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La historia de nuestra hermana Marisa, alma consagrada a Dios, con la emisión de los votos perpetuos de pobreza, castiad y obediencia

Vigilia de oración del 17 de mayo del 2003, celebrada con ocasión del aniversario de la total consagración a Dios de Marisa, con la emisión de los votos perpetuos de pobreza, castiad y obediencia.

Esta que narramos es la historia de nuestra hermana Marisa, una historia hermosa, rica en amor y en sufrimiento, entrelazada indisolublemente, con la historia de nuestro Obispo.

Es la historia de una persona laica consagrada a Dios.

Marisa es un modelo, un ejemplo para todas las almas que sigan su misma elección pero es, sobretodo, un ejemplo de amor y de abandono para todos nosotros, es un alma, cuya existencia es patrimonio de la Iglesia, ya que Dios la ha llamado para inmolarse por la Iglesia.

El Señor le ha dado dones únicos, pero también sufrimientos tremendos.

Marisa ve a Nuestra Señora desde la edad de dos años. Inicialmente se le manifestó como una compañera de juegos, una Señora que sólo ella veía. Creciendo, Nuestra Señora, hizo comprender a Marisa que Ella era la Madre de Dios y la invitó a mantener el secreto, a no revelar a nadie su presencia. Siguieron años de formación y de guía en lo habitual cotidiano, en el transcurso de una vida aparentemente normal.

Utilizamos el término "aparentemente" porque desde joven, dos características esenciales de la vida de Marisa, han emergido irrefrenablemente: la primera es el sufrimiento, ya que Marisa está muy probada físicamente y la segunda es el amor hacia los otros. Marisa ha querido ayudar a las personas que sufrían y, aún sin saber nada sobre su futura llamada de Dios, se ha prodigado en aquella actividad humana de caridad hacia los enfermos.

Ha frecuentado hospitales, institutos religiosos, conocido hermanas y muchos sacerdotes, pero la guía espiritual llegó sólo en 1971. El 9 de marzo de 1963, Nuestra Señora, le hizo ver en bilocación, al que sería su director espiritual, es decir, nuestro Obispo, en el día de su ordenación sacerdotal.

Desde 1971 a 1986, Marisa y el Obispo se prepararon para la gran misión que Dios les confiaría.

El 13 de mayo de 1986, Marisa pronunció los votos. También esta jornada estuvo caracterizada por grandes sufrimientos físicos y por grandes alegrías morales.

Los años siguientes son los conocidos por nosotros, con la formación del primer cenáculo y la sucesiva apertura para todos de las apariciones de la Madre de la Eucaristía.

Aceptación de la mision

Todo empezó en agosto de 1972, cuando Nuestra Señora pidió a Don Claudio y a Marisa que se fueran a la vez a Lourdes. En la gruta del Santuario, Nuestra Señora, les anunció que Dios los había llamado para una importante misión: "Es una misión que hace referencia a toda la Iglesia y hace referencia a todo el mundo… Sois libres de aceptarla o rechazarla, pero recordad: sufriréis mucho" (Carta de Dios, 6.8.1972).

Después de tres días de intensa oración y meditación, el 12 de agosto de 1982, durante la celebración de la Santa Misa en la gruta de Lourdes, don Claudio y Marisa pronunciaron su sí, en el momento del intercambio de la paz. Y los planes de Dios se realizaron.

Los tres votos: pobreza, castiad y obediencia

La libertad es, seguramente, el denominador común de los tres votos de castidad, obediencia y pobreza, las tres caras de un joyero piramidal que se apoya sobre una cuarta: la libertad individual de querer pertenecer totalmente a Dios y volverse así instrumento en sus manos para sus designios.

Nuestra Señora nos ha enseñado: "El voto de castidad, vivido con amor, os hace libres, limpios y puros. Amad vuestro espíritu y vuestro cuerpo" (Carta de Dios, 30.1.1994).

El voto de castidad es la absoluta renuncia de sí mismo, por eso se convierte en el mejor medio para darse a Dios y al mundo entero. La pureza de un alma consagrada con el voto de la castidad, irrumpe en el mundo y se vuelve luz para quien, afligido por las tinieblas, no encuentra el camino hacia Dios.

El alma en la oscuridad piensa que es contra natura todo tipo de renuncia, la castidad en particular, pero eso que parece humanamente innatural, para Dios se vuelve sobrenatural, y es esencial propio de lo que parece renegar: la fertilidad.

El que se consagra a sí mismo a la pureza, ama infinitamente a Dios y recuerda cuál será la condición definitiva de los hombres en el Paraíso. El consagrado, encarna un amor dispuesto a renunciar a todo, porque todo quiere dar; eh ahí que se realiza el binomio descrito por nuestro Obispo: pureza y amor que forman una cruz, cuya asta vertical es la pureza y la horizontal el amor. Pablo VI ha afirmado: "La castidad dice al mundo que se puede amar con el desinterés y con lo que se saca del inagotable corazón de Dios se puede dedicar alegremente a todos, sin ligarse a nadie, preocupándose de los más abandonados".

Es, finalmente, un matrimonio que se celebra entre una criatura y Cristo y de los frutos de esta unión, goza toda la humanidad.

Confiarse a Dios totalmente es la semilla que hace germinar la maravillosa planta de la obediencia. El alma parece repetir sin fin su sí a Dios, movida por la voluntad de alcanzar la perfección, que se obtiene sólo en el total abandono a la voluntad divina. Dice Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad de Aquél que me ha envidado" (Jn. 4, 34).

El voto de obediencia, actúa cuando se hace la voluntad del Padre y siendo fiel a quien representa Su autoridad. El alma tiene que estar íntimamente unida a Dios y manifestar esta unión en la sinceridad, en la caridad, haciendo la voluntad de Dios antes que otra cosa, incluso si esto tuviese que resultar incómodo para sí mismo y crear conflictos con los que querrían utilizar la obediencia con chantaje. Jesús ha afirmado: "Cuando la obediencia no es pedida con amor, sinceridad y sencillez, no se tiene que obedecer a los que hacen daño, matan y son conscientes que actúan mal. La obediencia es una virtud grande y hermosa, pero los hombres la destruyen con su poder" (Carta de Dios, 25.6.1998).

Sólo un alma humilde y profundamente sincera puede vivir plenamente el voto de la obediencia; el alma consagrada se pone en las manos de Dios e, incluso sin perder la propia razón e inteligencia, está dispuesta a todo, incluido lo que humanamente es inexplicable e irracional, porque viene del Sumo Bien.

"La obediencia es una gran y hermosa virtud que os lleva a la santidad", dijo Nuestra Señora y también Pablo VI: "La obediencia dice al mundo que se pude ser feliz, incluso sin atarse a una cómoda elección personal, sino permaneciendo plenamente disponibles a la voluntad de Dios, como se ve de la vida cotidiana, de los signos de los tiempos y de las exigencias de salvación del mundo de hoy".

Esta es una de las grandes enseñanzas que nos ha dejado Cristo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mat. 5, 3)

El voto de pobreza expresa y manifiesta en los hechos, la voluntad del consagrado de estar en el mundo pero no ser del mundo; la libertad del alma consagrada a Dios con el voto de pobreza se hace plena en la renuncia y en el alejamiento de todo lo que el mundo considera certeza material. Pablo VI dice: "El voto de la pobreza dice al mundo que se puede vivir entre los bienes temporales y se puede utilizar los medios de la civilización y del progreso sin hacerse esclavos de ninguno de ellos".

Es sólo y únicamente la Providencia, la mano de Dios, la que guía al alma que renuncia a toda riqueza, hacia lo que le es realmente necesario e indispensable. El alma que se consagra a Dios con este voto, tiende secretamente a la conquista, no ciertamente de bienes materiales, sino de algo más grande, la conquista de los bienes sobrenaturales; ella sabe que el único medio para obtenerlos es renunciar a todo lo que obstaculiza su consecución: el materialismo.

El alma que tiene dentro de sí el deseo de la libertad absoluta sabe que tendrá que unirse fuertemente a aquél que es infinitamente libre para realizar su deseo, la conquista de una libertad que no tendrá nunca fin. Nuestra Señora nos ha enseñado: "Es necesario ofrecer a Dios la obediencia, la castidad y la pobreza circundados por un hermoso círculo de humildad y de sencillez y por otro círculo de amor, ofrecidos a Jesús Eucaristía" (Carta de Dios 26.5.2001).

Nuestra hermana Marisa, ha permanecido siempre fiel a sus votos y ha abrazado la cruz para la realización de los planes de Dios, como ha dicho Nuestra Señora: "Jesús ha cogido en su corazón tu consagración y tus votos y los ha aceptado y tu sabes cuántas pruebas, cuántas tribulaciones has soportado. A pesar de tu refunfuñar, no has dicho nunca que no a Jesús Eucaristía y también hoy, después de decenios de pronunciar los votos, no Le dices que no. Vives tus votos con sencillez y humildad. Puedes ser, a los ojos de los otros, una persona pequeña, pero no saben que con la consagración y los votos a Jesús te has vuelto grande a sus ojos y a los de los que saben amar" (Carta de Dios, 12.5.1999).

Amor por las almas

La verdadera alma consagrada ama, acogiendo de lleno la enseñanza dejada por Cristo: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. Por esto todos sabrán que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos por los otros" (Jn. 13, 34.35).

El alma consagrada expresa este profundo amor ejercitando la virtud de la caridad de modo pleno. Sin la caridad, los votos de la castidad, de la pobreza, de la obediencia, son estériles, tal como lo escribe San Pablo: "Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha" (Cor. 13, 3).

Jesús ha muerto en cruz, dando todo de sí mismo para realizar el proyecto de redención querido por el Padre; semejantemente, todas las almas consagradas ofrecen su existencia, para realizar la voluntad de Dios.

Marisa es un alma particular. Dios envía grandes sufrimientos sólo a algunas almas particulares escogidas por Él. Marisa es una de éstas y ella ha ejercido su voto de obediencia a Dios, aceptando siempre todos los sufrimientos. De las cartas de Dios se evidencia su gran amor y su darse totalmente por los otros: "Estoy preocupada por los sacerdotes y por los jóvenes que te aman. No les des a ellos el sufrimiento, te lo ruego. Hazme sufrir a mí, pero deja libres a los jóvenes. Alivia un poquito los sufrimientos de los enfermos y tómame a mí, por entero" (Carta de Dios, 6.1.1996).

"Aprovecho para pedirte que ayudes a todos los enfermos, los enfermos terminales, los jóvenes y los niños enfermos. Ayúdalos a todos, tómame a mí, haz de mí lo que quieras, pero ayuda a los enfermos, a los drogadictos, a los encarcelados, a los ancianos, a los niños. Todos tienen necesidad de ayuda" (Carta de Dios, 1.3. 1997).

"¿Puedo decirte una cosa?. No se que decirte, si me miras así, pero tómame toda, quítame todo y ve donde el sacerdote, ve donde nuestros jóvenes, porque merecen verte, sentirte, tocarte" (Carta de Dios, 8.2.1996).

"Te he dicho: tómame toda, pero ayuda al sacerdote" (Carta de Dios, 18.4.1996)

"Te doy gracias de los cuarenta días de pasión que me has hecho sufrir para la salvación de las almas y sobretodo por las que te he encomendado día y noche. Quiero encomendarte también a la abuela Yolanda. Sería tan hermoso si tú me tomases para la salvación de los otros. Yo ya te lo he dado todo, tómame y haz vivir a los que te he encomendado; dales a ellos alegría, valor y fuerza" (Carta de Dios, 1.5.2000).

El sufrimiento

El sufrimiento ha estado siempre presente en la vida de Marisa, Cristo la ha escogido como esposa suya y la ha llamado a una vida de inmolación, de lucha, de renuncia.

El Señor la ha plasmado según su voluntad y ha realizado en ella la forma más alta del amor, el amor divino, que es sufrimiento y donación total. Cristo ha llamado a Marisa a vivir íntimamente unida a Él en la gracia y en el inmenso dolor de la Pasión, como se lee en la carta de Dios: "Marisa - Alma de Cristo, santíficame, Cuerpo de Cristo sálvame, Sangre de Cristo embríagame, Agua del costado de Cristo lávame, Pasión de Cristo confórtame, o buen Jesús óyeme, dentro de tus llagas escóndeme" (Carta de Dios, 25.5.1996).

En los momentos de grande sufrimiento, la criatura se confunde con el divino y juntos, recorriendo la vía dolorosa del jardín de Getsemaní hasta el Calvario se convierten en instrumento de salvación para las almas. "Marisa - La Cruz es pesada, muy pesada…

Jesús - Tráeme, tráeme muchas almas; mi Corazón tiene necesidad de muchas alma y especialmente de muchas almas sacerdotales. No me dejes, toma sobre tu espalda mi cruz, que hoy es más pesada que nunca; ¡tráeme muchas almas!. Ánimo, esposa mía, la transverberación, la pasión no se han acabado para ti; de todos modos te has inmolado por tu esposo y Yo soy tu esposo.

No me abandones, tráeme muchos sacerdotes; son pocos los que me aman y yo los he amado mucho a todos. Lleva la cruz conmigo. Ve, hija mía, lleva a Jesús Eucaristía, llévame en brazos y méceme, si puedes.

Marisa - ¿Cómo tengo que mecerte?; ¡no me hagas tanto daño, Jesús! Porque me haces sufrir mucho. Tengo que llegar al altar y tienes que ayudarme, de otro modo no puedo.

Jesús - Ánimo, hija mía, lleva la cruz.

Marisa - ¿Puedo sonreír contigo?. Es pesada la cruz de tus sacerdotes predilectos.

(Marisa gime por los dolores)

Jesús - Tráeme muchas almas, tráeme a mis sacerdotes…

Marisa - La cruz es pesada.

Jesús - Tráeme muchas almas. Tráeme muchas almas". (Carta de Dios, 16.11.1997).

Para salvar el planeta Tierra, Dios ha pedido a Marisa un gran sufrimiento que mata moralmente también al Obispo. En aquellos momentos tremendos en que se ve a Marisa destrozada por el dolor provocado por los estigmas, por el golpe de lanza y por la corona de espinas, el Obispo está a su lado y, participando de su sufrimiento, ora incesantemente. Nuestra Señora nos ha revelado: "No os escondo, mis queridos hijos, que vuestra hermana continúa sufriendo siempre el martirio de amor: la pasión. Tenéis que saber que los estigmas invisibles no supuran y hacen daño, mientras que los estigmas visibles supuran y hacen menos daño. Pero ¿quién puede comprender esto o darse cuenta de esto?. El sufrimiento continúa, Jesús la ha escogido y ella ha dicho sí, aunque alguna vez se derrumba o todo se derrumba a su alrededor. Después se rehace, alza los ojos hacia el Padre y pide ayuda, lo mismo sucede con el sacerdote. Vosotros no podréis comprender nunca qué gran sufrimiento ha llegado a mis dos hijos por haber aceptado las apariciones, por haber amado a la Eucaristía, por haber amado a las almas" (Carta de Dios, 16.8.1998).

A pesar de esto, el Obispo y la vidente, han seguido adelante en su misión; el grano de trigo, que caído en tierra ha muerto, ha traído fruto, la inmolación de estas dos almas está reconduciendo a la humanidad al Señor, como anunció el mismo Dios Padre el 29 de junio del 2002.

"Dios Padre - Ahora soy Yo, Dios, el que habla. No me veis, ninguno de vosotros me puede ver, ni siquiera tú, Marisella, puedes verme. Estoy aquí presente para deciros que todos vuestros sacrificios, vuestros sufrimientos, vuestro amor, han realizado la conversión de tres mil quinientos millones y uno de personas. Mis queridos hijos, soy Yo, Dios, el que os habla y os da las gracias. Yo, Dios, os doy las gracias a vosotros, pequeñas criaturas, por todo lo que habéis hecho, pero todavía no habéis terminado de orar, de hacer florilegios y sacrificios. En este pequeño lugar que Yo he elegido, que Yo he hecho taumatúrgico, tenéis que continuar orando, para que acaben las guerras, acabe el terrorismo y tantas otras maldades que ocurren en este mundo tan corrupto, como ha dicho mi Hijo Jesús. Sí, tenéis que continuar, también porque ya es hora de que los padres terminen de matar a los hijos y los hijos a los padres con tanta facilidad. Los hombres tienen más compasión por un animal, que por una criatura de Dios".

La figura del mistico

Marisa es una de las figuras místicas más importantes en toda la historia de la Iglesia.

El místico es el que vive íntimamente unido al Señor, hace su voluntad y acepta el sufrimiento para cumplir la misión que Dios le indica.

El místico puede recibir del Señor los carismas que no son para beneficio propio, sino para los otros. El verdadero carismático, cualquiera que sea el don que tenga, es una persona equilibrada, humilde y sencilla, porque sabe perfectamente que lo que es manifestado no es por obra o mérito suyo, sino por don libre y gratuito de Dios. Nuestra Señora nos ha enseñado: "El místico es el que está al lado de Dios, hace su voluntad, sufre y abraza la cruz con todo el corazón. Vuestra hermana no os ha contado nunca lo que ocurrió en el lejano 1971, cuando curó a un niño, solamente tocándolo. Dios le dijo: "Toca las piernas de este niño y ora". Ella obedeció y el niño se curó. Hoy está casado y tiene cinco hijos, todos sanos… Vuestra hermana ora por todos, pero incluso estando enferma, no ora nunca para sí misma, porque el don que ha recibido es para todos, no para ella… Cuando Dios llama a las almas no es para sí mismas, sino para los otros. Aquellas personas que dicen que ven a Jesús y a Nuestra Señora y no sufren y tienen todas las alegrías de la Tierra, no son ni místicos, ni videntes" (Carta de Dios, 1.3.2003).

Desgraciadamente a lo largo de los siglos, los místicos han sido siempre tratados con desconfianza por la autoridad eclesiástica, a menudo no iluminada por Dios. Algunos de ellos, personas verdaderamente amadas por Dios y dotadas de grandiosos dones, han sufrido muchísimo y el sufrimiento más grande les ha venido, justamente, por la autoridad eclesiástica; algunos han sido, además, encarcelados, otros sospechosos de herejía y a continuación declarados santos y doctores de la Iglesia.

Esto es porque para reconocer los dones de Dios es necesario estar unidos a Él, tener la gracia en el alma; el que niega los carismas niega la acción y la presencia de Dios en la historia de la Iglesia y en la vida de los fieles; estos dones son una manifestación de la voluntad divina, porque el Señor puede servirse de algunas de sus criaturas para ayudar a otras a realizar sus planes. Nuestra Señora dirigiéndose a Marisa ha afirmado: "El gran don que Dios da a los místicos es el sufrimiento, la unión continua con Él. Cuando Dios elige a un alma la hace suya en todos los modos. Tu te preguntas una vez más: "¿Quiénes son los místicos?". Tú eres una mística, porque Dios te ha elegido… Dios conoce vuestro sufrimiento y conoce a los que os hacen sufrir. Poco a poco os daréis cuenta que estas personas que os han hecho sufrir y que aún os hacen sufrir, se derrumbarán una tras otra. Permaneced unidos a Dios, apretad todavía los dientes y luchad, sin polemizar ni criticar. Los grandes místicos están unidos a Dios y a la almas que aman a Dios y a la Iglesia" (Carta de Dios, 27.2.2003).

La victima

La misión de toda alma consagrada es la de asemejarse lo más posible a Cristo Víctima Divina: pura, santa, inocente, sin mancha y separada de los pecadores.

Jesús, inmolándose en el altar de la cruz, se ofrece totalmente para salvar a las almas, borrando todo pecado. Él ha querido hacernos comprender que su amor es tan grande, inexplicable, infinito, que ha estado dispuesto a beber el cáliz del dolor hasta la última gota. De hecho, ha querido probar los dolores más desgarradores: la angustia del abandono del Padre en Getsemaní, la traición de Judas, la flagelación, la coronación de espinas, la crucifixión y finalmente, la muerte en Cruz.

Cristo Jesús, siendo de condición divina

no retuvo ávidamente

el ser igual a Dios;

sino que se despojó de sí mismo

tomando la condición de siervo,

haciéndose semejante a los hombres;

y, apareciendo en su porte como hombre,

se humilló a sí mismo

haciéndose obediente hasta la muerte,

y muerte de cruz.

Por ello Dios le exaltó

y le otorgó el Nombre

que está sobre todo nombre,

para que al nombre de Jesús

toda rodilla se doble

en los cielos, en la tierra y en los abismos,

y toda lengua confiese

que Jesucristo es Señor para gloria

de Dios Padre.

(Fil. 2, 6-11)

Cuanto más vive, un alma consagrada, en íntima y profunda unión con Dios, despojándose de las cosas del mundo y creciendo en la gracia, a través de los sacramentos, más se vuelve a los ojos del Señor, en un dócil instrumento de salvación en Sus manos.

De hecho, si un alma vive plenamente su consagración, sostiene la acción sacerdotal ayudando a las almas a convertirse.

A menudo, Nuestra Señora, nos ha invitado a meditar sobre Jesús, Sacerdote y Víctima y una vez reveló: "El Señor ha querido que vosotros dos, mis queridos hijitos, llegaseis a formar una unión particular, la fusión de vuestras almas en un sola; si tú, Don Claudio, fueses sólo sacerdote y tu, Marisella, fueses sólo víctima, seríais muy débiles. De vuestra fusión mana energía viva y palpitante para toda la Iglesia. La eficacia de vuestro apostolado depende de vuestra unión; por esto el plan de Satanás es separar al sacerdote de la víctima. Los hombres intentarán dividiros, pero Dios no lo permitirá. Debéis estar unidos, Don Claudio y Marisella, como lo estamos Jesús y yo. Jesús no puede estar sin María, ni María sin Jesús; todo esto lo experimentaréis en un futuro". (De la presentación del libro de la Vida de Nuestra Señora).

Marisa ha ofrecido su vida para el renacimiento de la Iglesia, para el Obispo y para que terminen las guerras en todo el mundo.

Dios te ha elegido a ti como víctima de amor, como la que sostiene al Obispo y te ha elegido también como nuestra madre en el camino espiritual y tú, tal como eres: verdadera, sencilla, pura, sincera, llena de un amor inmenso y total, nos lo das todo de ti.

Te conocimos cuando nuestros pasos espirituales eran como los de un niño. Los pasos de un niño son seguros al lado de su madre, los errores son corregidos y el camino enderezado. Después, el niño crece y el adulto tiene a su lado a la misma madre dispuesta y presente a dar un amor responsable y consciente. Sin ti, nosotros no estaríamos aquí, no tendríamos el estilo justo del amor, el que Dios quiere, no conoceríamos la fuerza de la Eucaristía, no tendríamos la oración como arma contra el mal, no conoceríamos qué significa vivir los votos de castidad, pobreza y obediencia de un modo tan auténtico y libre.

La Pasión de Cristo, tu Esposo, está siempre en ti y tú eres la víctima, pero vences el dolor porque aceptas y amas tu cruz. Transformas las espinas que perforan tu cuerpo en flores espirituales, así nuestros pasos se vuelven más veloces y nuestro espíritu crece y se refuerza.

Vemos en ti la fuerza de sonreír mientras sufres por los golpes de lanza y así nos enseñas a comprender y aceptar lo que para nosotros es duro comprender: cuando Dios llama a un alma, se lo pide todo y cuanto más grande es la cruz, más la ama.

Nos enseñas a dedicar cada acción y cada palabra a Dios, para su gloria: con tu ejemplo de vida nos sostienes, como ha dicho Nuestra Señora en una aparición:

"Todas las cosas que hagáis en el nombre de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo, se transformarán en florecillas que volarán y emanarán un perfume de amor al lado del tabernáculo" (Carta de Dios, 7.1.1990).

¿Qué podemos darte de nosotros, de nuestro amor?. Como cuando te damos un ramo de flores, cada uno diferente del otro, con su color, su forma y su belleza, así te queremos dar nuestra flor espiritual, que es una oración, un florilegio, un gesto de caridad, una sonrisa, una Misa o una Comunión ofrecida para ti, para intercambiar tu amor tan grande y fuerte. Cuanto más se enriquece nuestra alma con un pétalo, más sabemos que a esto corresponde una espina que tú has transformado en un pétalo nuevo.