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Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 13 enero 2008

BAUTISMO DEL SEÑOR

I lectura: Is 42,1-4.6-7; Salmo 28; II lectura: At 10,34-38; Evangelio: Mt 3,13-17

Vosotros ya tenéis la confirmación de que, si leéis con atención la palabra de Dios que se os explica atentamente y asimiláis los contenidos, podéis lograr hacer una homilía también vosotros. Esto pasa porque la Palabra de Dios es tan expresiva y clara que, leyendo un fragmento después del otro, se tiene una concatenación y un desarrollo lógico. A veces hay que utilizar algunos trucos; en este caso tenéis que poner en orden el fragmento tomado del profeta Isaías, el fragmento sacado del Evangelio de San Mateo y el tomado de los Hechos de los Apóstoles. Empezando por el gran profeta Isaías, uno de los más grandes, el que ha hablado de la pasión de un modo tan claro, seis siglos antes del nacimiento de Jesús, que ha sido además definido como el “quinto evangelista”.

Así dice el Señor:

Aquí está mi siervo a quien protejo;

mi elegido, en quien mi alma se complace.

He puesto en él mi espíritu,

para que traiga la justicia a las naciones

No gritará, no alzará el tono,

no hará oír por las calles su voz.

No romperá la caña cascada,

ni apagará la mecha humeante.

Traerá con toda seguridad la justicia.

No desistirá, no desmayará

hasta que implante en la tierra

la justicia y sus leyes,

que las islas esperan.

Yo, el Señor, te he llamado para la justicia,

te he tomado de la mano y te he formado,

te he puesto como alianza del pueblo

y luz de las naciones,

para abrir los ojos a los ciegos,

para sacar a los presos de la cárcel,

del calabozo a los que viven en tinieblas. (Is 42,1-4.6-7).

Isaías habla del siervo; del siervo del Señor y vosotros sabéis que éste y los demás fragmentos que hemos leído, tienen que ser interpretados en clave mesiánica. Son fragmentos que se refieren al Mesías, al Cristo, aunque si el que lo ha escrito, el profeta, bajo la directa inspiración de Dios, en aquel contexto histórico no lo había referido al Mesías, sino a una precisa situación histórica es decir al retorno del exilio de aquella parte del pueblo judío que había sido obligado a dejar su tierra y a irse lejos, al exilio, y que después, por intervención de Dios, y las intervenciones de Dios se leen en las vicisitudes históricas humanas, pudieron volver a entrar en Palestina. Los padres y los doctores de la Iglesia, antes de nosotros y con más autoridad que nosotros, deteniéndose en este fragmento, lo han interpretado en clave mesiánica. Nosotros seguimos sus enseñanzas y continuamos interpretándolo de este modo. Cuando Isaías escribe “Aquí está mi siervo”, se tiene que entender este término en su significado bíblico. De hecho, en el Antiguo Testamento, cuando se habla del siervo de Dios, no hay que entender al esclavo, al subordinado; en el Antiguo Testamento los siervos son Abraham, Moisés, David, los siervos son los profetas, lo que quiere decir que en la concepción bíblica la expresión siervo tiene el significado de aquél al cual Dios confía una tarea importante. Hay alguien que supera a los que os acabo de citar, refiriéndonos al término de siervo según la acepción que os he explicado: éste es Cristo. Él es verdaderamente el Siervo del Padre. El Padre la ha confiado la tarea y la misión de la redención. Una ulterior confirmación de que este es el concepto real de siervo y que este significado se puede ligar perfectamente a la figura de Cristo, mejor dicho, le pertenece casi exclusivamente a Él, lo obtenemos leyendo los versículos sucesivos. En el verso “mi elegido, en quien mi alma se complace” notamos una anticipación de las palabras que el Padre pronunció en el momento del Bautismo de su Hijo. Son las mismas palabras, el concepto es el mismo. ¿Quién es aquél hacia el cual Dios dirige su propia complacencia de la manera más amplia posible? Es el Hijo, porque es idéntico a Él en la naturaleza, en la divinidad y en todos los atributos que se refieren a la divinidad. Por lo tanto la verdadera complacencia de Dios está dirigida a Cristo y después, sucesivamente, se extenderá a todas las demás criaturas humanas. Con el versículo “Mi espíritu está sobre Él” se entiende el principio de la misión profética. El profeta no es el que anticipa los acontecimientos y el tiempo, sino aquél que realiza una tarea, una misión y que recuerda a la gente sus responsabilidades y sus deberes. El siervo “traerá la justicia a las naciones”, este verso nos hace comprender que antes del acontecimiento de la redención no existía el derecho en cuanto que el hombre estaba oprimido por la culpa y se encontraba en una esclavitud moral y espiritual y los esclavos no tenían derechos, sólo los hijos. Y eh ahí que la redención, y lo veremos hoy a la luz de la fiesta del Bautismo, es la transformación espiritual más amplia posible, es el paso de siervo a hijo. Si nos referimos a la mentalidad del Antiguo Testamento y también a algunas situaciones históricas del hombre, podemos decir que los hijos tienen derechos, los siervos y los esclavos no los tienen. Observad ahora cómo el siervo de Dios, el profeta, cumple su misión. No la impone desde lo alto con su fuerza, incluso pudiéndolo, no la grita, no infunde terror: “No gritará, no alzará el tono, no hará oír por las calles su voz”, porque la fuerza de la persuasión de su palabra es como su naturaleza, es infinita y es más que suficiente para conquistar y transformar a las personas. No tiene necesidad por tanto de manifestar su poder, sino que es suficiente que hable y que lo haga dulcemente. ¿Os acordáis en el Antiguo Testamento la experiencia de Abraham, de cómo había percibido que Dios se había hecho presente? No a través de ruidos molestos o sonidos impetuosos, sino sintiendo aquél vientecillo ligero que le indicaba la presencia de Dios. Y también leemos: “es misericordioso”, el siervo de Dios es aquél que expresa la misericordia de la manera más amplia, de hecho “No romperá la caña cascada, ni apagará la mecha humeante”, esto significa que se inclinará sobre los débiles para reforzarlos y para ayudarlos. Es una referencia a la parábola del buen samaritano que pasa al lado de aquél que ha caído en manos de los ladrones y estaba desfallecido y es el único que se detiene. En este contexto hay un maravilloso significado de compasión, de misericordia, de perdón. Eh ahí quién es el redentor, es aquél que se detiene y que se inclina hacia cada hombre, no lo mira desde lo alto hacia abajo sino que se coloca a su altura y de hecho, también Pablo nos dice “que es en todo igual a nosotros excepto en el pecado”. Leemos: “Proclamará el derecho con la verdad”. Antes de Él y después de Él vendrán muchos falsos profetas que anunciarán: “Mirad Cristo está allí”, pero Jesús mismo ha dicho: “No creáis, si oís decir que Cristo está allí”. Este es el tema de la atención, la elección de la responsabilidad que tenemos que hacer de una manera clara e inteligente.

Ahora me gustaría hacer una conexión entre el fragmento tomado del profeta Isaías y el del Evangelio de Mateo.

Entonces Jesús fue de Galilea al Jordán para que Juan lo bautizara. Pero Juan quería impedirlo, diciendo: «Soy yo el que necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». Jesús le respondió: «¡Déjame ahora, pues conviene que se cumpla así toda justicia!». Entonces Juan accedió a ello.

Una vez bautizado, Jesús salió del agua; y en esto los cielos se abrieron y vio al Espíritu de Dios descender en forma de paloma y posarse sobre él. Y se oyó una voz del cielo: «Éste es mi hijo amado, mi predilecto: en él he puesto mi complacencia».(Mt 3,13-17)

Tomamos el sexto versículo del libro del profeta Isaías y leemos: “Yo, el Señor, te he llamado para la justicia”, después vamos al Evangelio de Mateo: «¡Déjame ahora, pues conviene que se cumpla así toda justicia!». En estos versículos encontramos el mismo significado del término justicia. En este contexto el término nos indica la rectitud o el comportarse con justicia. Jesús, cuando pronuncia la frase “conviene que se cumpla así toda justicia”, quiere decir que conviene que nosotros hagamos la voluntad de Dios. Eh ahí cuál es la justicia. De hecho, ¿qué dice Juan Bautista a Jesús: «Soy yo el que necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» y ahora podéis comprender la respuesta de Jesús: “Tenemos que hacer la voluntad de Dios. El Señor exige que Yo, Hijo de Dios, como tal, igual al Padre, tengo que ser bautizado por ti”. Y se lleva a cabo el Bautismo. Siempre os he dicho que cada palabra de la escritura es digna de respeto y nosotros no podemos leer la palabra de Dios de manera apresurada, pasando velozmente las palabras. Comprenderéis ahora como en el Evangelio de Mateo haya una expresión que indica la plenitud de gracia infinita que está en Cristo. En el versículo dieciséis, está escrito que “Una vez bautizado, Jesús salió del agua”. Quizás a muchos este pasaje no le dice nada pero, a quien se detiene a leer la escritura con atención, le dice mucho. Los pecadores que iban con Juan para hacerse bautizar recibían el Bautismo con agua, signo de purificación. Aquellos, una vez que recibían el Bautismo, se quedaban en el Jordán para confesar a Dios las culpas y permanecían durante un tiempo más o menos largo según los pecados que tenían que enumerar, en una relación directa con Él. Jesús no tiene pecados, es Dios, es el justo por excelencia. Apenas recibió el Bautismo sale inmediatamente fuera del río, porque no tiene que confesar ningún pecado. Ésta es una nueva luz que nos hace gustar y vivir de manera mejor una página del Evangelio: “Una vez bautizado, Jesús salió del agua”. Ahora comprendéis mejor como un pequeño particular es importante. Yo quiero añadir otro. Es en el Evangelio de Lucas, en el fragmento paralelo a este, aquél que ha escrito Lucas para contarnos el momento del Bautismo. Sólo Lucas pone de relieve un particular de Cristo que ha evidenciado en muchos momentos de su vida. Lucas escribe que “Jesús salió enseguida, pero oraba”, conversaba con el Padre, por tanto lo que acontece después, cuando Cristo siente las palabras: “Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido”, es la conclusión de una oración del Hijo dirigida al Padre, es la conclusión de una conversación que tuvo lugar entre el Hijo y el Padre.

Hablemos ahora de nuestro Bautismo. Hoy, de hecho, celebramos la renovación de las promesas bautismales. A cada persona que es bautizada, nosotros podemos aplicarle parte del versículo dieciséis. Tan pronto como recibimos el Bautismo, después que el sacerdote pronuncia las palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, inmediatamente, y mirad la potencia del Bautismo, se nos quitan todos los pecados cometidos. Al niño pequeño, inconsciente, todavía privado del uso de razón, se le quita el pecado original. A los adultos se le quitan los pecados personales. Por lo tanto en nosotros se realiza algo similar a lo que ocurrió en el momento del Bautismo de Jesús. Cada hombre, un instante después del Bautismo, puede ser indicado por Dios como hijo sobre el cual él experimenta su complacencia. Ya no hay pecado. Los orientales que nos enseñan muchas cosas, de hecho unen a menudo la celebración del Bautismo, cuando las personas a bautizar son adultas, a la Confirmación y a la Eucaristía. Un adulto no tiene necesidad de irse a confesar de los pecados cometidos anteriormente porque le son quitados por el sacramento del Bautismo. ¿Veis como la acción y el poder de Dios transforma? Hasta el punto que a aquél, a aquella o a aquellos que están delante de Dios llenos de culpas personales, un instante después de haber recibido el sacramento del Bautismo, se les borran todos los pecados

Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: "Verdaderamente reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas. En toda nación mira con benevolencia al que teme a Dios y practica la justicia.

Ahora bien, Dios ha enviado su Palabra a los israelitas dándoles un mensaje de paz por medio de Jesús, el Mesías, que también es el Señor de todos.

Vosotros ya sabéis lo que ha sucedido en todo el país judío, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Jesús de Nazaret fue consagrado por Dios, que le dio Espíritu Santo y poder. Y como Dios estaba con él, pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo. (Hec 10, 34-38)

El fragmento, tomado de los Hechos de los Apóstoles, nos hace comprender que la redención no es una acción de Dios que se dirige sólo a algunas categorías o a algunos pueblos, sino que es universal. "Verdaderamente reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas”, aquí se expresa el concepto de la universalidad de la redención. Pablo dirá el mismo concepto: “Ya no hay delante de Dios ni siervos, ni romanos, ni griegos, ni libres”, es decir que también Pablo nos dice que todos somos iguales, somos todos hijos de Dios. Éste es el discurso de la igualdad de los hombres delante de Dios y del respeto que Él tiene por cada hombre, independientemente de la raza a la que pertenece, de la cultura que mantiene, de la riqueza que manifiesta o de la inteligencia que gobierna su vida.

Nosotros no recordamos el Bautismo porque lo hemos recibido cuando éramos pequeñísimos, teníamos algunas semanas o algunos días o al máximo algún mes. Pero al menos una vez al año vayamos con el pensamiento a nuestro Bautismo y lo que no hemos podido hacer entonces, porque no teníamos uso de razón, hagámoslo ahora. Demos gracias a Dios del don de esta filiación divina y demos gracias a Cristo que, con su pasión y muerte, la ha permitido. Una vez más comprendemos como el hombre puede cambiar sólo porque Dios lo quiere y permite. Los hombres no cambian por iniciativa propia o sólo con su empeño. Solamente a través de la gracia, sólo con la gracia de Dios se puede cambiar. Ahora viene el momento del propósito y del empeño y es el de vivir en gracia para gozar siempre de esta filiación de Dios. Cuando la fragilidad, la debilidad, la caducidad humana prevalece sobre la buena voluntad y se cae en el pecado, recordemos que, si queremos, podemos revivir la grandeza del Bautismo en la confesión. Una vez bautizado Jesús salió del Jordán, nosotros una vez bautizados somos transformados, pero podemos decir también que, una vez recibimos la absolución, volvemos a ser como éramos antes y por esto podemos volver a emprender el camino interrumpido. Y aunque a veces con gran fatiga, podemos tratar de seguir adelante siempre en la luz de Dios, con la Luz de Dios porque, aunque no lo veamos, Él nos ve.