Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 22 de junio 2008

I lectura: Jeremías 20,10-13; Salmo: 68; II lectura: Rm 5,12-15; Evangelio: Mt 10,26-33

Pues he escuchado la calumnia de la gente: «¡Terror por todas partes! ¡Anunciadlo, anunciémoslo!». Todos los que eran mis amigos me espiaban a ver si daba un paso en falso: «¡Quizás se deje seducir; nosotros lo venceremos y nos vengaremos de él!». Pero el Señor está conmigo como un héroe potente: caerán mis adversarios derrotados; ahí están en su fracaso avergonzados, en ignominia perpetua, inolvidable. ¡Señor omnipotente que juzgas con justicia, que ves los sentimientos y los pensamientos, haz que yo vea tu venganza sobre ellos, pues en tus manos he dejado mi causa! Cantad al Señor, alabad al Señor, porque él libra al pobre del poder de los malvados.


Yo creo que sería suficiente el fragmento tomado de la primera lectura para que dierais vuestra aprobación, tanto intelectual como emocionalmente, sobre lo que he dicho varias veces ya. Jeremías es el profeta que más amo porque me he revestido muchas veces de su vida, de sus experiencias, en las condenas recibidas, en los juicios maliciosos que la autoridad del tiempo ordenó hacia su persona. Es un profeta, un hombre que vive y encarna la misión que Dios le ha confiado, con sufrimiento, pero es, de todos modos, atraído continuamente por Dios: “Tú, oh Dios, me has seducido y yo me he dejado seducir” (Jer 20, 7), es el profeta que, probablemente, respeto a los demás, también terminó su vida terrena de una manera más drástica, ya que lo mataron. Es el profeta, sin embargo, que fue recto por su camino, sin ceder ni conceder nada a nadie, es aquel que vivió de manera auténtica y generosa la difícil tarea que Dios le confió. Cuando Dios llama a un alma y le confía tareas, cualesquiera que éstas sean, son siempre muy duras y difíciles y los que son llamados a encarnarlas y a realizarlas sufren inmensamente. Si observáis a una persona que dice o hace entender o de la cual se dice que ha sido llamada por Dios y la veis vivir en la realización, en la alegría, en la satisfacción, en el agrado, en la ausencia de problemas y sufrimiento, podéis tener la certeza y decir que allí no hay Dios; pero si observáis a una persona y la veis gemir, sufrir y que es machacada por la maldad humana en todos los modos posibles e imaginables entonces tenéis que decir que allí está Dios. Sufrimiento quiere decir autenticidad de misión, ausencia de sufrimiento significa engaño humano que trata de hacer creer que Dios ha llamado a cumplir una misión. Para haceros comprender cuál es la extrema diferencia, me permito ponerme de parte de Jeremías y deciros: analizad mi existencia y haced lo mismo con la vida de aquél del cual hoy hablan todos los periódicos y del cual ha hablado la televisión por haber celebrado un aniversario eclesiástico, y vosotros ya comprendéis a quién me refiero, y os daréis cuenta que no hay sufrimiento en esta persona pero, por desgracia, él es causa de sufrimiento. Yo puedo decir, junto a Jeremías “terror por todas partes”, es decir, basta mirar alrededor y ver una multitud de enemigos que están dispuestos a apuñalarte. Una vez, hablando con la Virgen, le dije: “¿Pero no ves que Marisa y yo somos tratados como San Sebastián, que estamos maltratados por todas las flechas y de todas partes?”. Aquél que es inocente y que lleva a cabo la misión suscita una envidia y unos celos inimaginables. Cuanto más grande es la misión que tiene que ser llevada a cabo más grande es la envidia y los celos que nacen del corazón de los que deberían apoyarlo y que, sin embargo, lo contrastan y se lo impiden hasta el punto de que organizan cualquier cosa para llevarlo a engaño y hacerle caer. Una vez caído, enseñan a sus hermanos que la misión que llevaba a cabo no era verdadera porque cayó. Pero el que sufre y que lleva a cabo la misión es débil y es normal que caiga, como Cristo cayó subiendo la colina del Gólgota, como Elías que se echó bajo el árbol porque estaba agotado físicamente y perseguido por los guardias, como Pedro que cayó frente a una mujer que simplemente le había hecho una pregunta, como los apóstoles que huyeron y luego volvieron asustados por lo que estaba ocurriendo contra su maestro. Esta debilidad humana existe y coexiste con la grandeza de la misión. Os he dicho, mirad el sufrimiento y mirar el amor, pero la humanidad y la fragilidad hacen que, a veces, se sienta y se experimente la impotencia y es bueno que sea así porque esto sirve para no enorgullecerse, así nosotros, una vez caídos, podremos prevalecer por encima de él y nos tomaremos la revancha. Recordad a aquél que dijo: “Me vengaré y lo destruiré”, una vez más hay esta gran semejanza y estas son las palabras del profeta, palabras que no son de resentimiento o de rencor, sino de aflicción y no podemos condenarlo y criticarlo si ha sentido estos sentimientos humanos y asombrosos. Pero, al mismo tiempo, teniendo en cuenta su debilidad y fragilidad, se dirige a aquél que es poderoso y omnipotente, como el niño que sintiéndose en peligro levanta la mirada y se tranquiliza al ver cerca de él a su papá y a su mamá, también el profeta, el apóstol, aquél que ha recibido de Dios la misión, basta que levante la mirada al cielo y sienta sobre él, presente y activo, el amor y la misericordia de Dios para animarse; cualquier profeta que esté flanqueado por Dios, puede decir: “Está el Señor fuerte y poderoso” y el Señor, como dice la Virgen en el cántico del Magnificat “Derriba del trono a los poderosos”. Mirad, hay una conexión maravillosa y, una vez más, en el momento adecuado, en el tiempo señalado por Dios, ni un minuto antes ni un minuto después, como Nuestra Señora nos ha recordado muchas veces, los enemigos de Dios caerán uno tras otro, para asombro de los que asisten a esta catástrofe. También los que habían construido la torre de Babel habían llegado muy alto, y cuanto más se levantaban más conflictivo había y no se comprendían entre ellos porque estaban cerrados al diálogo, al coloquio y a la experiencia de dar a otro y vivían solo pretendiendo recibir. “Mis perseguidores vacilarán, no prevalecerán, se sonrojarán porque no tendrán éxito, y será una vergüenza eterna e imborrable para los perseguidores”. Prestad atención a quiénes son los perseguidores ¿quizás son los pobres, los enfermos, los débiles, los ignorantes, los incapacitados, los prisioneros? ¿Quiénes son? Los poderosos. Sí, los perseguidores son los poderosos, tanto en la Iglesia como en el Estado.

Ahora haré una cosa que en tantos años, no he hecho nunca. Vosotros sabéis, y podéis dar testimonio, de que en mis homilías, en las catequesis, en los encuentros bíblicos me limito a citar la Sagrada Escritura, la revelación pública y la revelación privada, me limito a citar a los autores del Cielo. Raramente, y esto lo sabéis, he citado a autores que no están en la Sagrada Escritura, porque los del Cielo son tan claros, tan hermosos y tan ricos que me parece superfluo citar los de la Tierra. Quiero citar al cardenal Martini, que a su vez nos ha citado a nosotros, invocando a la Madre de la Eucaristía con ocasión de la clausura de la fiesta del Corpus Domini. El Cardenal Martini hizo un retiro espiritual a los sacerdotes, al inicio de este mes, por tanto la noticia es muy fresca y, leyendo lo que afirma, recordaréis lo que ha dicho Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, la Virgen, San Pedro, San Pablo, Pablo VI y otros grandes personajes que, con el permiso de Dios, nos han hablado. Veréis que dicen exactamente las mismas cosas. Oíd lo que dice este cardenal, enfermo y sufriendo de Parkinson y que, además, ha tenido, a veces, que interrumpir los ejercicios que hacía para ir al hospital a ponerse en tratamiento. Es un testamento suyo, él lo ha vivido como tal y ha dicho: “Antes de morir tengo que hablar a la Iglesia y decir lo que no he dicho antes”. El único rapapolvo que me permito hacerle es el de por qué no ha hablado antes, pero es mejor tarde que nunca. Ha tomado como punto de partida la carta a los Romanos de la que estamos hablando también nosotros, mirad que coincidencia, y ha hablado del pecado; el cardenal Martini ha afirmado que todos los pecados, sin excepción, han sido cometidos, en la historia de la Iglesia, por sacerdotes, religiosas, religiosos, cardenales, obispos y también por papas. ¿Cuántas veces me habéis oído decir esto a mí? Y ha hablado de los vicios capitales de la Iglesia, sin miedo y consciente de decir cosas extremadamente desagradables, ha querido y ha insistido en querer hablar de los pecados que se refieren justamente a los sacerdotes y ha dicho que estos pecados pueden ser, según él, externos: fornicaciones, homicidios y robos que hacen relación a toda la historia de la Iglesia, y sabemos que puñales y venenos en todas las épocas han estado presentes en el Vaticano. Y luego están los que están dentro de la Iglesia: la codicia, la malicia, adúlteros. El ex arzobispo de Milán cree que el vicio clerical por excelencia entre los sacerdotes, los eclesiásticos hasta llegar a la cúspide es la envidia. ¿No os dice nada todo esto? Si lo hubiésemos dicho nosotros, o mejor, si lo hubiese dicho Dios o Nuestra Señora, se habrían escandalizado, pero contado por alguien que ha ocupado cargos de importancia, ya que no sólo fue arzobispo de Milán, sino también el presidente de todos las Conferencias Episcopales de Europa, entonces no se escandaliza nadie. Comprendéis mejor ahora cuando la Virgen dice: “Porque piensan en el poder y en la carrera”. El otro gran pecado en la Iglesia es la calumnia, sí, lo dice Martini: “Tengo que hablaros también de la existencia de la calumnia. Felices aquellas diócesis donde no existen cartas anónimas, cuando yo era arzobispo daba órdenes de destruirlas, pero hay diócesis enteras arruinada por las cartas anónimas, a lo mejor escritas en Roma. Quiero esperar una renovación en la Iglesia, tengo que hacerlo porque será el último retiro que haré y esto forma parte de la elección que hace una persona anciana y en la recta final, hay muchas cosas que tengo que decir a la Iglesia. Hablar del defecto presente en la Iglesia que es el de la vanagloria”, y mira por donde, cita esta forma de vanidad que se manifiesta en los vestidos, y se podría decir que ha tomado como punto de partida a los mensajes de la Virgen. Martini cita los ejemplos: “Primero los cardenales llevaban una cola de seis metros, los hombres de la Iglesia se revisten continuamente de ornamentos inútiles”. El cardenal pone en guardia a los sacerdotes del terrible orgullo del hacer carrera, “pensando en la carrera”, también esto, cuantas veces lo habéis oído decir a la Virgen. Incluso en la Curia romana cada uno quiere ser más que los demás, ciertas cosas no se dicen porque saben que bloquea la carrera. Este es un mal gravísimo de la Iglesia, sobre todo en la ordenada según jerarquías, porque se impide decir la verdad, tratando de decir lo que gusta a los superiores, tratando de actuar según lo que se imagina que es su deseo. Por desgracia hay sacerdotes que tienen como objetivo convertirse en obispos y tienen éxito, hay obispos que no hablan por no bloquear su candidatura al cardenalato. Tenemos que pedir a Dios el don de la libertad, es Jesús quién lo ha dicho, la verdad os hará libres, yo puedo decir que nunca he temido nada y que he dicho siempre abiertamente aquello de lo que estaba plenamente convencido, he pagado duramente pero esto lo he hecho. Estamos llamados a ser transparentes, a decir la verdad, hace falta mucha gracia, pero el que lo consigue es libre. Creo que en este momento, esta sugerencia viene de lo alto. Yo creo que el cardenal Martini ha querido hacer el retrato robot del futuro Papa, es lo que él no ha dicho, pero creo poder decir que es la esperanza la que le ha sostenido para hablar de este modo, ha llegado a los ochenta años y, aunque estuviese vivo, no participaría en el próximo cónclave, pero él piensa que ha llegado a la meta y, antes de decir adiós, dice: “Mirad, si queréis un Papa que guíe verdaderamente la Iglesia, tiene que estar libre de todos estos vicios capitales de los que os he hablado y tener el don, la fuerza, el valor de ser libre y no estar condicionado por nadie”.

Y ahora, ¿qué puedo decir?, orad para que esto se realice y después, ya que estamos, doy gracias a Dios porque esta es la mejor manera de cerrar nuestro año social, pensando y reflexionando sobre los males de la Iglesia. Vosotros sabéis que la Iglesia renacerá, entonces habrá este encuentro entre lo divino y lo humano, Dios, que garantiza este renacimiento y hombres fuertes y valientes que empiezan a salir fuera de esta ley del silencio y a defender la verdad. Llegará el momento del contacto entre Cielo y tierra en este punto y se verá todo el Cielo desplegado para llevar a cabo esta verdad y la victoria es del Cielo, porque Dios es Omnipotente, pero Dios quiere que haya también una colaboración humana por lo que no todos, porque es imposible, pero una cierta parte de los sacerdotes, obispos y cardenales honestos, sinceros, generosos y desinteresados colaborarán, pero esto la Virgen ya lo ha prometido. Ahora entendéis porque os pido siempre que releáis las Cartas de Dios. “Estamos preparando obispos valientes, incluso valerosísimos”, pero ¿os lo tengo que recordar siempre todo? Y ahora esperemos que haya y se realice el contacto entre cielo y tierra porque, en el momento del contacto, sabéis que cuando se unen los polos, positivo y negativo, salta la chispa, y nosotros la esperamos.