Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 9 marzo 2008

I lectura: 2 Tim. 1, 6-14; Sal 116; II lectura: 2 Cor. 11, 16-33; Evangelio: Jn 1, 35-51

Primera lectura: 2 Tim. 1, 6-14

Por eso te recomiendo que reavives la gracia de Dios, que te fue conferida por la imposición de mis manos. Pues el Señor no nos ha dado espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de prudencia. Así pues, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero. Al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el evangelio, con la ayuda del poder de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado a una vida consagrada a él, no por nuestras obras, sino por pura voluntad suya y por la gracia que nos ha dado en Cristo Jesús, desde toda la eternidad, y que ahora se ha manifestado con la aparición de nuestro Señor, Cristo Jesús, que destruyó la muerte y ha hecho brillar la vida y la inmortalidad por el evangelio, del cual yo he sido constituido pregonero, apóstol y maestro. Ésta es la causa de todos estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, pues sé en quién he puesto mi confianza y estoy seguro de que él puede guardar hasta el último día lo que me ha encomendado. Conserva como modelo de sana doctrina lo que oíste de mí, con la fe y el amor de Cristo Jesús. Guarda este preciado depósito con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.


Las tres lecturas que acabáis de escuchar no han sido escogidas al azar, porque este no es nuestro estilo; cada vez que tenemos que hacer una elección lo consideramos todo, para poder, con la ayuda de Dios, llegar a la mejor. Hemos escogido la primera lectura porque hay un poco de sabor de testamento. En aquél fragmento, Pablo se presenta a los habitantes de Corintio y teniendo con ellos una cierta familiaridad, se permite hacer confidencias, contando todas las fatigas, los sufrimientos y los padecimientos que ha tenido que afrontar para la difusión del Evangelio. El fragmento del Evangelio, en cambio, recalca la llamada de los apóstoles. Jesús llama a los apóstoles y continúa haciéndolo en el tiempo y en los siglos; me ha llamado también a mí, al que ha dado, aunque indignamente, el don del sacerdocio.

Evidentemente no puedo detenerme de forma difusa sobre las lecturas, pero comencemos por la primera. Cuando Pablo escribe esta carta, estaba prisionero en Roma por primera vez y no sabía cuál sería el resultado del proceso al que sería sometido en breve. Probablemente pensaba que le llegaría una condena y por lo tanto se dirige a su predilecto y queridísimo discípulo Timoteo para dejar escritas algunas recomendaciones, no dirigidas solamente a él, sino también a los otros que participaban en el sacerdocio como presbíteros o como obispos.

He escogido este fragmento porque en este momento puedo tomar como préstamo de Pablo sus exhortaciones y adaptarlas a vosotros. Como Pablo se ha dirigido a su discípulo, también yo con humildad deseo dirigirme a mis discípulos, y sois vosotros los más cercanos, que han compartido conmigo todos estos momentos alegres y dolorosos.

“Te recomiendo que reavives la gracia de Dios, que te fue conferida por la imposición de mis manos” (2Tim. 1, 6). Este versículo se refiere a la ordenación episcopal hecha por Pablo a Timoteo que no os concierne. Sin embargo aquí puedo reemplazar el carisma de la ordenación episcopal con el carisma de la vocación, que en cambio sí os concierne. De hecho, cada uno de vosotros tiene que sentirse llamado individualmente y personalmente por el Señor, para darle testimonio viniendo a este lugar. Es un testimonio difícil y por lo tanto tiene necesidad de un espíritu de fuerza, de amor y de autocontrol. Habéis sido llamados también vosotros a llevar vuestro testimonio fuera de este lugar taumatúrgico, además de ir a hablar con sacerdotes de Roma y fuera de Roma. No os dejéis impresionar por las reacciones, sino más bien mirad los resultados a la luz de Dios: lo que hoy parece negativo, dentro de seis meses, un año o más, sin embargo, podría tener una luminosidad que conmueva y entusiasme. Sin embargo, para ser testigos hace falta valor. Lo que Dios ha reprochado a los buenos sacerdotes, y demos gracias a Dios porque hay en la Iglesia también entre aquellos que yo mismo conozco y que han estudiado conmigo, es la falta de aquel sprint para llegar a la perfección, a la santidad, es decir justo el valor de testimoniar en lo que creen. El valor también consiste en no dejarse intimidar ni por chantajes, ni por amenazas, ni por sensaciones que nos pueden machacar. Pueden aplastar el cuerpo, pero, como ha dicho Jesús, el alma es inmortal y recibirá de Dios la recompensa por el martirio, de hecho a veces se puede hablar verdaderamente de martirio. Con todo el respeto hacia la figura familiar de Don Abbondio, la Iglesia no tiene necesidad de estos personajes, sino de sacerdotes valerosos que sepan hacerse valer para defender la verdad a cualquier precio, pero sobre todo que sepan hacer valer los derechos de Dios. Se dice que el color rojo usado por los cardenales simboliza también la vocación al posible martirio, sin embargo hoy no veo entre ellos candidatos al martirio. Hay también algunos que nos siguen con respeto y con atención, pero luego se dejan llevar por el dichoso temor y no avanzan. Por desgracia existe el riesgo, y también esto ha sido enfatizado por Dios, de ir hacia atrás. De hecho, Dios Padre me había indicado a algunos sacerdotes que habría tenido que ordenar obispos en el futuro, pero por desgracia, faltándoles el valor, ya no lo serán jamás.

“No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor” (2Tim. 1, 7). El testimonio no hace referencia solamente a lo que Jesús ha dicho, sino que también hace referencia a lo que Jesús, el Padre y el Espíritu Santo realizan. “Mi Padre trabaja y continúa trabajando”, por tanto las acciones de Dios tienen que ser acogidas en la historia humana con respeto sobre todo por los miembros del clero y luego por los fieles: éste es el testimonio. Algunas personas que han frecuentado este lugar, han caído muy bajo, han sido testigos de grandes milagros eucarísticos y han recibido gracias de curación, pero luego han dado la espalda a Dios. ¿Cómo puede Dios ser misericordioso con estos que se han comportado como nuevos Judas?

“Así pues, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero” (2Tim. 1, 7). También yo, como os he dicho al inicio, me dirijo a vosotros: “Así pues, no os avergoncéis tampoco de mí, de vuestro Obispo”. Si tenéis vergüenza de mí, Dios no estará contento. Cuántas veces Dios Padre, Jesús y también la Virgen han dicho: “Ay de los que calumniarán a mi Obispo”. Ya lo sé, hace falta valor, pero el valor viene de Dios, basta rezar, pedirlo y ejercitarlo, así también vosotros podréis dar testimonio. Os doy gracias de todos modos por todas las veces en las que ya habéis dado testimonio, por todas las veces en las que os habéis encontrado en situaciones difíciles y de conflicto incluso con los sacerdotes de vuestras iglesias, de vuestras parroquias y no habéis inclinado la cabeza, porque la cabeza se inclina sólo delante de Dios. Como ha dicho S. Pablo, todos tienen que arrodillarse delante de Dios y no delante de los hombres. No me refiero a la genuflexión física, sino a la prioridad que se debe dar totalmente a Dios. Si por alguna hipótesis, como ha ocurrido, Dios estuviese de una parte sosteniendo un punto, mientras todos los demás de la otra, nosotros no tenemos que seguir a la mayoría, a las ovejas, sino al pastor. Eh ahí porque os digo: “Tened valor”, ahora lo puedo inculcar tanto con la palabra como con el ejemplo, pero no será siempre así. La historia sigue, los días pasan y los años suceden a los años, sólo el alma es inmortal. Nadie se queda en la Tierra eternamente, pero antes de llegar a la muerte, Dios podrá decidir llevarme de un sitio a otro, pero no por esto tiene que caer lo que ha nacido y ha sido realizado aquí con fatiga y sufrimiento. Por lo tanto, sed adultos, responsables, maduros y conscientes, incluso cuando no ya no estén ni la vidente, que se irá antes, ni el Obispo, que llegará a lugares que Dios conoce.

“Soporta conmigo los sufrimientos por el evangelio, con la ayuda del poder de Dios” (2 Tm. 1, 8). Un padre ¿puede decir a su hijo que sufra? Si se trata de lealtad, sí; un buen padre no puede evitar el sufrimiento a su hijo haciéndole crecer en el engaño y en la mentira, es mejor que el hijo sufra, pero viva en la verdad, obre en la verdad y actúe en la verdad.

“Él nos ha salvado y nos ha llamado a una vida consagrada a él, no por nuestras obras, sino por pura voluntad” (2 Tim 1,9). Ninguno de nosotros puede vanagloriarse de haber sido llamado por Dios por sus méritos. Dejad a los fariseos el orgullo de haber logrado esto en lugar de lo otro. Recordad la palabra del fariseo y del publicano que rezaban en el templo: “El fariseo, estando en pie, rezaba así para sus adentros: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, y ni como este publicano” (Lc 18, 11), pero ¿quién somos nosotros para mostrar esta ostentación tan tonta y estúpida? Recordad también la parábola del rico tonto, que después de haber acumulado riqueza dijo para sí: “Alma mía, tienes muchos bienes almacenados para largos años; descansa, come, bebe y pásalo bien. Pero Dios le dijo: “¡Insensato, esta misma noche morirás! ¿Para quién será lo que has acaparado?” (Lc 12, 19-20) es decir, de todo este lujo, de todo este esfuerzo para obtener tronos y tronillos, cargas y poderes, ¿qué harás? Cuando vayamos a la presencia de Dios nos juzgará sobre el amor y sobre la caridad: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui emigrante y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y fuisteis a estar conmigo” (Mt 25, 35-36) pero si éstos no lo han ejercitado, para ellos resonarán de manera tremenda y terrible estas palabras: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25, 41). No puedo hablaros de otro modo porque esto es el Evangelio.

Ésta es la causa de todos estos sufrimientos; pero no me avergüenzo.” (2 Tim 1, 12). A veces la vergüenza bloquea, paraliza, nos detiene, pero no tenemos que tener miedo de las reacciones de los demás; claro, hay que tener prudencia, calma y aplomo, no siempre podemos actuar como Savonarola; pero sobre todo, como dijo el mismo Pablo, hay que tener autocontrol. ¡Ay de aquellos que no ejercitan la corrección fraterna por vergüenza! Recordad la enseñanza presente en la escritura, y en el Antiguo Testamento: “Reprende abiertamente a tu prójimo, así no te harás cómplice de su pecado”. (Lv. 19, 17), es decir, “Si tu no reprendes a tu hermano el error que ha cometido, Dios te imputará también a ti el error de tu hermano porque no has intervenido y no lo has corregido”.

Pasemos a la segunda lectura de la que he escogido solamente algunas perlas.


Segunda lectura: 2 Cor. 11, 16-33

Lo repito: Nadie me tome por loco; y si no, aunque sea como loco, recibidme para que presuma también yo un poco. Lo que voy a decir, no lo diré inspirado por el Señor, sino como un ataque de locura, en la seguridad de que tengo también de qué presumir. Si muchos presumen de méritos humanos, yo también voy a presumir de lo mismo. Vosotros, tan sensatos, soportáis con mucho gusto a los insensatos. De hecho, si alguno os esclaviza, os explota, os engaña, os trata con soberbia, os abofetea, todo lo aguantáis. Me da vergüenza decirlo: todo esto hace creer que me he portado con demasiada debilidad con vosotros. Pero de lo que otro se atreva a presumir -hablo a lo loco-, también yo. ¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Del linaje de Abrahán? También yo. ¿Son ministros de Cristo? Voy a decir una locura: yo mucho más que ellos. Más en trabajos, más en prisiones; en palizas, inmensamente más; en peligros de muerte, muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos los treinta y nueve latigazos, tres veces fui azotado con varas, una vez apedreado, naufragué tres veces, he pasado en los abismos del mar un día y una noche; incontables viajes con peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de los de mi raza, peligros de los paganos, peligros en la ciudad, peligros en los desiertos, peligros en el mar, peligros de los falsos hermanos; en trabajos y fatigas, en noches sin dormir, en hambre y sed, en días sin comer, en frío y desnudez; y además, mi obsesión diaria: mi preocupación por todas las iglesias. ¿Quién desfallece que yo no desfallezca? ¿Quién se escandaliza que yo no me indigne? Si hay que presumir, presumiré de mi debilidad. Dios, y padre de Jesús, el Señor, eternamente bendito, sabe que no miento. En Damasco, el gobernador del rey Aretas montó guardia en la ciudad de los damascenos para prenderme, y por una ventana fui descolgado muro abajo en un canasto, y así escapé de sus manos.


Aunque yo puedo decir con Pablo, como lo ha repetido muchas veces la Virgen: “Y además de todo esto, mi responsabilidad diaria, la preocupación por todas las Iglesias” (2 Cor 11, 28). Puedo decir que nuestro sufrimiento, el mío y el de Marisa, en parte depende justamente del sufrimiento que sentimos por la Iglesia. Os cuento un episodio a tal propósito. El año pasado antes de las vacaciones de verano, el mismo Dios Padre, durante una teofanía, me ha dicho: “Don Claudio, te prohíbo hablar de los sacerdotes y de pensar en los sacerdotes”. Creo que habéis comprendido el sentido de estas palabras… Y junto a Pablo no puedo más que repetir esta afirmación: “Si hay que presumir, presumiré de mi debilidad” (2 Cor 11, 30), que quiere indicar la desproporción entre la humanidad de Pablo y la llamada del Señor, la vocación. De hecho, la llamada del Señor es inmensamente superior a las fuerzas y a las cualidades humanas; si Pablo no hubiese sido sostenido por la gracia de Dios, habría sucumbido. También nosotros podemos afirmar que nos gloriamos de nuestra debilidad, porque los objetivos que Dios nos ha indicado y la misión a la que nos ha llamado, es tan alta, grande, importante y difícil, que ninguna persona, por muy fuerte y poderosa que fuera, estaría en condiciones de realizar.

Hemos hablado de misiones y terminamos también indicando una nueva misión, que parece pequeña, pero es muy importante. Ayer mismo nos habló la Virgen de ella, pero la iniciativa ha salido directamente de Dios y hace referencia a una novedad litúrgica durante la celebración de la S. Misa. Como todos sabéis, la consagración es el momento principal, esencial de la celebración de la S. Misa. La fórmula tiene que ser pronunciada por los sacerdotes con calma y poco a poco; el sacerdote tiene que estar recogido e inmerso en el misterio que está celebrando, para transmitir a los fieles la misma fe. Para llegar a esto, nosotros desde hace muchos años, tras la indicación de Dios, acompañamos la elevación y en particular el momento en el que el sacerdote se detiene para enseñar a los fieles la hostia y el vino recién consagrados, con dos breves jaculatorias; todo esto para reflexionar y vivir con recogimiento el misterio por el cual el pan y el vino se convierten en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo. Éste es el misterio principal de nuestra fe: unidad, trinidad de Dios, pasión, muerte y resurrección de Cristo. De manera coral el sacerdote y la asamblea de los fieles tienen que gustar, a través de la adoración silenciosa y personal el momento de la consagración. Y Dios pidió a través de la Virgen, que, finalizada la elevación, haga por unos instantes adoración silenciosa de rodillas sin ponerme enseguida de pie, para que también vosotros podáis uniros a mí, en la adoración a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo realmente presenten en la Eucaristía. Dios, por tanto, quiere que después de la elevación de la hostia y del cáliz se permanezca de rodillas en adoración silenciosa durante unos instantes más o menos largos, pero no se puede prescindir de esto. Esta iniciativa debe hacerse extensiva en toda la Iglesia para evitar que sigamos celebrando de manera apresurada y distraída, sino más bien de manera piadosa y recogida, comprendiendo y viviendo lo que se está celebrando: la muerte y la resurrección de Cristo.

Esto es lo que Dios Padre quiere. Empezaremos nosotros y no sé durante cuánto tiempo estaremos solos, pero un mañana, cuando Dios quiera, esto se hará en toda la Iglesia y nuestros pequeños lo vivirán mejor que nosotros. Hoy divulgamos esta nueva iniciativa en la Iglesia, dentro de poco estaremos en adoración y con nosotros estará también la Madre de la Eucaristía y todo el Paraíso: todo esto es muy hermoso. Empezamos en presencia de Dios y acompañados por todo el Paraíso. ¿Quién es más afortunado que nosotros? Alabemos y demos gracias a Dios.