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Solemnidad de Pentecostés XXI Aniversario del Milagro Eucarístico del 11 Junio 2000

23 de mayo 2021

En este día de fiesta se recuerda la venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles reunidos en el Cenáculo y su poder al manifestarse. Aquel mismo poder se mostró el 11 de junio de 2000, día de Pentescotés, cuando, en las manos de nuestro Santo Obispo, Dios realizó el más grande milagro Eucarístico ocurrido en la historia de la Iglesia a través del Espíritu Santo que cotidianamente continua haciendo posible la transformación del pan y vino en cuerpo y sangre de Jesús. El derramamiento de sangre de la hostia, ocurrido en las manos puras del Obispo Claudio, señala el inicio del cambio de la Iglesia que hoy esperamos con ansia. Dios ha puesto Su sello de autenticidad sobre el Episcopado del Obispo, atestiguando al mundo Su voluntad y confirmando a Su hijo Claudio, Apóstol de la Eucaristía. Nosotros, hoy, queremos rezar a Dios para que el Espíritu Santo nos ilumine para comprender cada vez más la importancia de la Eucaristía en nuestra vida. Recemos para que cada milagro ocurrido en este lugar taumatúrgico pueda hacer madurar en nosotros cada vez más la convicción de que Dios es nuestro Padre que no nos abandona a pesar de las dificultades, sino que nos invita a confiar en Su voluntad para llegar a la santidad.



De la carta de Dios del 11 de Junio 2000

Jesús - Mis queridos hijos, mi pequeño rebaño, hoy es una grandísima fiesta y vosotros habéis invocado al Espíritu Santo para que descienda a vuestros corazones. Ya habéis recibido enormes dones, espectaculares: los milagros más grandes, los más hermosos de toda la historia de la Iglesia. Aún hoy, me repito: ¿dónde han ocurrido estos grandes milagros? En un lugar pequeño y pobre, porque Yo he nacido en un establo limpio y convertido en hermosísimo a mis ojos por mi padre y mi Madre. No era un establo, era mi reino. Esto no es un sencillo jardín, sino un lugar taumatúrgico. Dios ha escogido este pequeño lugar y aquí ha dado muchas gracias, pero sobre todo ha realizado los grandes milagros eucarísticos. No os preocupéis si los hombres no los aceptan, sobre todo los hombres que han estudiado, los teólogos y los mariólogos; no os preocupéis de estos. Vosotros sabéis que cada tanto roban las frases dichas por Mi Madre y vuestra en los mensajes y las que dice vuestro Obispo; después hacen una conferencia y no citan la fuente, pero no importa; vosotros permaneced en la humildad, en la sencillez, sin fanatismo ni culto a la persona. El que tiene a Dios, lo tiene todo, el que pone a Dios en primer lugar lo tiene todo… Yo Jesús de Nazaret, Hijo del carpintero José, soy Dios sin corona; el Espíritu Santo es Dios sin corona, Dios Padre, Padre de todos está sin corona, es Aquél que ha creado el cielo y la tierra, que ha creado al hombre a su imagen y semejanza y, a pesar de todo, es puesto de lado por los grandes hombres. Estos dicen que hay que obedecer al hombre, no a Dios. ¡Oh no, mis queridos hijos! Obedeced a Dios aunque tengáis que apretar los dientes y soportar todo sufrimiento. Poned en primer lugar a la Trinidad: Dios Padre, Dios Espíritu Santo y a Mí, Dios Hijo. La Eucaristía es la Trinidad, la Eucaristía hace la Iglesia, mi Madre es Madre de la Eucaristía, vuestro Obispo es el Obispo de la Eucaristía, es el Obispo de la verdad y del amor; el que ama sufre mucho: cuanto más se ama más se sufre…



De la presentación del libro: "Todo está cumplido"

El día 11 de junio, fiesta de Pentecostés, se ha realizado en el lugar taumatúrgico "el milagro eucarístico más grande de toda la historia de la Iglesia" como lo ha definido Jesús. Cedamos la palabra al Obispo Claudio Gatti, testigo privilegiado y cualificado del evento milagroso. "El día 11 de junio de 2000, fiesta de Pentecostés, mientras celebraba la Santa Misa en la iglesia "Madre de la Eucaristía", ocurrió un gran milagro Eucarístico. Apenas había terminado de recitar la fórmula de la consagración del pan, cuando empezó a brotar sangre de mi hostia. Para mí, el tiempo se había detenido. Estaba inclinado sobre la hostia que sostenía entre mis manos y contemplaba la sangra divina que se esparcía en gran parte de su superficie. Permanecí inmóvil durante un tiempo que a los presentes les pareció interminable, porque pensaban que me sentía mal, ya que en mi rostro se alternaban una palidez impresionante y una fuerte rojez. Cuando me repuse un poco, elevé lentamente la hostia. Entre los presentes hubo mucha emoción, pero todo se desarrolló en un clima de profundo recogimiento y viva participación. Mientras bajaba mi hostia manchada de sangre, vi en la patena otras dos hostias grandes que, como diría después la Madre de la Eucaristía, fueron sustraídas a la profanación y traídas al lugar taumatúrgico, porque "el Obispo, la vidente y los miembros de la comunidad aman muchísimo a la Eucaristía y están dispuesto a dar la vida por defenderla". Después de haber recitado la fórmula de consagración del vino y hecha la elevación del cáliz, he tomado la patena que contenía la hostia consagrada por mí y manchada de sangre y las otras dos hostias sustraídas a la profanación y he pasado por los bancos de la iglesia, para que los presentes pudieran verlas de manera cercana, constatar la verdad del hecho, percibir el perfume que emanaba la hostia manchada de sangre y poder así testificar en un futuro el milagro ocurrido. Cuando hice "la fracción del pan", la sangre continuó goteando ante los ojos de los presentes. Aunque con pesar tuve que consumir mi hostia manchada de sangre, como está prescrito en las normas 113-116 del IV capítulo de las instrucciones para la celebración de la santa Misa que están contenidas en el misal. Al comulgar he gustado el sabor dulce de la sangre de Jesús y he sentido un fuerte calor y un intenso perfume que invadían mi interior. Con este último gran milagro eucarístico Dios ha puesto su sello sobre todos los anteriores que han sido rechazados por los grandes hombres de la Iglesia, que han pretendido saber el nombre del sacerdote que había consagrado las hostias que Jesús, la Virgen, los santos y los ángeles han transportado al lugar taumatúrgico, comprendidas las numerosas hostias que han derramado sangre. Como Juan ha visto la sangre y el agua que salían del costado traspasado de Jesús, también yo, Obispo ordenado por Dios, la vidente Marisa Rossi y muchas personas, hemos visto salir la sangre de la hostia consagrada por mí y podemos repetir con el apóstol: "El que lo ha visto da testimonio de ello y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que vosotros creáis".



Carta de Dios del 12 Junio 2000

Jesús - Mis queridos hijos, soy vuestro Jesús. El gran milagro de ayer tiene que llevaros a la santidad a toda costa. El ha creído ciegamente a lo que ha visto, tiene que caminar por este camino que a veces es duro, áspero y espinoso. Dios ha querido hacer este gran milagro. Cada milagro realizado por Dios es grande, porque es Él el que interviene, pero este es el más grande. Vosotros no podéis imaginar, a parte de la emoción y el miedo que habéis sentido pensando que el Obispo estaba mal, cuantas personas han vuelto a la fe en aquél momento. Por desgracia en medio de mi rebaño hay siempre alguien que se parece al demonio. Vosotros habéis gozado y habéis visto con vuestros ojos la sangre, mi sangre que salía de la hostia consagrada por vuestro Obispo. Cuando esta Eucaristía estaba a punto de ser apoyada de nuevo en la patena, han aparecido otras dos hostias consagradas, sustraídas a la profanación y salvadas por mi Madre. Es justo que la hostia consagrada por el sacerdote durante la Santa Misa no se haya conservado, porque la hostia de la consagración tiene que ser consumida. Mientas mi Madre y Yo estábamos al lado del Obispo la sangre continuaba saliendo regando de nuevo mi rostro, el demonio ha arremetido contra vuestra hermana; está enfadadísimo con ella y la tortura cada día, porque, en nombre de Dios, le quita muchas almas. Muchas almas vuelven a Dios; esto Satanás no lo quiere, así trata de impedirlo arremetiendo contra la persona llamada por Dios. Este milagro os tiene que ayudar a vivir siempre en gracia y a creer en los milagros eucarísticos, especialmente en los que han ocurrido ante vuestros ojos. Solamente una persona se me ha escapado, no me ha querido mirar, porque el demonio ha entrado en ella, casi se ha apoyado sobre esta persona. Tenéis que rezar por ella, para que Dios le de la fuerza de volver a empezar desde el inicio y de volver a él. El hombre es feliz cuando está con Dios, aunque esté en el dolor; pero sufre y se destruye cuando está con Satanás. Cuántas veces Mi Madre y Yo os hemos dicho: "Cuidado, porque el demonio busca una pequeña grieta para infiltrarse y haceros caer". Gozad de este gran milagro, gozad todos los días. Cuando os sintáis derrotados, volved a pensar en el milagro ocurrido durante la Santa Misa, después de la consagración. Hace mucho tiempo, os había prometido: "Un día también vosotros veréis lo que ha visto vuestra hermana". No todos lo sabíais, sólo alguno conocía este mensaje. Aunque no estabais presentes, encontraréis esta frase en el libro de los mensajes. Aquél día llegó y fue el día de Pentecostés, el día de la fiesta del Espíritu Santo, que descendió en medio de vosotros. Gozad, gozad, mis queridos hijos, gozad, no penséis en los que continúan calumniando y difamando. Todo esto no os tiene que importar, tenéis a Dios y quien tiene a Dios lo tiene todo.