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Carta de Dios

Roma, 13 de febrero de 2005 - h. 10:30 a.m.

I Domingo de Cuaresma (AÑO A)

Nuestra Señora - Sea alabado Jesucristo, mis queridos hijos. Siempre vengo con mucha alegría en medio de vosotros para pediros, como siempre, oraciones, oraciones, y oraciones. ¿Qué puede deciros todavía Dios después de haberos dado tantas cartas? Lo importante es que consigáis seguir adelante, caminar siempre adelante.

Os pido más fuerza, especialmente a los jóvenes, sed más valientes con todos, guiaros siempre del amor, amor hacia los niños, que son un tesoro. Los niños son la alegría de los padres. ¿Por qué os invito siempre a la oración? Porque hay mucha, muchas necesidad de oración. Haced también algún sacrificio, algún florilegio, algún ayuno, no digo todo el día para el que no puede, pero al menos una parte, y ofrecedlo a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo.

El sufrimiento lleva a ser más buenos, más sensibles y a comprender a las personas que sufren.

Vuestra hermana no quiere que lo diga, pero esta noche ha vivido la pasión en tres oleadas, tres oleadas de sufrimiento, de largo e intenso sufrimiento por las almas, pero sobretodo por la Iglesia. Vuestro Obispo dice que tiene la Iglesia sobre sus espaldas. Es verdad, tiene la Iglesia sobre sus espaldas, pero también tiene a los hombres de la Iglesia sobre las espaldas: en este momento las paredes son menos pesadas que los hombres de la Iglesia.

Orad, convertíos, creed en el Evangelio. Habéis recibido la ceniza: "Acuérdate, hombre, que eres polvo y en polvo te convertirás". A vosotros esto no os tiene que preocupar, porque si camináis como os he dicho, llegaréis al Paraíso.

¿Habéis visto como es fácil para Dios ayudar a un alma? El viernes habéis sabido que el abuelo Amadeo está salvado. Marisella ha preguntado si tiene las dos piernas. Sí, tiene las dos. Vuestra hermana ha visto a la abuela Esperanza que abrazaba a su madre, ha visto a Andrea a las puertas del paraíso y a muchas otras almas; esta es una alegría grande para todos. Lástima que alguno todavía no comprenderá todo esto, pero poco a poco se convertirá. Mis queridos hijos, esta es la belleza y la grandeza del amor de Dios. Habéis visto como el que ha recibido poco y ha dado poco está salvado. El que, en cambio, ha recibido ciento, tiene que dar ciento diez, ciento veinte. A veces es más fácil que una persona no convertida, no creyente consiga salvarse, que una persona que ha recibido tanto de Dios. El que ha recibido tanto es difícil que se salve si continúa pecando, ofendiendo a Jesús, pero el que ha recibido poco y no ofende a Jesús puede salvarse. Todos vosotros si continuáis este camino seréis salvados, porque dais lo que podéis dar.

Ayudad a vuestro Obispo y festejadlo. Él, como siempre, no quiere ser festejado, pero vosotros festejadlo. Cuando lo veáis vestido con pompa magna, seréis todos felices.

Ánimo, mis queridos hijos, una persona tiene que tratar de ser más prudente, de estar atenta y de no hacer más de lo que puede hacer. Dios ayuda, pero vosotros conocéis el proverbio "ayúdate y Dios te ayudará".

Marisa - Los que están salvados y los que están en el Paraíso son todos hermosos. También hoy está la abuela Esperanza abrazada a su hija Yolanda. Abuelo Amadeo está salvado y tiene sus dos piernas, es muy hermoso. Andrea está a las puertas del Paraíso. Antonio, Francisco, Bruno, Silvano, Pedro y todos los otros se han salvado, no porque han hecho grandes cosas, Dios sabe a quien pedir las grandes cosas.

Nuestra Señora - Ánimo y adelante. Empezad a preparar la fiesta de vuestro Obispo, él es el único Obispo ordenado por Dios y no tiene ningún sacerdote a su lado, tiene solamente laicos que lo quieren mucho; espero que al menos sea así. Junto a mi Obispo y vuestro os bendigo, a vuestros seres queridos, vuestros objetos sagrados. Id en la paz de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo.

Ánimo, Marisella, sé que la pasión es tremenda; ánimo, ¡si supieses cuantas almas salvas!

Marisa - El Obispo y yo ¿tenemos que salir enseguida?

Nuestra Señora - No, saldréis de noche, durante el día estáis en casa.

Marisa - Verdaderamente por la noche sufro mucho. De todos modos, que sea como Dios quiera. He hecho siempre Su voluntad y la haré siempre, aunque me queje, aunque a menudo digo: "Llévame ya, aunque sé que todavía tengo algo que hacer".

Nuestra Señora - Mis queridos hijos, gracias por vuestra presencia. Junto a mi Obispo y vuestro, os bendigo, a vuestros seres queridos, vuestros objetos sagrados. Os traigo a todos junto a mi corazón y os cubro con mi manto materno.

Marisa - Es la segunda vez que nos bendices.

Nuestra Señora - ¿Te hace daño?

Marisa - No.

Nuestra Señora - Id en la paz de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo. Sea alabado Jesucristo.

Marisa - Adiós. Adiós, mamá; adiós, abuela; adiós a todos.