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Texto de la Adoración Eucarística del 9 marzo 2014

Fiesta del sacerdocio
51° aniversario de la ordenación sacerdotal del obispo Claudio Gatti

Canto: Yo estaré contigo

Mírame, Señor, soy pobre y estoy solo,

¿Cómo podré anunciar tu voluntad?.

Tú, Señor, has dicho: haré de ti mi siervo.

¿Cómo sabré gritar tu verdad?

Estr: Yo estaré contigo, como luz que te guía,

Yo seré tu voz, tu fuerza,

Yo seré tu defensa, tu salvación.

Mis labios están cerrados, mi lengua es torpe,

abre mi boca y yo cantaré.

Mi corazón tiembla, mi fuerza me abandona,

extiende tu mano y no temeré.

Estr: Yo estaré contigo, como luz que te guía,

Yo seré tu voz, tu fuerza,

Yo seré tu defensa, tu salvación.

Siento tu valor, tu fuerza me sostiene,

enseñaré a tu pueblo la verdadera libertad.

Siento tu mano que me guía en el camino,

seré profeta y guía para quien te busque.


LA VOCACIÓN

"No sois vosotros los que me habéis escogido a mí, sino yo a vosotros y os he designado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca". (Gv 15,16). Si el sacerdocio no se vive profundamente, aceptando el sufrimiento, no produce frutos.

En la carta de Dios del 12 de marzo del 2000, Jesús dijo: "Sí, mis queridos hijos, soy vuestro Jesús, y he venido para celebrar con vosotros la fiesta del sacerdocio. Yo soy sacerdote in eterno. Yo llamo a la puerta de los corazones y llamo a las almas para que se consagren a Dios, ay de los que no respondan a la llamada de Dios. Yo soy el que ha llamado al sacerdocio, el que ha dado el Episcopado a don Claudio, Yo os amo a todos".

La vida consagrada es la respuesta a la llamada de Dios, no se trata de una elección personal o humana, ya que se recibe directamente de Dios. El origen de toda auténtica llamada, por tanto, es el Señor, el que escoge e invita a seguirle.

"El sacerdocio es un gran sacramento. El sacerdote es llamado por Dios, Jesús entra en él y el sacerdote está en Jesús" (Carta de Dios, 25 mayo 1996)

Cada criatura tiene una vocación propia pero la del sacerdocio, si es vivida plenamente, permite al hombre acercarse lo más posible a la imagen de Cristo en la Tierra.

El canto que hemos escuchado expresa sensaciones de debilidad e impotencia, por las que se podría sentir vergüenza tanto como para no tener el valor de tomar conciencia y confiarlas a Dios. El momento en el que nos sentimos más solos, sin una luz que nos guíe, o débiles, indefensos y derrotados es aquél en el que el terreno es más fértil para la intervención de Dios que nos envuelve con Su mano, nos eleva y nos da seguridad.

La vocación al Sacerdocio a veces comporta temor, a veces es ofuscada por miles de dudas e incertidumbres, generados por el miedo. Sobre todo al inicio de su misión, un sacerdote podría temer no tener éxito, no estar a la altura de la tarea tan elevada a la que es llamado, podría sentirse inadecuado con relación a un compromiso tan grande y único, como es el de ponerse al servicio de Dios y de los hermanos. Nuestro Obispo, Mons. Claudio Gatti, vivió momentos de fuerte tensión emotiva en vista de su ordenación sacerdotal y para todos nosotros, que lo hemos conocido tan fuerte y seguro, fue una sorpresa el saberlo. Él, de hecho, tenía una profunda conciencia de la grandeza del sacerdocio y respeto a la comparación de un sacramento que, si es vivido según la voluntad de Dios, lo habría podido llevar a dar completamente su vida a Cristo y a las almas.

Nuestro Obispo explicó que el ser humano, por inteligente o poderoso que pueda ser, es una criatura y por lo tanto limitada si se confía sólo a sus propias fuerzas. Sin embargo, para vivir bien eso a lo que hemos sido llamados hace falta abandonarse completamente a Dios, de este modo el hombre tiene la certeza de que sus propios límites serán superados, porque será Dios el que obrará en él. A tal propósito, para hacernos comprender mejor este concepto, él citaba a menudo el ejemplo de la regla matemática en base a la cual el resultado de la suma de un número cualquiera más infinito siempre es infinito.

La unión a Cristo sólo es posible con la ayuda del mismo Cristo, mediante los instrumentos que él ha puesto a nuestra disposición: los Sacramentos y Su palabra. Solamente con la gracia de Dios, el hombre puede alcanzar el potencial espiritual y humano que le permitan vivir según la voluntad del Señor.

Nuestro Obispo recorrió una vida entre luchas y sufrimientos, decepción y desaliento, amor y sentido de fracaso, pero siguió adelante sin miedo, sostenido por aquel amor y aquella caridad que todo sacerdote tiene que dar a todos.


Oración por los sacerdotes

Oh Dios Omnipotente

acepta a este servidor tuyo,

que siempre sea tuyo,

que siempre pueda dar un gran testimonio

y sea un gran ejemplo para las almas

que Tú has confiado a su cuidado pastoral,

y que verdaderamente desee cambiar

y desee caminar por el camino

trazado por tu Divino Hijo

e iluminado por la luz del Espíritu Santo.

María, Madre de la Eucaristía,

sé para este sacerdote madre y maestra,

refugio y protección,

consolación y compañía.

AMEN


EL SACERDOCIO

De la oración del Obispo de la Eucaristía formulada el 9 de marzo 2008:

"Nueve de marzo 1963, estoy postrado a los pies del altar, emocionado y conmovido y mientras los otros cantan las letanías de los santos, yo estoy dialogando contigo, Dios mío. No sabía que en aquel momento la Madre de la Eucaristía estaba a mi lado y rezaba por mí junto a Marisa. Aquél día tu me dijiste: "Tú eres sacerdote in eterno según la orden de Melquisedec" y a Marisa: "Tu vocación no es un sacramento, pero sostiene el sacramento"…

Estos sufrimientos en Tus planes han sido necesarios para hacer triunfar la Eucaristía, a la Madre de la Eucaristía y para hacer renacer la Iglesia…"

El rito de la ordenación sacerdotal está cargado de significados: el diácono, después de haber pronunciado delante del celebrante su "Heme aquí", promete fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Vestido sólo con el alba, se prosterna en tierra en señal de humildad y de la entrega total de su vida a Dios. Mientras la asamblea está de rodillas, el cantor entona las letanías de los santos: la Iglesia pide a Dios que, por la intercesión de María y de todos los Santos, bendiga y colme de sus dones al que ha llamado a ser su ministro sacerdotal. Es en este preciso momento que, el 9 de marzo de 1963, la Madre de la Eucaristía, allí presente, indica a Marisa en bilocación, al sacerdote que la acompañará en la misión que Dios les confiará.

Acto seguido, el celebrante, en silencio, impone las manos sobre la cabeza del futuro sacerdote, arrodillado delante de él y de inmediato recita la oración de ordenación, con la que pide al Espíritu Santo que interceda por el nuevo ministro de Dios. El sacerdote es ayudado a vestirse con los ornamentos sagrados. Es el símbolo de la investidura oficial: de ahora en adelante su vida estará revestida de nueva linfa, será el mediador entre los hombres y Dios. El Obispo unge las manos del sacerdote con el sagrado crisma e inmediatamente entrega a cada ordenado, arrodillado delante de él, la Patena con el Pan y el Cáliz con el Vino que serán consagrados durante la celebración eucarística, y dice: "Recibe las ofrendas del pueblo santo por el sacrificio eucarístico. Date cuenta de lo que harás, imita lo que celebrarás. Conforma tu vida al misterio de la Cruz de Cristo Señor".

Ninguno de nosotros estaba presente el día de la ordenación del sacerdote Claudio, pero si por un instante abrimos nuestro corazón, casi nos parece sentir la emoción, la alegría, el miedo de este joven consciente de que, desde aquel momento, la vida ya no será suya, que la promesa acabada de hacer será el áncora que no le dejará naufragar. La Virgen de la Confianza, delante de la cual Don Claudio en los años de seminario rezó y a la cual se dirigía cada día, se convertirá en su Madre.


Canto: Servir es reinar

Te miramos a Ti que eres Maestro y Señor:

inclinado en tierra estás, nos muestras que el amor

es ceñirse el delantal, saberse arrodillar,

nos enseñas que amar es servir.

Estr: Haz que aprendamos, Señor, de Ti,

que el más grande es quien más sabe servir,

el que se humilla y el que sabe doblegarse

porque grande es solamente el amor.

Pues te vemos, Maestro y Señor,

que nos lavas los pies a nosotros que somos tus criaturas;

y ceñido del delantal, que es el mando real,

nos enseñas que servir es reinar.

Estr: Haz que aprendamos, Señor, de Ti,

que el más grande es quien más sabe servir,

el que se humilla y el que sabe doblegarse

porque grande es solamente el amor.


JESÚS SUMO Y ETERNO SACERDOTE

El quinto misterio de la luz, redactado por Mons. Claudio Gatti, recita: "Jesús, mientras estaba sentado en la mesa con los apóstoles, pensaba en el sacrificio cruento que, dentro de pocas horas, ofrecería al Padre en el Calvario. Jesús es Dios y para él no hay diferencia entre pasado, presente y futuro. Hizo actual el futuro e instituyó la Eucaristía, misterio que comprende su pasión, muerte y resurrección. Igualmente hace presente lo que es pasado y podemos afirmar que Jesús padece, muere y resucita en cada S. Misa que se celebra en épocas diferentes y en lugares distintos. María estaba ciertamente presente en el Cenáculo, cuando Jesús instituyó la Eucaristía y el Orden Sacro, dos sacramentos que existen uno en función del otro".

Vivir plenamente la llamada al sacerdocio significa escoger querer ser lo más semejante posible a Jesús dulce Maestro. En las últimas horas de su vida, antes de abrir, con su muerte, las puertas del Paraíso, el Señor realiza el inmenso acto de amor respecto a toda la humanidad, porque desde aquel momento la Santísima Trinidad estará presente hasta el fin de los tiempos.

Jesús es Dios y, como tal, es plenamente consciente de haber venido al mundo para que ya no estuviésemos solos, porque las antiguas promesas se volvieran realidad. Intentemos, por un instante, imaginar el corazón de Jesús, la emoción al darse a Sí mismo a los apóstoles. Ellos no habían recibido todavía el don del Espíritu Santo, son frágiles, pero Él lo sabe y les da el poder de perdonar en Su nombre los pecados, permite que, a través de la consagración, en sus manos, el pan y el vino se conviertan en Su Cuerpo y Su Sangre.

Después de alguna hora lo dejarán solo. Pedro lo negará, pero Jesús conoce su futuro, sabe que ofrecerán su vida en el martirio para ser fieles a las enseñanzas recibidas. Cristo tiene confianza en ellos, los ama y amará a todos los que tomarán su lugar en los siguientes siglos. Jesús transcurre las últimas horas de su vida con sus discípulos, desea que todo sea realizado, que las enseñanzas hayan sido aceptadas: "Después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13,1). Jesús ama a todos los sacerdotes, la Madre de la Eucaristía es la madre de los sacerdotes, por lo tanto es su trabajo corregir, consolar y alentar a sus hijos predilectos. Cuántas veces hemos oído pronunciar de la Virgen el adjetivo "predilecto" referido a los sacerdotes. No tenemos que olvidar que Dios Padre, en el monte Tabor, afirmó: "Éste es mi Hijo predilecto, en el que me he complacido, escuchadlo" (Mt 17, 5). Es un término que Dios atribuye a su Hijo. Cada sacerdote tendría que sentirse honrado de ser un hijo predilecto, un hombre escogido entre los hombres para amar y hacer amar a Dios.

El corazón de Jesús está siempre lleno de amor: antes de darse del todo a Sí mismo lava los pies a los apóstoles. El Obispo subrayó, en los encuentros bíblicos, que Cristo realiza aquel gesto incluso con Judas. El divino Maestro quiere salvar a todas las almas, busca la ocasión para hacer entender al traidor que todavía puede convertirse. Jesús lava los pies a sus sacerdotes todavía hoy: ha invitado a Su Madre, ha escogido al Obispo de la Eucaristía que, con su estilo de vida, su ejemplo sacerdotal y su martirio, ha permitido el triunfo de la Eucaristía. Él, por otra parte, pidió a la Víctima de la Eucaristía que inmolara su existencia desde su tierna edad para la salvación de todos sus ministros.


Roma 9 de marzo del 2003 - h. 10:40 a.m. (Carta de Dios)

Jesús - Sea alabado Jesucristo, mis queridos hijos. Soy vuestro Jesús; junto a mi Madre y vuestra y a mi padre José, he venido aquí, circundado por todo el Paraíso, para felicitar al Obispo, que se ha dado todo por las almas. Vosotros esperáis algo grande, algo hermoso, pero mientras la guerra no se aquiete, mientras los terroristas continúen destruyendo al hombre, ¿cómo puede el Grande y Supremo daros lo que esperáis?. Pero habéis tenido ya la gracia más grande, el don más grande que hoy confirmo: el Triunfo de la Eucaristía, la Victoria espiritual, por ahora esto es lo que cuenta.

También Yo, Jesús, he vivido muchas tribulaciones, he esperado las decisiones de mi Padre Celeste; he inclinado la cabeza y he dicho: "Me abandono a Ti, oh, Dios" y he llorado. Vosotros habéis recibido más de Mi, habéis recibido el don más hermoso que Dios podía haceros: el Triunfo de la Eucaristía y el Triunfo de la Verdad. Muchos sacerdotes saben dónde está la verdad, pero no siendo hombres llenos de Dios, no son valientes, no luchan por la verdad, no reconocen que están equivocándolo todo y que la Iglesia va a la ruina. No os engañéis cuando veáis tanta gente recogida en la iglesia, especialmente cuando va el Santo Padre. Son los párrocos los que invitan a los fieles a ir a la iglesia, al menos cuando va el Papa. Vosotros no tenéis necesidad de estas invitaciones para ir a la iglesia porque, bajo el perfil espiritual, estáis muy altos.

¿Os dais cuenta que a cada pequeña falta que cometéis, la Madre está dispuesta a reprenderos?. Con los otros no hace esto, porque a vosotros, Dios os ha pedido más y os dará más. ¿Qué hay en la Tierra más hermoso y más grande que el triunfo de la Eucaristía?. La Eucaristía ha triunfado y triunfa cada día, porque la recibís en gracia.

Quizás, Excelencia, éste no es el regalo que esperabas, pero que deseabas mucho, mucho más y tienes razón, tienes mucha razón. Pero tienes que culpar a los poderosos, a los grandes hombres de la Iglesia, que piensan sólo en sí mismos y en ser más ricos y poderosos. Sí, cuanto Dios ha prometido tarda en realizarse.

Recuerda: tu estás con Dios, los otros no están con Él: viven para sí mismos, fingen ser amigos e hijos de Dios, pero en realidad entre ellos hablan mal el uno del otro, porque tienen envidia y celos. Aquí se ha realizado el don más hermoso: el Triunfo de la Eucaristía y el Triunfo de la Verdad. No pidáis todavía a Dios que la Verdad triunfe en todo el mundo, porque poco a poco está triunfando. Los hombres saben perfectamente dónde está la verdad y si hacen ver que no conocen esta verdad, será peor para ellos.

Quiero felicitarte una vez más, aunque probablemente no aceptarás, pero te ruego, deja que todo el paraíso te felicite. ¿Preferirías ser como los otros?. ¿Preferirías ser como los que delante hablan de un modo y por detrás traicionan, calumnian y difaman?.

Sé feliz y contento con tu rebaño. Te he dicho que los enemigos de Dios poco a poco caerán uno después del otro como bolos y la verdad triunfará incluso sobre los hombres que no creían.

Hay cuatro, cinco personas que continúan destruyendo tu rebaño, pero sobretodo a ti y a la vidente, diciendo sobre vosotros frases muy graves y ofensivas. Ellas lo sabe, ya le he dicho quiénes son. Esta mañana en lugar de estar sufriendo por lo que han dicho, ella es feliz y sonríe. No importa lo que digan, la única cosa que tiene que preocuparos es vivir en gracia e Dios, el resto no tiene importancia.

Excelencia, dame la posibilidad de felicitarte, aunque si en este momento en tu corazón, probablemente no lo aceptes. Quizás no me he explicado, quizás no has comprendido bien quién eres delante de Dios y delante de los hombres que creen y saben perfectamente que estás en la verdad y que los poderosos lo han equivocado todo. Un día tu hermana te dijo: "Don Claudio, tu hasta ahora has sido un cáncer para los grandes hombres de la Iglesia, especialmente para Ruini que se ha liberado de este cáncer". Pero el cáncer puede reflorecer, no el de la enfermedad, naturalmente. Cuando ayer cantasteis "El desierto florecerá", pensé en este reflorecimiento. Cada día que pasa esperáis el gran día. No, abandonaos a Dios y decid: "Gracias, mi Dios, gracias porque nos ha dado la fe, porque nos has dado la caridad hacia todos y porque nos has dado la esperanza de que un día todo triunfará.

Nuestra Señora - Soy María, Madre de la Eucaristía, y estoy de acuerdo con todo lo que ha dicho mi hijo Jesús. Don Claudio, yo, como Madre, estoy muy cerca de ti y sufro contigo. Leo en tu corazón tantos pensamientos que querrías decir, pero por amor de todos, no hables; te doy las gracias por esto.

San José - Excelencia queridísima, soy tu amado José. ¡Si supieras cuánto te amamos y cuánto consideramos lo que haces por la Iglesia y por los hombres!. Hoy, Dios, hace mi estatua taumatúrgica, sobretodo por ti. Quizás en tu corazón estás pensando: "¿Qué haré con esta estatua taumatúrgica?. Lo que has hecho con todas las demás.

Mis queridos hijos, mi pequeño rebaño, no repitáis cada días los mismos lamentos, no acoséis con vuestras preguntas al Obispo, así solamente lo hacéis sufrir. Vivid cada día lo que Dios os presenta; por la mañana cuando os despertéis, dad gracias a Dios porque todavía estáis en la Tierra, que gozáis del sol, de la luna, de las estrellas y podéis estar todavía en medio de este rebaño tan amado por Dios, aunque golpeado por tantas tribulaciones.

Os aconsejo que no os canséis nunca de orar. Cuando el pequeño Jesús estaba en la cuna y yo volvía a casa, me ponía de rodillas delante de él y oraba, oraba. No me preguntaba nada, no pedía nada, oraba y adoraba a aquel pequeño ser en la cuna, que a veces estaba silencioso y otras lloriqueaba. Vosotros haced lo mismo, continuad orando cuando tengáis tiempo, orad delante de Jesús Eucaristía, adorad a Jesús Eucaristía porque Él ha triunfado con vosotros y vosotros habéis triunfado con la Eucaristía. La Eucaristía ha triunfado y triunfará todavía. Por eso, yo, José, me uno a vosotros, oro con vosotros y con vosotros amo a Jesús Eucaristía.

Nuestra Señora - Junto a mi Obispo y vuestro, os bendigo, a vuestros seres queridos, a vuestros objetos sagrados. Os traigo junto a mi corazón y os cubro con mi manto materno. Sonriendo, id en la paz de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo. Sea alabado Jesucristo.

Dad un aplauso afectuoso y fuerte a vuestro Obispo.