Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 25 marzo 2009

Anunciación del Señor

I Lectura: Is 7,10-14; Salmo 39; II Lectura: Heb 10, 4-10; Evangelio: Lc 1, 26-38

La Primera Lectura y el Evangelio de hoy tienen un argumento particular: la Virgen. En la Primera Lectura se habla de una Virgen que concebirá y dará a luz, mientras que en el Evangelio habla de un ángel mandado a una virgen. Yo creo que el mismo Isaías, cuando habló de aquella profecía, no había comprendido lo que escribía bajo la inspiración de Dios; de hecho, siendo la revelación progresiva, no siempre los hagiógrafos podían entender lo que Dios inspiraba a su mente y a su corazón. Esto significa que sólo en el momento adecuado se llega a comprender la Palabra de Dios y desde aquel momento se profundiza tanto la comprensión, que se vuelve fuente inacabable de meditación y de entendimiento con Dios. El término "virgen" se utilizaba en el mundo hebraico para aludir a la mujer antes del matrimonio, y en hebraico se dice "alma". En las cartas de Dios encontráis frecuentemente, sobre todo en los dos últimos años, este término: Jesús, Dios Padre y la Virgen se refieren a Marisa llamándola "alma".

La Virgen es esperada de las gentes como es esperado el Mesías. Dios ha hablado de esta Virgen, incluso seis siglos antes porque, en los designios de Dios, el plan de la encarnación está presente desde la eternidad; la Virgen misma, desde el primer instante de su concepción, recibió de Dios el don del discernimiento. Eso significa que desde entonces sabía que sería ella la Virgen anunciada por Isaías, la que engendraría al Hijo de Dios.

En la carta a los Hebreos, la Virgen tenía que concebir a un hombre y este hombre-Dios tenía que redimir a la humanidad; Pablo explica claramente que los Hebreos hicieron una matanza de animales: tórtolas, corderos, palomas, toros y bueyes, pero tales sacrificios, aunque cruentos, no servían para nada, porque eran sólo la imagen del único y verdadero sacrificio que cambiaría la condición del hombre con respecto a Dios: el sacrificio de la cruz.

Para subir a la cruz, para derramar aquella sangre que purificaría la humanidad, porque era divino, hacía falta que Dios se encarnase. De hecho, encontramos escrito: "No has querido sacrificios ni ofrendas, pero me has formado un cuerpo" (Heb. 10, 5-7), aquel cuerpo destinado tanto al sacrificio de la cruz como a la actualización, es decir la Santa Misa. Dentro de pocos momentos misteriosamente, pero realmente, Jesús se hará presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad en la Eucaristía.

Podéis notar como todo está siempre en función de la Eucaristía: el 19 de marzo es la fiesta de San José, por tanto del Custodio de la Eucaristía, el 25 de marzo es la fiesta de la Virgen, por tanto de la Madre de la Eucaristía. La Virgen, ya en los primeros años en los que las apariciones eran públicas, había escogido la fecha del 25 de marzo para celebrar la fiesta de la Madre de la Eucaristía. En el Calvario, en el Gólgota Jesús Eucaristía consuma su sacrificio y bajo la cruz están presentes la Madre de la Eucaristía y el Custodio de la Eucaristía, presencia permitida por Dios, pero desconocida en la historia de la Iglesia; pero encontramos también a Juan, el que hace presente la Eucaristía con su participación del sacerdocio de Cristo.

Permitidme ahora una pequeña vanidad: 19 de marzo, 25 de marzo y 1º de abril. En quince días se celebra todo. El 1º de abril es una fecha importante tanto para la comunidad como para la Iglesia: de hecho en esta fecha los hombres condenan, mientras que Dios exalta, así como Cristo fue condenado por los hombres y exaltado en la cruz. "Cuando sea elevado de la tierra, atraeré todos hacia mí". (Jn 12, 32)

El modelo de cruz del Cristo, que es cruz y sufrimiento, no es igual para todos los fieles. Sobretodo para el sacerdote o el obispo que quiere seguir a Cristo, la cruz tendría que ser lo más semejante posible a la del Gólgota. El sacerdote o el obispo que vive auténticamente el propio sacerdocio, sigue a Cristo en la pasión, muerte y resurrección. De este modo hace presente en sí el misterio eucarístico y esto va en beneficio de las almas para llevarlas a Dios. El sacerdote tiene que vivir el misterio eucarístico no sólo celebrando la Misa, sino viviéndolo también en su carne: ésta es la importancia del sacrificio y de la resurrección.

Pocos tienen el don y el privilegio de tener también la muerte, no la física, sino la mística. Hay muchos tipos de muerte y uno de estos es la condena. Cuando alguno es condenado, ridiculizado y despreciado, ¿no es equivalente quizás a morir? ¡Es peor que la muerte física!

La Eucaristía es pasión, muerte y resurrección y la plenitud del sacerdocio es sufrimiento, muerte y resurrección. La Madre de la Eucaristía ha vivido el mismo misterio eucarístico: sufrimiento, muerte, asunción. También el Custodio de la Eucaristía ha vivido el mismo misterio de muerte y ascensión al Cielo en el momento de la redención, cuando Cristo, apenas muerto, descendió a los infiernos para recuperar a todas las almas que llevaría al Paraíso. Por tanto Cristo, la Madre de la Eucaristía, el Custodio de la Eucaristía y el auténtico sacerdote viven y personifican el misterio eucarístico.

Incluso vosotros, si queréis formar parte del misterio eucarístico, tenéis que tener estas condiciones. Estad tranquilos porque no se os pediré tanto; no empecéis a llorar o a lamentaros, pero una participación, aunque sea mínima, es necesaria. ¿Qué testigos de la Eucaristía seríais si no vivís el misterio eucarístico en sus diferentes fases? Creo que muchos de vosotros pueden decir que lo han vivido: para manteneros fieles a Dios, a los milagros eucarísticos y a las apariciones, ciertamente habéis encontrado resistencias, duros juicios y desaprobaciones. Esto es sufrimiento y para algunos ha llegado incluso la muerte afectiva cuando se han producido roturas insuperables con sus familias. Ahora estamos todos a la espera de la resurrección con Cristo.

Hoy, a la Virgen, le habría gustado que, para celebrar esta fiesta, la atmósfera hubiese sido diferente, es decir tendría que estar finalizada ya la celebración de los misterios dolorosos. Nosotros los vivimos desde hace años, los gozosos los hemos vivido a la carrera y luego nos hemos quedado atrapados en los dolorosos durante decenios. Si leéis con atención los mensajes, se ve claramente que el alba de la resurrección no será muy larga, porque últimamente se afirman verdades que hasta hace poco tiempo no eran ni siquiera pensables decirlas públicamente.

Lo que habéis oído esta tarde dentro de no mucho será puesto en Internet y traducido en las diversas lenguas; hay una fuerte atención sobre nuestra página por parte de los grandes hombres de la Iglesia; diría que tienen curiosidad y miedo. Yo ya he hecho notar una vez que ellos, en cierto sentido, y no puedo explicaros el motivo, entienden el significado de ciertos mensajes mucho más profundamente que vosotros. Por ejemplo, vosotros no conocéis el tercer secreto de Fátima como lo conocen ellos y como lo conozco yo, por tanto hay cosas que vosotros no podéis percibir, pero ellos sí. Es absurdo, pero tienen una enorme responsabilidad. Estos saben y unen expresiones y testimonios diversos, pero que derivan de la misma fuente, sin embargo se oponen. Están dominados por el miedo de que de alguna manera se pueda invertir la situación y que, invirtiéndose, los primeros serán los últimos y los últimos los primeros.

Lo que deseo a Marisa, a vosotros y a mí es que pronto, antes que nada, que nos puedan ser más fieles, porque cuando las cosas van bien todos corren, mientras que si las cosas van mal, todos se encierran. El segundo deseo es que el año próximo, el 25 de marzo de 2010, pueda haber una celebración más viva, más participada, más sentida, porque deseo que Dios en este lapso de tiempo, haya empezado a hacer lo que ha prometido. El que ama a la Iglesia no puede permanecer indiferente ante el espectáculo que ésta ofrece en la jerarquía.

¡Recemos para que vuelvan los auténticos pastores!

Jeremías lo había profetizado: "Os daré pastores según mi Corazón". Esto es lo que tenemos que esperar de Dios y de la Virgen, en un mensaje del 2008, nos lo hizo comprender: "Estamos preparando obispos buenos"; de hecho el año anterior hubieron aquellas 51 ordenaciones episcopales de las que estáis al corriente.

De vez en cuando vemos un rayo de sol, pero el designio está en las manos de Dios. Empieza a verse algo y si no somos ilusos, podemos decir que Dios ha puesto ya en marcha la realización de sus designios.

Hagamos una vez más una consideración: la familiaridad con Dios nos empuja a decir cándidamente lo que tenemos dentro y la Virgen esto nos lo ha imputado como alabanza de parte de Dios. Él mira el corazón y si el corazón es bueno no se ofende, aunque las cosas sean dichas con una cierta ansia o dureza, pero no en lo que a él se refiere y sólo por cansancio. Pero recordad que el fundamento de todo tiene que ser el amor. Cuando amamos verdaderamente a Dios, Él nos permite en las relaciones con Él una libertad y una confianza impresionantes. La verdadera libertad del hombre se encuentra sólo con relación a Dios, mientras que con los hombres, sobre todo con los que son elevados en grado, hay siempre un cierto temor reverencial. Cuando hay amor auténtico, probado, testimoniado por una vida inmersa también en el dolor y en el sufrimiento, Dios nos concede toda la libertad y os puedo garantizar que escucha con una paciencia impresionante, como nosotros no seriamos capaces de tener. Cuando un hijo se permite levantar la voz hacia un padre es instintivo sentirse ofendido y se pregunta si en aquel hijo hay amor. Dios lee dentro y, cuando ve el amor, escucha sin ofenderse.

Demos a Dios todo este amor y pongamos en las manos de la Madre de la Eucaristía aquella intención que os he encomendado para llevarla a Dios. Nuestra hermana está cansada de estar en la Tierra y de sufrir, y nunca tanto como en este período desea unirse al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, para preparar los sitios para nosotros. Espero que no tengáis miedo de morir y que consideréis la muerte por lo que es: la puerta indispensable para llegar a Dios. El que teme a la muerte quiere decir que no está bien con su conciencia.