Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 10 enero 2008

Mt 15,29-39

Jesús habló desde el principio de su predicación de la Eucaristía, y es un tema que le es muy querido desde los primeros momentos de su vida pública. Ya que es Dios, y lo prepara todo del mejor modo posible, organizó el gran discurso de la promesa de la Eucaristía después de habar hecho el gran milagro de la multiplicación de los panes. Lo hizo en aquel momento para hacer comprender mejor a las personas que existen dos panes. Uno es el pan material, y vosotros sabéis que se asimila por nuestro cuerpo después de que lo hayamos comido, el otro es el pan del cielo, el pan de los ángeles que, en cambio, tiene una función exactamente contraria: la Eucaristía nos transforma en hijos de Dios cada vez más semejantes a Él.

Quizás, a veces, olvidamos que Jesús es Dios, porque estamos habituados a verlo esbozado en los dibujos, en las pinturas, esculpido en las estatuas, pero Jesús, además de verdadero hombre, es también verdadero Dios. Cristo tiene una doble naturaleza, humana y divina, una doble voluntad, humana y divina y tiene una doble ciencia, humana y divina. Su naturaleza divina le permite llegar donde la naturaleza humana no puede alcanzar.

Me gustaría invitaros a mirar con los ojos del alma la escena contada por el Evangelio. Estas personas están cansadas, como Jesús mismo ha reconocido, lo están siguiendo desde hace días y, para escuchar sus enseñanzas, no piensan ni siquiera en comer. Le han seguido hasta aquel lugar donde no es posible adquirir víveres. Observad la delicadeza de Jesús que se preocupa del cansancio y del hambre de los que le siguen. Son más de cinco mil hombres. El Señor ya había hablado a los apóstoles para poner a prueba su fe. Jesús dice a las personas que le siguen que se sienten en grupos de cincuenta y realiza el milagro de la multiplicación de los panes. Pero las personas, por desgracia, no responden bien a los estímulos espirituales. Quizás seguían a Jesús más por el deseo de sobresalir, de emerger, por ver los milagros y no tanto por el deseo de dar alas a su vida espiritual, levantándose así sobre la mediocridad de la vida cotidiana. Seguramente no estaban animados de una profunda fe y de fe ilimitada en Cristo.

Jesús, cuando tiene que enseñar o decir algo, no se detiene ante nada ni nadie, porque es el Maestro y nadie puede obstaculizarlo. Y he ahí el maravilloso discurso de la Eucaristía sobre la cual no me quiero alargar ahora porque quiero detenerme y tratar de entrar mayormente en el corazón eucarístico de Jesús.

He preguntado a Jesús: “¿Qué estabas pensando mientras hablabas de este tema?”. Jesús estaba pensando en el mundo en el cual los hombres habrían acogido la Eucaristía, a los que la amarían, a los que se habrían opuesto a ella y a los que serían fieles o infieles. Jesús pensaba también en los que habrían hecho de su predicación una bandera y también en aquellos que hablarían superficialmente de la centralidad y la importancia de la Eucaristía. Ya que en Dios no hay ninguna diferencia entre presente, pasado y futuro, el tiempo delante de Él está anulado. Jesús ha visto de una ojeada, todo lo que hacía referencia a la Eucaristía y nos ha visto a cada uno de nosotros. Así como en el Evangelio de Lucas cuando se habla del joven rico que se encuentra con Jesús y san Lucas, refiriendo el sentimiento de Jesús respecto al joven, dice: “Lo miró y lo amó”. Pues bien, en aquella circunstancia Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, nos ha visto a cada uno de nosotros, ha visto este lugar taumatúrgico y ha visto que, después de una desacreditación de la eucaristía hasta casi hacerla desaparecer, porque éste era el intento del plan masónico diabólico de los hombres de la Iglesia, la importancia de la Eucaristía ha tomado posiciones y se ha consolidado en toda la Iglesia.

Jesús ha visto el triunfo de la Eucaristía y creo poder decir que en aquél preciso momento sus ojos se detuvieron con mayor amor y predilección hacia los que, por la realización del triunfo de la Eucaristía, sufrirían más. Lo tengo que decir, no puedo callarlo: sus ojos se posaron con amor sobre el Obispo de la Eucaristía, sobre la Víctima de la Eucaristía y sobre todos los que, aunque pocos, o poco representativos, no cultos, no poderosos, no ricos, habrían seguido al Obispo de la Eucaristía y a la vidente, la víctima de la Eucaristía.

Es esto lo que tenéis que tener presente: la certeza de que la historia hablará de estos acontecimientso, de estos milagros, de este lugar y de quien ha sido llamado por Dios a llevar adelante la misión. Es fácil pensar que esta es la consecuencia de lo que ha sucedido en este lugar taumatúrgico. De hecho, el triunfo de la Eucaristía en toda la Iglesia es el acontecimiento más grande después del nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Cristo. No hay ningún acontecimiento, ningún hecho en la historia de la Iglesia que pueda ser equiparado al triunfo de la Eucaristía. Porque el triunfo de la Eucaristía es la actualización del sacrificio eucarístico, es la redención que va al encuentro de cada alma y de cada persona.

La Madre de la Eucaristía ha estado siempre al lado de su Hijo o de manera natural o de manera sobrenatural mediante la bilocación. Cuando Jesús pronunció este discurso ella estaba presente y ha gustado estas palabras. Mejor dicho, es ella la que las ha comprendido y saboreado mejor que nadie y en ella han suscitado un amor enorme hacia su Hijo, Jesús Eucaristía. Pero luego sucedió también otra cosa. La Virgen y Jesús, cada tanto, se retiraban a rezar. Jesús se retiraba a rezar y lo hacía incluso cuando estaba en Getsemaní donde había llamado a tres apóstoles. A continuación los dejó, se alejó de ellos y se adentró aún más en Getsemaní. Con la Madre Él ha tenido una familiaridad y una intimidad enorme. Jesús se ha unido a su Madre y han hablado de la Eucaristía. “Tú eres Madre de la Eucaristía” le dijo Jesús, “Tú eres Jesús Eucaristía”, le respondió la Madre; conversaron y hablaron también de nosotros. ¿Y de dónde vienen estas consecuencias, estas verdades? Ahora comprendéis y os explicáis de qué hablan Jesús y el Obispo cuando van de “paseo a lo largo del río Jordán”