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Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 25 de mayo de 2008

En ocasión de la fiesta del Corpus Domini, nuestro Obispo ha recitado una oración desconsolada y llena de amor a Jesús, invocando su intervención para acelerar la realización de sus designios: "Esto es lo que queremos: que triunfes en Roma y en toda la Iglesia".

Querido Jesús,

Nosotros creemos y profesamos que eres la Segunda Persona de la Santísima Trinidad y que te has encarnado para redimirnos y salvarnos; por esto eres verdadero Dios y verdadero Hombre. En Ti, de manera misteriosa y real, coexisten en una única persona la naturaleza humana y la naturaleza divina y nosotros doblamos las rodillas y te reconocemos Dios. Tu has querido convertirte en nuestro hermano y nosotros reconocemos en Ti el derecho a la primogenitura. Tu eres el Primero, el más grande, el mejor de todos los hermanos: Tu eres Dios, hermano nuestro, nosotros somos tus hermanos pequeños, débiles e imperfectos; entre Tu y nosotros, has instaurado un profundo lazo de amor. Puesto que entre hermanos que se aman existe comprensión, complicidad y confianza, nosotros te imploramos: "Jesús, Hermano nuestro, acuérdate de Nosotros".

Es verdad, a medida que nos acercamos a Ti, Tú nos haces sentir también, como ha dicho tantas veces tu esposa, los pinchazos de las espinas. Vemos, atónitos y asustados, las tremendas heridas que no perdonan ni siquiera un centímetro de Tu Cuerpo Divino. Vemos como la sangre fluye y descubrimos tus ojos llenos de lágrimas, pero también de amor.

Jesús, Hermano nuestro, Tu has vivido más que nosotros y antes que nosotros el sufrimiento, la calumnia, las traiciones, el abandono, la incomprensión, la soledad, el aislamiento...

¿Te acuerdas, Jesús, cuando recorrías las calles de tu nación? Encontrabas tantos corazones que te rechazaban y estabas angustiado y tan agotado que has pedido a Tu Padre un bastón para sostenerte.

¿Te acuerdas cuando en Getsemaní has vivido el momento más trágico y dramático de Tu vida terrena y has derramado sangre? Tu Padre, Nuestro Padre, te ha mandado un ángel a consolarte y Tu has pronunciado débilmente estas palabras: "Pase de mi éste cáliz" y acto seguido has añadido: "Que se haga Tu voluntad"? También Marisa y yo, hemos dicho muchas veces: "Pase de nosotros este cáliz", aunque también: "Que se haga Tu voluntad", pero cada vez más el cáliz se volvía más pesado y su contenido más amargo. Y ahora no tenemos ni siquiera la fuerza de pronunciar estas palabras, porque, Tu lo sabes Jesús, estamos destrozados. Oh sí, Tu nos has dicho que subiendo al Calvario has desfallecido tu también, has caído tu también y nosotros hemos llamado a estas caídas, caídas de amor. Sí, nuestra caída es una caída de amor, porque, creo poderlo gritar a los cuatro vientos, nosotros te amamos y te hemos amado siempre, aguantando pruebas dolorosas, inmensas y continuas; pero, Jesús, estamos desfallecidos. Cuando ayer en el largo encuentro con Tu Padre y sobre todo con Tu Madre, nos hemos desahogado y yo les he dicho que habíamos pensado en cerrar, Dios Papá, con voz potente ha dicho: "¡Esto nunca!". Nosotros estamos desfallecidos, pero estamos en buena compañía porque tu has desfallecido, mientras subías al Calvario. El gran profeta Elías desfalleció, mientras era perseguido por los guardias de la pérfida reina Jezabel. Pedro desfalleció y los apóstoles huyeron. Como ves, Jesús, estamos en buena compañía. Conocemos nuestro camino, pero no vemos su final. Vemos en compensación: sufrimientos, calumnias, traiciones y condenas. Jesús, tu nos lo has quitado todo, ha quedado sólo nuestro amor por Ti, el resto no lo veo ni en mi ni en Marisa. Puedo afirmar, como he dicho a nuestro Dios Papá: "Cuanto te hemos amado y cuanto, a pesar de todo, te amamos todavía".

Tu has puesto en nuestras débiles espaldas la misión más grande de toda la historia de la Iglesia: el triunfo de la Eucaristía, el triunfo de la Madre de la Eucaristía, el triunfo de la Iglesia, éste último es el único que todavía no se ha realizado, porque quieres que coincida con nuestro triunfo. Nosotros queremos seguirte, humildes y sencillos, detrás de tu carro de vencedor, no nos atrevemos a pedirte sobresalir por encima, es suficiente para nosotros cantarte: "Christus vincit, Christus regnat, Christus ímperat".

Señor, haz que se realice aquel sueño mío, en el que he visto que llevaba solemnemente la Eucaristía que había sangrado por las calles de Roma, al son de las campanas, al canto de los fieles, acompañado de los representantes de todas las iglesias, que unidos y junto a Ti formaban un único corazón, una única alma, una única Iglesia.

Jesús esperamos que tu triunfes en Roma, en toda la Iglesia. Pero ahora mira nuestro cansancio, mira nuestra debilidad, mira nuestros límites. Gemimos bajo la cruz, pero decimos: "Queremos llegar a la meta que Tu has decidido y establecido"

Hemos seguido siempre tus huellas y las hemos reconocido entre miles, porque estaban bañadas de Tu sangre, pero desde hoy en adelante, Jesús, no nos hagas poner nuestros pies en tus huellas, sino tómanos en brazos y llévanos donde tu quieres que lleguemos. Oh, Jesús, ¡qué dulce, solemne y poderoso es este nombre! Cada uno de nosotros aquí presentes te grita: "Jesús, verdadero Dios, Jesús, verdadero Hombre, Jesús, hermano nuestro, bendice tu Iglesia y cuanto antes restituye en su rostro, la nitidez, la pureza, el candor que los hombres han ensuciado y desfigurado". Jesús, gracias, porque sé que me has escuchado. Junto a Ti todo el Paraíso escucha mis pobres palabras, las hace propias y las repite cuando Tu, Dios Padre y Dios Espíritu Santo os manifestáis para darles aquella alegría infinita, que consiste en la visión beatífica de Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo.

Amén. Aleluya.

Roma, 25 mayo 2008

Corpus Domini

+ Claudio Gatti

Obispo ordenado por Dios

Obispo de la Eucaristía