si ante la creación, Dios dijo que era una cosa buena, ante María tendríamos que decir, mejor dicho, escribir con claras letras de oro, que Dios ha visto que había creado una realidad superior: utilizaremos el superlativo absoluto tras el cual ya no hay nada más. Nos detenemos en el adjetivo bueno porque nuestros límites no nos empujan a aquella total y completa comprensión de la que solamente Dios, es capaz, como infinito que es. ¿Cómo es que hemos tenido que esperar 18 siglos para que la Inmaculada Concepción de María fuese una verdad de fe? Ha habido escuela de pensamiento que se han opuesto a este privilegio; San Buenaventura, por ejemplo, dijo que la Virgen había sido santificada después de su concepción; esto es porque los hombres no eran capaces de entender esta gran realidad. Hay llegado ya el momento en que el hombre ha crecido y está preparado a “intus legere”, es decir a comprender; de hecho a este joyero, Dios añadirá uno ulterior, el de María corredentora y mediadora. Aquella que no ha conocido ninguna culpa, ni siquiera el pecado original, y tanto menos por un instante, ha subido con Dios para ser, junto con El, corredentora y a continuación llevar a cabo la tarea, que es exclusiva de Cristo, de mediadora. Cristo es mediador, María es mediadora. La maternidad divina, la Inmaculada Concepción y la Asunción al Cielo de la Virgen son posibles por la Encarnación. Decir Encarnación significa decir Eucaristía y decir Eucaristía significa decir Madre de la Eucaristía. Al igual que en la Eucaristía está encerrada toda la verdad revelada y anunciada, así en María, Madre de la Eucaristía, están encerrados todos los dones y privilegios que Dios ha dado a su Madre. Y he ahí estos dos faros esplendorosos que iluminan la Iglesia. Cuando el hombre se opone impidiendo que la luz llegue a la Tierra, se encuentra en la confusión, en el pecado, pero cuando esto no ocurre, la luz se derrama sobre la Tierra e ilumina cada ángulo. Cuando el hombre ha promovido impedimentos a la presencia eucarística, la Iglesia se ha empobrecido; cuando después los ha quitado yendo hacia la Eucaristía, como finalmente empieza a suceder, la Iglesia ha empezado a ser verdaderamente fuerte y renovada. Recordemos siempre que en el Eucaristía tenemos que tener presente a aquella que ha hecho posible este don infinito de Dios que se perpetúa. He ahí porque veis sobre aquella estatua de la Madre de la Eucaristía la sangre de Cristo, salido de la hostia depositada por la Virgen, y en aquella sangre, como ha dicho Juan Pablo II, está el perfume y el sabor de la sangre materna de María. Cristo y María forman un todo; los hombres han tratado de disolver esta unidad y cada vez que han intentado hacerlo se han puesto siempre en contraposición con Dios. Es Misa, es Eucaristía. Encontramos en la Eucaristía a la Madre de la Eucaristía y a todos nuestros hermanos; encontramos a los que están vivos y encontramos a los que han muerto porque la Eucaristía es presencia real de Dios y en Dios están presentes todas las criaturas.