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Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 1°noviembre 2009

Fiesta de Todos los Santos

I Lectura: Ap 7,2-4.9-14; Salmo 23; II Lectura: 1 Jn 3,1-3; Evangelio: Mt 5,1-12

Es apasionante acercarse a la Palabra de Dios. Una vez más os daréis cuenta que acercarse a ella significa enriquecerse y conocer mejor las enseñanzas de Cristo.

Hoy, después de dos mil años, habrá una ulterior profundización y un mayor goce al escuchar y comprender Sus palabras.

"En aquel tiempo, al ver las multitudes subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos; y se puso a enseñarles así:

" Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios.

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los Cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. Pues también persiguieron a los profetas antes que a vosotros". (Mt 5,1-12a)

Imaginad con los ojos del alma esta maravillosa escena: hay mucha gente alrededor de Jesús y Él aprovecha la presencia de la gente para dar una de las enseñanzas más hermosas que haya dirigido a los hombres.

Jesús está sentado y empieza a hablar. Un breve inciso: ¿cuántas veces habéis oído a la Virgen decir que Jesús es el sol y Ella la luna? Pues bien, existe una aproximación maravillosa a la realidad: él es una estrella y brilla con luz propia, mientras que la luna no.

Aunque ésta ilumina nuestras noches y ha recibido de los poetas y de los pintores una gran atención, es siempre un cuerpo celeste que recibe la luz y la refleja, no brilla con luz propia, sino participada.

Dios es luz, Jesús es luz, el Espíritu Santo es luz, calor, fuerza, amor, valor y santidad.

¿Quién de vosotros hoy, dirigiéndose a Dios, ha dicho: "Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo, felicitaciones. Hoy es vuestra fiesta?" Mejor dicho diría que es la fiesta más expresiva de Su ser, porque la santidad reside en Dios y él la participa a los hombres. La santidad es el atributo divino más grande y más importante en base al cual existen y coexisten también todos los demás. Probad a volver a leer la "Bienaventuranzas" y constataréis que al término de alguna de ellas, hay una expresión diferente; ahora sustituid esta expresión con la frase "porque serán santos" y obtendréis: "Bienaventurados los pobres, porque serán santos. Bienaventurados los que lloran, porque serán santos…" y así sucesivamente. Jesús ha querido coger aspectos diferentes que todos derivan, sin embargo, de la misma realidad: la santidad. Si nosotros somos santos, no cumplimos solamente algunas bienaventuranzas, sino que las cumplimos todas.

"Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios". ¿Quién es el hijo?

El que se asemeja a su padre, que tiene el ADN en común con él, que ha sido engendrado por el padre y que existe porque el padre ha querido que viniera a la existencia. ¿Cuántas veces hemos dicho que somos "Hijos de Dios"?

Inmediato es la aproximación entre el Evangelio y la carta de S. Juan Apóstol: "Queridos, mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoce a Él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en Él se purifica a sí mismo, como Él es puro". (1 Jn3, 1-3). Juan desarrolla, en la medida de lo posible, el concepto de "Hijos de Dios". Él, al término de su vida, habiendo superado los cien años, explotó e una afirmación de alegría, de gozo, de entusiasmo y admiración mirando la realidad espiritual llevada por Cristo en la Tierra: "Qué amor nos ha tenido el Padre" y yo añado: nos ha tenido un amor inmenso, infinito, que sólo podía venir de Dios para elevarnos de una condición humana, a una dignidad sobrenatural que no habríamos podido imaginar ni pretender: la de ser Hijos de Dios. Somos realmente Hijos de Dios: no es una descendencia adoptiva que deriva de la ley, sino que es sustancial. No os asombréis si los demás no se impresionan de la grandeza que está en vosotros que sois hijos de Dios. ¿Por qué no se asombran? Juan da la respuesta: "No conocen al Padre, ¿cómo pueden conocer al Hijo?". El mundo no conoce a Dios, el Padre, por tanto el mundo no nos conoce a nosotros, sus hijos, más aún, nos combate, porque con nuestra vida somos un obstáculo para los planes diabólicos que los hombres tratan de realizar pensando en conquistar lo mejor.

Nosotros veremos y comprenderemos a Dios, tal como es Él, sólo cuando nos encontremos en el Paraíso de la "Visión Beatífica". De hecho ni siquiera las almas que se encuentran en el "Paraíso de la Espera" son capaces de comprender la maravillosa grandeza de Dios.

Hoy, por intervención de Dios, somos capaces, en la medida de lo posible a nosotros hombres de la Tierra, comprender más la grandeza de Dios y, cuando estemos delante de Él, seremos también capaces de comprender nuestra grandeza. Es Juan quien lo dice: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos".

¿Cuántas veces hemos leído esta expresión sin atribuirle el verdadero significado? Se nos ha escapado como el agua de entre las manos: las deja mojadas durante un rato y, al secarlas, ya no queda nada. Entenderemos nuestra inmensa grandeza sólo cuando Dios se nos manifestará. Habrá un doble proceso: Dios se manifestará y lo comprenderemos, en la medida de lo posible, pero nos comprenderemos también a nosotros mismos.

Durante la vida a menudo decimos: "¡No puedo comprenderte!" Estas expresiones no van con nosotros, aquí se trata de penetrar y de comprender la grandeza del ser. Es el ser humano al lado del ser divino: dos realidades grandes, una finita, la otra inmensa. Por tanto los primeros en maravillarnos seremos nosotros mismos: "¿Dios mío, yo soy eso? ¿Dios mío, tanto me has amado que me has llevado tan alto? Has tenido mucha paciencia, has perdonado mi fragilidad, mi debilidad, mis pecados, has quitado mi culpa…" éste es el fruto de la Redención de Cristo. ¿Dónde encontramos la confirmación? En el Evangelio. ¡Todo esto es maravilloso!

Y ahora detengámonos en la Primera Lectura.

"Yo, Juan, vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro Ángeles a quienes se había encomendado causar daño a la tierra y al mar: "No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios". Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel.

Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaron con fuerte voz: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero". Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Anciano y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: "Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén".

Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: "estos que están vestido con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido? Yo le respondí: "Señor mío, tu lo sabrás". Me respondió: "Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestidos y los han blanqueado con la sangre del Cordero". (Ap 7,2-4.9-14)

Hemos pasado de un fragmento a otro de la Escritura, a través de una sucesión lógica, no de una simple aproximación. Los que han escogido los fragmentos de esta S. Misa, probablemente ni siquiera se han dado cuenta que estaban componiendo un servicio teológico maravilloso. De hecho esta explicación no ha sido hallada nunca en ninguna parte y se capta sólo cuando Dios lo quiere manifestar. ¿A quién lo manifiesta Dios?

"Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos" y continúa: "Pero de estos es el Reino de los Cielos". Nosotros intentamos ser sencillos, porque los sencillos y los humildes llegan a esta grandeza. Una grandeza conquistada con la lucha y la fatiga, a pesar de nuestras debilidades. Alguno se encontrará en una situación más elevada respecto a los otros, y es también Juan, cuando se pregunta en el Apocalipsis "¿Quiénes son estos vestidos de blanco?" y se responde: "Son los que vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestidos y los han blanqueado con la sangre del Cordero". Aquí es evidente el misterio de la Cruz, de la Redención, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo ¡que son actualizados en la Eucaristía!

Hoy podemos decir que entendemos un poco más la insistencia con que la Virgen nos ha invitado durante todos estos años, a ir frecuentemente a Comulgar, pero siempre "con el alma en gracia de Dios" para poder tocar esta realidad. ¿Quién ha sido capaz de llegar a estas conclusiones? Nadie. Queridos míos, en este caso la Virgen ha dado la manifestación, quizá la más grande, de Su maternidad: "Os quiero conmigo, os quiero a mi lado, os quiero más semejantes a Mi. Cuanto más semejantes seáis a Mí, más semejantes seréis al Padre".

¡Ésta es la Fiesta de Todos los Santos!

Hasta hoy probablemente hemos vivido esta fiesta de manera pueril, pero de ahora en adelante la tenemos que vivir en la plenitud de su realidad teológica, es decir de Hijos de Dios.

Cuando afirmamos: "Yo soy hijo de Dios" evidenciamos al mismo tiempo la grandeza del Misterio de la Encarnación, de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección, que nos ha hecho Hijos de Dios.

La respuesta que hemos dado a Dios es la de aceptar ser Sus hijos y esforzarnos por defender esta dignidad de cualquier ataque: "Si el dueño de casa supiese que un ladrón está a punto de entrar en su casa para robarle sus bienes, estaría en guardia y no dejaría que le asaltaran su casa". Nosotros tenemos que defender de manera particular el estar en gracia de Dios. Si no se da esta condición tampoco estarán todas las demás. Esto tiene que ser un propósito, que no ha de ser ni superficial ni hipócrita, sino que tiene que caracterizar toda nuestra vida por entero. Defendamos todo lo más hermoso y grande que tenemos.

¿Quiénes son los que vienen de la "gran tribulación"? son los que han amado la Eucaristía y han purificado su propia alma incluso de la más pequeña imperfección, bebiendo la Sangre del Cordero y tomando la Eucaristía. Éstas almas las hemos conocido y amado, han formado parte de nuestra vida y de nuestra comunidad. Podemos citar varias, pero detengámonos en Marisa y Abuela Yolanda: ellas pueden decir que pertenecen a la categoría de los que han vivido en la gran tribulación, que han amado la Eucaristía y se han alimentado, lavado y purificado en la Eucaristía. No se puede prescindir de la Eucaristía, porque es la condición base de nuestra existencia. ¡Ay de los que se alejan de la Eucaristía o que comulgan en pecado, porque asumen grandes responsabilidades! No nos preocupemos de lo que los hombres puedan decir o pensar, no comulguemos por hábito o por vergüenza, sino más bien pensemos en nuestra alma. Hoy os invito a hacer un serio examen de conciencia: releamos los Mandamientos, examinemos nuestra conciencia, consideremos si los hemos respetado de manera justa y, si no los hubiéramos observado, sabemos como lavar nuestra alma: con la Santa Confesión.

Hemos hablado ciertamente sobre este sacramento, pero quizá no con la misma insistencia con la que ha hablado la Virgen. Sería interesante contar el número de veces en que la Virgen nos ha invitado a tomar la Eucaristía en gracia de Dios; no quiero exagerar, pero estoy convencido que llegaríamos al millar de veces. Si la Virgen se ha detenido repetidamente sobre este punto, quiere decir que es importante. Las cartas de Dios no son sólo para nuestra comunidad, sino para todos los hombres: "Yo hablo para todo el mundo". Hoy el mundo va mal porque, como ha dicho S. Juan: "No ha conocido a Cristo". Somos nosotros los que tenemos que dar a conocer a Dios al mundo con nuestra vida, actuando de modo correcto y enseñando las Escrituras; tenemos que hacerlo conocer en el amor y en el respeto hacia la Iglesia, que es maestra de verdad, de la que el mundo tiene que alimentarse. No nos encerremos en nosotros mismos, cada uno de nosotros tiene responsabilidades, aunque sean limitadas a la propia familia.

El que ama verdaderamente a Dios, el que ha entendido la importancia y la grandeza de ser Hijo de Dios, no puede permanecer indiferente si un miembro de su propia familia no respeta a Dios y no observa los Mandamientos. Por lo tanto se tiene que rezar y ofrecer las oraciones a Dios, hasta que consigamos poner a estas personas de parte Suya. No podemos vivir tranquilamente pensando sólo en el bien físico de nuestros familiares, sin preocuparnos del bien espiritual. Queridos míos, este modo de razonar no es de cristianos, porque el cristianismo no es solamente participar con devoción en la S. Misa, rezar y gozar de las homilías en este lugar taumatúrgico, sino que es fuera de aquí cuando empieza vuestra misión de cristianos. Ser cristianos en este lugar es fácil, pero es fuera que todo se vuelve más difícil; no digo que peleemos, sino que tenemos que demostrar nuestra cristiandad con nuestro estilo de vida.

Ahora releed todas las Bienaventuranzas y veréis que, si se dan las condiciones que os he dicho de santidad, de amor, de cercanía y semejanza con Dios, todas las Bienaventuranzas se pueden realizar, incluso las más duras que exigen mayor empeño y sacrificio.

¿Recordáis cuando los Apóstoles han dicho al Señor: "Entonces, quién se salvará? Es un propósito difícil". Lo que es imposible al hombre es posible a Dios, y Él nos ayudará. De todos modos si no conseguimos los propósitos y los compromisos, podemos tener el alma en paz, porque lo que hemos hecho por nuestros parientes, hermanos o amigos, Dios lo derramará sobre otros. La Virgen ha dicho muchas veces que nada se pierde: cada pequeña fracción de bien, incluso la partícula invisible para nosotros, pero visible para los ojos de Dios, entrará en el Mundo y hará surgir hermosas realidades, grandes y maravillosas.

Los hombres tienen que descubrir la belleza, la grandeza y la importancia de ser Hijos de Dios. Hasta que no lleguen a comprender esto, no podremos cambiar a nadie y mucho menos comunidades o grupos. El mundo tiene necesidad de Dios, pero Dios ha decidido en su libre voluntad, que es indispensable nuestro compromiso, nuestra acción y nuestro testimonio.

¿Cuál es el nombre de nuestro movimiento? Movimento Impegno e Testimonianza (Movimiento Compromiso y Testimonio). Cuando Marisa y yo hemos tratado de dar una descripción de la comunidad que estaba a punto de nacer, no pensábamos que estas palabras habrían sido proféticas y ricas en significado. Las encontramos convincentes, significativas, iluminantes y las adoptamos.

Solamente varios años después he comprendido lo que hoy el Señor me ha inspirado y que os he regalado. Yo mismo hasta ayer, os lo digo con sencillez, no había llegado a comprender la grandeza, el significado de ser Hijo de Dios que se revelará solamente cuando estemos delante de Él.

Imaginad qué hermoso será cuando estemos todos delante de Dios, conscientes de lo que somos: la alegría será explosiva. La Virgen ha dicho que en el Paraíso se goza y hoy hemos comprendido de qué alegría hablaba: cuánto más consciente y real es el ser Hijo de Dios, la alegría será más adecuada a la grandeza de esta afirmación.

Volviendo a tomar el hilo de la S. Misa, tenemos que dar gracias a Dios con un himno de agradecimiento: "Gracias, Dios mío, porque también hoy Te has servido de Tu Obispo para hacernos gustar más lo que seremos; no es un goce pleno y total, porque llegará sólo cuando estemos delante de Ti, pero tenemos una mayor conciencia de las maravillas que has hecho en nosotros y que gustaremos cuando estemos en el Paraíso. Cada uno de nosotros será una obra maestra". ¿Queréis ser vosotros también obras maestras de Dios?

Este pensamiento me da alegría y consolación, porque no pudiendo recibiros en dirección espiritual por motivos evidentes, todo lo que habéis entendido es más que suficiente para poder seguir adelante y crecer espiritualmente. Alguien me había aconsejado que transformara la homilía en encuentro bíblico: lo hemos hecho y lo haremos una vez más. Estos conocimientos que, repito, no teníamos hasta ayer, comprendido el que habla, los hemos conquistado para gloria de Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, ante los cuales nos inclinamos reconociéndonos hijos elegidos del Padre, hermanos del Hijo y amigos del Espíritu Santo. Hemos terminado viendo la realidad desde el punto de vista de nuestro Creador. ¿Qué puede haber más hermoso?

Lo que hoy os he dicho no es obra mía, es obra de Dios: yo sólo soy un portavoz, un megáfono, un micrófono de Dios. Esto no es poco, pero no me puedo atribuir lo que viene directamente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Amaos, amémonos y esperemos gozar en el Paraíso. ¡Todo esto llegará!

Sea alabado Jesucristo.