Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 5 octubre 2008

Isaías 5, 1-7; Salmo 79; Filipenses 4, 6-9; Mt 21, 33-43

Hoy damos oficialmente la bienvenida a los que entran a formar parte de la comunidad, y que hasta hace pocas semanas, con gran alegría por parte de ellos, vagaban por el jardín, jugaban y se divertían. No se os quitará la diversión, pero recordad que, y esta es palabra de Dios, hay un tiempo para jugar, para divertirse y un tiempo para pensar e instruirse. Vosotros ahora empezáis una formación que os acompañará durante años, tal como les ha acontecido a vuestros padres, que ahora son personas responsables porque han recibido muchas enseñanzas. Me gustaría que el primer banco estuviese reservado para los corderitos más jóvenes de mi rebaño y que vosotros adultos les dejaseis el lugar, por otra parte, es justo que los pequeños se arraiguen poco a poco porque también llegará para ellos el momento en el que tendrán que dar ejemplo y testimonio para perpetuar la memoria de lo que ha ocurrido aquí. Yo me alegro porque los he visto nacer, los he bautizado y ahora es hermoso ver que me escuchan aunque con un poco de cansancio y un poco enfadados, pero esto es normal; descubriréis con el tiempo, que os gustará, escuchar al Obispo, como ha gustado a los adultos. Mientras reflexionaba sobre las lecturas de hoy en mi mente, pero sobretodo en mi corazón, han empezado a correr veloces los pensamientos: la Palabra de Dios es tan rica, fértil, portadora de reflexiones y de comentarios, que yo mismo me he quedado aturdido y explicar en pocas palabras estas páginas maravillosas es muy difícil, pero trataré de ser claro, de manera que podáis gustar verdaderamente de la belleza de lo que viene de Dios.

Pero antes me gustaría abrir un paréntesis: ciertamente habréis sabido por los medios de comunicación que hoy empieza el sínodo de los Obispos de todo el mundo cuyo tema es la palabra de Dios. Querría subrayar que también esto es fruto de los Milagros Eucarísticos y de las apariciones ocurridas en este lugar; la síntesis de la enseñanza de Dios es: "Conoced a Jesús Palabra, Amad a Jesús Eucaristía". El tema del Sínodo actual es la palabra de Dios y lo del año 2005, la Eucaristía. Aunque la autoridad eclesiástica no lo admita, la Iglesia está renaciendo y está encontrando sangre nueva y nuevo vigor gracias al lugar Taumatúrgico. En este lugar Dios ha realizado cosas maravillosas y vosotros sabéis bien que aunque la intervención divina ocurre en secreto y en aparente olvido, tiene de todos modos una resonancia y un efecto que llega a confines muy lejanos de nosotros. Los trescientos Obispos que están en Roma para el Sínodo llegan de todas las partes del mundo para reflexionar sobre temas importantísimos que Dios Padre, Jesús y la Madre de la Eucaristía han propuesto aquí en estos años y volverán a sus tierras después de haber extraído inconscientemente de una fuente que brota abundante y limpia y que no sólo les quita la sed a ellos, sino también a todas las almas que tienen que guiar y llevar a Dios. "Amad a Jesús Eucaristía, conoced a Jesús Palabra", ésta es otra gran intervención de Dios en su Iglesia y subrayo "Suya". El Padre ha querido hacer llegar la savia desde un pequeño terruño, por desgracia todavía hoy pisoteada por pies que están sucios y son reprobables.

Y ahora vayamos a la lectura de hoy: tomad estos tres fragmentos, ponedlos delante de vosotros y veréis que, si me seguís, saldrán reflexiones que para vosotros serán extremadamente comprensibles.

Quiero cantar para mi amigo una canción de amor hacia su viña. Mi amigo tenía una viña en una loma feraz. La cavó, quitó las piedras, plantó cepas selectas; en medio de ella construyó una torre y excavó también un lagar; esperaba que produjera uvas, pero sólo produjo agrazones. Ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, juzgad entre mí y mi viña. ¿Qué más podía hacerse con mi viña que no lo haya hecho yo? ¿Por qué, si esperaba que diera uvas, sólo ha dado agrazones? Ahora, pues, os diré qué voy a hacer con mi viña: le quitaré el seto, y servirá de pasto; derribaré la tapia, y será pisoteada. Haré de ella un desierto; no será más podada ni escardada; toda será cardos y abrojos; y mandaré a las nubes que no dejen caer más lluvia sobre ella. Sí, la viña del Señor omnipotente es el pueblo de Israel; y los hombres de Judá, su plantel escogido. El Señor esperaba de ellos respeto a la ley, y hay sangre derramada; esperaba justicia, y sólo hay gritos de dolor.

La viña de la que habla Isaías es el pueblo de Israel, un pueblo que había sido escogido por Dios, cuidado y defendido y al que Dios había dado sus enseñanzas para que, respetándolos, llevase un vida recta. Sin embargo, la viña que habría tenido que dar frutos sabrosos, ha dado frutos amargos; el pueblo de Israel no ha respondido a la llamada de Dios y él lo castiga porque el castigo divino es la purificación que sirve para tomar conciencia a Israel de los errores que ha cometido y a traerlo de vuelta al cauce de la doctrina, de la justicia y de la fidelidad a Dios. Si tuvieseis un poco de conocimiento del pueblo de Israel veríais cuantas veces ha caído bajo la dominación de los enemigos justamente por la infidelidad a Dios.

Cojamos ahora el fragmento del Evangelio de Mateo.

En aquél tiempo, Jesús dijo a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "Oíd otra parábola: Un hacendado plantó una viña, la cercó con una valla, cavó en ella un lagar, edificó una torre para guardarla, la arrendó a unos viñadores y se fue de viaje. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, mandó sus criados a los viñadores para recibir su parte. Pero los viñadores agarraron a los criados, y a uno le pegaron, a otro lo mataron y a otro lo apedrearon. Mandó de nuevo otros criados, más que antes, e hicieron con ellos lo mismo. Finalmente les mandó a su hijo diciendo: Respetarán a mi hijo. Pero los viñadores, al ver al hijo, se dijeron: Éste es el heredero. Matémoslo y nos quedaremos con su herencia. Lo agarraron, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos viñadores?". Le dijeron: "Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros viñadores que le paguen los frutos a su tiempo". Jesús les dijo: "¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; esto ha sido obra del Señor, una maravilla a nuestros ojos?" "Pues bien, os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios para dárselo a un pueblo que pague sus frutos".

Se habla también de una viña pero, cuidado, la viña de la que habla Jesús no representa como en la precedente al pueblo de Israel, sino los privilegios y los dones que Dios ha dado a su pueblo. Estos dones no han sido utilizados y por tanto los privilegios que Dios ha dado al pueblo hebreo pasan a un nuevo pueblo que es el Cristiano. Volvamos a la lectura de Isaías: este fragmento nos lo tenemos que aplicar también a nosotros, a nuestra situación, no la de la comunidad sino la de la Iglesia: Cristo ha instituido su Iglesia que habría tenido que dar frutos sabrosos y dulces porque Él ha muerto y redimido a los hombres, ha instituido los Sacramentos, ha dado la Palabra, ha proporcionado todos los instrumentos para que los que entrasen a formar parte de la Iglesia pudieran ser fieles, empezando por los jefes. Hoy oímos continuamente: "La Iglesia tiene que renacer, tiene que cambiar"; en la carta de Dios de ayer tarde la Virgen nos ha repetido, y vosotros lo habéis oído por vez primera: "Vuestro Obispo tendrá que poner en su lugar a la Iglesia, limpiarla de masones, de ladrones, de deshonestos, de personas inmorales; no puedo nombrároslo todo". La Madre hablaba de los miembros de la autoridad eclesiástica que tienen que ser destituidos y que quién tiene que llevar a cabo esta tarea, casi avergonzado no soy capaz de decirlo, es vuestro Obispo. No se puede seguir adelante así, han ensuciado, saqueado y herido la Iglesia que sólo puede resurgir por la acción de Dios que ahora empieza a ser más acentuada. Leed los mensajes con atención e inteligencia y veréis que tendríais muchas respuestas a las preguntas que continuamente cada uno de nosotros se hace; está claro que así no puede seguir adelante; Dios Padre lo ha dicho en todos los tonos y de todas las maneras: "Basta, no puede seguir adelante, hay que cambiar la Iglesia, la Iglesia tiene que cambiar". La Iglesia no ha respondido y entonces he ahí que, como está escrito en Isaías, el dueño ha dejado libre a sus enemigos para devastar al pueblo de Israel y así ha sucedido en este último período: el demonio ha tenia vía libre. Dios ha permitido que sus siervos y su Hijo, en la parábola, fueran echados fuera; me gustaría pararme a haceros reflexionar sobre un particular: han matado a los viñadores, a los ministros que el dueño había mandado, pero mirad que fariseísmo, no han ensuciado la viña porque los han matado fuera de ella para que tuviera apariencia de legalidad. Pero mirad como siempre los enemigos, no hacen otra cosa que repetir los mismos errores y las mismas equivocaciones, entonces ¿cuál es el modo para conseguir que la situación cambie? Nos lo dice Pablo.

Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta.

Es la conversión que tiene que empezar desde la cúspide. El Concilio de Trento, uno de los que ha renovado mayormente la Iglesia, afirma que tiene que haber renovación "in capite et in membris", es decir en el jefe, en la cúspide, y en los miembros de la Iglesia. ¿Y cómo hacerlo? Buscando la honestidad. Entendéis ahora lo que ha dicho la Virgen: "Fuera los Masones, fuera los deshonestos, fuera los ladrones", vosotros no lo habéis oído pero también ha dicho: "Fuera los pedófilos". Entonces ¿quién ama a la Iglesia? El que está comprometiendo su propia salud y la vida para hacerla renacer, éstos aman la Iglesia no los que la dominan. Nosotros amamos la Iglesia. Dios no nos ha ahorrado nada y ha pedido tanto sufrimiento físico y moral hasta el punto, y vosotros esto lo habéis oído hoy al igual que lo oísteis el domingo pasado, que Marisa ha dicho: "Basta yo quiero retirarme". Nosotros amamos la Iglesia, y un día, espero que no muy lejano, todos se darán cuenta que, del mismo modo que ha salido de aquí el triunfo de la Eucaristía y de la Madre de la Eucaristía, igualmente, porque ésta es la voluntad de Dios, partirá de aquí el triunfo de la Iglesia, es decir su renacimiento precedido de nuestro triunfo. ¿Qué más puedo deciros? Está todo dicho aquí, en estos fragmentos de la escritura; releedlos y veréis que todo lo que habéis oído es una posibilidad que se os ofrece para reflexionar más fácilmente.

Si amamos a Marisa, si queremos hacerla feliz, tomemos sobre nosotros, todo lo que nos sea posible, el peso de esta misión y pidamos a Dios con insistencia que la lleve al Paraíso. El que no sabe, que acaba de entrar, oyendo estas palabras podría no entender, pero si digo esto es porque sé como están las cosas y cuál es el deseo de Marisa que es también el deseo de la Virgen, pero nosotros tenemos que tomar el peso de la misión sobre nosotros. He ahí porque la Virgen ha dicho que recemos y recemos bien, para que sepamos amar aunque, si de tanto en tanto, nos hace reproches maternos, pero es porque nos quiere perfectos y para serlo se ha de hacer la corrección incluso de pequeños defectos; así pues intensificad la oración, la participación en la Santa Misa, la Santa Comunión, el Santo Rosario, la adoración Eucarística, los florilegios, los pequeños o grandes sacrificios que vosotros mismos escogéis, incluso el ayuno para el que lo pueda hacer. Muchos de nosotros, sin igualar el sufrimiento de Marisa, que es enorme, podemos dar una gran ayuda al Señor para continuar esta misión que precede al triunfo de la Iglesia.

¿Puede haber triunfo si los jóvenes están lejos de la Iglesia? ¿Quién los ha llevado lejos? ¡Vosotros sabéis quién! ¿Quién los está trayendo a Dios? ¡Vosotros sabéis quién!

Así pues ésta es la misión que pongo en vuestro corazón y que podrá durar años o decenios, pasaréis el testigo a vuestros hijos, porque no bastarán pocos años para la conversión, pero llegaremos a una situación tal que para el que venga después de nosotros pueda encontrar ya una condición de vida mejor.