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El sacramento de la confesión

Uno de los encuentros bíblicos de nuestra Comunidad ha sido dedicada a la profundización del Sacramento de la Confesión. Leyendo el evangelio de Juan se comprende que este sacramento ha sido instituido directamente por Cristo cuando, después de haber resucitado, apareció a los apóstoles reunidos en el cenáculo, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos"(Jn. 20, 22-23). El hecho de que Jesús soplara sobre sus apóstoles indica una intervención particular de Dios y recuerda el momento de la creación, cuando el Señor, después e haber creado el cielo, la tierra, el sol, la luna, las estrellas, el mar y los animales de cada especie, plasmó con la arcilla al hombre y sopló sobre él y le infundió el alma (Gn 1).

El acto de Dios de quitar los pecados es extremadamente grande e importante. Ningún hombre tiene este poder por su naturaleza, pero lo tiene por delegación de parte de Cristo, que instituyendo el sacramento del orden, ha dado a los que lo reciben la potestad de perdonar los pecados y consagrar la Eucaristía. Cada vez, por tanto, que nos presentamos al sacerdote para confesarnos debemos pensar que nos encontramos frente a Jesús que continúa su obra de absolver los pecados.

La confesión se llama también "sacramento de la reconciliación" porque reconcilia al hombre con la Iglesia a la cual, él con su pecado, ha inferido una herida. De hecho, el pecado de uno no tiene sólo una validez y un significado individual, sino que provoca también una recaída colectiva, porque pone a la Iglesia universal en una situación más pesada frente a Dios, según el principio de la unidad que se manifiesta en el cuerpo místico. Por otro lado, cada obra buena cumplida en gracia es una riqueza que beneficia a toda la comunidad a la cual pertenece el individuo. Por tanto, el obispo nos ha invitado a ser responsables, a comprometernos siempre más porque de este modo la Iglesia es edificada y en ella hay una mayor presencia de santidad y dones espirituales.

Cada hombre que comete un pecado mortal puede librarse inmediatamente de él con un perfecto arrepentimiento, es decir, con un arrepentimiento que nazca del amor y del sufrimiento de haber ofendido a Dios gravemente. En este caso el pecado es quitado, se vuelve a un estado de gracia, pero quedando la obligación de confesarse en la primera ocasión. Pero también existe un arrepentimiento imperfecto, aquel que brota del miedo de ser condenado y no ir al Paraíso. El pecado, entonces, no es cancelado y hace falta la confesión para estar de nuevo unido a Dios.

Ningún hombre puede garantizar que un acto de arrepentimiento sea perfecto, por tanto el Señor ha instituido el Sacramento de la penitencia para dar al que se confiesa la certeza de haber recibido el perdón y de estar de nuevo en gracia. Por la potencia del sacramento, todos los pecados son perdonados, y esto es grande, importante y debe darnos serenidad. Es necesario no olvidar que cuando la gracia pasa a través de un acto sacramental es más poderoso, fuerte y garantizada. Debemos abandonarnos a Dios: si El, en su infinita sabiduría y omnisciencia, ha elegido este modo para hacer volver al hombre a la gracia, ciertamente es el mejor, y el que da mayor seguridad.

El obispo nos ha hecho notar que hoy, desgraciadamente, en la Iglesia hay crisis del Sacramento de la Confesión, se tiende a abolirlo o a reducir la importancia y uno de los motivos principales de esto es el hecho que casi ha desaparecido el sentido del pecado: es suficiente respetar las leyes humanas para sentirse bien con la conciencia. Hoy no se ven ya las largas colas delante de los confesionarios, como sucedía hace decenios y, sobre todo, los sacerdotes son los primeros a no estar disponibles para las confesiones.

El obispo nos ha enseñado que los sacerdotes deben dedicarse de modo particular a tres actividades: la misa, la confesión y la predicación; todas las otras actividades pueden ser desarrolladas también por los laicos.

El sacerdocio debe ser redescubierto en su significado auténtico, el instituido por Cristo que decía a sus apóstoles: "Predicad y decid a los otros lo que yo os digo a vosotros... lo que perdonéis será perdonado y lo que atéis será atado". El mismo Padre Pío ha llegado a ser santo, no por los milagros que hubiera hecho o porque tuviera el don de la bilocación, sino porque decía la misa con fe y amor, confesaba durante días enteros sin cansarse y cuando era necesario, hablaba de modo claro sin echarse atrás.

El obispo ha denunciado el hecho de que hoy en las iglesias no se habla de la confesión; este sacramento tan importante no es conocido y el resultado de esto es que muchos reciben la comunión sin estar en gracia; aquellos poquísimos que se confiesan no saben qué decir porque nunca nadie les ha enseñado cómo hacer el examen de conciencia.

Cada hombre debería dar gracias al Señor por haber instituido el sacramento de la penitencia con el cual El nos da continuamente la gracia. Nosotros hombres, somos como los frágiles vasos de arcilla que se rompen fácilmente porque estamos expuestos a la debilidad y al pecado. Sólo Dios puede perdonar nuestras culpas, reconstruir el vaso roto y con su toque divino volverlo más hermoso que antes.

El obispo ha concluido el encuentro afirmando: "La Eucaristía es la razón de mi vida y de mi sacerdocio. Hasta hoy, hemos hablado a los otros de la belleza, de la importancia y de la dulzura de la Eucaristía; hemos manifestado la necesidad y el deseo de estar lo más en contacto posible con Jesús, de recibirlo dentro de nosotros, adorarlo y creer en su presenciareal. De todo esto hemos dado testimonio, pero ahora debemos hacer descubrir a los otros la alegría de confesarse porque el Señor, en caso de que hubiésemos pecado, nos pone de nuevo el vestido blanco para poder participar en el banquete eucarístico. Animo..., la Iglesia renacerá, hoy su fuerza está presente, en gran parte, en pequeñas semillas, pero cuando éstas broten se convertirán en árboles y a su sombra irán a refrigerarse y reposar las personas. La iglesia renacerá, no con los teólogos, los instruidos en el derecho canónigo o los expertos de dogmática, sino porque la acción poderosa del Espíritu Santo nos empujará a comenzar con los pequeños y subirá a lo alto. Como ha dicho la Virgen, la Iglesia es confiada también a vosotros los laicos, un día tendréis responsabilidades, pero para llegar a asumirlas es importante sentirse pecadores y desprenderse del pecado; pasar a través de la penitencia sacramental para llegar purificados y santos a la Eucaristía, este es el trayecto a cumplir. Después de nosotros, otros harán lo mismo; nuestros amigos, nuestros parientes, los miembros de otra comunidad. El renacimiento de la Iglesia se consigue con la difusión de la santidad y de la gracia y la reducción del mal y del pecado de sus miembros; ésta, queridos míos, es la santidad de la Iglesia".