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Texto de la Adoración Eucarística del 26 octubre 2014

Fiesta de la Madre de la Eucaristía
XXI Aniversario del inicio de las apariciones públicas

Hijitos míos, ya es hora de que lleguen grupos de personas. Dios Padre lo quiere así después de veintidós años de silencio y ocultamiento”.

Con estas palabras, pronunciadas por la Virgen el 20 de junio de 1993, Dios Padre ordena que las apariciones de la Virgen, que solamente ocurrían en presencia de Marisa, de nuestro Obispo, entonces humilde sacerdote, y pocas personas más, fuesen abiertas para todos, y esto ocurrió el 24 de octubre de aquél mismo año.

Inicialmente, por orden de Dios, la fiesta de la Madre de la Eucaristía se celebraba el 25 de marzo, pero en el 2003 fue la misma Virgen la que anunció que la voluntad de Dios Padre era que esta fiesta se celebrase el 24 de octubre, día del inicio de las apariciones públicas. Desde entonces esta fecha es para nuestra comunidad un día verdaderamente importante porque es el día en el que, con amor, recogimiento y gratitud hacia Dios, celebramos una de las más grandes fiestas del año litúrgico: la fiesta de la Madre de la Eucaristía.


Primer momento

“El Hijo de Dios nació en la gruta de Belén, como había sido profetizado por Miqueas. Los ángeles alaban al Niño Dios. Los pastores se acercan a la gruta para encontrar al Mesías y vuelven a sus casas glorificando y alabando al Señor por cuanto habían visto y oído. Después de ocho días el Niño es circuncidado y se le pone el nombre de Jesús, como fue anunciado por el ángel. En el día de su circuncisión Jesús, dirigiéndose a su Madre, le dice: “¡Tú eres Madre de la Eucaristía!”.

En este fragmento reconocemos el episodio contemplado en el tercer misterio de gozo tal como lo ha formulado nuestro Obispo, Claudio Gatti. Gracias a la revelación privada, hemos conocido realidades sobrenaturales maravillosas, como la sencillez con que Jesús se comunicaba con su Madre, incluso siendo un bebé, y de cuáles fueron algunas de las calabra que el Niño Dios, nuestro Salvador, dirigió a su Madre: “Tú eres Madre de la Eucaristía”. En esas pocas palabras está encerrada toda la historia de la Redención, el sacrificio del Cordero inmolado por toda la humanidad y maternidad de María, Madre de toda la humanidad. Es imposible hablar de María sin hablar de la Eucaristía, porque ser Madre de Dios y Madre de la humanidad es para lo que fue destinada desde el principio por Dios, que la quiso partícipe del proyecto de salvación como corredentora y mediatriz de la humanidad. Detengámonos por un momento sobre estos atributos de María y reflexionemos sobre la explicación que nos ha dado nuestro Obispo, que en pocas, claras y sencillas palabras, explica un concepto sobre el cual durante siglos se han aventurado muchos teólogos: “Aquella que no ha conocido ninguna culpa, ni siquiera el pecado original, ni por un instante, se ha ofrecido con Dios para ser, junto con él, corredentora y al mismo tiempo llevar a cabo la tarea, que es exclusiva de Cristo, de mediadora. Cristo es mediador, María es mediadora. La maternidad divina, la Inmaculada Concepción y la Asunción al cielo de la Virgen son posibles por la Encarnación. Decir encarnación significa decir Eucaristía y Eucaristía significa decir Madre de la Eucaristía. Al igual que en la Eucaristía está encerrada toda la verdad revelada y anunciada, así en María, Madre de la Eucaristía, están encerrados todos los dones y privilegios que Dios ha dado a su Madre”. (De la novena a la Inmaculada Concepción)

Palabras tan claras no tiene necesidad de ulteriores explicaciones, pero, tal como hacíamos a menudo durante los encuentros bíblicos y las homilías de nuestro Obispo, reflexionemos sobre lo que hemos escuchado, porque todavía hoy, al volver a escuchar sus palabras, nos asombramos al descubrir cuanto, en sus enseñanzas, estaba unido a Cristo.


Segundo momento

María, Madre de la humanidad, cumple su maternidad educando y llevando todas las almas hacia Dios y hacia su Hijo. Recordemos el mensaje del 26 de octubre de 1997, donde dice: “Yo soy la Madre de la Eucaristía y los hombres de la Iglesia conocen este título desde hace muchos años, pero hoy lo combaten. ¿Os habéis preguntado por qué? Porqué para recibir a Jesús Eucaristía hay que estar siempre en gracia y, si no se está en gracia, recurrir a la confesión. Recibir a Jesús en gracia comporta sacrificios para la criatura que quiere vivir a su manera, sin sacramentos, sin Eucaristía, sin oración. Pero cuando no encuentra a nadie a su lado pide ayuda a Dios. Pero tú, criatura, ¿qué has hecho por él? Dios está dispuesto a ayudarte si quieres. ¿Quieres salvarte? Ve a Jesús Eucaristía. ¿Quieres amar? Recibe a Jesús Eucaristía en tu corazón y habla con él”. La Virgen, en cada carta de Dios que nos ha traído, toma la mano a las almas y, como haría una madre con su niño, nos lleva a un lugar seguro, hacia su Hijo Jesús, indicándonos el camino para no perdernos, poniendo en práctica el Evangelio; “Allí está todo”, ha repetido muchas veces. El suyo es un constante estímulo para que amemos a su Hijo de todas las maneras posibles y para que reservemos el fin último de todas nuestras acciones, todos nuestros pensamientos para Dios. Ella nos ayuda a entender que lo esencial es la vida en gracia: “Todo se vuelve oración si se está en gracia y unido a Dios” (Carta de Dios del 5 septiembre 1992). “El hombre tiene que ser limpio, puro y vivir en gracia. Yo seré repetitiva hasta el final porque quiero llevaros a la santidad” (Carta de Dios del 23 octubre 1997). “Dios es mi Todo”, afirmaba con fuerza y con amor, enseñándonos y empujándonos continuamente a poner a Dios en el primer lugar y el amor hacia el prójimo como condición esencial para demostrar nuestro sincero amor hacia Dios. El sacramento de la Eucaristía es el sacramento del amor y la Madre de la Eucaristía es la Madre del amor, del amor sacrificado, del amor demasiado a menudo no correspondido, del amor que espera contra toda esperanza, del amor que cambia los corazones, como admirablemente nos ha explicado nuestro Obispo en la homilía del 5 de diciembre 2007. “Os lo he dicho muchas veces que la Eucaristía, lo es todo y lo comprende todo, como se evidencia del propio título “Madre de la Eucaristía”. Este título nos permite entender que en esta realidad está presente tanto la Trinidad como el otro misterio de nuestra fe: la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo; en éste está presente Cristo Eucaristía pero también Cristo Palabra, Salvador, Mesías, Amigo y Cristo Hijo de Dios”.


Tercer momento

En el acto de dar a Su Hijo a la humanidad, Dios ha realizado un acto de amor que no se puede describir con palabras, pero él ha querido hacer todavía más, nos ha querido dar a María como Madre, para hacernos comprender cuán tierno sabe ser Su amor. La madre representa la figura más tierna y dulce que un ser humano pueda tener, por esto Dios nos ha regalado eso que en nuestra imaginación representa la dulzura, el amor incondicional, la criatura perfecta: María. Por un lado tenemos la más tierna de las madres, María, por el otro el amor absoluto e infinito del Padre, la Eucaristía. Por lo tanto el título último y más completo atribuido a María, el más rico en significado, el más amado, es el de Madre de la Eucaristía. Reflexionemos sobre este gran acto de amor de Dios para nosotros y recordemos la explicación que nos ha dado nuestro Obispo en su elaboración del Via Crucis, en el episodio en el que Jesús encuentra a Su Madre y que mejor aclara este concepto: “Confiando su Madre a Juan, que representa a toda la humanidad, Jesús la da a todos los hombres; consideremos por un momento lo que la Virgen puede haber sentido en su corazón en aquel momento: ella sabe bien que Jesús está en cruz y está a punto de morir después de sufrimientos atroces infligidos por aquellos de los cuales se ha convertido en madre, pero no se echa atrás ante esta maternidad universal a la que Jesús la ha llamado. Todos los hombres, incluso los pecadores, son amados por Jesús, e igualmente todos los hombres, aunque pecadores, son amados por María”. Acojamos con humildad estos dones y mostrémonos merecedores y fieles del amor que Dios nos ha demostrado; esforcémonos en poner en práctica todas las enseñanzas recibidas, aprendamos primero a amar y luego a rezar, como nos ha dicho Jesús y repetido su Madre, vivamos una vida de gracia y amemos los sacramentos. Sólo así podremos afirmar que amamos verdaderamente a Dios, a la Madre de la Eucaristía y a Jesús Eucaristía, que es el centro de todo.