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Comentario al Padre Nuestro de S.E. Mons. Claudio Gatti

Capítulo XI de San Lucas

Estamos en el capítulo XI del Evangelio de San Lucas; al finalizar la S. Misa os pedí que rezarais para que pudiera explicar este fragmento, porque no es siempre fácil exponer lo que se tiene dentro. Para mí puede estar muy claro, vivo y transparente, pero probablemente al expresarme, al hablar a los otros, puedo perder aquella vivacidad y lucidez indispensables y que esta tarde también son acompañados con algo de emotividad. Creo que soy capaz de no dejarme llevar por la agitación, pero no puedo dejar de exteriorizar una intensa emoción que me acompaña desde hace un tiempo leyendo la primera parte de este capítulo y específicamente la oración del Padre Nuestro. Os he dicho muchas veces que el Evangelio es una fuente inagotable y de una riqueza infinita; cada vez que leemos el Evangelio encontramos siempre nuevas e inesperados tesoros que están allí, listos para sernos entregados. El Evangelio no es una lectura repetitiva, no aburre: podría aburrir a los que lo leen con desapego, sin una viva participación y sin una profunda e indisoluble unión con Cristo.

Para comprender lo que os estoy diciendo basta hacer la siguiente afirmación para que podáis empezar a entender algo particularmente incisivo, significativo e importante: la oración del Padre Nuestro ha sido definida de varias maneras, pero nosotros tenemos el derecho de definirla como la más hermosa y la más elevada oración Eucarística.

El capítulo se abre con la maravillosa y conmovedora escena de Cristo que ora. La petición que un discípulo dirige al Señor - Señor, enséñanos a orar - está determinada por el entusiasmo, por la emoción que este discípulo, y ciertamente otros con él, ha sentido al experimentar personalmente la oración y saborear su intensidad, profundidad y belleza.

Alguna vez hemos sentido una emoción particular al ver a algunas personas que rezaban con profunda convicción y auténtico espíritu de fe. Cuando el hombre reza y la gracia acompaña la oración, se comunica con Dios y recibe de Él, en su propia alma, una luz tan viva y fúlgida que se extiende y es compartida también por el cuerpo físico. Cuando un alma reza los ojos están particularmente vivos, brillantes y deslumbrantes. Nuestro ser humano en su plenitud encuentra finalmente la distensión, la familiaridad y la certeza de tener una relación tan intensa con Dios que no somos capaces de experimentar ni siquiera cuando encontramos y nos dirigimos a personas con las que tenemos lazos afectivos, de sangre y de parentela.

Cristo reza y se transforma. Cristo, Hombre-Dios, Segunda persona de la Santísima Trinidad se encarna y tiene con el Padre y el Espíritu Santo una relación incesante que supera toda humana posibilidad de comprensión; esta es una relación tan íntima y continua que no podemos percibirlo ni mínimamente.

¿Por qué reza Cristo? Porque el Señor es verdadero Dios, pero también es verdadero Hombre; el Señor es nuestro maestro y quiere enseñarnos con el ejemplo la belleza, la profundidad y el enriquecimiento que proviene de la oración. Cristo siempre está unido al Padre y al Espíritu Santo, se aparta de los apóstoles y se retira al desierto en soledad para rezar, porque quiere subrayar con su ejemplo concreto la importancia y la necesidad de la oración y la belleza que adquirimos con ella. Cristo con la oración no aumenta la unión con el Padre y el Espíritu Santo pero, mientras reza, quiere enseñar a qué elevación y altura puede llevar la oración poniéndonos en comunión con la Santísima Trinidad.

El Señor, antes de que el discípulo le pidiese: "Maestro, enséñanos a orar", ya había enseñado con su ejemplo como se tenía que hacer. Cristo lee en los corazones y sabe perfectamente que este discípulo se refiere a realidades y situaciones concretas: los maestros y los fariseos enseñaban a sus discípulos, tal como había hecho Juan Bautista con los suyos (ver capítulo V de Lucas), sobre las fórmulas para poder rezar. Cuando el Señor oye que le dirigen esta petición no se limita a responder que les había dado ejemplo sobre cómo rezar sino que, porque es comprensivo hasta el infinito con respecto a nosotros, Jesús hace brotar de su corazón esta oración. No es una fórmula como la que podían enseñar los rabinos a sus discípulos, sino que es una condensación de fe, de amor y de esperanza, es una oración real y concreta, una enseñanza con la cual el Señor nos anima a tener cuidado con las fórmulas pre establecidas. "No habléis demasiado como los que se alargan en las oraciones, id a lo esencial, al diálogo"; el Señor no resalta el modo, pero el estilo es el espíritu con el cual tenemos que dirigirnos a Dios.

Examinemos en detalle el Padre Nuestro.

"Padre". Esta palabra que introduce la oración es una maravillosa y sorprendente enseñanza. En el Viejo Testamento la paternidad de Dios no está presente de manera explícita como en el Nuevo Testamento; por ejemplo en el Salmo 138 (139) atribuido al rey David, se puede evidenciar el amor paterno de Dios. En el Nuevo Testamento el Hijo, y no puede ser de diferente manera, manifiesta continuamente la paternidad de Dios porque la presencia del Hijo invoca siempre la existencia del Padre, por lo tanto Cristo siempre manifiesta a Dios por la relación indisoluble que Él vive.

"Sea santificado tu nombre": el Señor es consciente de que frente a él tiene oyentes de cultura semítico judía, por lo que el ser y el nombre son la misma cosa: dirigir una alabanza al ser o al nombre es la misma cosa; la consecuencia es que la ofensa que se hace al ser o al nombre es lo mismo. Pues bien, la frase "sea santificado tu nombre" no tiene el significado de reparar las ofensas hechas al nombre de Dios con las blasfemias, sino que es un comportamiento del espíritu con respecto a Dios: reconocer a Dios el atributo trascendental e infinito de su santidad. Reconocer el ser infinito y diferente que es de todos los demás seres a los que son atribuidas estas calificaciones de santidad, quiere reconocer la divinidad de Dios, Él es Padre y me dirijo a Él reconociendo esta realidad. Se reza para que Dios sea conocido y amado.

"Venga a nosotros tu reino": El reino no tiene nada que ver con instituciones sociales o parasociales; el reino indica la intervención salvífica de Dios; en la oración refleja el ansia del hombre y de toda la humanidad que se dirige a Dios y pide que en esta salvación, realizada por Cristo, pueda tomar parte toda la humanidad. El hombre pide que venga la salvación y que se extienda a todos los pueblos en cualquier período de la historia.

"Danos hoy nuestro pan de cada día": lo analizaremos más tarde porque esta frase será el punto principal del tema.

"Perdona nuestras deudas", la fórmula clásica dice "deudas"; ésta es una visión esencialmente espiritual de la oración, "Yo he venido por los pecadores no por los justos", dijo el Señor; "Yo no quiero la muerte del pecador sino que se arrepienta y vuelva al Padre". Nos podríamos preguntar: "Pero ¿es qué Dios no le perdona los pecados?". ¡Claro! El don del perdón es una cosa que nos ha enseñado san Pablo de manera muy clara en la carta a los Romanos: en nosotros está presente el espíritu de Dios que reza por nosotros y pide a Dios lo que nos es verdaderamente útil para nuestra vida espiritual, porque nosotros solos no seríamos capaces ni siquiera de comprender, en el campo espiritual, lo que necesitamos. Decir "Perdona nuestras deudas", significa "Danos el don de poderte pedir algo". Muchas veces se ha dicho y reiterado que la iniciativa de convertir al hombre es siempre de Dios, no es el hombre el que toma la iniciativa, es Dios el que lo hace.

"Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores", el perdón que nosotros tenemos que dar a los que nos han ofendido tiene que ser total. Esto no significa ser débiles porque es mucho más difícil y heroico vencer el instinto de la venganza, del rencor y del resentimiento que vengarse de un hermano que me ha hecho sufrir. En esto está la exaltación del hombre, la victoria del amor y la derrota del egoísmo; si toda la humanidad se comportase de este modo los motivos de conflicto, tensión y sufrimiento disminuirían enseguida. Ya que podemos intervenir concretamente en la realidad en la que vivimos, es bueno que este espíritu esté presente en nosotros, en nuestras familias, con nuestros amigos, en nuestro trabajo, en la escuela, donde nos encontremos viviendo con la claridad de decir que perdón no significa que yo me abandono y el otro se puede permitir el hacer y decir lo que quiera respecto a mí: esto no es cristiano.

"No nos dejes caer en la tentación". También esta es una expresión típica de los judíos. ¿Dios nos induce al mal y a la tentación? Dios es Padre y un padre no puede querer el mal para sus propios hijos. Leed lo que viene después "Si un hijo os pide pan, ¿le dais un escorpión? Si vosotros que sois malos dais a vuestros hijos lo que os piden, cuanto más vuestro Padre Celestial si le pedís el Espíritu Santo os lo dará". "No nos dejes caer en tentación" significa "Ayúdanos en las ocasiones en las que seamos tentados"

Volvamos ahora a la expresión "Danos hoy nuestro pan de cada día". Para mí ha sido una revelación después de 28 años de sacerdocio y lo será también para vosotros después de tantos años que habéis sido bautizados. He dicho que esta es la más hermosa oración Eucarística. La interpretación vigente es la de que el Señor venga a cubrir nuestras necesidades mediante la asistencia de tipo material, social y económico. El primer versículo tiene una exigencia de orden espiritual: "Sea santificado tu nombre"; el segundo versículo es otra exigencia espiritual: "Venga a nosotros tu reino"; en medio habría esta exigencia material; inmediatamente después: "Perdona nuestras deudas", otra exigencia espiritual; "No nos dejes caer en la tentación", otra exigencia espiritual. Esto significa que una exigencia material se encuentra incrustada entre dos exigencias espirituales que preceden y una que sigue.

Refirámonos ahora al significado exacto de las palabras. Esta es una traducción de versiones que se han revisado con el tiempo, pero la traducción más exacta del término "cotidiano" es "necesario"; "danos todos los días, cada día, nuestro pan necesario"; el Evangelio se explica con el Evangelio, no tiene que ser explicado con interpretaciones humanas y el Señor quiere evidenciar esto: "Danos cada día la Eucaristía". El pan necesario es la Eucaristía, no es una afirmación mía, sino del mismo Cristo.

Para tener una confirmación vayamos al VI capítulo de Juan cuando, después de la multiplicación de los panes, querían hacer rey a Jesús pero él desaparece y se va a la otra parte del lago de Tiberíades; una vez que llegaron los discípulos, le preguntan: "Rabí, ¿cuándo has venido aquí? Y Jesús responde: "Vosotros no me buscáis por los milagros que habéis visto, sino porque habéis comido pan hasta hartaros, procuraos no el alimento que perece sino el alimento que dura para la vida eterna, el que os da el hijo del hombre, a quien Dios Padre ha acreditado con su sello". Entonces le dijeron: ¿Qué tenemos que hacer para trabajar como Dios quiere?, Jesús respondió: "La obra de Dios es esta, que creáis en Aquél que Él ha enviado". Le replicaron: "¿Qué milagros haces para que veamos y creamos? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto como está escrito "Les dio a comer pan del cielo"; Jesús les dijo: "En verdad, en verdad os digo, no fue Moisés quien os dio el pan del Cielo sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo, porque el pan de Dios es el que baja del Cielo y da la vida al mundo"; ellos le dijeron: "danos siempre de ese pan".

Para eliminar otros problemas y para entender mejor cuál es el pensamiento de Cristo, volvamos al versículo 26 "Procuraos no el alimento que perece, sino el alimento que dura", "Danos cada día el pan necesario". ¿Y cuál es este pan? Lo dice Él mismo, es el pan de Dios que baja del Cielo. Las sorpresas no se acaban, continúan, porque después está escrito: "Danos cada día el pan necesario", lo que significa la participación cotidiana en la S. Misa; todos los días se tiene que vivir el encuentro eucarístico.

Eucaristía significa "acción de gracias" y es un término que se refiere a la institución de la presencia sacramental de Jesús en la Última Cena. La celebración de la Misa, o sea la Eucaristía, era llamada también "Fractio Panis". Los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús mientras partía el pan, por tanto para los cristianos la "Fractio Panis", el partir el pan, es el equivalente de la Eucaristía, de la celebración de la S. Misa. La gente común se pregunta cómo es que se tiene que ir a Misa todos los días cuando la Iglesia ha establecido el precepto solamente para el domingo y las fiestas de guardar. La respuesta está en los Hechos de los Apóstoles, capítulo II versículo 44: "Los fieles permanecían unidos" y "Lo tenían todo en común" y "Cada día frecuentaban juntos el templo y partían el pan en cada casa". Los primeros discípulos, inmediatamente después que Cristo hubo ascendido al cielo, y aquellos que habían recibido la evangelización y la catequesis de los apóstoles, vivían de esta manera todos los días. Los apóstoles, con su evangelización, reflexionaban cuáles eran las auténticas enseñanzas de Cristo y animaban a los cristianos a vivir como el Señor les había enseñado, no se conformaban con la celebración eucarística dominical, sino que participaban todos los días en la Misa.

Tenemos que volver al espíritu verdadero y original de la primera Iglesia porque nos hemos alejado demasiado y hemos pensado que era más importante el pan material que la palabra de Dios.

No comprendemos que con la palabra de Dios tenemos también el pan material, mientras que sólo con el pan material no tenemos a Dios, no tenemos la Eucaristía. ¿Por qué los apóstoles estaban unidos? Porqué la Eucaristía los cimentaba, la Eucaristía es el amor infinito de Dios, en la Eucaristía está presente la Santísima Trinidad y la relación trinitaria es una relación de amor infinita. El Padre ama al Hijo con un amor infinito y así el Hijo, el Padre y el Espíritu Santo de manera recíproca. Nosotros no nos amamos porque no vivimos la relación Eucarística. Hemos perdido la alegría y la simplicidad de vivir, somos complicados y nos hemos vuelto sombríos, ya no somos capaces ni de expresar ni de dar alegría; la alegría viene sólo de Dios, de Cristo y de la Eucaristía. Si no tenemos la Eucaristía, si no nos alimentamos de la Eucaristía ¿qué alegría podemos dar?

"Comían con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios" y "gozando del favor de todo el pueblo": nosotros, como cristianos somos antipáticos porque no trasmitimos fiabilidad, no somos auténticos; sin embargo, si en mí hay alegría también hay amor. Entendámonos, las tensiones y los problemas están, pero aquí se ve el esfuerzo y la convicción de que yo lo puedo hacer en cuanto que Cristo está en mí, que es la fuerza infinita, la gracia increada, lo es todo. Por tanto, si Dios está conmigo, ¿quién contra mí? Nadie. "El Señor Jesús, por su parte, continuó añadiendo", por tanto con su presencia, la de la Eucaristía, nos ha unido. ¿Queréis estar unidos y quereros? Comulgad juntos. ¿Queréis pelearos menos? Comulgad juntos. En la palabra de Dios está escrito todo: "El Señor Jesús, por su parte, continuó añadiendo, uniendo cada día a la Iglesia a los salvados"

La Iglesia primitiva estaba en expansión, cualitativamente y cuantitativamente, porque Cristo Eucaristía ocupaba el puesto que le correspondía; hoy en torno a la Eucaristía, por desgracia, hay vacío, indiferencia y poco amor. Nos quejamos porque el mundo va mal, pero nosotros le hemos privado de la presencia eucarística, hemos dejado solo al Señor.

Padre Pío ha usado una expresión exagerada: "El mundo sin el calor del sol puede existir", para los científicos ésta es una blasfemia. Padre Pío lo ha dicho para evidenciar cuál es la realidad verdaderamente necesaria, es decir Cristo; no es el sol el que hace crecer las plantas, las espigas de donde tomamos el grano para pan, sino que es la presencia necesaria e indispensable de Cristo Jesús Sacramentado.

Padre Pío vivió su Misa de una manera viva, profunda, auténtica y real. Nuestras misas, sin embargo son hechas con prisa, con falta de amor y respeto. Al igual que estoy dispuesto a defender un miembro de la familia si es ofendido, así también si veo a un sacerdote que no respeta a la Eucaristía, tengo el derecho, en cuanto cristiano e hijo de Dios, de ir a ver al sacerdote y decir: "Celebre la Misa de una manera más llena de amor y de respeto o lo denuncio al obispo, porque usted no dice la Misa, hace un escándalo"

¿Tenemos la fuerza y el valor de decir todas estas cosas? Jesús ha dicho: "Es necesario que haya escándalos" pero ¿nos hemos preguntado alguna vez por qué motivo muchos se alejan de la Eucaristía? Si yo que soy sacerdote no vivo esta relación eucarística con convicción y amor y vivo la Misa como una rutina, ¿qué puedo dar a los demás? La Misa, por otro lado, tendría que ser el momento más deseado. Una Misa es capaz de dar la santidad, pero nosotros no lo creemos.

Sucede que sufro si pienso en mis 53 años de vida, de los cuales 28 de sacerdocio, porque cuando era niño quien sabe cuántas comuniones he hecho y del 9 de marzo de 1963 cuántas santas Misas he celebrado sin vivirlas todas con el mismo amor que hoy tengo más que ayer. Y vosotros, ¿cuántas comuniones hacéis con superficialidad? No os ofendáis con mis palabras, porque si yo supiese que lo que he dicho ha desencadenado en vosotros un amor auténtico a Cristo y una voluntad de aumentar este amor, entonces daría gracias al Señor.

¿Qué hay más hermoso que los hombres vayan hacia Cristo, es decir hacia la salvación y que descubran a Dios y la belleza de esta relación? Aunque preparase el discurso más hermoso, yo nunca sería capaz de haceros vivir esta relación hasta que vosotros no lo queráis vivir. Si lo vivierais no os acercarías a comulgar y a la Santa Misa con ligereza porque son gracias inmensas y maravillosas que son en beneficio de todos los hermanos. Os garantizo que acercarse a Cristo con este espíritu significa descubrir verdaderamente la belleza de la oración.

Alguno dice: "Yo no siento a Dios", pero es porque no se le quiere sentir. Dios se deja sentir a través de las luces particulares o de las iluminaciones particulares. Hace surgir también reflexiones y oraciones dentro de nosotros; está el espíritu dirigido a Dios que reza por nuestras necesidades: "Abba, Padre", esto lo dice san Pablo, ésta es la palabra de Dios. A menudo estamos verdaderamente distantes de conocer y, por lo tanto, de vivir la Palabra de Dios; decir "Yo siento a Dios" es repetir lo que dice san Pablo, no porque era un privilegiado: cualquier persona en gracia que se pone con este espíritu de escucha siente y escucha en su intimidad la voz de Dios. Las maneras serán diferentes, porque Dios se adapta a cada uno de nosotros, respeta de tal manera nuestra personalidad que no la cambia, no la modifica, sino que la deja tal como es y es Él el que se adecúa.

Continuamos peleando o hablando de cosas materiales mientras que tendríamos que hablar de Jesús. Cuando María y José iban de un pueblo al otro hablaban de Dios y de Jesús. Jesús estaba en el seno de María y hablaban de Él. Cuando tenemos la Eucaristía dentro de nosotros no tendría que haber diferencia entre nosotros y la Virgen. La Madre de Dios lo ha engendrado, nosotros lo hospedamos, pero la realidad es la misma. Es aquí que tenemos que superar nuestro amor pequeño y frágil y comprender que la Misa lo es todo sin tener otras excusas.

El Señor se ha anticipado también sobre esto: ¿recordáis la parábola del banquete, cuando se casó el hijo del rey y los invitados han puesto excusas para no participar? "Id a las encrucijadas y llamad a los cojos y a los pobres, hacedlos entrar a todos"

Si siento esta realidad y la participo fraternalmente con alegría, toda la jornada gira en función de la Misa. No me preguntéis a mí como hacerlo, porque cada uno de vosotros tiene sus propios problemas y complicaciones, pero seguramente lo que yo no os puedo dar, os lo dará Cristo: el amor, la fuerza, la paciencia, la serenidad, el abandono y el equilibrio.

A la luz de lo que se ha dicho, podemos afirmar que si tengo en mí el amor, aunque con un pequeño pecado, como una mentira, una pequeña maledicencia, un fruto de egoísmo que no han quitado la gracia de Dios de mi alma, como ocurriría con los pecados mortales, puedo tomar la Eucaristía y decir: "Señor, te pido perdón, ayúdame a pedirte perdón, porque tú has sufrido también a causa de este pequeño pecado". Todo es en función de la Eucaristía, todo es en función de Jesús sacramentado.

¿Quién me da la fuerza de perdonar a quien me ha hecho daño? Jesús sacramentado. ¿Quién me da la fuerza para no caer en las tentaciones, en el orgullo, en la maledicencia, en la sensualidad, en la codicia y en la avaricia? Jesús Sacramentado. ¿Quién me da el calor para sufrir al saber que mi hermano no está en el amor de Dios? La Eucaristía. ¿Quién me da el amor para distribuir a los demás? Jesús Sacramentado.

El versículo "Venga a nosotros tu reino", ahora lo comprendemos mejor. Es la salvación de las almas, esto es lo que cuenta: una blasfemia, un hurto, una maldad, son todo ofensas a Dios con las cuales el hombre se aleja y muere espiritualmente. Si mi hermano muere físicamente yo sufro, ¿por qué no tengo que sufrir si muere espiritualmente?

Eh ahí la oración Eucarística. La Eucaristía, lo dice el Concilio Vaticano II, es el ápice de la vida cristiana, es la fuente de la vida cristiana, sin Eucaristía no hay fuente, no hay agua y tendremos sed.

"Danos cada día el pan necesario", ¿qué es más necesario que la Eucaristía? Todo vierte sobre la eucaristía. Otros pueden dar una interpretación diferente, pero la que yo he sentido os la he comunicado y no siento perplejidad. Estoy convencido de lo que he dicho porque sobre todo esto he reflexionado y rezado y os lo he comunicado con espíritu de fraternidad en comunión, como también está escrito en los Hechos de los Apóstoles, porque a mí me ha hecho bien y espero que os lo haga también a vosotros.

Para explicaros el Padre Nuestro he hecho referencia al Evangelio de Juan, capítulo VI, versículos 26-34; a los Hechos de los Apóstoles, capítulo II, versículos 44-46- releed también estos fragmentos.