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Texto de la Adoración Eucarística del 27 de octubre 2013

Fiesta de la Madre de la Eucaristía
20° Aniversario del inicio de las apariciones publicas


"Levántate, mamita, cógeme entre tus brazos, así me siento más protegido y seguro. Yo soy Dios, tú eres Madre de Dios. Yo soy el Pan de Vida; Yo soy el pan vivo bajado del Cielo; Yo soy la Eucaristía; Tú eres la Madre de la Eucaristía" (Del libro de la vida de la Virgen)


"¡Os estrecho junto a mi corazón y os cubro con mi manto materno!"

Esta frase siempre ha concluido cada carta de Dios que la Madre del cielo, su "cartera", como a ella le gustaba definirse, nos traía. "Os cubro con mi manto materno", era la certeza, la seguridad de su cercanía, de su protección, pero era también una caricia, un abrazo como para cubrir, con sus alas a sus hijos para que no sólo estuvieran protegidos, sino para que se sintieran así. El amor es la clave de todo: el amor de Dios por esta criatura inmensa, el amor que ella ha dado a su Todo. Aquel mismo amor que ella ha recibido de Dios, lo ha dado completamente a su hijo Jesús y en el momento en el que, bajo la cruz, se convirtió en Madre de todo el género humano, lo ha destinado a nosotros, sus hijos. Como con su manto protegía del frío al niño Jesús, ahora con su manto nos protege a nosotros del mal. Las virtudes de la Virgen son innumerables y todas salen de un común denominador, el amor. Su obediencia a la voluntad de Dios, su silencio, su paciencia, incluso el dolor más grande, es decir, el de una madre que ve la muerte en cruz de su hijo, todo lo ha vivido sin emitir ningún lamento, sostenida por una fe en Dios incondicional. Dios Padre, a través de su criatura más excelsa, la Madre de la Eucaristía, nos ha hecho un grandísimo don: la revelación privada. Sus innumerables cartas han permitido revitalizar en el mundo la devoción a la Eucaristía, han propiciado las condiciones para que aquella llama que vive en nosotros, que nace de Él y a Él vuelve fuese alimentada por la fe, para que llevásemos la luz viva de esta llama siempre y en todas partes con nosotros. El título "Madre de la Eucaristía" une en sí el amor humano y el amor divino, el de la madre perfecta, María, y el del amor de Dios, la Eucaristía. Ser seguidor de María es un modo cierto de encontrarnos todos juntos unidos en el amor de Cristo. Sigamos siempre a María, Madre de la Eucaristía, tal como nos lo han enseñado y demostrado con su ejemplo nuestros padres espirituales, dejémonos envolver en su manto y ella, dulcemente, tomándonos de la mano, nos conducirá a Jesús.


La Revelación Privada: qué gran don para la humanidad

Las apariciones de la Madre de la Eucaristía, empezadas cuando Marisa tenía dos años y hechas públicas en 1993, son un don del Señor que, junto a la narración de su vida, representan un valor inconmensurable para toda la humanidad.

Nuestro padre espiritual, el Obispo Claudio, nos ha enseñado que la base de nuestro crecimiento espiritual es el conocimiento de la Palabra de Dios y el alimentarse de Jesús Eucaristía. Como él decía a menudo su relación con Jesús, con la Madre de la Eucaristía y con San José se convirtió cada vez en más estrecho y personal cuanto más aumentaba el conocimiento, de hecho cuanto más conocemos a una persona más la podemos amar. Muchas veces él subrayaba que su amor por Dios y por la Virgen había crecido y había cambiado de forma justamente gracias a la revelación privada. Si uno de los criterios para reconocer el origen sobrenatural de los mensajes es la sintonía de la revelación privada con la Palabra de Dios; las cartas de Dios y el libro de la vida de la Virgen pueden representar el ejemplo más hermoso.

Las enseñanzas presentes en ambas se complementan y son una piedra preciosa y única que enriquece nuestra alma y nos empuja a dejarnos guiar con docilidad por nuestra madre hacia Jesús, como Ella misma nos ha dicho en una carta de Dios: "No se puede hacer un camino de crecimiento cristiano y de santidad si no ponéis en práctica las enseñanzas que os he dado, son las mismas que mi Hijo Jesús ha predicado y que están contenidas en el Evangelio" (Carta de Dios, 5 febrero 1989).

Si leemos las páginas de la Vida de la Virgen, nos sumergimos en una realidad espiritualmente elevada, pero narrada de manera sencilla y directa que nos hace comprender que también nosotros podemos seguir su ejemplo. La Virgen llama a Dios "Mi Todo", tal como hacía Marisa y esta es la invitación más bonita para aprender a poner a Dios al primer lugar. Si somos capaces de hacer esto, todo adquiere un sabor y un calor diferente que llega y envuelve a todos los que encontramos cada día. Como dice la Virgen: "La ley divina es la única que, si se observa, puede llevar a las almas a una grandeza y belleza espiritual inigualable. Lo que me sostenía y acompañaba en toda acción mía era un inmenso amor que me mantenía siempre unida a mi Todo" (Del libro "Tú eres Madre de la Eucaristía). Si somos capaces de cambiar nuestros pensamientos y acciones orientándolos hacia Dios, entonces viviremos en una armonía interior profunda que puede salir sólo del amor de Dios. Cuántas veces en las apariciones la Virgen nos ha invitado a dirigir cada día una oración, aunque sea pequeña, una jaculatoria, a Jesús, durante el trabajo, en las labores de casa o en los momentos lúdicos, para orientar y reconducir hacia Él el sentido de cada acción nuestra. En el libro de su vida dice: "Cuando rezaba a Dios, mi todo, me sentía una nada delante de Dios, pero su amor entraba en mí, inundaba y trabajaba mi alma". (Del libro "Tú eres Madre de la Eucaristía).

Llevemos siempre en nuestro corazón la recomendación que nos ha hecho la Madre de la Eucaristía y que nos repetía a menudo nuestro Obispo, de hacer cada pequeña cosa con todo nuestro amor, porque Dios no mira cuántas cosas hacemos durante nuestra jornada, sino el amor que ponemos en hacerla, así imprimimos en nuestra alma las palabras que ella nos ha dicho: "Os lo ruego, poned en práctica los mensajes, estoy segura de que no os pido grandes cosas. Podéis convertiros en santos realizando pequeñas cosas, cosas ordinarias, cosas sencillas" (Carta de Dios, 2 noviembre 1991).


La relación entre Dios y la Virgen: el ejemplo más hermoso para imitar

En las páginas de la historia de su vida, la Madre de la Eucaristía nos acompaña en un maravilloso viaje en el que coge de la mano a su Marisella y la lleva atrás en el tiempo, en la época en la que la Virgen era pequeña, para darnos su ejemplo de vida.

Desde niña, la Madre de Jesús vivía una relación íntima y exclusiva con Dios, tanto que afirma: "Apenas entré en el templo, cambié completamente, manifestando seriedad, participación y respeto porque el pensamiento de la grandeza de Dios me llenaba de una alegría indescriptible". (Del libro "Tú eres Madre de la Eucaristía). Nuestra Madre, con su ejemplo, nos indica como tenemos que relacionarnos con el Señor y es de modo total, único, sin reservas ni distracciones, dándole todo nuestro corazón.

Cuando la Virgen, de pequeña, enseñaba una paloma a su madre Anna, ella le decía que tenía que ser sencilla, pura y blanca como aquella paloma, porque así podría amar a Dios, su Todo, de manera excepcional. Podemos ver, al imaginar la paloma, la presencia de la gracia en nosotros; si tenemos en nosotros la gracia nuestra alma es limpia y pura como una paloma. Mientras que el pecado nos hace vivir en el egoísmo, la gracia de Dios nos conduce al amor y a la paz. También nuestro Obispo nos ha enseñado que cuanto más aumenta la gracia en nosotros, más podemos elevarnos a Dios como se lo cuenta la Virgen a Marisa: "Mi querida Marisella, me gustaría hacerte comprender la belleza de elevarte cada vez más a Dios, a tu "Todo". Cuanto más subes hacia Dios, más te sientes una florecilla pequeña, pero es esta florecilla la que Dios ama…" (Del libro "Tu eres Madre de la Eucaristía").

S. José y su esposa rezaban juntos, alababan y cantaban a Dios y la Virgen misma dice que tenía mucha alegría en el corazón, porque tenía la gracia de Dios en el alma. Si tenemos la gracia en el corazón seremos capaces de dejarnos plasmar el alma del Espíritu Santo para conseguir una profunda unión con Dios.

En las apariciones, la Madre de la Eucaristía ha dicho que para amar a Dios y convertirse no hay edad, y en el libro de su vida dice: "Este amor hacia Dios crecerá continuamente, arderá dentro de vuestra alma, os llevará a amar al prójimo, iluminará vuestro camino, os sostendrá y confortará en las dificultades, en las pruebas, en los sufrimientos de la vida" (Del libro "Tu eres Madre de la Eucaristía").

Hoy, después de 2000 años, la Madre de la Eucaristía está siempre en medio de nosotros, podemos leer sus cartas o su libro y no sentirnos nunca solos, sino seguidos cada día por Ella y por nuestros padres espirituales, porque donde están la Virgen y Jesús, allí a su lado están ellos, como ocurría aquí en la Tierra. La relación maravillosa entre la Virgen, el Obispo y Marisa está escrito en las cartas de Dios, llenas de amor y de sufrimiento los unos por los otros. La fuerza de este amor y dolor permanecerán para siempre grabados en tantos libros publicados, como también en nuestra alma. Este es el largo sendero por el que hay que andar para poner a Dios en el primer lugar, para dialogar con Él, para amar a los demás, para apreciar los dones que recibimos, para gozar de la vida y afrontar los sufrimientos y las privaciones que encontramos en nuestro camino.