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La Madre de la Eucaristía ha donado a nuestro Obispo un mechón de sus cabellos, fusionado con los cabellos de Jesús y de S. José

Esta es la única y auténtica reliquia de Nuestra Señora

El 31 de enero de 2007 el Obispo, al entrar en la habitación de Marisa, percibió el perfume característico de la Virgen. Mirando en torno suyo vio, depositado sobre el pecho de Marisa, un mechón de cabellos y otros cabellos sueltos. Este mechón está compuesto por los cabellos entrelazados de Jesús, niño y adulto, de la Virgen y de S. José.

Ésta fue una gran alegría para el Obispo y Marisa, sobre todo porque la anterior y única reliquia que tenían de un cabello de la Virgen, la había hecho desaparecer el demonio.

Esta reliquia única en la historia de la Iglesia y por voluntad de Dios, completó, al día siguiente, el primer milagro. A Marisa, después de una jornada de agudos dolores, por la tarde le dio un ataque de artrosis deformante en la mano derecha, de tal modo que los dedos se habían entumecido y retraído y el fuerte dolor había afectado también al brazo. El Obispo puso la reliquia en las manos de Marisa y en pocos segundos el dolor había desaparecido y los dedos recobraron la normalidad.

El 4 de agosto de 2001 el obispo y la vidente, acompañados por algunos miembros de la comunidad, se trasladaron al maravilloso valle que se extiende entre Castelluccio di Norcia y Forca Canapine para dar un paseo relajante y respirar el aire saludable de los montes circundantes.

Llegados a un tramo del camino tranquilo y solitario, todos bajaron del coche y empezaron a pasear. Marisa que caminaba fatigosamente, sostenida por las muletas, de improviso las dejó caer a tierra y empezó a recorrer el camino con paso esbelto y seguro. Había venido Nuestra Señora, la había tomado de la mano y la hacía caminar. Madre e hija, siempre cogidas de la mano, dialogaron largamente, rieron y se gastaron bromas. Para el obispo no era una novedad cuanto estaba ocurriendo, lo era para las otras personas presentes que seguían felices y conmovidas.

Después de alrededor de media hora, Nuestra Señora invitó a Marisa a sentarse de nuevo en el coche, la abrazó y se fue.

Cuando Marisa se rehizo del éxtasis, se dirigió a los presentes y contó todo lo que había vivido. La atención del obispo fue atraída por un cabello negro que, apoyado sobre el pecho de la vidente, hacía contraste con la blancura del jersey que llevaba. Ninguno de los presentes, observados con atención por el obispo, tenía los cabellos negros. Fue espontáneo para el obispo preguntarse: "De quién es este cabello?", que además emanaba un perfume particular e intenso.

No fue posible ni siquiera esbozar una respuesta, porque una ráfaga de viento hizo volar el cabello, entre el desconcierto de los presentes.

El más apesadumbrado parecía el obispo, porque había intuido que era un cabello particular y exclamó: "Esperemos que alguien nos haga saber al menos a quién pertenecía aquel cabello"-

Mientras todos se apresuraban a tomar asiento en el coche, el obispo exclamó:

"Helo ahí"; de hecho, sobre el pecho de Marisa había comparecido de nuevo el cabello. Don Claudio, ya que no tenía otra cosa a su disposición, tomó un papel de carta, con el cual envolvió el cabello, que después puso en el bolsillo.

Llegados a casa, el obispo y la vidente controlaron atentamente el cabello y se dieron cuenta que en algunas partes había cambiado de color. Más tarde apareció Nuestra Señora que dijo: "He querido dar un cabello mío a mi hijo: el obispo Claudio Gatti. El cabello que inicialmente era todo negro, se ha aclarado sucesivamente en algunas partes, asumiendo los colores de los cabellos del pequeño Jesús y de mi amado esposo José".

Este don es único y exclusivo, porque la Madre de la Eucaristía ha dicho "que no ha sido hecho nunca a nadie".

El obispo depositó el cabello en un improvisado relicario: una cajita de cartón. De vuelta a Roma lo comunicó a la comunidad entera, a la cual prometió enseñárselo por la Fiesta de la Inmaculada.

El cabello estaba guardado en un lugar seguro, el cual sólo era conocido por el obispo, que cada poco iba a controlar la preciosa reliquia.

El 7 de diciembre Don Claudio decidió tomar el cabello para sacarlo de la cajita de cartón y ponerlo en un recipiente más apropiado.

Se trasladó a donde estaba guardada la cajita que conservaba la preciosa reliquia, pero no la encontró. Fue asaltado por la pregunta: "¿Dónde ha ido a parar el cabello de Nuestra Señora?" y ayudado por Marisa y por algunos jóvenes revisó todos los posibles lugares en los que podía, por error o distracción, haber puesto provisionalmente la cajita de cartón.

Cuánto más pasaba el tiempo más inútil era la búsqueda; el cabello y su receptáculo parecían haberse volatilizado.

Al fin, exhausto y tenso, Don Claudio se tuvo que rendir y exclamó con sufrimiento: "Es inútil continuar la búsqueda. Pero, ¿quién se la llevado el cabello?". Marisa para consolar al obispo dijo: "Paciencia. Esperemos que Nuestra Señora nos traiga otro". Apenas había terminado de pronunciar la frase, cuando Don Claudio sintió fuertemente el perfume de Nuestra Señora, inmediatamente después percibido también por Marisa.

El obispo y la vidente se miraron a los ojos sin decir nada. Don Claudio penso: "¿Quizás Nuestra Señora ha depositado otro cabello en el nuevo relicario?". Por miedo de recibir una amarga desilusión, el obispo no lo abrió enseguida, pero ya que el perfume persistía fue empujado a abrir la caja de cartón que protegía el relicario. A través del cristal del relicario vio lo que contenía y exclamó: "El cabello".

El grito fue tan fuerte que se acercaron las personas que estaban en casa y a las cuales el obispo mostró con alegría y emoción el cabello.

El ocho de diciembre Nuestra Señora habló del cabello.

"Quiero explicaros algo de mi cabello. Vuestro obispo os dirá lo que él y Marisella han vivido a causa de mi cabello primero fuera de Roma y después ya en Roma. Esta es mi única reliquia sobre la tierra. Nadie tiene una reliquia mía, nadie tiene un cabello mío, un cabello fundido con el de José y el del Niño Jesús. Alguien se ha apropiado del otro cabello, quizás el demonio, pero no puedo decir nada más. Vuestro obispo os lo explicará todo."

Don Claudio, después de haber expuesto detalladamente la historia del cabello, ha concluido diciendo: "Es la única reliquia no sólo de una persona que ha vivido sobre la Tierra, sino del único cuerpo, además del de Jesús, que está presente ahora en el Paraíso".

Todos los fieles besaron el relicario, sostenido por Marisa, que contenía el cabello de Nuestra Señora y sintieron que emanaba un perfume dulce y agradable.

La preciosa reliquia está ahora celosamente guardada por nuestro obispo. En un futuro será expuesta en la basílica que surgirá en Roma para acoger a los numerosos peregrinos provenientes de todas las partes del mundo que vendrán a la Ciudad Eterna para adorar a la Eucaristía que ha sangrado, venerar el cabello de Nuestra Señora y visitar el lugar taumatúrgico santificado por la presencia de la Santísima Trinidad, de Jesús, de la Madre de la Eucaristía, de los ángeles y de los santos.