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Segundo llamamiento de Dios Padre a los hombres

El 1º de noviembre de 1999, con ocasión de la Fiesta de Todos los Santos, Dios Padre había dirigido un apesadumbrado llamamiento a la humanidad: "Yo doy Dios, y no hay otro Dios. Quiero la conversión de mis hijos predilectos (sacerdotes, obispos y cardenales); Yo, Dios, quiero su conversión". Y dirigiéndose a nuestra comunidad había dicho: "Vosotros esperáis, queréis conocer el momento de mi intervención y tenéis razón, pero Yo no veo todavía las conversiones, mis queridos hijos, veo solamente que los hombres aman el poder, la comodidad y el vil y puerco dinero. Yo no puedo aceptar que el planeta Tierra se quede sumergido en el fango; no puedo aceptar que mi Hijo Jesús, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, haya muerto en vano por los hombres que Yo he creado y que he llamado hijos, porque son mis hijos.

Después de un año, el 1º de noviembre de 2000, Dios Padre ha renovado su llamamiento; la vidente Marisa Rossi ha visto descender al paraíso al lugar taumatúrgico y a la Madre de la Eucaristía; todos los ángeles y santos se han inclinado frente a Dios que hablaba: "Yo, Dios, hace un año os he hablado y lo que he dicho ha dado la vuelta casi por todas partes..." El Señor y la Virgen han revelado durante apariciones públicas e incluso en coloquios reservados con el obispo y la vidente que los mensajes de la Madre de la Eucaristía son conocidos en todo el mundo, a través de medios humanos y sobrenaturales.

La carta de Dios continua con severos avisos: "Ay de los que ofenden este lugar taumatúrgico; ay de los que destruyen al obispo; ay de los que no creen en las apariciones eucarísticas".

El obispo ha resaltado que el "ay" de Dios no es para tomárselo a la ligera: hasta ahora el Señor no ha intervenido en el mundo solo por su misericordia y su amor infinito; ha pedido a algunos hijos devotos y fieles la paciencia de esperar, con la oración y el sufrimiento, la conversión de muchas personas, pero en el momento en que su brazo divino descienda sobre la humanidad será muy duro para los que habrán infravalorado sus amonestaciones.

Habíamos oído a Dios Padre reafirmar su autoridad: "Yo soy Dios y puedo hacer lo que quiera"; el Señor había dicho esto en noviembre de 1999 y lo ha corroborado después de un año. Frente a una afirmación así, ¿cómo puede oponerse la autoridad eclesiástica a todo lo que ocurre en el lugar taumatúrgico?. La Iglesia fue fundada por Dios, Dios es Cabeza de la Iglesia, y a Él se debe obedecer.

En su carta, Dios Padre, nos ha hecho comprender que para Él no tienen valor las grandes asambleas, las reuniones de millones de personas, si después en ellos no está presente la gracia ("Podría destruir el mundo y hacerlo de nuevo con pocas almas y con pocos sacerdotes; pocos pero santos").

Durante siglos ha arraigado entre los hombres el tópico según el cual las almas llamadas por Dios son siempre probadas, pero Dios no quiere esto; de hecho, refiriéndose al obispo y a la vidente, ha afirmado: "¡Yo no quiero que el sufrimiento provocado por los hombres continúe todavía persiguiéndoos!" (1 noviembre 2000). El sufrimiento de las almas llamadas, deriva de la maldad y de la oposición humana, pero que no son queridas por el Señor. Los hombres no pueden ni deben hacer sufrir injustamente a otros hombres. Pensar que Dios llama a un alma para cumplir una misión en el mundo y después le ponga obstáculos para hacerle más difícil la realización de los designios divinos va contra toda lógica, humana o sobrenatural.

El Señor ha continuado su llamamiento: "Sólo Yo puedo convertir a las personas que dicen que creen"; el obispo nos ha explicado que es más fácil convertir un ateo o un pecador antes que los que se sienten buenos y bien situados. Jesús los había definido "hijos de los fariseos": son los que se sienten en orden pero matan al hermano y sólo Dios está en grado de cambiar su comportamiento.

Dios Padre se ha dirigido después con dulzura a la comunidad, hablándonos de todos nuestros límites humanos, de nuestras debilidades e incomprensiones, pero que no son ofensivas a sus ojos, porque son involuntarias, características del carácter: "He venido para agradeceros por el bien que tratáis de hacer, aunque hay todavía pequeñas cosas que no van bien, pero éstas no me ofenden".

Después de estas palabras llenas de ánimo paterno, el tono de la carta ha seguido muy triste: "Son los grandes hombres los que me ofenden continuamente. Yo he dicho que antes de iniciar mis grandes intervenciones en el mundo, debía convertirse, al menos, la mitad de los hombre de la Tierra, pero las conversiones todavía son pocas". El obispo ha denunciado que por parte de los hombres de la Iglesia falta el ejemplo, el empeño y la voluntad para convertir a las almas y ha repetido las palabras que había dicho Jesús: "Si nosotros los sacerdotes no somos la sal de la tierra y la luz del mundo, ¿cómo podemos guiar a los otros?"

El Señor nos ha revelado que los grandes eclesiásticos se sienten buenos y perfectos porque en el Año Santo han resuelto recoger en Roma todas las categoría de personas, pero han desatendido el verdadero significado del Jubileo, eso es, las conversiones que pasan a través de la Confesión, la participación en la Misa, la Santa Comunión y buenas obras.

Dios Padre en su carta ha afirmado: "Hoy los grandes hombres de la Iglesia... se han alejado de Mi, porque continúan teniendo sólidamente a mano el poder y acumulando dinero, el vil dinero que destruye al hombre". ¡Muchísimas veces la Madre de la Eucaristía se ha lamentado de esto!. Durante el Año Santo se han gastado millones que podían haber sido empleados en obras de caridad hacia los que verdaderamente lo necesitan, hacia los pobres que, a diferencia de los otros, no han sido invitados para el Jubileo.

Después, desde el Paraíso, el Señor nos ha mirado complacido: "Yo, Dios, estoy feliz de veros recogidos bajo un cobertizo". Como la gruta de Belén en donde Jesús hizo su ingreso en el mundo, nuestra basílica es un lugar pequeño, sencillo y silencioso, pero el Señor la encuentra preciosa porque en ella descienden Dios Padre, Jesús, el Espíritu Santo, la Madre de la Eucaristía y muchísimos santos, entre los cuales están San José, San Pedro, San Pablo, San Padre Pío, San Juan Bautista y San Juan Bosco.

La misión que el Señor ha confiado al obispo y a la vidente es muy dura y pesada, aunque en el gran sufrimiento llegan a infundir fuerza y entusiasmo a nuestra comunidad, pero a veces el desánimo humano toma el mar de barlovento a causa del cansancio y del prolongamiento de la espera de una intervención divina. Pero el Señor, no abandonará nunca a los dos queridos hijos y continúa manifestando su presencia y su acción en el lugar taumatúrgico: "Si me hubiese olvidado de vosotros, la Mamá no estaría a menudo con vosotros. También San José, San Padre Pío, todos los ángeles y los santos están siempre con vosotros. Cuando fue beatificado San Padre Pío ¿dónde estaba? ¿no estaba con vosotros? Cuando los grandes hombres han hecho fiestas particulares, los ángeles y santos ¿no estaban con vosotros?. La Madre de la Eucaristía ¿no estaba con vosotros? (1 noviembre 2000).

En su llamamiento el señor ha hecho hincapié en que la Madre de la Eucaristía aparece con este título sólo en el lugar taumatúrgico, a la vidente Marisa Rossi y en ningún otro sitio. En ningún lugar de la Tierra la Virgen aparece tan frecuentemente; Dios no da importancia al número de las personas presentes o a la grandeza del lugar, también la Madre de la Eucaristía ha dicho: "Aunque si en este lugar no hubiese habido ninguno más porque todos se hubieran ido, yo continuaría viniendo igualmente, sólo por mis dos hijos". Esta es la voluntad de Dios. El obispo ha resaltado que la grandeza y la importancia de una aparición son cualificadas no por el número de las personas presentes, sino por el juicio del Señor. Si Él afirma que los que vienen al lugar taumatúrgico son las apariciones más importantes de toda la historia de la Iglesia, los hombres solo pueden tomar nota de esto.

Muchos eclesiásticos se han apropiado del título "Madre de la Eucaristía", ésta es la confirmación de que nuestra comunidad es una célula viva que desprende energía, absorvida por los otros sin que éstos pidan permiso. Sin embargo algunos de ellos fingen no saber o creer lo que sucede en el lugar taumatúrgico. Los sacerdotes de Roma son los que tienen más miedo. Saber cuál es la verdad y negarla es un compromiso de responsabilidad enorme frente a Dios, porque de este modo se pierde el Paraíso, porque se va contra Dios por miedo y por vileza.

El Señor en su carta ha afirmado: "Yo soy Dios y no hay otro Dios, pero no por eso los hebreos y los musulmanes y los miembros de todas las otras religiones no vendrán a gozar del Paraíso. Gozarán también ellos si han amado a su Dios, que soy siempre Yo". El obispo nos ha explicado que la salvación es de todos, Dios ama a todos y va más allá de los límites y de las leyes humanas pero para los que escandalizan aunque sea a uno sólo de sus hijos, vendrán tiempos muy duros, porque si uno llega a hacer escándalo, eso es, poner a otra persona en situación de no hacer el bien, significa que su vida radica en el mal desde hace mucho tiempo: "Ay de los que matan, ay de los que escandalizan a uno de mis hijos. Como dice el Evangelio, es mejor para ellos que se pongan al cuello una gran piedra y se arrojen al mar, porque no hay nada que hacer" (1 noviembre 2000).

Por último el Señor ha concluido la carta dirigiendo todo su amor de Padre a nuestro obispo, poniendo de relieve la validez de su ordenación episcopal: "Excelencia, ánimo. Como Jesús, también tu pareces un fracasado, pero no lo eres. Como Jesús ha vencido al mundo, también tu vencerás y llegarás donde te he prometido".