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La Eucaristía realiza la unidad

"Ahora hermanos, os exhorto, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a tener todos un mismo hablar, y a no tener divisiones entre vosotros, sino a estar perfectamente unidos con una misma mente y un mismo sentir" (I Cor. 1, 10).

San Pablo, con estas palabras, que él dirige a sus fieles en la primera lectura a los Corintios, expresa su gran ansia por la unidad de la Iglesia y demuestra estar en perfecta sintonía con Cristo. De hecho, el último deseo que Jesús indicó antes de morir fue: la unidad de sus fieles, como leemos en el onceavo versículo del capítulo diecisiete de San Juan: "Padre Santo, consérvalos en tu nombre para que sean una sola cosa como nosotros".

En uno de los últimos encuentros bíblicos, el Obispo ha evidenciado que, desgraciadamente, este gran deseo de Cristo no ha sido respetado. La Iglesia fundada por Jesús ha empezado su camino unida, pero durante la historia ha conocido en su interior profundas laceraciones que han dado origen a confesiones cristianas diferentes de la católica y éstas han renunciado a mucho de lo que el Señor nos ha dejado y enseñado. San Ignacio de Antioquía ha hecho un acercamiento maravilloso entre la unidad de los cristianos y la unidad del pan eucarístico: "Al igual que el pan eucarístico antes estaba dividido en tantos granitos que después amalgamados forman un único pan que se convierte en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, así mismo los cristianos, incluso siendo diferentes, no tienen que estar divididos, sino reconducidos a formar parte de la unidad del cuerpo místico de Cristo".

El Obispo nos ha explicado que la Eucaristía realiza la unidad, no es solamente el símbolo, porque Ella es presencia y acción de Dios. Por otra parte, la Iglesia en sus diversas confesiones cristianas puede volver a la unidad originaria sólo mediante el amor y una fe profunda en la Eucaristía.

Hoy se oye hablar de la reunificación de las varias Iglesias, pero esto no ocurre por mérito de los hombres, sino por la intervención de Dios que toca los corazones y los convierte. Donde hay Eucaristía hay unidad y los grandes milagros ocurridos en el lugar taumatúrgico, son un testimonio extraordinario. Ya que los milagros eucarísticos, incluso los ocurridos en la presencia de pocas personas, tienen una eficacia que supera todos los confines, tenemos que deducir que sólo por la acción de Dios, los hombres se convierten y vuelven a ser un sólo redil bajo un solo pastor.

El Obispo ha subrayado que la gran ansia de Pablo por la unidad de sus fieles, ha estado siempre presente en él, desde el momento de su conversión, cuando en el camino de Damasco, Jesús lo deslumbra y le dice: "Pablo, Pablo… ¿por qué me persigues?". Pablo ha sido un perseguidor de los cristians y por tanto había perseguido a Jesús mismo, porque los cristianos están unidos y forman un todo con Cristo.

Desde su fundación, la Iglesia ha conocido muchos perseguidores, inicialmente eran los paganos, después a éstos los han sustituido las diferentes autoridades. Hoy, el mundo de los ateos se opone al Señor, pero desgraciadamente los cristianos han sido perseguidos también por los propios hermanos que tenían autoridad en la Iglesia, como ha ocurrido, por ejemplo, a Juana de Arco y a Padre Pío, condenados por la autoridad eclesiástica. El Obispo, ha afirmado con firmeza, que es una aberración sostener que Dios prueba a sus amigos sirviéndose de la maldad humana. El Señor puede llamar a un alma para una misión de sufrimiento, pero lo hace por propia iniciativa, no tiene necesidad de los pecados para hacer sufrir a sus fieles. Hacer sufrir injustamente a un hermano es pecado grave, porque va contra el gran mandamiento del amor y de la caridad que nos ha dejado Cristo. Jesús nos pide amar a los que nos hacen sufrir, o sea, no tener rencor hacia estos, ni desear para ellos el mal, pero esto no quiere decir que éstos, un día, no sean objeto de la justicia divina.

Nosotros estamos llamados a amar y a defender la unidad de la Iglesia con nuestro trabajo personal; podemos realizar esta unidad viviendo en gracia de Dios, porque cuando estamos en pecado, estamos separados del Señor y de nuestros hermanos, somos ramas estériles y áridas que no pueden dar ningún fruto. Citemos la palabras del Obispo: "Es importante que cooperemos a través de nuestro trabajo personal en el aumento de la gracia y de la santidad en la familia de la que somos miembros, en la comunidad a la que pertenecemos, en la parroquia y en la Iglesia particular de la que formamos parte. Nuestro crecimiento en la santidad es una ventaja y un potenciamiento que se refiere a toda la Iglesia. Cuanto más santos somos, más estímulo hay, más luz, fuerza, ejemplo y testimonio para los otros. Si amamos verdaderamente la Eucaristía y a nuestros hermanos, no podemos permanecer inermes e indiferentes frente a las escisiones y a las separaciones. Como Pablo, también nosotros podemos afirmar que hoy Cristo ha sido dividido, porque es perseguido por sus fieles. Él está desmembrado en las divisiones que los hombres hacen por sus propios intereses, por el amor al poder, por la adhesión al dinero. En la historia de la Iglesia, todas las escisiones han nacido del pecado: del orgullo, de la soberbia, de los embustes y de la envidia. La división se opone a Dios, en que traspasan injustamente a un inocente y desmembran un alma del cuerpo místico de Cristo, se ponen en contraposición a los designios de salvación de Jesús y trabajan para dividir la Iglesia. Recordemos que llevar aunque sea una sóla alma a la Iglesia, significa trabajar por su reunificación".